Publicado por Foro de meditaciones
Estamos en el año de San Pablo. Y es bueno que de vez en cuando nos acordemos de él. Tuvo una vida muy intensa. Viajó mucho por el mundo hablando de Jesús.
Resulta curioso que, siendo uno de los Apóstoles que más escribió, no nos contara más cosas de la vida del Señor.
Conocía perfectamente todas las anécdotas que cuentan los Evangelistas. Había tratado a los que protagonizaron muchos de esos sucesos, y sin embargo San Pablo no cuenta casi nada de la vida de Jesús.
Los libros que tratan sobre gente importante, suelen narrar hechos curiosos de su vida, momentos estelares, como el descubrimiento de América de Colón o el premio nobel de la paz de la Madre Teresa.
Pues, San Pablo no cuenta nada de esto de Jesús. Y, aunque a nosotros nos parezca extraño, la explicación es bastante sencilla: el Apóstol no trataba a Jesús como a un «personaje histórico», porque no es alguien que vivió.
Nadie se pone a hablar con la estatua de un torero, sino que lo recuerda y se acuerda de las faenas que hizo. Con Jesús no, con Jesús nosotros hablamos, no solo pensamos en Él.
Si alguien quiere estar con el Señor, no se pone al lado de una estatua o de un cuadro, sino que va a una iglesia y se acerca al sagrario. Porque el Señor está ahí vivo.
Así trataba San Pablo a Jesús, como una persona viva. Si se actúa de esta manera, lo más importante es el presente, lo que el Señor está haciendo ahora. Cristo vive en la actualidad.
Me contaba un sacerdote que se sorprendió el otro día al entrar en un vagón del Metro, porque se encontró de frente con una hoja impresa pegada en la pared.
Se sorprendió porque el texto que allí aparecía era nada menos que una parte de La noche oscura, de San Juan de la Cruz.
Se puso a leerlo emocionado: «En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, oh dichosa ventura...», y seguía narrando cómo el alma encontró al Amado.
Se quedó pensativo y preguntándose: «¡Cómo es posible encontrarse con esto en el Metro! ¿Qué hace aquí, con los tiempos que corren, San Juan de la Cruz?».
Dios anda en todas partes, también en la gris y sucia pared de un vagón del Metro. En los momentos más corrientes, allí está y se hace presente. Tenemos que sorprendernos al descubrirlo.
El Señor está en todas partes. Lo importante es darse cuenta de que está muy cerca de nosotros, en los momentos malos y en los buenos.
Cuenta una santa que un día, el diablo le tentó muy fuerte para que pecara contra la virtud de la pureza. Ella luchó y pidió ayuda a Dios, pero le pareció que no le hacía caso.
Cuando hubo pasado todo, y el diablo se retiró sin éxito, la santa, en su oración le echó en cara al Señor que le hubiera dejado sola. Y el Señor le dijo: «Estaba más cerca de ti de lo que tú pensabas».
Precisamente la fe cristiana que enseñaron los Apóstoles se basa en la resurrección de Jesús (cfr. Hch. 2,14. 22-33).
También San Pedro (cfr. 1 P 1, 17-21) cuenta cómo Jesús nos liberó muriendo y resucitando.
El Señor camina con nosotros. Por eso dice el salmo que nos enseña «el camino de la vida» (Sal 15, 11).
Nosotros no seguimos una idea muy bonita, sino a una Persona que además es Dios. El cristianismo es un encuentro entre dos.
Alianza en hebreo se dice berit que significa entre-dos, es decir, compromiso mutuo entre dos personas. La alianza es la que usen los esposos en el matrimonio.
Eso es lo que hizo Dios con Noé, con Abraham, Jacob, Moisés. Hizo una alianza porque su relación con nosotros es personal.
Es muy sencillo encontrarse con Él. Fíjate si es fácil que cuando pensamos que lo tenemos abandonado ya empezamos a estar con Dios.
El Señor está cerca, pero respeta nuestra libertad y no nos fuerza a que le hablemos, deja que salga de nosotros.
La situación es parecida a la que uno se encuentra cuando entra en una sala de espera.
La gente está allí sin hablarse, hasta que alguien rompe el hielo y sale una conversación amena que hace que la espera no sea tan pesada.
El Domingo de Resurrección, el Señor se hizo visible a «dos» de los discípulos cuando marchaban tristones.
Dice el Evagelio que Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos (Lc 24).
Se acercó a los que iban hacia Emaús, y Cleofás, uno de ellos, fue quien rompió el hielo y empezó a dialogar con Él. Jesús escuchaba con paciencia.
Les atendió sin prisas, a pesar de que estaban equivocados en sus planteamientos.
Dios quiere que nos acerquemos a Él, que rompamos el hielo. Él está siempre a nuestro lado, esperando.
Se mantiene ahí, invisible, silencioso, como un pobre que espera una limosna.
Parece como que nos dice: "Necesito que vosotros deis el primer paso. ¡Con qué alegría daré Yo todos los que siguen!"
Nada de la Tierra le distrae de pensar en nosotros. A nosotros las cosas, las preocupaciones, los agobios nos impiden verle. Dios, en cambio, está constantmente pendiente.
El Señor es el Ser estable, el Incambiable. Él es la Presencia, Él es el Instante, la Eternidad, es el que siempre nos llama sin cansarse.
-Señor, que te respondamos.
Hoy en día también hay mucha gente que reconoce al Señor en la Comunión.
Ellos lo reconocieron cuando Jesús partió el pan y se lo entregó (Lc 24, 13-35).
También nosotros «dos», tú y yo, tenemos que encontrar al Señor: aquí está. Nos toca a nosotros darnos cuenta.
La Virgen vivió su relación con Jesús de manera personal. Tanto que era su Madre.
Resulta curioso que, siendo uno de los Apóstoles que más escribió, no nos contara más cosas de la vida del Señor.
Conocía perfectamente todas las anécdotas que cuentan los Evangelistas. Había tratado a los que protagonizaron muchos de esos sucesos, y sin embargo San Pablo no cuenta casi nada de la vida de Jesús.
Los libros que tratan sobre gente importante, suelen narrar hechos curiosos de su vida, momentos estelares, como el descubrimiento de América de Colón o el premio nobel de la paz de la Madre Teresa.
Pues, San Pablo no cuenta nada de esto de Jesús. Y, aunque a nosotros nos parezca extraño, la explicación es bastante sencilla: el Apóstol no trataba a Jesús como a un «personaje histórico», porque no es alguien que vivió.
Nadie se pone a hablar con la estatua de un torero, sino que lo recuerda y se acuerda de las faenas que hizo. Con Jesús no, con Jesús nosotros hablamos, no solo pensamos en Él.
Si alguien quiere estar con el Señor, no se pone al lado de una estatua o de un cuadro, sino que va a una iglesia y se acerca al sagrario. Porque el Señor está ahí vivo.
Así trataba San Pablo a Jesús, como una persona viva. Si se actúa de esta manera, lo más importante es el presente, lo que el Señor está haciendo ahora. Cristo vive en la actualidad.
Me contaba un sacerdote que se sorprendió el otro día al entrar en un vagón del Metro, porque se encontró de frente con una hoja impresa pegada en la pared.
Se sorprendió porque el texto que allí aparecía era nada menos que una parte de La noche oscura, de San Juan de la Cruz.
Se puso a leerlo emocionado: «En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, oh dichosa ventura...», y seguía narrando cómo el alma encontró al Amado.
Se quedó pensativo y preguntándose: «¡Cómo es posible encontrarse con esto en el Metro! ¿Qué hace aquí, con los tiempos que corren, San Juan de la Cruz?».
Dios anda en todas partes, también en la gris y sucia pared de un vagón del Metro. En los momentos más corrientes, allí está y se hace presente. Tenemos que sorprendernos al descubrirlo.
El Señor está en todas partes. Lo importante es darse cuenta de que está muy cerca de nosotros, en los momentos malos y en los buenos.
Cuenta una santa que un día, el diablo le tentó muy fuerte para que pecara contra la virtud de la pureza. Ella luchó y pidió ayuda a Dios, pero le pareció que no le hacía caso.
Cuando hubo pasado todo, y el diablo se retiró sin éxito, la santa, en su oración le echó en cara al Señor que le hubiera dejado sola. Y el Señor le dijo: «Estaba más cerca de ti de lo que tú pensabas».
Precisamente la fe cristiana que enseñaron los Apóstoles se basa en la resurrección de Jesús (cfr. Hch. 2,14. 22-33).
También San Pedro (cfr. 1 P 1, 17-21) cuenta cómo Jesús nos liberó muriendo y resucitando.
El Señor camina con nosotros. Por eso dice el salmo que nos enseña «el camino de la vida» (Sal 15, 11).
Nosotros no seguimos una idea muy bonita, sino a una Persona que además es Dios. El cristianismo es un encuentro entre dos.
Alianza en hebreo se dice berit que significa entre-dos, es decir, compromiso mutuo entre dos personas. La alianza es la que usen los esposos en el matrimonio.
Eso es lo que hizo Dios con Noé, con Abraham, Jacob, Moisés. Hizo una alianza porque su relación con nosotros es personal.
Es muy sencillo encontrarse con Él. Fíjate si es fácil que cuando pensamos que lo tenemos abandonado ya empezamos a estar con Dios.
El Señor está cerca, pero respeta nuestra libertad y no nos fuerza a que le hablemos, deja que salga de nosotros.
La situación es parecida a la que uno se encuentra cuando entra en una sala de espera.
La gente está allí sin hablarse, hasta que alguien rompe el hielo y sale una conversación amena que hace que la espera no sea tan pesada.
El Domingo de Resurrección, el Señor se hizo visible a «dos» de los discípulos cuando marchaban tristones.
Dice el Evagelio que Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos (Lc 24).
Se acercó a los que iban hacia Emaús, y Cleofás, uno de ellos, fue quien rompió el hielo y empezó a dialogar con Él. Jesús escuchaba con paciencia.
Les atendió sin prisas, a pesar de que estaban equivocados en sus planteamientos.
Dios quiere que nos acerquemos a Él, que rompamos el hielo. Él está siempre a nuestro lado, esperando.
Se mantiene ahí, invisible, silencioso, como un pobre que espera una limosna.
Parece como que nos dice: "Necesito que vosotros deis el primer paso. ¡Con qué alegría daré Yo todos los que siguen!"
Nada de la Tierra le distrae de pensar en nosotros. A nosotros las cosas, las preocupaciones, los agobios nos impiden verle. Dios, en cambio, está constantmente pendiente.
El Señor es el Ser estable, el Incambiable. Él es la Presencia, Él es el Instante, la Eternidad, es el que siempre nos llama sin cansarse.
-Señor, que te respondamos.
Hoy en día también hay mucha gente que reconoce al Señor en la Comunión.
Ellos lo reconocieron cuando Jesús partió el pan y se lo entregó (Lc 24, 13-35).
También nosotros «dos», tú y yo, tenemos que encontrar al Señor: aquí está. Nos toca a nosotros darnos cuenta.
La Virgen vivió su relación con Jesús de manera personal. Tanto que era su Madre.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario