Publicado por Trigo de Dios
1. "El primer hombre fue no solamente creado (siendo) bueno, sino también constituido en la amistad con su creador y en armonía consigo mismo y con la creación en torno a él; amistad y armonía tales que no serán superadas más que por la gloria de la nueva creación en Cristo... Dios creó al hombre a su imagen y lo estableció en su amistad. Criatura espiritual, el hombre no puede vivir esta amistad más que en la forma de libre sumisión a Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica, números 374 y 396).
2. "Os concederé todo lo que me pidáis en mi nombre" -dice el Señor- (Jn. 14, 14). "La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica, número 2098). ""La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes (San Juan Damasceno). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde lo más profundo de un corazón humilde y contrito¿" (Catecismo de la Iglesia Católica, número 2559). "Si esperamos algo que no vemos -escribió San Pablo-, ponemos en juego nuestra perseverancia. Somos débiles, pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos lo que nos conviene pedir, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom. 8, 25-26). Nosotros no sabemos lo que nos conviene pedirle a nuestro Padre común cuando oramos, por consiguiente, deseamos mejorar nuestra posición social, queremos un coche mejor que el que tenemos actualmente, si vivimos frente al mar nos gustaría vivir en el campo, y si habitamos en el campo, deseamos vivir en el centro de una gran ciudad. No sabemos valorar todo lo que Dios hace por nosotros, así pues, no apreciamos el aire que respiramos, el sol que nos calienta, el calor de un beso... Preguntémosle a un señor mayor viudo si recuerda las virtudes de su mujer fallecida. Preguntémosle a un niño huérfano si echa de menos el amor, la comprensión y la autoridad con que sus padres llenaban su existencia. Nos gustaría tener más dinero para mejorar nuestra posición económica aunque tengamos que trabajar más de lo que lo hacemos actualmente para lograr nuestro propósito, pero, ¿nos merecería la pena separarnos de nuestros prójimos para alcanzar nuestra ansiada meta? ¿Para qué queremos alcanzar la gloria para descubrir cuando nos jubilemos y no podamos ejercer ningún trabajo que hemos vivido aislados por causa de nuestra ambición? Nos parecemos a un multimillonario que llora amargamente al perder un céntimo de euro, y, en vez de aprovechar convenientemente el dinero que tiene, se lamenta pensando en el céntimo que no podrá encontrar, pues tendrá otros muchos en el futuro, pero se desespera por no poder encontrar la moneda que perdió accidentalmente. No sabemos lo que nos conviene pedir cuando oramos, pero el Espíritu intercede por nosotros, y nuestro Padre, aunque no lo comprendamos, nos concede lo que nos conviene para alcanzar la salvación.
Mi amigo Tomás tiene 74 años, es espondilítico, padece una grave carencia visual, y modera una lista de correo llamada Amanece, en la que sus amigos y él comparten archivos midi, fotografías, impresiones, y, si pueden ayudarse a superar las crisis que puedan sufrir eventualmente, se sienten dichosos por poder solventarse los problemas unos a otros, según la medida de sus posibilidades. La lista de correo Amanece es de reciente creación, y cuenta con más de 20 miembros, y la podéis encontrar en:
http://www.egrupos.net/grupo/amanece
Hace varios días, Tomás me dijo: "No sabes el valor que tiene para una persona mayor el hecho de recibir la ayuda de un joven". Yo sé diferenciar la soledad del aislamiento, y, quienes sabemos esto, hemos tenido que pasarlo mal forzosamente para poder distinguir los citados términos. Tomás cuenta con mi ayuda porque yo, como ciego que soy, sé lo que significa recibir ayuda de quienes no la necesitan, y por ello pueden olvidar las cosas por las que debemos orar, porque son esenciales para que podamos vivir como personas felices.
