por Jesús Burgaleta
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 102-104
Publicado por Libro de Arena
Palabra del Domingo. Homilías ciclo A. PPC. Madrid, 1983, pp. 102-104
Publicado por Libro de Arena
Yo confieso ante Dios y ante vosotros, hermanos, que entre los ministros de la Iglesia, somos muchos los que «no hemos entrado por la puerta». Confieso, con verdad y en solidaridad con todos esos ministros, que hemos pecado mucho.
Somos «ladrones y bandidos». Hemos saltado la tapia del aprisco, hemos invadido la comunidad cristiana, nos hemos arrogado todos los derechos y nos hemos apropiado de vosotros en provecho propio. Con el rito de la ordenación nos hemos convertido en hombres de poderes y poderosos.
Hemos descuidado el estilo de vida. No hemos entrado «por la puerta», que es Cristo. «Yo soy la puerta de las ovejas».
Nos hemos olvidado que la «puerta» es dar vida, entregar vida, olvidarse de sí y ponerse al servicio de los demás. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
Me acuso ante vosotros, en solidaridad con todos, porque en lugar de servir, hemos ejercido el poder; porque en lugar de entregarnos, hemos vivido a costa vuestra; porque en lugar de dar la vida, la hemos quitado o la hemos reducido a un raquitismo tan grande que hemos hecho de las personas, niños y de las comunidades grupos de infantes. «El ladrón no entra sino para robar, matar y hacer estragos».
Ante vosotros, hermanos, asumo con actitud de cambio, la acusación de Jesús de que hay pastores que son «ladrones y bandidos». Asumo el vergonzoso espectáculo de las luchas intestinas de la Iglesia por asaltar las tapias del poder, por escalar puestos, por alcanzar parcelas de influencia y dominar sobre los otros. Asumo el escándalo de los ministros que luchamos por el escalafón, el prestigio y ponemos los propios intereses por encima del bien del pueblo.
Me acuso en solidaridad con todos, de ser «extraño», de no ser fieles al rebaño, de habernos hecho clérigos, clase aparte, privilegiados en medio de la comunidad y aun de la sociedad, de habernos creído elegidos y separados.
Confieso que hemos hecho nuestro propio lenguaje, que hemos cambiado la voz, las ideas y los conceptos, para camuflar la fuerza del evangelio. Confieso ante vosotros, y sabéis que no miento, que nos ha guiado más la voz de nuestros intereses, que la Palabra de Dios; que hemos defendido con más fuerza nuestras ideas, que los valores fundamentales de Jesucristo; que hemos estado más pendientes de nuestros criterios, que de los del evangelio.
Y reconozco, como un reproche, que los fieles «no han conocido la voz de los extraños», que «no nos han escuchado». Habéis pasado de nosotros. Nos habéis oído, como quien oye llover. No nos habéis hecho caso y habéis tenido suerte, porque si un ciego guía a otro ciego, no se a dónde hubierais ido a parar.
Sé que solamente se os puede servir si con la vida ando delante de vosotros. Y veo, que con gran inteligencia, seguís la máxima de Jesús sobre los fariseos: «Haced lo que os digan, pero no viváis como ellos viven». Tenéis la suficiente sabiduría como para daros cuenta de que la verdad está en la vida y que el que vive en el amor y al servicio desinteresado revela a Dios y a Jesucristo. El Buen Pastor «camina delante de sus ovejas». Pero vosotros a nosotros no nos habéis seguido, ¿qué puede significar esto?
Por eso, hermanos, os pido que aceptéis la confesión de mis pecados, en solidaridad con todos los ministros, y que os comprometáis a ayudarnos a salir de ellos, creciendo como comunidad cristiana y enseñándonos cuál es la «puerta del aprisco que da acceso al rebaño».
Somos «ladrones y bandidos». Hemos saltado la tapia del aprisco, hemos invadido la comunidad cristiana, nos hemos arrogado todos los derechos y nos hemos apropiado de vosotros en provecho propio. Con el rito de la ordenación nos hemos convertido en hombres de poderes y poderosos.
Hemos descuidado el estilo de vida. No hemos entrado «por la puerta», que es Cristo. «Yo soy la puerta de las ovejas».
Nos hemos olvidado que la «puerta» es dar vida, entregar vida, olvidarse de sí y ponerse al servicio de los demás. «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia».
Me acuso ante vosotros, en solidaridad con todos, porque en lugar de servir, hemos ejercido el poder; porque en lugar de entregarnos, hemos vivido a costa vuestra; porque en lugar de dar la vida, la hemos quitado o la hemos reducido a un raquitismo tan grande que hemos hecho de las personas, niños y de las comunidades grupos de infantes. «El ladrón no entra sino para robar, matar y hacer estragos».
Ante vosotros, hermanos, asumo con actitud de cambio, la acusación de Jesús de que hay pastores que son «ladrones y bandidos». Asumo el vergonzoso espectáculo de las luchas intestinas de la Iglesia por asaltar las tapias del poder, por escalar puestos, por alcanzar parcelas de influencia y dominar sobre los otros. Asumo el escándalo de los ministros que luchamos por el escalafón, el prestigio y ponemos los propios intereses por encima del bien del pueblo.
Me acuso en solidaridad con todos, de ser «extraño», de no ser fieles al rebaño, de habernos hecho clérigos, clase aparte, privilegiados en medio de la comunidad y aun de la sociedad, de habernos creído elegidos y separados.
Confieso que hemos hecho nuestro propio lenguaje, que hemos cambiado la voz, las ideas y los conceptos, para camuflar la fuerza del evangelio. Confieso ante vosotros, y sabéis que no miento, que nos ha guiado más la voz de nuestros intereses, que la Palabra de Dios; que hemos defendido con más fuerza nuestras ideas, que los valores fundamentales de Jesucristo; que hemos estado más pendientes de nuestros criterios, que de los del evangelio.
Y reconozco, como un reproche, que los fieles «no han conocido la voz de los extraños», que «no nos han escuchado». Habéis pasado de nosotros. Nos habéis oído, como quien oye llover. No nos habéis hecho caso y habéis tenido suerte, porque si un ciego guía a otro ciego, no se a dónde hubierais ido a parar.
Sé que solamente se os puede servir si con la vida ando delante de vosotros. Y veo, que con gran inteligencia, seguís la máxima de Jesús sobre los fariseos: «Haced lo que os digan, pero no viváis como ellos viven». Tenéis la suficiente sabiduría como para daros cuenta de que la verdad está en la vida y que el que vive en el amor y al servicio desinteresado revela a Dios y a Jesucristo. El Buen Pastor «camina delante de sus ovejas». Pero vosotros a nosotros no nos habéis seguido, ¿qué puede significar esto?
Por eso, hermanos, os pido que aceptéis la confesión de mis pecados, en solidaridad con todos los ministros, y que os comprometáis a ayudarnos a salir de ellos, creciendo como comunidad cristiana y enseñándonos cuál es la «puerta del aprisco que da acceso al rebaño».
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