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domingo, 25 de mayo de 2008

Evangelio del Día Comentado: Lunes 26 de mayo

EVANGELIO
Marcos 10, 17-27

17Mientras salía de camino se le acercó uno corriendo y, arrodillándose ante él, le preguntó:
-Maestro insigne, ¿qué tengo que hacer para heredar vida definitiva?
18Jesús le contestó:
-¿Por qué me llamas insigne? Insigne como Dios, ninguno. 19Ya sabes los mandamientos: no mates, no Cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre.
20Él le declaró:
-Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven:
21Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole:
-Una cosa te falta: ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y anda, ven y sígueme.
22A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó entristecido, pues tenía muchas posesiones.
23Jesús, paseando la mirada alrededor, dijo a sus discípulos:
-¡ Con qué dificultad van a entrar en el reino de Dios los que tienen el dinero!
24Los discípulos quedaron desconcertados ante estas palabras suyas. Jesús insistió:
-Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios para los que confían en la riqueza! 25Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el reino de Dios.
26Ellos comentaban, enormemente impresionados:
-Entonces, ¿quién puede subsistir?
27Jesús se les quedó mirando y les dijo:
-Humanamente, imposible, pero no con Dios; porque con Dios todo es posible.


COMENTARIOS

I

vv. 17-18 Mientras salía de camino se le acercó uno corriendo y, arrodillándose ante él, le preguntó: «Maestro insigne, ¿qué tengo que hacer para heredar vida definitiva?» Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas insigne? Insigne como Dios, ninguno».
Un hombre angustiado (arrodillándose ante él) busca solución para un problema crucial: cómo evitar que la muerte sea el fin de todo, qué hacer para tener vida después de la muerte. Reconoce en Jesús un saber superior (Maestro insigne) y cree que puede resolver su problema y calmar su angustia. Jesús le responde que no es necesario consultarle a él, pues, en esta cuestión, los judíos han tenido el mejor de los maestros, Dios.

v. 19 «Ya sabes los mandamientos: no mates, no cometas adulterio, no robes, no des falso testimonio, no defraudes, sustenta a tu padre y a tu madre».
De los diez mandamientos, Jesús omite los tres primeros, que se refieren a Dios; le recuerda solamente los éticos, los que se refieren al prójimo, que son independientes de todo contexto religioso. Mc añade no defraudes, no privar a otro de lo que se le debe. Son mandamientos negativos, que prohiben cometer ciertas injusticias con el prójimo. En último lugar, invirtiendo el orden, menciona el cuarto mandamiento (sustenta a tu padre y a tu madre), insinuando con ello que la obligación para con la familia no puede servir de pretexto para eximirse de la obligación para con la humanidad en general. La condición mínima para superar la muerte es, pues, no ser personalmente injusto con los demás.

v. 20 El le declaró: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde joven».
El hombre declara que siempre ha sido fiel a esos mandamientos. Esto hace ver que Mc describe aquí una figura ideal, el perfecto judío, para crear el contraste con las exigencias del mensaje de Jesús.

v. 21 Jesús se le quedó mirando y le mostró su amor diciéndole: «Una cosa te falta: ve a vender todo lo que tienes y dáselo a los pobres, que tendrás en Dios tu riqueza; y anda, ven y sígueme».
Jesús le demostró su amor invitándolo a seguirlo incorporándose al grupo de discípulos, y le expone la condición que tiene que cumplir. Una cosa te falta: el hombre está preocupado por el más allá, pero eso no basta para su desarrollo como persona; éste se obtiene siguiendo la línea de Jesús, haciéndose último y servidor de todos (9,35), y para ello tiene que abandonar sus muchas posesiones. Así contribuirá a crear en este mundo una sociedad nueva (el reino de Dios) donde reine la justicia y el ser humano encuentre su plenitud.
De hecho, aunque personalmente no es injusto, este hombre está implicado, por su riqueza, en la injusticia de la sociedad. La ética propuesta en los mandamientos de Moisés no elimina la desigualdad ni lleva a una sociedad verdaderamente justa.
Es condición, por tanto, para todo seguidor tomar la decisión de eliminar, en cuanto esté de su parte, la injusticia. Para ello ha de renunciar a la acumulación de bienes (todo lo que tienes), que crea la pobreza de otros, la desigualdad y la dependencia humillante; darlo a los pobres repara a nivel personal esa injusticia.
Por otra parte, la acumulación de bienes proporciona una seguridad en el plano material, pero, al ser injusta, impide el desarrollo humano; la verdadera riqueza y la seguridad definitiva se encuentran sólo en Dios (Dios será tu tesoro, alusión a 10,14: «Dios reina sobre ellos»), que actúa a través de la solidaridad y el amor mutuo de la comunidad de Jesús, y garantiza el desarrollo personal.