3. Soy feliz porque hago lo que me gusta y amo las cosas tal como son. Intento vislumbrar la parte positiva de la adversidad que vivo aplicándome las palabras de Jesús: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15, 14). ¿Nos dice Jesús que si no hacemos lo que él nos dice no somos sus amigos? ¿No tendrá la citada frase algún sentido que nos es desconocido? La voluntad de Dios consiste en que seamos felices, así pues, si no cumplimos los Mandamientos de Dios que es lo que Jesús nos dice que hagamos, Jesús nos seguirá amando, pero nosotros no gozaremos de su amistad, porque no querremos reconocer el citado don celestial. Jesús les daba mucha importancia a los Mandamientos de la Ley, por consiguiente, nuestro Maestro le dijo al joven rico: "Ya sabes los mandamientos: No mates; no cometas adulterio, no robes; no des falso testimonio; no engañes a nadie; honra a tu padre y a tu madre" (Mc. 10, 19). Muchas veces el cumplimiento de los Mandamientos de la Ley puede suponer un fardo muy pesado para nosotros, es esta la causa por la que Jesús nos dice: "En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A vosotros os llamo desde ahora amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre" (Jn. 15, 15). A pesar de que nuestro Señor es superior a nosotros por su rango divino, él no quiere que seamos sus esclavos, y, al darnos a conocer el designio salvífico de Dios, nos ha convertido en sus amigos. Jesús no camina delante de nosotros, pues él sabe que nunca podríamos alcanzarle si hiciera eso. Jesús no camina detrás de nosotros, porque sabe perfectamente que, si le dejamos atrás, no alcanzaremos la felicidad. Jesús, a pesar de que es superior a nosotros, camina junto a sus hermanos, y actúa como nuestro verdadero amigo. "El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos" (Jn. 15, 13). "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida" (Jn. 6, 51). "El Padre me ama porque yo entrego mi vida, aunque la recuperaré de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien libremente la doy" (Jn. 10, 17-18).
4. Jesús liga a nuestro compromiso de cumplir los Mandamientos divinos la promesa de enviarnos al Espíritu Santo: "Si me amáis de verdad, obedeceréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Abogado para que os ayude y esté siempre con vosotros: el Espíritu de la verdad" (Jn. 14, 15-17). Si el Espíritu Santo viene a nosotros, nos sentiremos más seguros a la hora de cumplir la Ley, pues él nos ayudará a no fracasar en la observancia de los citados preceptos. Jesús nos dice: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15, 14). "No me elegísteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que os pongáis en camino y deis fruto abundante y verdadero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre" (Jn. 15, 16). Dios "nos ha elegido en la persona de Cristo antes de traer el mundo a la existencia, para que nos mantengamos sin mancha ante sus ojos, como corresponde a consagrados a él" (Ef. 1, 4). Jesús no caminará delante de nosotros para que creamos que él es un modelo de santidad inimitable. Nuestro Señor no caminará detrás de nosotros para que le impongamos nuestros criterios invalidando el designio salvífico de Dios. El Hijo de María caminará junto a nosotros, y así será nuestro amigo.
Jesús es nuestro amigo porque él alcanza a comprendernos como nadie nos ha comprendido ni nos comprenderá jamás, así pues, a partir de hoy nos vamos a aceptar, nos vamos a amar y nos vamos a superar, por consiguiente, somos lo que nuestro Padre común quiere que seamos, pues él ha previsto que llegará el momento en que le pidamos que nos ascienda a su categoría divina.
Jesús es nuestro amigo porque, a pesar de nuestras imperfecciones, sabe valorarnos debidamente, sin negarnos la oportunidad de superarnos, y sin sobrevalorarnos, para que no perdamos el interés de crecer en los campos material y espiritual.
Jesús es nuestro amigo porque él se nos da en Cuerpo, Alma, Espíritu y Divinidad en cada ocasión que celebramos el Sacramento de la Eucaristía, para que no nos neguemos la oportunidad de edificarnos, en conformidad con los Mandamientos de la Ley de nuestro Padre común.
Jesús es nuestro amigo porque no se vale ni de palabras ni de gestos para despreciarnos, así pues, si somos criaturas de Dios, es necesario que comprendamos que lo que él ha creado no es malo, aunque aún no haya alcanzado la plenitud de la perfección. Cuando las cosas nos salgan mal, nos esforzaremos para no despreciarnos a nosotros mismos, por consiguiente, podemos entender el hecho de que ciertas personas nos hieran espiritualmente, pero no es aceptable el hecho de que nosotros nos convirtamos en nuestros peores enemigos. No olvidemos que, quienes tienen muchos enemigos, tienen una alta probabilidad de habérselos ganado.
Jesús es nuestro amigo porque nos corrige pacientemente cuando nos equivocamos, y nos felicita cuando actuamos como nos corresponde hacerlo a sus hermanos.
Jesús es nuestro amigo, porque él valora nuestros aciertos, e intenta corregirnos nuestros fallos, siempre que nos dejemos impulsar por el Espíritu Santo.
Jesús es nuestro amigo porque elogia nuestros aciertos a diario, y nos felicita por todas las cosas que aprendemos, por consiguiente, todos los días nos acostamos con la satisfacción de haber aprendido algo nuevo.
Si nos valoramos, estemos donde estemos, con quien estemos, y ocupados en la resolución del asunto que estemos, no nos olvidaremos de nosotros, porque, al ser criaturas de Dios, sabemos que él no hace las cosas mal.
2. "Os concederé todo lo que me pidáis en mi nombre" -dice el Señor- (Jn. 14, 14). "La elevación del espíritu hacia Dios es una expresión de nuestra adoración a Dios" (Catecismo de la Iglesia Católica, número 2098). ""La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes (San Juan Damasceno). ¿Desde dónde hablamos cuando oramos? ¿Desde la altura de nuestro orgullo y de nuestra propia voluntad, o desde lo más profundo de un corazón humilde y contrito¿" (Catecismo de la Iglesia Católica, número 2559). "Si esperamos algo que no vemos -escribió San Pablo-, ponemos en juego nuestra perseverancia. Somos débiles, pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos lo que nos conviene pedir, pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rom. 8, 25-26). Nosotros no sabemos lo que nos conviene pedirle a nuestro Padre común cuando oramos, por consiguiente, deseamos mejorar nuestra posición social, queremos un coche mejor que el que tenemos actualmente, si vivimos frente al mar nos gustaría vivir en el campo, y si habitamos en el campo, deseamos vivir en el centro de una gran ciudad. No sabemos valorar todo lo que Dios hace por nosotros, así pues, no apreciamos el aire que respiramos, el sol que nos calienta, el calor de un beso... Preguntémosle a un señor mayor viudo si recuerda las virtudes de su mujer fallecida. Preguntémosle a un niño huérfano si echa de menos el amor, la comprensión y la autoridad con que sus padres llenaban su existencia. Nos gustaría tener más dinero para mejorar nuestra posición económica aunque tengamos que trabajar más de lo que lo hacemos actualmente para lograr nuestro propósito, pero, ¿nos merecería la pena separarnos de nuestros prójimos para alcanzar nuestra ansiada meta? ¿Para qué queremos alcanzar la gloria para descubrir cuando nos jubilemos y no podamos ejercer ningún trabajo que hemos vivido aislados por causa de nuestra ambición? Nos parecemos a un multimillonario que llora amargamente al perder un céntimo de euro, y, en vez de aprovechar convenientemente el dinero que tiene, se lamenta pensando en el céntimo que no podrá encontrar, pues tendrá otros muchos en el futuro, pero se desespera por no poder encontrar la moneda que perdió accidentalmente. No sabemos lo que nos conviene pedir cuando oramos, pero el Espíritu intercede por nosotros, y nuestro Padre, aunque no lo comprendamos, nos concede lo que nos conviene para alcanzar la salvación.
Mi amigo Tomás tiene 74 años, es espondilítico, padece una grave carencia visual, y modera una lista de correo llamada Amanece, en la que sus amigos y él comparten archivos midi, fotografías, impresiones, y, si pueden ayudarse a superar las crisis que puedan sufrir eventualmente, se sienten dichosos por poder solventarse los problemas unos a otros, según la medida de sus posibilidades. La lista de correo Amanece es de reciente creación, y cuenta con más de 20 miembros, y la podéis encontrar en:
http://www.egrupos.net/grupo/amanece
Hace varios días, Tomás me dijo: "No sabes el valor que tiene para una persona mayor el hecho de recibir la ayuda de un joven". Yo sé diferenciar la soledad del aislamiento, y, quienes sabemos esto, hemos tenido que pasarlo mal forzosamente para poder distinguir los citados términos. Tomás cuenta con mi ayuda porque yo, como ciego que soy, sé lo que significa recibir ayuda de quienes no la necesitan, y por ello pueden olvidar las cosas por las que debemos orar, porque son esenciales para que podamos vivir como personas felices.
