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lunes, 26 de mayo de 2008

Cristo, sangre de Dios. El verdadero Grial.

Publicado por El Blog de X. Pikaza

He presentado en los días pasados la fiesta del “Corpus”, el “cuerpo de Dios”. Pero ese cuerpo de Dios sólo puede formarse, en dimensión humana, allí donde cada uno de los hombres y mujeres regala su vida, ofrece su sangre a favor de los demás. Culmino así el motivo anterior y me centro hoy en el “vino de Jesús”, la sangre compartida, que es la fiesta mesiánica de la humanidad. La Iglesia de Jesús es comunión “de sangre”, pero no de sangre racial (de un grupo de elegidos), sino de “sangre abierta a todos”, de solidaridad universal, concreta, amorosa, capaz de crear un compartir el don supremo de la Vida. Éste es el verdadero grial (sangre real, de Dios, de los hombres). que muchos andan buscando por novelas y montes de fantasía (¿de engaño?), siendo que está muy cerca, al alcance de la mano, allí donde los hombres y mujeres se hacen padres/madres y hermanos de sangre. Muchos hemos buscado alguna vez el Santo Grial en alguna cueva/caverna remota... Pero no hay que buscarlo, lo tenemos al alcance de la mano. Más aún, como dice un viejo himno del Grial del siglo XIX, si alguna vez lo encontramos... es que él nos ha encontrado a nosotros

Sangre del Mesías:

Le han acusado de comilón y borracho, amigo de publicanos y pecadores (Mt 10, 19 par). Evidentemente, ha sabido disfrutar del vino y lo ha bebido, en solidaridad con los marginados de su pueblo, ofreciéndoles la promesa y garantía del reino. Ahora, al final de su vida, mantiene ese gesto y continúa ofreciendo vino (reino) a sus discípulos, en favor de los hombres y mujeres, diciéndoles: Tomad y Bebed, Ésta es mi Sangre. Este vino de Jesús, unido al pan de sus comidas y multiplicaciones, ha quedado como signo y gesto distintivo de su alianza universal de reino, abierta hacia marginados y pecadores. Éste es el vino/sangre de la comunión universal de vida.


– La sangre (haima) es vida. Los israelitas pueden comer las varias partes de los animales sacrificados o no sacrificados de forma ritual, pero nunca su sangre porque ella es la vida de la carne y os la he dado para uso del altar, para expiar por vuestras vidas, porque la sangre expía por la vida (Lev 17, 10-12; cf. Gn 9, 4). Dios se ha reservado la sangre, como signo de su poder originario, de forma que comer carne no sangrada o beber sangre constituye la mayor de las impurezas (cf. Hech 15, 29). Pues bien, fiel a su más honda experiencia de trasgresión sacral y ruptura de límites, Jesús ofrece a sus discípulos su sangre, en el signo del vino. Difícilmente podemos hoy imaginar la extrañeza de este gesto, la ruptura que supone: superando el nivel israelita, volviendo a los orígenes de la historia, Jesús ofrece a los humanos su sangre todo lo que es y tiene, su cuerpo y sangre. Así rompe la distinción entre lo sagrado y lo profano; todo en su vida es sagrado, siendo todo profano; todo es amor de madre y amigo, que da su vida (sangre) por los otros, para compartirla con ellos.

– ¿Es sangre de mujer? El tema se encuentra especialmente vinculado al misterio vital de la mujer, con sus menstruaciones y partos. Esta es la sangre generadora, que se expande amenazante y fecunda, dando vida. Es lo más sagrado: sangre de mujer que concibe y alumbra. Es, al mismo tiempo, signo de impureza. La legislación israelita ha tenido un cuidado especial con las mujeres menstruantes o parturientas, al menos desde Lev 12, presentándolas como signo de ambigüedad humana. Pues bien, en esa raíz donde germina y se expande arriesgadamente la vida se ha situado Jesús, ofreciendo a los humanos su sangre, expresada en el vino. Así podemos evocar su gesto, en forma femenina, para después recuperarlo en forma personal, masculina y/o femenina: esta es la sangre de Aquel que sabe dar la propia vida, para así compartirla en gozo feliz con los otros, en forma enamorada.

--Jesús, persona que da su vida, da su verdadera sangre Al decir ésta es mi sangre, Jesús puede interpretarse como mujer (mejor dicho, como persona humana) que da la vida, engendrando así vida, por medio de su sangre, de un modo arriesgado, pacífico, creador, en un contexto donde dominaba la violencia. De esta forma invierte la figura del chivo expiatorio, a quien deben matar los triunfadores del sistema para imponer la paz sobre el conjunto de la población; Jesús no mata a nadie, nada impone, sino que ama y se deja matar por amor, ofreciendo a todos el cuerpo y sangre de su vida.
Siguen teniendo su valor los símbolos tradicionales (pascua, alianza y expiación), pero ellos reciben un sentido nuevo, desde el don de la vida de Jesús, que viene a situarnos de esa forma en el principio de la historia humana, para superar desde allí, en perspectiva de donación, de gracia compartida, de cuerpo hecho regalo, de sangre regalada, la violencia de la historia (que corre el riesgo de destruirse a sí misma, derramando sangre ajena).

En el principio esta la sangre de la madre que se entrega para que nazca vida; así lo han visto los judíos del tiempo de Jesús con sus rituales sobre la sangre menstrual y la sangre del parto. En aquel contexto se decía que de la sangre de la madre nacen los niños.

Después puedeponerse la sangre “masculina”… que aparece muchas veces como signo y consecuencia de una violencia mortal (es la sangre de aquellos que matan a otros, para vivir ellos mismos... Así han matao a Jesús...). Pero Jesús no derrama sangre ajena, sino que ofrece y regala su propia sangre, para crear así una familia universal de amor.
En la meta está la sangre compartida de la humanidad entera..... Todos podemos formar así una misma familia, somos de la misma sangre, nos damos unos a los otros la copa de la vida.

Sangre de Cristo, el ser humano es sangre: es verdadero Grial.

Cierta teología ha recreado la muerte de Jesús en perspectiva de Pascua judía, ha interpretado su sangre en línea de liberación sacrificial: los judíos, perseguidos en Egipto debían sacrificar el cordero “rociando con su sangre el dintel y las jambas de la casa”, para que el Dios del exterminio pasara de largo, sin matarles (cf. Ex 12, 7.13): también Jesús habría derramado su sangre para liberar a los humanos de la ira. Pues bien, la tradición más antigua del Nuevo Testamento ha interpretado la muerte de Jesús en clave de alianza y perdón de los pecados.
La Sangre de la Alianza (Nueva Alianza) de Jesús, no es líquido ritual de sacrificios violentos, pues él ha transcendido ese nivel al vincularse a Dios. Ciertamente, él ha asumido el simbolismo pactual, con la sangre que sirve para social altar de Dios y pueblo, vinculándolos así en un pacto de (cf. Ex 23, 8). Pero él no emplea ya la sangre de animales, sino su propia vida, entregada en favor de los excluidos de Israel y de la tierra y expresada en el signo del vino. Con los excluidos come, en favor de ellos ha muerto, no para pagar a Dios un precio o rescate, sino para regalar su vida en gratuidad, por todos. De esa forma, con la copa de vino en la mano, culmina su gesto:

– El vino es sangre de la alianza, que no es Nueva porque haya quedado sin valor la antigua, sino porque es la verdadera: Alianza plena de Dios con los humanos en el Cristo, como habían anunciado los profetas.

– No es sangre separable de la carne, como aquella con la que Moisés rociaba altar y pueblo, sino la vida entera que Jesús ofrece y que los suyos “beben” como signo de alianza, bebiendo el vino bendecido.

– Es sangre de la Alianza de una vida regalada y compartida, que viene a expresarse precisamente en el lugar de máxima violencia de la tierra, allí donde los sacerdotes y soldados matan a Jesús.

-- Es Sangre que crea vida. Jesús no establece un sacrificio especial, separado del conjunto de la vida, como el de Moisés (Ex 23-24) o los sacerdotes de Jerusalén, sino que su Vino (=Fiesta de Dios) es aquel que comparten gozosos los humanos y su Alianza es su propia vida, desplegada en fidelidad ante Dios, en amor a los humanos. Todo es sagrado en su vino (y pan), siendo todo totalmente humano o laical, si se prefiere esta palabra.

Pequeña teología de la sangre

Jesús no establece un rito especial, separado de la vida, como un alimento que sólo sirve para Dios (pan quemado sobre el altar, vino vertido sobre el fuego), sino que su rito es la misma vida, culminada en gesto de amor y expresada en el signo del vino. Todo es divino en su gesto, siendo todo humano. Así puede afirmar:

– Es la sangre derramada por muchos (=es decir, por todos los hombres) o por vosotros (=por los que celebran la fiesta de Jesús), conforme a la versión de Marcos/Mateo o de Lucas. La mujer del vaso de alabastro derramó su perfume en la cabeza de Jesús porque ella quiso, sin que nadie le obligara (cf. Mc 14, 3). Jesús, en cambio, ha derramado su sangre porque le han matado con violencia, en palabra que puede recordar los sacrificios animales, con libaciones de la sangre. Sin embargo, en un sentido más profundo, podemos y debemos afirmar que él mismo ha regalado su vida por el reino, como indica el gesto del vino: “tomó una copa y se la dio...”. Así como se ofrece un buen vino, en amor generoso, así ha regalado él su vida a todos loshombres y mujeres.

– Para perdón de los pecados. Con estas palabras interpreta Mateo la afirmación antigua, según la cual Jesús ha derramado su sangre hyper pollôn, en favor de muchos (=todos; cf. Mc 14, 24). En este contexto podemos recordar el relato de los zebedeos, a los que Jesús ofrece su copa en bebida (cf. Mc 10, 38), afirmando que ella implica dar la vida como redención por muchos (anti pollôn: Mc 10, 45). Derramar la sangre es dar la vida, en palabra de anticipación profética que debe interpretarse a la luz de los anuncios de la pasión (8, 31; 9, 31; 10, 32-34). Frente al ritual de muerte de animales, detallado por Lev 1-9, superando el pacto de sangre de novillos (cf. Ex 24, 8), el rito del cordero pascual que tiñe las puertas de la casa para protegerla (Ex 12, 1-13) y la sangre de la expiación nacional con que se ungía el altar y santuario (cf. Lev 16, 14-19), Jesús ha expresado el sentido de la auténtica sangre o vida que vincula en alianza de amor (de perdón) a todos los humanos.

Esta es la sangre de la propia vida que puede, al fin, ser condensada en una copa compartida, de vino que unifica en amor (en gratuidad y perdón, justicia y solidaridad) a todos los humanos. De esta forma se ha dado Jesús a sí mismo, regalando su cuerpo y su sangre, toda vida, en amor de reino. De esa forma ha iniciado Jesús un camino de comunicación universal, que ha de expresarse también por el pan compartido, la comida diaria y la justicia interhumana. Esta es la verdad de su evangelio.

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