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miércoles, 21 de mayo de 2008

Corpus Christi - Ciclo A: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?


52-55 Los judíos aquellos discutían acaloradamente unos con otros diciendo: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Les dijo Jesús: «Pues sí, os lo aseguro: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida definitiva y yo lo resucitaré el último día, porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
Las palabras anteriores de Jesús no provocan ahora sólo una crítica, sino una discordia entre sus adversarios. La mención de “su carne” los ha desorientado y les ha quitado la seguridad. Mientras Jesús se mantuvo en la metáfora del pan, creían comprender; podían aún interpretar que se presentaba como un maestro de sabiduría enviado por Dios. Pero Jesús ha precisado que ese pan es su misma realidad humana (su carne), no una doctrina. Ya no entienden qué puede significar “comer su carne”.
Jesús hace una nueva declaración, que explica la anterior: comer y beber significan asimilarse a él, aceptar y hacer propio el amor expresado en su vida (su carne) y en su muerte (su sangre). En el éxodo de Egipto, la carne del cordero fue alimento para la salida de la esclavitud, y su sangre liberó a los israelitas de la muerte por mano del exterminador (Éx 12,1-14). En el nuevo éxodo, la carne de Jesús es alimento permanente, y su sangre no libera momentáneamente de la muerte, sino, como su carne, da vida definitiva, que la supera.
La doble fórmula "comer la carne" y "beber la sangre" distingue entre la realidad histórica de Jesús (carne = hombre mortal) y su entrega hasta el fin (sangre = don de su vida). Se subraya así el doble aspecto de la adhesión: significa en primer lugar la identificación del discípulo con Jesús, el Hombre pleno, y la aspiración a alcanzar la plenitud mediante una actividad como la suya en favor de los hombres. En segundo lugar, y como expresión de la identificación interior, no cesar en esa labor, no retroceder ni siquiera ante la prueba extrema.
La frase de Jesús: no tenéis vida en vosotros, es decisiva; no hay realización del hombresi no es por la asimilación a Jesús, obra del Espíritu que de él se recibe y que lleva a una entrega y a una calidad humana como la suya.

Es evidente la alusión a la eucaristía, que queda así puesta bajo el signo del Hijo del hombre. El pan y el vino eucarísticos son así símbolo de Jesús en cuanto es el modelo de Hombre, de su ser y actividad y de su entrega hasta el fin. El compromiso cristiano renovado en la eucaristía consiste, por tanto, en la mayor asimilación a este modelo.
Se expone al mismo tiempo el doble aspecto de la eucaristía: es el nuevo maná, el alimento, vehículo del Espíritu, que da fuerza y vida, y la nueva norma de vida, no por un código externo (la Ley), sino por la identificación con Jesús, que lleva a una entrega como la suya (cf. 1,16: un amor que responde a su amor). Jesús no es un modelo exterior que imitar, sino una realidad interiorizada. Esta comunión íntima cambia interiormente al discípulo.
El éxito está asegurado: el que se asimila al modelo de Hombre tiene vida definitiva, pues posee el Espíritu de Dios. Inmediatamente expone Jesús con otras palabras el don de la vida definitiva: él va a resucitarlo "el último día", el de su muerte, cuando comunicará su Espíritu (cf. 6,39).
Cuando afirma Jesús que "su carne es verdadera comida" y "su sangre verdadera bebida" quiere decir que la asimilación a su estilo de vida y a su entrega, el desarrollo y plenitud expresados por la denominación "el Hijo del hombre", son realmente posibles. Cada uno puede hacer suyo este ideal, seguro de que no es irrealizable.

56-58 Quien come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él; como a mí me envió el Padre que vive y, así, yo vivo por el Padre, también aquel que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo, no como el que comieron vuestros padres y murieron; quien come pan de éste vivirá para siempre».
Asimilar la carne y la sangre de Jesús, es decir, hacer propio el ideal de Hombre que él propone, con una actividad y entrega como la suya, implica una compenetración con él que hace compartir su misma vida. En Jesús, el Padre adquiere rostro humano y presencia en el tiempo, mientras Jesús, en comunión con el Padre, adquiere rostro divino. El que se adhiere a Jesús reproduce en sí mismo ese proceso, entrando en la unidad del Padre y del Hijo. Es el núcleo del mensaje de Juan (17,20-26).
La vida que Jesús posee procede del Padre (cf. 1,32: el Espíritu que bajaba como paloma desde el cielo y se quedó sobre él) y él vive en total dedicación al designio de Dios de dar vida al mundo (4,34; 6,39-40.51). Jesús comunica esa vida a los suyos: la actitud de éstos ha de ser dedicarse a cumplir el mismo designio.
Se cierra el tema del maná, comenzado en la perícopa anterior (6,31) y recogido en la primera parte de ésta (6,41.49.51). El maná no consiguió completar el antiguo éxodo; el éxodo de Jesús, en cambio, llega a su fin: quien come pan de éste vivirá para siempre. Ese pan ha bajado del cielo. Jesús se refiere ahora a sí mismo como dador del Espíritu (cf. 6,33.34), disponible para los hombres.
Se refiere Jesús en esta perícopa a la nueva comunidad humana, que, a diferencia de la que se constituyó en el Sinaí, que murió en el desierto, llegará a la tierra prometida, a la vida definitiva. Sin embargo, cada vez que hace alusión al seguimiento (comer / beber), Jesús se refiere al individuo, no a la comunidad como tal. Para él, su comunidad no es "gente" ni "multitud" (6,5), sino "hombres adultos" (6,10), donde cada uno hace su opción personal y libre y tiene su propia responsabilidad en el seguimiento y en la asimilación a él.

59 Esto lo dijo enseñando en una sinagoga, en Cafarnaún.
Termina la perícopa indicando la ocasión y el lugar.

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