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martes, 6 de mayo de 2008

Evangelio del Día Comentado: Martes 6 de mayo

EVANGELIO
Juan 17, 1-11

17 1Así habló Jesús y, levantando los ojos al cielo, dijo:
-Padre, ha llegado la hora: manifiesta la gloria de tu Hijo, para que el Hijo manifieste la tuya: 2ya que le has dado esa capacidad para con todo hombre, que les dé a ellos vida definitiva, a todo lo que le has entregado; 3y ésta es la vida definitiva, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, conociendo a tu enviado, Jesús Mesías.
4Yo he manifestado tu gloria en la tierra dando remate a la obra que me encargaste realizar; 5ahora, Padre, manifiesta tú mi gloria a tu lado, la gloria que tenía antes que el mundo existiera en tu presencia.
6He manifestado tu persona a los hombres que me entregaste sacándolos del mundo; tuyos eran, a mí me los entregaste y vienen cumpliendo tu mensaje. 7Ahora ya conocen que todo lo que me has dado procede de ti; 8porque las exigencias que tú me entregaste se las he entregado a ellos y ellos las han aceptado, y así han conocido de veras que de ti procedo y han creído que tú me enviaste.
9Yo te ruego por ellos; no te ruego por el mundo, sino por los que me has entregado, porque son tuyos 10(como todo lo mío es tuyo, también lo tuyo es mío); en ellos dejo manifiesta mi gloria 11y no voy a estar más en el mundo; mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo.


COMENTARIOS

I

v. 17,1 Así habló Jesús y, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora: manifiesta la gloria de tu Hijo, para que el Hijo manifieste la tuya».
Para hablar con el Padre, Jesús levanta los ojos al cielo, que, por su elevación, es símbolo de la esfera divina. "El cielo" es, figuradamente, la morada del Padre, de donde bajó el Espíritu sobre Jesús (1,32s) y de donde, en cuanto Hombre-Dios, puede decir que ha bajado él mismo (3,13.31, etc.). “Padre” es el apelativo de Dios que lo caracteriza como el que por amor comunica su propia vida y muestra la relación que él tiene con el que lo pronuncia.
Ha llegado la hora anunciada en Caná (2,4) y que había provocado la crisis de Jesús (12,27). Jesús la acepta plenamente; es más, va a pedir que no se demore. Sabe que ella significa su victoria (16,33).
Sin usar verbos que signifiquen ruego, Jesús pide al Padre que se realice el acontecimiento salvador, la manifestación de su gloria-amor. Es la gloria del Hijo de Dios (tu Hijo), es decir, del que reproduce exactamente los rasgos del Padre. Le urge manifestar su propio amor, para que en él se manifieste el amor del Padre a la humanidad. Pide así que, con el don de su propia vida, brille en todo su esplendor ese amor sin límite, capaz de vencer incluso el odio que históricamente lo lleva a la muerte.

vv. 2-3 «Ya que le has dado esa capacidad para con todo mortal, que les dé a ellos vida definitiva, a todo lo que le has entregado. Y ésta es la vida definitiva, reconocerte a ti como el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesús, como Mesías».
De Jesús depende que culmine la obra creadora de Dios, pues sólo él tiene la capacidad de llevarla a término en los demás hombres. Al referirse al ser humano como “mortal" (lit. "carne”), lo considera en su condición efímera: es el hombre no acabado. Jesús, “carne” más Espíritu, es el Hombre-Dios, el proyecto de Dios realizado y es él quien, comunicando el Espíritu que posee, da la posibilidad a los demás hombres de obtener vida definitiva. El mundo futuro está ya presente en la comunidad de Jesús. El reinado de Dios empieza a realizarse en la tierra.
“Lo que le has entregado” (6,37.39; 10,29). Ésta expresión neutra designa el grupo de los discípulos como un todo: el Padre ha entregado a Jesús los que escuchan y aprenden de él (6,45), los que responden a la llamada de la vida.
La vida definitiva consiste en reconocer que sólo el Dios que es Padre es verdadero, rechazando toda otra idea o concepción de Dios: un dios que establece con el hombre una relación señor-siervo es falso.
Pero este reconocimiento no es meramente intelectual, sino relacional. Sólo puede reconocer que Dios es Padre quien experimenta el amor que lo hace hijo. Y sólo puede reconocer a Jesús como Mesías-Salvador el que experimenta la liberación y salvación que él trae (14,20). Una y otra experiencia se identifican con la del Espíritu, que es la vida definitiva.

