Pentecostés en cuatro dimensiones: María, Lucas, Juan y Pablo. La liturgia nos invita a contemplar Pentecostés desde estas cuatro perspectivas.
María, símbolo de la comunidad ungida
Ella, María, había recibido el Espíritu con anticipación. La Energía de Dios se había apoderado de su ser con una presión inimaginable. "¿Cómo será esto?", se preguntaba. ¿Cómo puede un ser humano "engendrar" al Hijo de Dios? ¡Sólo a través de un Pentecostés maravilloso! La santa Paloma iluminó todo su ser -alma y cuerpo-, encendió su corazón, todo lo dejó a punto, para que concibiera. Después la acompañó segundo a segundo para que pudiera dar a luz y le inspiró el nombre, el título de su obra.
En esta mujer, María, nos vemos reflejados. Es la mejor imagen de nuestra comunidad, la Iglesia. Ella estuvo allá, el día de Pentecostés. Esta vez descendió el Espíritu sobre todos y, ella incluida. El Espíritu desciende y se comunica a todos para realizar una gran obra, semejante a la de la Encarnación santa. El Espíritu desciende para hacer "madre" a la comunidad, fuente de vida, generadora de Jesús por la palabra y el sacramento. Cuando acontece Pentecostés hay Inspiración y fecundidad. Todo se ilumina. Se abren las puertas y todo se vuelve viable. Hoy es nuestra fiesta comunitaria. Hoy es la Pascua del Espíritu.
En esta mujer, María, nos vemos reflejados. Es la mejor imagen de nuestra comunidad, la Iglesia. Ella estuvo allá, el día de Pentecostés. Esta vez descendió el Espíritu sobre todos y, ella incluida. El Espíritu desciende y se comunica a todos para realizar una gran obra, semejante a la de la Encarnación santa. El Espíritu desciende para hacer "madre" a la comunidad, fuente de vida, generadora de Jesús por la palabra y el sacramento. Cuando acontece Pentecostés hay Inspiración y fecundidad. Todo se ilumina. Se abren las puertas y todo se vuelve viable. Hoy es nuestra fiesta comunitaria. Hoy es la Pascua del Espíritu.
Lenguas de fuego (versión de Lucas)
Jesús resucitado pide a su comunidad que no se aparte de Jerusalén. Le espera el gran regalo-Promesa del Padre. Su comunidad se imaginó que se trataba del sueño nacionalista ¡restauración del reino en Israel! Jesús se refería al bautismo del Espíritu. Gracias a él, discípulas y discípulos se convertirían en ciudadanos del mundo, testigos hasta los confines de la tierra, carismáticos capaces de obrar milagros. Y llegó el bautismo del Espíritu en el Cenáculo, como un huracán. Aparecieron “lenguas” –"lenguajes”; que se iban repartiendo. Todos pudieron hablar y todo el mundo pudo comprenderlos. El Espíritu se expresó maravillosamente en sus palabras.
En el Cenáculo aparecen lenguas "como de fuego"; a través de ellas el Espíritu se derrama. Ese Fuego divino reconstruye la interioridad perdida, suscita la oración que parece imposible, re-une a quienes los acontecimientos de la vida habían separado, re-anima a quienes habían perdido el sentido y la ilusión, lanza a quienes temerosos se recluyen y se amilanan. El Espíritu es también Viento que no puede ser contenido en la mera interioridad del Cenáculo. Es el «Ite missa est» que, después de la Cena Eucarística, dispersa a todos los reunidos en la única mesa, por todos los caminos y lugares del mundo. Pensemos, imaginemos esa impresionante dispersión que se produce cada domingo, en tantísimos lugares de la tierra, cuando el presbítero pronuncia el «Ite missa est». Todos salen, salimos del Cenáculo. Ese es también el dinamismo del Espíritu. Y entonces la comunidad anuncia a Jesús en tantas y tantas lenguas... Hoy más que nunca la Iglesia habla muchas, muchísimas lenguas...
En el Cenáculo aparecen lenguas "como de fuego"; a través de ellas el Espíritu se derrama. Ese Fuego divino reconstruye la interioridad perdida, suscita la oración que parece imposible, re-une a quienes los acontecimientos de la vida habían separado, re-anima a quienes habían perdido el sentido y la ilusión, lanza a quienes temerosos se recluyen y se amilanan. El Espíritu es también Viento que no puede ser contenido en la mera interioridad del Cenáculo. Es el «Ite missa est» que, después de la Cena Eucarística, dispersa a todos los reunidos en la única mesa, por todos los caminos y lugares del mundo. Pensemos, imaginemos esa impresionante dispersión que se produce cada domingo, en tantísimos lugares de la tierra, cuando el presbítero pronuncia el «Ite missa est». Todos salen, salimos del Cenáculo. Ese es también el dinamismo del Espíritu. Y entonces la comunidad anuncia a Jesús en tantas y tantas lenguas... Hoy más que nunca la Iglesia habla muchas, muchísimas lenguas...
Aliento del Resucitado sobre todos (versión de Juan)
¡En el Cenáculo... Jesús exhaló su aliento sobre ellos y ellas! El Cenáculo es el lugar, el hogar, donde acontece la Cena de la Comunión. Es ámbito de interioridad, donde Jesús comunica sus confidencias, donde se recrea la comunión, donde se sueña el futuro. Cénaculo es el símbolo de la contemplación comunitaria, de la oración conjunta, de la espera anhelante. Es punto de llegada. El Espíritu llena la Casa, enciende el hogar. Pero, aun antes de aparecer visiblemente, allí está el Espíritu desprendiéndose de Jesús, que «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo». Allí está emanando, como perfume, de María, que concibió precisamente por medio de Él. El Espíritu es el gran artista de los interiores.
Cada comunidad cristiana está diseñada para ser cenáculo. Ese fue el proyecto, el sueño de Dios que nos con-vocó para entrar en el Cenáculo. Por diferentes caminos, siguiendo a Jesús, hemos llegado hasta ese misterioso lugar. Tenemos un puesto en la mesa eucarística. Tenemos el privilegio de la habitación adornada, de la mesa siempre puesta, donde se ofrece el pan, el vino y la palabra; donde el Espíritu consagra los dones y la comunidad, donde se celebra el amor y la comunión mutua, donde el Señor deja –de una eucaristía a otra- su memorial permanente. Desde esa bendita habitación se transforma la casa. También nuestra iglesia es casa del Espíritu. Allí está actuando en cada uno de nosotros, de forma silenciosa.
Cada comunidad cristiana está diseñada para ser cenáculo. Ese fue el proyecto, el sueño de Dios que nos con-vocó para entrar en el Cenáculo. Por diferentes caminos, siguiendo a Jesús, hemos llegado hasta ese misterioso lugar. Tenemos un puesto en la mesa eucarística. Tenemos el privilegio de la habitación adornada, de la mesa siempre puesta, donde se ofrece el pan, el vino y la palabra; donde el Espíritu consagra los dones y la comunidad, donde se celebra el amor y la comunión mutua, donde el Señor deja –de una eucaristía a otra- su memorial permanente. Desde esa bendita habitación se transforma la casa. También nuestra iglesia es casa del Espíritu. Allí está actuando en cada uno de nosotros, de forma silenciosa.
Carismas en ebullición (versión de Pablo)
El Espíritu nos lleva a todos los talleres del mundo en los que se construye lo nuevo. Por eso, Pablo nos acaba de hablar de una variedad impresionante de carismas, que bullen en la comunidad cristiana.
Para que esto sea cada vez más posible, necesitamos introducir notables cambios en nuestra forma de entender las cosas. No solo necesitamos líderes que nos gobiernes; también y, sobre todo, mecenas, que hagan viable la riqueza carismática de la comunidad cristiana: miles y miles de carismas individuales, que no encuentran en nuestras iglesias su espacio de actuación. El re-nacimiento en la vida de la Iglesia se producirá a través de un nuevo mecenazgo: el carisma de la mujer, el carisma del laico, el carisma del artista, el carisma del político... Los mecenas en el Espíritu disciernen dónde actúa: no apagan la mecha humeante, ni quiebran la caña cascada; creen en los otros: "quien te cree te crea".
La Lluvia y el Viento de Dios desean que todas las semillas nazcan, se desarrollen, lleguen a sazón. Hay que estar dispuesto a atender lo que el Espíritu, que nos da los nuevos dones, parece querer. No debemos quemar en viejas instituciones carismas nuevos. No hemos de sacrificar la creatividad en pro de la conservación. Si hay que acabar con lo viejo, se acaba. Los mecenas, se convierten entonces en estrategas del cambio, en parteros de la nueva vida.
María, Lucas, Juan y Pablo nos invitan a disfrutar de la riqueza del evento Pentecostés. Si estamos atentos... en Pentecostés ¡siempre acontece algo!
Para que esto sea cada vez más posible, necesitamos introducir notables cambios en nuestra forma de entender las cosas. No solo necesitamos líderes que nos gobiernes; también y, sobre todo, mecenas, que hagan viable la riqueza carismática de la comunidad cristiana: miles y miles de carismas individuales, que no encuentran en nuestras iglesias su espacio de actuación. El re-nacimiento en la vida de la Iglesia se producirá a través de un nuevo mecenazgo: el carisma de la mujer, el carisma del laico, el carisma del artista, el carisma del político... Los mecenas en el Espíritu disciernen dónde actúa: no apagan la mecha humeante, ni quiebran la caña cascada; creen en los otros: "quien te cree te crea".
La Lluvia y el Viento de Dios desean que todas las semillas nazcan, se desarrollen, lleguen a sazón. Hay que estar dispuesto a atender lo que el Espíritu, que nos da los nuevos dones, parece querer. No debemos quemar en viejas instituciones carismas nuevos. No hemos de sacrificar la creatividad en pro de la conservación. Si hay que acabar con lo viejo, se acaba. Los mecenas, se convierten entonces en estrategas del cambio, en parteros de la nueva vida.
María, Lucas, Juan y Pablo nos invitan a disfrutar de la riqueza del evento Pentecostés. Si estamos atentos... en Pentecostés ¡siempre acontece algo!
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