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jueves, 3 de abril de 2008

Domingo III de Pascua - Ciclo A: Entonces, se les abrieron los ojos

El Kerigma

Publicado por Misioneros Redentoristas


La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles corresponde al primer anuncio o kerigma: vida, obra, muerte y resurrección de Jesús. Sus acciones milagrosas, los signos y prodigios, sus palabras y, en general, el amor misericordioso que empleó para relacionarse con todas las personas, manifestaron que Él estaba acreditado por Dios. Con su asesinato en el patíbulo de la cruz a mano de las autoridades judías y romanas, fue vencido temporalmente y todos creyeron que ahí había acabado la historia. Pero, Dios lo resucitó y, a partir de este gran acontecimiento, su obra tomó un nuevo y definitivo sentido: la muerte, las tinieblas, el odio, la codicia y todo tipo de pecado no tienen la última palabra. Dios sacó la cara por Aquel que le fue fiel hasta el final y así desenmascaró a quienes actuaron en su nombre, pero en el fondo sólo defendían sus mezquinos intereses. Su triunfo sobre la muerte no fue sólo el de un hombre sino el de toda la humanidad con él y el triunfo del proyecto salvífico de Dios para el ser humano.



Este anuncio lo confirmó Pedro al decir que de todo aquello ellos eran testigos. Él no expuso una teoría o un raciocinio, es una afirmación de algo que ellos mismo habían admirado, sufrido y gozado. Ellos vieron cómo la obra de Jesús era acreditada por Dios, sufrieron la experiencia macabra de la muerte de su Maestro y fueron testigos de la resurrección. Esa experiencia con Jesús los hizo vencer todas las barreras: la ignorancia, el miedo, la persecución, etc., y los convirtió en testigos.

Aceptar el camino de Jesús no es estar de acuerdo con una serie de normas, “verdades” y dogmas. Es hacer vida en nosotros esa experiencia que vivieron las primeras comunidades cristianas y muchas personas a lo largo de la historia, en medio de las dificultades, como la pobreza, las injusticias o las persecuciones. Todas las situaciones que conducen al ser humano a la muerte deber ser superadas con la fuerza de Aquel que fue resucitado de entre los muertos y para quien la muerte ya no tiene poder sobre él.

El Camino de Emaús

En el evangelio nos encontramos con un relato elaborado por la comunidad de Lucas que busca dar testimonio de la resurrección. Dos discípulos de Jesús distintos a los 11 (v. 33), posiblemente, una pareja de esposos, según algunos exégetas, regresaban a su pueblo dominados por un sentimiento de frustración. Dice el texto que en su cara se reflejaba la tristeza. Todas sus ilusiones, anhelos, sueños y esperanzas las habían perdido con la muerte de Jesús. Veamos que los verbos están conjugados en pasado: “Era un profeta poderoso delante de Dios y de los hombres…” “Esperábamos que él fuera el liberador de Israel…” Pero todo se había visto frustrado con el fracaso de Jesús en la cruz. Ellos habían puesto sus esperanzas en un Mesías nacionalista todopoderoso que expulsara a los romanos, triunfara sobre las autoridades locales, purificara el templo, se tomara el poder y gobernara como lo hizo David. Por eso vieron en su asesinato en la cruz el final de su proyecto.

Con una pedagogía exquisita, el evangelista muestra la toma de conciencia de la resurrección de Jesús por parte de esta comunidad, representada por estos dos discípulos de Emaús. Estos huían de Jerusalén por todo el fracaso que para ellos representaba esa ciudad. Volvían a Emaús, a sus antiguas casas y trabajos, es decir, a sus seguridades personales. Todo había sido un completo fracaso. Después de un fracaso empresarial, matrimonial, deportivo, personal, comunitario, etc., el común denominador de los seres humanos es comentar la frustración de la que somos testigos: “Yo sospechaba que algo así iba a suceder”. “De eso tan bueno no dan tanto.” “Yo no me imaginé que todo iba a terminar así.” “Eso sí está muy raro”. “Qué pesar.” “Bueno, olvidémonos de eso y empecemos de nuevo como si nada hubiera pasado.” “No me vuelvo a enamorar.” “Lo del pobre siempre es robado”. “Como siempre, terminan ganando los mismos; es que nosotros no nacimos pa´ semilla.”…

De pronto, Jesús resucitado se acercó y empezó a caminar con ellos, aunque no se dieron cuenta, porque todavía no habían vivido la experiencia Pascual. Aquí empezó lo que llama José María Vigil[1][1], la terapia de la catarsis y la dinámica de la encarnación. Jesús les preguntó de qué hablaban para que ellos sacaran toda la frustración que tenían dentro. Luego se encargó de leer todo lo acontecido a partir de una reinterpretación de la revelación bíblica. Sus discípulos lo veían todo como un completo fracaso. Jesús les hizo comprender que así tenía que suceder, no porque Dios enviara a su hijo para que lo mataran, sino porque sólo así era realmente fiel a Dios y a su causa. Porque sólo así vencía a un mundo dominado por el mal y porque Él actuó desde el servicio generoso y la entrega a una humanidad nueva y no desde el poder que oprime.