vv. 4-5 «Yo he manifestado tu gloria en la tierra dando remate a la obra que me encargaste realizar; ahora, Padre, manifiesta tú mi gloria a tu lado, la gloria que tenía antes que el mundo existiera en tu presencia».
Jesús ha hecho patente ante los hombres (en la tierra) la gloria-amor del Padre, llevando a término su obra. Lo hace, en primer lugar, en sí mismo: la manifestación de su amor hasta el extremo, que lo lleva a la plenitud de la condición divina, acaba en él la obra creadora e inaugura el mundo nuevo y definitivo. En segundo lugar, da remate a la obra del Padre en los que le han prestado adhesión, comunicándoles el Espíritu, que los encamina hacia su plenitud humana y los sitúa frente al Padre en la condición de hijos.
Pide Jesús al Padre que haga resplandecer su gloria-amor, avalándolo con su presencia (a tu lado), para que él demuestre plenamente su capacidad de amar y de comunicar vida. De esa unión con el Padre dimanará el don del Espíritu a los hombres y con él brillará permanentemente la gloria del Hijo. De este modo, su muerte será la prueba indiscutible de que su propia obra y amor son los del Padre.
La gloria de Jesús es la del proyecto divino realizado en él, pues este proyecto, concebido antes de la creación del mundo, era la existencia del Hombre-Dios (1,1), lleno de la gloria del Padre (1,14).

v. 6 «He manifestado tu persona a los hombres que me entregaste sacándolos del mundo; tuyos eran, a mí me los entregaste y vienen cumpliendo tu mensaje».
Comienza la oración de Jesús por los discípulos allí presentes. Jesús les ha manifestado la persona del Padre, porque verlo a él es ver al Padre (12,45, 14,9), es decir, actuando a través de Jesús, el Padre se manifiesta a los hombres (9,3). Los discípulos, por su parte, contemplan en Jesús la gloria del Padre que lo llena (1,14) y que es su propia gloria (2,11).
La llamada del Padre ha hecho que ellos rompan con el sistema de injusticia y muerte (sacándolos del mundo). Se han asociado al éxodo de Jesús (8,12).
Los discípulos eran del Padre porque habían respondido a su ofrecimiento, pero el Padre se los entrega a Jesús, pues él ha de llevar a cabo la obra salvadora. Han ido cumpliendo el mensaje del Padre, que es también el de Jesús (14,24); es el mensaje del amor, que a través de ellos va realizando el designio de Dios sobre el ser humano.

vv. 7-8 «Ahora ya conocen que todo lo que me has dado procede de ti; porque las exigencias que tú me entregaste se las he entregado a ellos y ellos las han aceptado, y así han conocido de veras que de ti procedo y han creído que tú me enviaste».
En el centro de este pasaje se explica el requisito para llegar al conocimiento: las exigencias ... las han aceptado, y así han conocido... Repite aquí Jesús un principio enunciado dos veces en el templo (7,17; 8,31): hay una opción (aceptar las exigencias) que precede al conocimiento y es condición indispensable para él: comprometerse con el bien del hombre. Sin ese compromiso no se sale de la duda.
El pasaje está también en relación con 3,33s: al aceptar las exigencias y llevarlas a la práctica, los discípulos experimentan la acción del Espíritu en ellos; esto los convence de la misión divina de Jesús y de que lo que tiene procede del Padre.
La certeza de la fe no se basa, por tanto, en un testimonio externo, sino en la experiencia de vida que produce la práctica del mensaje de Jesús, creando la comunión con él. Apoyada en esa evidencia, la fe no necesita más prueba y puede resistir todo ataque.
Esta fe descubre el origen divino de la persona y misión de Jesús (que de ti procedo ... que tú me enviaste), y que cada aspecto de su mensaje y modo de obrar (todo lo que me has dado) refleja exactamente lo que es el Padre. Se llega así, a través de Jesús, a conocer al único Dios verdadero.

vv. 9-11a «Yo te ruego por ellos; no te ruego por el mundo, sino por los que me has entregado, porque son tuyos (como todo lo mío es tuyo, también lo tuyo es mío); en ellos dejo manifiesta mi gloria y no voy a estar más en el mundo; mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo».
Jesús tiene en cuenta la circunstancia en que pronuncia esta oración por los suyos; es la de su marcha con el Padre. En las necesidades concretas, la comunidad pide en unión con Jesús (16,16). Ahora, sin embargo, el ruego de Jesús no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio del mundo. Esta oración acompaña la existencia de la comunidad y la sostiene.
Jesús no ruega por el mundo, el orden injusto. Respecto a él, sólo puede desearse que se destruya y desaparezca. La injusticia institucional, que se llama “el mundo”, es enemiga del hombre y, por tanto, de Dios. Subraya Jesús su incompatibilidad con el sistema de opresión y de muerte.
Los discípulos, en cambio, pertenecen al Padre y a Jesús; son objeto del amor inseparable de ambos; son miembros de la misma familia, que tienen su puesto en el hogar del Padre (14,2s).
El distintivo del grupo cristiano es que en él brilla la gloria-amor de Jesús (en ellos dejo manifiesta mi gloria; cf. 13,35). El grupo ha de continuar manifestándolo en su misión, con su actividad en favor de la humanidad entera. Perpetúa así la presencia de Jesús entre los hombres.
El último motivo de la petición de Jesús al Padre es que el grupo va a quedar en medio del mundo, ambiente hostil y seductor al mismo tiempo, sin el soporte de su presencia física (no voy a estar más en el mundo). La comunidad necesitará ayuda para conservar su identidad, resistir a los embates del mundo y seguir manifestando a los hombres el amor fiel de Jesús y del Padre.

v. 11b «Padre santo, guárdalos unidos a tu persona -eso que me has entregado-, para que sean uno como lo somos nosotros».
Jesús pide al Padre por los suyos, para que mantenga a la comunidad unida a él. La unidad va a ser un tema recurrente en el resto del discurso.
“Santo” denota al que es incomparablemente excelso, pero significa al mismo tiempo “santificador”, es decir, el que hace participar a otros de la excelencia divina. De ahí que el apelativo “Padre Santo” prepare la petición final de esta oración: conságralos / santifícalos con la verdad.
Como los discípulos están unidos con Jesús, la vid verdadera, de quien reciben vida (15,1-8), así han de mantenerse unidos con el Padre, permanecer en el ámbito de su amor (cf. 15,10). De este modo mantendrán su propia unidad y no cederán al mundo hostil que los rodea.
Esa unión se realiza en los discípulos por la comunicación del Espíritu (14,16s), que, al crear la relación de amor con el Padre, lo hace presente y mantiene en el ámbito de su presencia. El objetivo último es la unidad. Como entre Jesús y el Padre, se trata de la unidad que produce el amor. Ella será la prueba visible del amor de Dios al hombre y hará realidad en el mundo la alternativa de Jesús.
Jesús va transmitiendo a la comunidad sus propios atributos: él ha sido la manifestación de la gloria-amor del Padre; ahora será la comunidad, con su unidad perfecta, la que la manifieste. La unidad es el presupuesto de la misión y, en cierto modo, su término.

II

Jesús le dice al Padre que ha llegado su hora (en las bodas de Caná no había llegado), para que se manifieste la gloria de Dios en el Hijo, y el amor misericordioso del Padre se derrame sobre toda la humanidad. Jesús no define la vida eterna como algo del más allá, sino como algo concreto y cercano que consiste en conocer a Dios y a Jesús. ¿Quién los conoce realmente? Quien ama como Jesús amó; quien vive como él vivió; quien ora como él oró; quien se compromete con el pobre como Jesús se comprometió; quien lucha por la justicia, la verdad y la paz como Jesús luchó. A partir del versículo seis comienza la oración de Jesús por sus discípulos, conocida como la oración sacerdotal y que suele considerarse el testamento dejado por Jesús a los suyos. Jesús no ruega por el mundo, que representa el proyecto del mal, sino por los discípulos, de ayer y de hoy, que representan el lugar por excelencia donde él manifiesta su gloria. Esto es grandioso, pero al mismo tiempo de gran responsabilidad, pues dependiendo de nuestro testimonio de vida, los demás podrán ver y reconocer la gloria de Jesús.

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