v. 22 A estas palabras, el otro frunció el ceño y se marchó entristecido, pues tenía muchas posesiones.
El hombre, por su apego a la riqueza, no asiente a la invitación de Jesús. Su amor a los demás es relativo, no llega al nivel necesario para un cristiano. No está dispuesto a trabajar por un cambio social, por una sociedad justa; la antigua le basta. Prefiere el dinero al bien del hombre.
El grupo de discípulos no ha entendido el mensaje: la ambición de preeminencia (9,34) hace que no aspiren a una sociedad nueva que favorezca el desarrollo humano; su espíritu reformista piensa en las categorías de la antigua: no importa la desigualdad.

v. 23 Jesús, paseando la mirada alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Con qué dificultad van a entrar en el Reino de Dios los que tienen el dinero!»
Jesús resume lo sucedido con el rico y resalta el obstáculo que constituye la riqueza para formar parte del Reino, es decir, de la sociedad nueva. Aquí aparece la diferencia entre la «vida definitiva» a que aspiraba el rico y que puede alcanzar si evita la injusticia, y «el reino de Dios», en el cual no entra y que no puede referirse en concreto más que a la comunidad de Jesús.

vv. 24-25 Los discípulos quedaron desconcertados ante estas palabras suyas. Jesús insistió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios para los que confían en la riqueza! Más fácil es que un camello pase por el ojo de una aguja que no que entre un rico en el Reino de Dios».
Las palabras de Jesús siembran el desconcierto entre los discípulos: ellos piensan que en el reino de Dios (la nueva sociedad) continúan existiendo la riqueza individual y la dependencia que ésta crea (cf. 6,36s).
Jesús no se retracta, sino que insiste en la misma idea (para los que confían en la riqueza, frase muy bien atestiguada y requerida por el v. 25); añade un matiz: el rico no sólo tiene riquezas, sino que confía en ellas, cree que son el único medio de asegurar la propia existencia. Con una frase hiperbólica (mas difícil es que un camello pase...) acentúa la práctica imposibilidad de que un rico renuncie a la seguridad que le da su riqueza para contribuir a la creación de una sociedad nueva (el reino de Dios).

v. 26 Ellos comentaban, enormemente impresionados: «Entonces, ¿quién puede subsistir?»
Los discípulos no se explican la exigencia de Jesús; se preguntan si es posible la subsistencia del grupo sin el apoyo de la riqueza material de algunos de sus miembros (subsistir, gr. sôthênai, escapar de un peligro, aquí el de la indigencia; vse. en 8,35 los dos sentidos de «salvar su vida»).

v. 27 Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Humanamente, imposible, pero no con Dios; porque con Dios todo es posible».
Jesús les da la solución: ellos miran la cuestión desde el punto de vista puramente humano y la juzgan según la experiencia de su sociedad: en ese planteamiento no hay más solución que la riqueza para el problema de la subsistencia. Pero ésta es también posible de otro modo alternativo: con la solidaridad que produce el reinado de Dios.


II

En el evangelio de hoy nos encontramos con que no hay nadie bueno más que Dios, y eso lo afirmamos a otros que seguramente viven apesadumbrados por sus dificultades, enfermedades y problemas; pero, ¿lo experimentamos en nuestra vida de tal forma que podamos proclamarlo creíble? El joven del evangelio también creía que Dios era el único bueno, pero su corazón tenía una gran dependencia de sus riquezas, que le daban más seguridad de la que Dios podía ofrecerle.
Experimentar a Dios bondadoso es un privilegio para aquéllos que no tienen más seguridades que él. Lo imposible para el ser humano es posible para Dios. «Dios lo puede todo» sería entonces la afirmación que deberíamos hacer todos los días ante la impotencia tan humana de garantizarse a sí mismo la propia salvación. Esa convicción podría llevarnos a la comunión perfecta entre unos y otros; a las relaciones de justicia en la verdad, sin inteferencias que las corrompan. Ser creyentes lleva a que seamos humildes; porque mientras unos y otros nos sintamos ombligos del mundo sobre los cuales deba girar el universo, no habrá posibilidad de que el género humano encuentre su plena realización en la historia relacionándose plenamente consigo mismo, con los demás y con el universo en el que está viviendo.

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