3. Soy feliz porque hago lo que me gusta y amo las cosas tal como son. Intento vislumbrar la parte positiva de la adversidad que vivo aplicándome las palabras de Jesús: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15, 14). ¿Nos dice Jesús que si no hacemos lo que él nos dice no somos sus amigos? ¿No tendrá la citada frase algún sentido que nos es desconocido? La voluntad de Dios consiste en que seamos felices, así pues, si no cumplimos los Mandamientos de Dios que es lo que Jesús nos dice que hagamos, Jesús nos seguirá amando, pero nosotros no gozaremos de su amistad, porque no querremos reconocer el citado don celestial. Jesús les daba mucha importancia a los Mandamientos de la Ley, por consiguiente, nuestro Maestro le dijo al joven rico: "Ya sabes los mandamientos: No mates; no cometas adulterio, no robes; no des falso testimonio; no engañes a nadie; honra a tu padre y a tu madre" (Mc. 10, 19). Muchas veces el cumplimiento de los Mandamientos de la Ley puede suponer un fardo muy pesado para nosotros, es esta la causa por la que Jesús nos dice: "En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A vosotros os llamo desde ahora amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre" (Jn. 15, 15). A pesar de que nuestro Señor es superior a nosotros por su rango divino, él no quiere que seamos sus esclavos, y, al darnos a conocer el designio salvífico de Dios, nos ha convertido en sus amigos. Jesús no camina delante de nosotros, pues él sabe que nunca podríamos alcanzarle si hiciera eso. Jesús no camina detrás de nosotros, porque sabe perfectamente que, si le dejamos atrás, no alcanzaremos la felicidad. Jesús, a pesar de que es superior a nosotros, camina junto a sus hermanos, y actúa como nuestro verdadero amigo. "El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos" (Jn. 15, 13). "Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo voy a dar es mi carne. La doy para que el mundo tenga vida" (Jn. 6, 51). "El Padre me ama porque yo entrego mi vida, aunque la recuperaré de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien libremente la doy" (Jn. 10, 17-18).
4. Jesús liga a nuestro compromiso de cumplir los Mandamientos divinos la promesa de enviarnos al Espíritu Santo: "Si me amáis de verdad, obedeceréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre para que os envíe otro Abogado para que os ayude y esté siempre con vosotros: el Espíritu de la verdad" (Jn. 14, 15-17). Si el Espíritu Santo viene a nosotros, nos sentiremos más seguros a la hora de cumplir la Ley, pues él nos ayudará a no fracasar en la observancia de los citados preceptos. Jesús nos dice: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando" (Jn. 15, 14). "No me elegísteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que os pongáis en camino y deis fruto abundante y verdadero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre" (Jn. 15, 16). Dios "nos ha elegido en la persona de Cristo antes de traer el mundo a la existencia, para que nos mantengamos sin mancha ante sus ojos, como corresponde a consagrados a él" (Ef. 1, 4). Jesús no caminará delante de nosotros para que creamos que él es un modelo de santidad inimitable. Nuestro Señor no caminará detrás de nosotros para que le impongamos nuestros criterios invalidando el designio salvífico de Dios. El Hijo de María caminará junto a nosotros, y así será nuestro amigo.
Jesús es nuestro amigo porque él alcanza a comprendernos como nadie nos ha comprendido ni nos comprenderá jamás, así pues, a partir de hoy nos vamos a aceptar, nos vamos a amar y nos vamos a superar, por consiguiente, somos lo que nuestro Padre común quiere que seamos, pues él ha previsto que llegará el momento en que le pidamos que nos ascienda a su categoría divina.
Jesús es nuestro amigo porque, a pesar de nuestras imperfecciones, sabe valorarnos debidamente, sin negarnos la oportunidad de superarnos, y sin sobrevalorarnos, para que no perdamos el interés de crecer en los campos material y espiritual.
Jesús es nuestro amigo porque él se nos da en Cuerpo, Alma, Espíritu y Divinidad en cada ocasión que celebramos el Sacramento de la Eucaristía, para que no nos neguemos la oportunidad de edificarnos, en conformidad con los Mandamientos de la Ley de nuestro Padre común.
Jesús es nuestro amigo porque no se vale ni de palabras ni de gestos para despreciarnos, así pues, si somos criaturas de Dios, es necesario que comprendamos que lo que él ha creado no es malo, aunque aún no haya alcanzado la plenitud de la perfección. Cuando las cosas nos salgan mal, nos esforzaremos para no despreciarnos a nosotros mismos, por consiguiente, podemos entender el hecho de que ciertas personas nos hieran espiritualmente, pero no es aceptable el hecho de que nosotros nos convirtamos en nuestros peores enemigos. No olvidemos que, quienes tienen muchos enemigos, tienen una alta probabilidad de habérselos ganado.
Jesús es nuestro amigo porque nos corrige pacientemente cuando nos equivocamos, y nos felicita cuando actuamos como nos corresponde hacerlo a sus hermanos.
Jesús es nuestro amigo, porque él valora nuestros aciertos, e intenta corregirnos nuestros fallos, siempre que nos dejemos impulsar por el Espíritu Santo.
Jesús es nuestro amigo porque elogia nuestros aciertos a diario, y nos felicita por todas las cosas que aprendemos, por consiguiente, todos los días nos acostamos con la satisfacción de haber aprendido algo nuevo.
Si nos valoramos, estemos donde estemos, con quien estemos, y ocupados en la resolución del asunto que estemos, no nos olvidaremos de nosotros, porque, al ser criaturas de Dios, sabemos que él no hace las cosas mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario