Hace ya unos años, leí en un periódico colombiano un cuento que se llamaba Un minuto de silencio y decía: “Antes del encuentro de fútbol –graderías llenas, grandes manchas humanas de colores movedizos– se pidió un minuto de silencio por cada uno de los asesinados. El país permaneció 50 años en silencio".
En un editorial de la revista Theologica Xaveriana (Enero-Marzo de 2002), titulada «Ni guerra santa, ni justicia infinita», se incluyó la declaración que hizo pública la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, con motivo del “vil asesinato de Monseñor Isaías Duarte Cancino”, Arzobispo de Cali. En uno de sus apartes, esta declaración dice: “Y en medio del silencio en el que nos deja la consternación frente a este magnicidio, creemos que es insoslayable preguntarnos en profundidad por las complejas causas no sólo de este homicidio sino el de tantas colombianas y colombianos que mueren de similar forma todos los días y que ya suman la aterradora cifra de 250.000 en los últimos diez años”.
Cuando leí esta cifra me pregunté cuántas personas están heridas por la muerte violenta de un ser querido en este país... Cada muerto ha dejado una familia entera herida... padres, madres, hermanos hermanas, hijos, hijas... ¿Cuántos huérfanos ha dejado esta guerra fratricida? ¿Cuántos huérfanos ha dejado la guerra entre palestinos e israelitas? ¿Cuántos huérfanos han dejado las guerras y la violencia en este mundo? ¿Cuántos huérfanos más necesitamos para detener esta espiral de violencia que nos absorbe sin compasión?
“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes”, es lo que nos dice Jesús este domingo.
En la Escritura, los huérfanos casi siempre aparecen junto a las viudas y a los forasteros... El Deuteronomio y los Profetas invitan, de una y otra forma, a hacer justicia a los huérfanos, a las viudas y a los forasteros. Hoy también el Señor nos está pidiendo a gritos, que hagamos justicia a tantos huérfanos que deja el conflicto armado; a las viudas y a los desplazados que tienen que abandonar su tierra para proteger la propia vida y la de sus seres queridos.
El Señor nos envía un Defensor y promete que no nos dejará huérfanos cuando se vaya; esta promesa de Jesús nos compromete a hacer lo mismo hoy para aquellos que sufren con las consecuencias de la guerra; tenemos que ser defensores del huérfano, de la viuda y del forastero. Que el Espíritu de la verdad nos impulse a colaborar en la construcción de un país en el que no tengamos que permanecer cincuenta años en silencio...
En un editorial de la revista Theologica Xaveriana (Enero-Marzo de 2002), titulada «Ni guerra santa, ni justicia infinita», se incluyó la declaración que hizo pública la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, con motivo del “vil asesinato de Monseñor Isaías Duarte Cancino”, Arzobispo de Cali. En uno de sus apartes, esta declaración dice: “Y en medio del silencio en el que nos deja la consternación frente a este magnicidio, creemos que es insoslayable preguntarnos en profundidad por las complejas causas no sólo de este homicidio sino el de tantas colombianas y colombianos que mueren de similar forma todos los días y que ya suman la aterradora cifra de 250.000 en los últimos diez años”.
Cuando leí esta cifra me pregunté cuántas personas están heridas por la muerte violenta de un ser querido en este país... Cada muerto ha dejado una familia entera herida... padres, madres, hermanos hermanas, hijos, hijas... ¿Cuántos huérfanos ha dejado esta guerra fratricida? ¿Cuántos huérfanos ha dejado la guerra entre palestinos e israelitas? ¿Cuántos huérfanos han dejado las guerras y la violencia en este mundo? ¿Cuántos huérfanos más necesitamos para detener esta espiral de violencia que nos absorbe sin compasión?
“Si ustedes me aman, obedecerán mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que les mande otro Defensor, el Espíritu de la verdad, para que esté siempre con ustedes. Los que son del mundo no lo pueden recibir, porque no lo ven ni lo conocen; pero ustedes lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los voy a dejar huérfanos; volveré para estar con ustedes”, es lo que nos dice Jesús este domingo.
En la Escritura, los huérfanos casi siempre aparecen junto a las viudas y a los forasteros... El Deuteronomio y los Profetas invitan, de una y otra forma, a hacer justicia a los huérfanos, a las viudas y a los forasteros. Hoy también el Señor nos está pidiendo a gritos, que hagamos justicia a tantos huérfanos que deja el conflicto armado; a las viudas y a los desplazados que tienen que abandonar su tierra para proteger la propia vida y la de sus seres queridos.
El Señor nos envía un Defensor y promete que no nos dejará huérfanos cuando se vaya; esta promesa de Jesús nos compromete a hacer lo mismo hoy para aquellos que sufren con las consecuencias de la guerra; tenemos que ser defensores del huérfano, de la viuda y del forastero. Que el Espíritu de la verdad nos impulse a colaborar en la construcción de un país en el que no tengamos que permanecer cincuenta años en silencio...
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