Cada vez que la Iglesia Católica y las demás Iglesias cristianas se han unido al poder, (especialmente desde Constantino para acá) y han aceptado callar su voz para adquirir privilegios, han traicionado a Jesús y a su Causa como Judas, y lo han negado como lo hizo Pedro antes de cantar el gallo. Como nos dice la segunda lectura, Jesús no nos compró con oro ni plata, sino con su propia sangre. Lo más valioso que él tuvo no fue dinero, posesiones, construcciones, museos o basílicas. Lo más valioso fue él mismo; su amor, su entrega, su servicio, su libertad, su profetismo, su sangre (que significa la vida misma) entregada por nuestra salvación.

Ellos interpretaban la muerte de Jesús como todo un desastre y como el triunfo del poder del mal sobre el justo Jesús. Compartían la noche oscura de los empobrecidos de todos los tiempos, que ven frustradas sus esperanzas por la fuerza avasalladora del mal que se impone sobre el bien a lo largo de la historia. Veían los hechos como una inexplicable derrota y, por eso, su conversación se limitaba a expresar sentimientos negativos, autoculpabilizadores, destruidores de la autoestima y despreciadores de la utopía que había predicado el desaparecido maestro galileo.

Jesús no negó el dolor ni ocultó “el fracaso”, pero los invitó ver las cosas de otra manera. Es cierto que él fue expulsado porque los poderosos no soportaron a un hombre totalmente libre para Dios y para los demás seres humanos. Como no pudieron tolerar la frescura de su utopía, se volcaron contra él y lo eliminaron. Su muerte pareciera confirmar aquello que muchos afirman, que en este mundo no hay cabida para una persona buena y que, por lo tanto, hay que ser malos para triunfar. Que los mismos humanos nos hacen volvernos malos, así que el amor no tiene cabida entre nosotros. Pero Él les ayudó a comprender que, en el fondo, su muerte no había sido un completo fracaso sino, por el contrario, era el triunfo sobre quienes querían callarlo con la amenaza de la muerte para seguir reinando y pisoteando a los demás. Jesús les demostró que su muerte había sido no solamente el triunfo sobre sus enemigos sino sobre el mal, sobre la muerte y sobre toda desesperanza y oscuridad[2][2].

En medio del gran sentimiento de frustración, los discípulos de Emaús no se cerraron a la acción de Dios en sus vidas y por eso descubrieron la presencia del resucitado. Judas, el traidor, se dejó dominar tanto por la desesperanza que terminó por suicidarse y así acabar con todo. Aunque no querían saber nada de Jesús y de su utopía, estos discípulos le dejaron el corazón abierto y por eso sintieron su ardor a medida que él les ayudaba a reflexionar el sentido de lo sucedido, a la luz de las escrituras. Poco a poco fueron descubriendo que él estaba con ellos, hasta que lo reconocieron al partir el pan. Fue entonces cuando se les impuso una evidencia irresistible: él estaba vivo. El mismo que habían matado, estaba de nuevo con ellos de una manera diferente pero no menos real.

Una vez experimentaron esa presencia nueva de Jesús, volvieron a Jerusalén. La certeza de que Jesús estaba vivo les hizo ver todas las cosas con nuevos ojos. Aunque ya entraba la noche y el príncipe de las tinieblas estaba suelto, aunque Jerusalén y sus secuaces seguían siendo una amenaza, aunque ahora sabían que la victoria no la iban a encontrar a la vuelta de la esquina, ni ésta consistía en la toma del poder, se volvieron decididos precisamente al lugar del cual huían. Allí encontraron a los 11 discípulos que contaban su propia experiencia con el mismo crucificado y resucitado.

Por nuestras ciudades, caminos y veredas, por donde caminamos a diario con la esperanza en alto, con nuestros diálogos alegres y nuestros cánticos festivos, así como con nuestros comentarios negativos y llantos tristes por los golpes recibidos, Jesús se acerca y camina con nosotros. Vale la pena darle gracias a Dios por los logros obtenidos tanto a nivel personal, familiar o comunitario. Vale la pena descubrir la presencia viva de Jesús que ha conducido nuestra historia de salvación.

Todavía hay muchos hermanos nuestros que van de camino apesadumbrados y decepcionados porque las cosas no han salido como esperaban. Todavía hay muchos hermanos nuestros que sobreviven con menos de un dólar diario, sin casa, sin salud, sin trabajo, sin educación, sin oportunidades para vivir dignamente. Tal vez nosotros mismos hayamos fracasado como esposos, como comunidad, como profesionales, como empresa o como comunidad eclesial. Tal vez hayamos avanzado en algunas cosas pero estamos muy crudos en otras. Hace falta descubrir la presencia de Jesús resucitado en nuestras vidas que nos haga ver todo con nuevos ojos. Hace falta personas que acompañen a tantos seres humanos que en medio del dolor y del llanto lo ven todo con el lente del pesimismo y de la desesperanza.

Jesús resucitado y resucitador, quédate con nosotros porque la tarde cae y necesitamos de tu luz. En el atardecer de nuestra vida, de nuestra familia, de nuestros caminantes que luchan por una vida digna, necesitamos de tu luz para que nos ayudes a comprender el sentido de las escrituras, de la historia y de nuestro compromiso como tus discípulos. En el amanecer de un nuevo día, necesitamos tu gracia para configurarnos a tu imagen y construir la familia y la Iglesia que tú quieres y el mundo necesita.

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