Retrato humano -¡y no robot!- del cristiano:
Tendrá los ojos grandes y juguetones, para mirar siempre con dulzura y con disfrute su tierra, la naturaleza, las cosas, y sobre todo a las personas. Mirará como Dios mira, con profundo cariño y ternura. Verá todo en color, y no en blanco y negro, ni tampoco en escala de grises. Será observador y un gran detector de necesidades. Guiñará el ojo al pobre, al “perdido”, a la presa, al drogadicto, a la enferma, al terrorista. Su mirada será regeneradora al cruzarse con otra mirada, porque trasnmitirá cariño, agradecimiento y esperanza.
Tendrá orejas grandes, para escuchar siempre. Escuchará al cansado, al triste, al que tiene que pedirse permiso para quererse a si mismo, al que no sabe esperar, al que le falta fe. Escuchará a la divorciada vuelta a casar, al homosexual, al hereje, al crítico, al anticlerical, al “distinto”. Escuchará de verdad, y aprenderá escuchando.
Tendrá la boca pequeña y bien cerrada cuando se trate de criticar, de adoctrinar, de “saberlo todo”, de imponer o de ser dogmático. Y tendrá la boca grande cuando se trate de dar esperanza, de sonreír, de besar, de cantar a la vida, de contagiar, de agradecer, de reírse de sí mismo. Para todo esto su boca, sus labios, su sonrisa, serán gigantes.
Sus brazos serán largos, sus manos grandes, para coger, abrazar, acariciar, aplaudir, unir y reponer. Serán finas y sensuales a la hora de acariciar, de expresar el cariño y la ternura, y serán duras, resistentes y siempre manchadas a la hora de trabajar, de crear, de inventar, de mejorar la sociedad, de embarrarse por los otros. Será un buen constructor de puentes, y un buen destructor de muros. Usará sus manos para ayudar, para sostener, para regalar, y para “poner lazos” a los regalos que reciba: ¡sus hermanos!
Tendrá arrugas encantadoras, bien ganadas, de esas que no hablan de la edad, sino del amor, del desgastarse por el otro.
Sus pies serán grandes y descalzos, para recorrer los caminos de la vida con sencillez, al estilo del Galileo, sintiendo la tierra en sus pies desnudos, sin moqueta doctrinal. Se sentirá uno con su tierra, con la hermana naturaleza. Y hará de este mundo la casa de todos.
Tendrá un corazón gigante y siempre rebosando de inocencia, ilusión, disfrute, adolescencia, cariño, gestos, regalos, personas, palabras y silencios. Bombeará vida y agradecimiento, optimismo y entrega, esperanza y amor hasta el extremo.
Sus pulmones estarán bien hinchados: de aire puro, fresco, de novedad, de Dios (éste será su oxígeno).
Tendrá las espaldas anchas, para superar los golpes de la vida, para no darle importancia a lo que no es fundamental, para relativizarse a sí mismo… y para cargar con el débil y el cansado. Su columna será resistente para defender al pobre, al último, al que no cuenta. Pero no se pondrá a la defensiva ante las críticas y nuevas realidades del mundo, sino que aprenderá de ellas. Será una columna flexible, elástica, juguetona y bailarina.
Su piel transpirará mucho, porque orará intensamente, se aireará y se renovará a cada momento, cuidando mucho su vida interior. La transpiración será la fuente de su inspiración. No llamará “inspiración” a lo que no venga del buen humor y de la fe en los seres humanos, incluídos sus errores y sus payasadas.
Sus órganos sexuales serán juguetones, intensos, fértiles, y con una gran potencia transmisora de vida. Juguetones para “jugársela por el otro” (y no para “jugar con el otro”). Generará vida, multiplicará cristianos, transmitirá impulso y pasión por la Vida. No entenderá su ser en Dios sin su dimensión corporal y sexual, sin su capacidad de disfrute.
Tendrá una memoria selectiva: muy pequeña a la hora de recordar las ofensas, los pecados de los demás, las propias miserias. Tampoco recordará demasiado los dogmas, los ritos, aspectos secundarios de la tradición y las normas del derecho canónico. Tendrá, en cambio, una memoria gigante a la hora de acordarse del amor de Dios, de Jesús, a la hora de amar, de agradecer, de animar, de ser positivo, de sentirse salvado, de contagiar fe y ganas de vivir desde las bienaventuranzas. En cada situación detectará con facilidad el “aire de familia” práctico con el Nazareno, con sabor a “Reinado de Dios”.
Será inteligente, pero humilde. Reconocerá que no sabe de todo (y menos lo que se refiere a Dios), que no puede hablar de todo. Asumirá sus limitaciones, su capacidad de equivocarse, lo cual le será de gran ayuda a la hora de ser reflexivo y prudente.
El hemisferio creativo de su cerebro estará muy desarrollado, porque será muy ingenioso, poético, músico, informal, poco solemne… ¡sanamente imprevisible! Hará todo nuevo cada día.
Dispondrá de un cerebro ceLebrado (con gran capacidad celebrativa), que le ayudará a vivir cada momento del día, cada encuentro comunitario como una auténtica fiesta. Huirá de celebraciones des-celebradas, que secuestran la frescura del encuentro fraterno. En la espontaneidad, en la naturalidad, en el encuentro y en la complicidad, encontrará la “solemnidad” para vivir lo importante de su fe. Experimentará la presencia de Cristo de una manera nueva, profundamente comunitaria, profundamente humana, profundamente solidaria, profundamente encarnada, claramente des-ritualizada.
Tendrá poca capacidad espacial, porque no entenderá de territorios, posesiones, fronteras ni propiedad privada. No sabrá qué es Norte y Sur, ni Este y Oeste. Para él no existirán “izquierdas y derechas”, ni “católicos y protestantes”, ni “cristianos y musulmanes”. Tampoco sabrá lo que es “arriba” y “abajo”, ni usará palabras como “jerarquía” o como “superior”. Simplemente amará con locura, sirviendo de un modo organizado, pero sin divinizar las estructuras.
Y tendrá mínima capacidad temporal, porque para él el tiempo estará parado. No utilizará la palabra “prisa”, ni pedirá permiso al reloj para reír, cantar, aplaudir y dar besos. Nunca dirá “no tengo tiempo”, porque siempre estará dispuesto a arrimar el hombro cuando se le necesite. Entenderá el pasado-presente-futuro de una manera peculiar: se acordará de los errores del pasado, para no repetirlos. Relativizará las insistencias del presente, porque sabe que serán matizadas. No absolutizará las formas, porque sabe que pasarán. Esperará y construirá un futuro más humano. Se sentirá unido a todos los cristianos del pasado, del presente y del futuro, sabiendo que hay unidad en la multiformidad, sin insistir en lo que será relativizado.
Le “dolerá el bolsillo”, porque será solidario y compartirá sus bienes. Pero no le dolerá el espíritu, ya que se ensanchará con cada acto de generosidad.
Aprenderá siempre, gozará siempre, agradecerá siempre, aplaudirá siempre, se querrá a sí mismo con locura, y amará hasta el extremo.
Tendrá un poco de loco, otro poco de enamorado, otro de poeta, otro de payaso, otro de soñador, y otro de músico, necesarios para construir ese otro mundo posible.
El cristiano que yo sueño será plenamente humano, plenamente “comunidad” y plenamente feliz.
¿Cómo es el cristiano que tú sueñas?
Tendrá orejas grandes, para escuchar siempre. Escuchará al cansado, al triste, al que tiene que pedirse permiso para quererse a si mismo, al que no sabe esperar, al que le falta fe. Escuchará a la divorciada vuelta a casar, al homosexual, al hereje, al crítico, al anticlerical, al “distinto”. Escuchará de verdad, y aprenderá escuchando.
Tendrá la boca pequeña y bien cerrada cuando se trate de criticar, de adoctrinar, de “saberlo todo”, de imponer o de ser dogmático. Y tendrá la boca grande cuando se trate de dar esperanza, de sonreír, de besar, de cantar a la vida, de contagiar, de agradecer, de reírse de sí mismo. Para todo esto su boca, sus labios, su sonrisa, serán gigantes.
Sus brazos serán largos, sus manos grandes, para coger, abrazar, acariciar, aplaudir, unir y reponer. Serán finas y sensuales a la hora de acariciar, de expresar el cariño y la ternura, y serán duras, resistentes y siempre manchadas a la hora de trabajar, de crear, de inventar, de mejorar la sociedad, de embarrarse por los otros. Será un buen constructor de puentes, y un buen destructor de muros. Usará sus manos para ayudar, para sostener, para regalar, y para “poner lazos” a los regalos que reciba: ¡sus hermanos!
Tendrá arrugas encantadoras, bien ganadas, de esas que no hablan de la edad, sino del amor, del desgastarse por el otro.
Sus pies serán grandes y descalzos, para recorrer los caminos de la vida con sencillez, al estilo del Galileo, sintiendo la tierra en sus pies desnudos, sin moqueta doctrinal. Se sentirá uno con su tierra, con la hermana naturaleza. Y hará de este mundo la casa de todos.
Tendrá un corazón gigante y siempre rebosando de inocencia, ilusión, disfrute, adolescencia, cariño, gestos, regalos, personas, palabras y silencios. Bombeará vida y agradecimiento, optimismo y entrega, esperanza y amor hasta el extremo.
Sus pulmones estarán bien hinchados: de aire puro, fresco, de novedad, de Dios (éste será su oxígeno).
Tendrá las espaldas anchas, para superar los golpes de la vida, para no darle importancia a lo que no es fundamental, para relativizarse a sí mismo… y para cargar con el débil y el cansado. Su columna será resistente para defender al pobre, al último, al que no cuenta. Pero no se pondrá a la defensiva ante las críticas y nuevas realidades del mundo, sino que aprenderá de ellas. Será una columna flexible, elástica, juguetona y bailarina.
Su piel transpirará mucho, porque orará intensamente, se aireará y se renovará a cada momento, cuidando mucho su vida interior. La transpiración será la fuente de su inspiración. No llamará “inspiración” a lo que no venga del buen humor y de la fe en los seres humanos, incluídos sus errores y sus payasadas.
Sus órganos sexuales serán juguetones, intensos, fértiles, y con una gran potencia transmisora de vida. Juguetones para “jugársela por el otro” (y no para “jugar con el otro”). Generará vida, multiplicará cristianos, transmitirá impulso y pasión por la Vida. No entenderá su ser en Dios sin su dimensión corporal y sexual, sin su capacidad de disfrute.
Tendrá una memoria selectiva: muy pequeña a la hora de recordar las ofensas, los pecados de los demás, las propias miserias. Tampoco recordará demasiado los dogmas, los ritos, aspectos secundarios de la tradición y las normas del derecho canónico. Tendrá, en cambio, una memoria gigante a la hora de acordarse del amor de Dios, de Jesús, a la hora de amar, de agradecer, de animar, de ser positivo, de sentirse salvado, de contagiar fe y ganas de vivir desde las bienaventuranzas. En cada situación detectará con facilidad el “aire de familia” práctico con el Nazareno, con sabor a “Reinado de Dios”.
Será inteligente, pero humilde. Reconocerá que no sabe de todo (y menos lo que se refiere a Dios), que no puede hablar de todo. Asumirá sus limitaciones, su capacidad de equivocarse, lo cual le será de gran ayuda a la hora de ser reflexivo y prudente.
El hemisferio creativo de su cerebro estará muy desarrollado, porque será muy ingenioso, poético, músico, informal, poco solemne… ¡sanamente imprevisible! Hará todo nuevo cada día.
Dispondrá de un cerebro ceLebrado (con gran capacidad celebrativa), que le ayudará a vivir cada momento del día, cada encuentro comunitario como una auténtica fiesta. Huirá de celebraciones des-celebradas, que secuestran la frescura del encuentro fraterno. En la espontaneidad, en la naturalidad, en el encuentro y en la complicidad, encontrará la “solemnidad” para vivir lo importante de su fe. Experimentará la presencia de Cristo de una manera nueva, profundamente comunitaria, profundamente humana, profundamente solidaria, profundamente encarnada, claramente des-ritualizada.
Tendrá poca capacidad espacial, porque no entenderá de territorios, posesiones, fronteras ni propiedad privada. No sabrá qué es Norte y Sur, ni Este y Oeste. Para él no existirán “izquierdas y derechas”, ni “católicos y protestantes”, ni “cristianos y musulmanes”. Tampoco sabrá lo que es “arriba” y “abajo”, ni usará palabras como “jerarquía” o como “superior”. Simplemente amará con locura, sirviendo de un modo organizado, pero sin divinizar las estructuras.
Y tendrá mínima capacidad temporal, porque para él el tiempo estará parado. No utilizará la palabra “prisa”, ni pedirá permiso al reloj para reír, cantar, aplaudir y dar besos. Nunca dirá “no tengo tiempo”, porque siempre estará dispuesto a arrimar el hombro cuando se le necesite. Entenderá el pasado-presente-futuro de una manera peculiar: se acordará de los errores del pasado, para no repetirlos. Relativizará las insistencias del presente, porque sabe que serán matizadas. No absolutizará las formas, porque sabe que pasarán. Esperará y construirá un futuro más humano. Se sentirá unido a todos los cristianos del pasado, del presente y del futuro, sabiendo que hay unidad en la multiformidad, sin insistir en lo que será relativizado.
Le “dolerá el bolsillo”, porque será solidario y compartirá sus bienes. Pero no le dolerá el espíritu, ya que se ensanchará con cada acto de generosidad.
Aprenderá siempre, gozará siempre, agradecerá siempre, aplaudirá siempre, se querrá a sí mismo con locura, y amará hasta el extremo.
Tendrá un poco de loco, otro poco de enamorado, otro de poeta, otro de payaso, otro de soñador, y otro de músico, necesarios para construir ese otro mundo posible.
El cristiano que yo sueño será plenamente humano, plenamente “comunidad” y plenamente feliz.
¿Cómo es el cristiano que tú sueñas?
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