Publicado por Trigo de Dios
1. Jesús es la Palabra de Dios. Después de haber celebrado la Cuaresma, la Pascua de Resurrección y las Solemnidades de la Santísima Trinidad y el Corpus Christi, empezamos a celebrar intensamente el segundo ciclo de los Domingos ordinarios, que concluirá, al final del año litúrgico, con la solemne celebración de los méritos y el triunfo de Cristo Rey. Para vivir el tiempo ordinario sin apartarnos de la presencia de nuestro Padre común, hemos de vivir la aplicación de las siguientes palabras de Jesús a nuestra vida: "Todo aquel que escucha mis palabras y obra en consecuencia, puede compararse a un hombre sensato que construyó su casa sobre un cimiento de roca viva. Vinieron las lluvias, se desbordaron los ríos y los vientos soplaron violentamente contra la casa; pero no cayó, porque estaba construida sobre un cimiento de roca viva" (Mt. 7, 24-25). Al meditar este fragmento correspondiente al Evangelio de hoy, nos preguntamos: ¿Por qué es tan importante la Palabra de Dios para nosotros? El autor de los Salmos responde la pregunta que nos hemos hecho en oración: "Aparta mis ojos de las vanidades; dame vida con tu palabra" (Sal. 119, 37). "Yo, como verde olivo, en la casa de Dios, confío en la lealtad de Dios por siempre jamás" (Sal. 52, 10). A pesar de que el Salmista no ha respondido la pregunta que nos hemos planteado, el citado Hagiógrafo nos ha instado a que nos aferremos a nuestra fe, a pesar de nuestra incapacidad de igualar la fiabilidad de las ciencias infusa y difusa ante todos los hombres, independientemente de la ideología que profesen los mismos. San Juan Evangelista nos habla con gran precisión: "Cuando todas las cosas comenzaron, ya existía aquel que es la Palabra. Y aquel que es la Palabra era Dios y vivía junto a Dios. Junto a Dios vivía cuando todas las cosas comenzaron. Todo fue hecho por medio de él y nada se hizo sin contar con él" (Jn. 1, 1-3). Analicemos, pues, lo que San Juan nos ha dicho:
1. Jesús es Hijo de Dios, y, por ello, ha existido siempre.
2. Nuestro Señor es la Palabra de Dios por medio de la cuál, nuestro Padre común, creó el universo, y nos redimió del cautiverio en que estábamos sumidos. El citado Evangelista nos dice: "A cuantos le recibieron y creyeron en él les concedió el llegar a ser hijos de Dios... De su plenitud hemos recibido todos bendición tras bendición" (Jn. 1, 12. 16). Si Jesús es la Palabra salvadora de Dios, nosotros debemos confiar en él.
2. Dispongámonos a dar a conocer la Palabra de Dios. ¿Aceptamos las palabras que Jesús pronunció en sus sermones e intentamos aplicarnos los consejos que nuestro Señor nos dio? ¿Vivimos en armonía con el Evangelio del Mesías? Si nos consideramos cristianos, ¿qué actividades estamos llevando a cabo para que la Palabra de Dios sea conocida por nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo? San Pablo les escribió a los cristianos de Roma: "Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído su mensaje? ¿Y cómo van a oír su mensaje que no ha sido proclamado? Y, finalmente, ¿cómo va a proclamarse ese mensaje, si no existen los mensajeros¿" (Rom. 10, 14-15).
El Adviento, la Navidad, la Cuaresma y la Pascua de Resurrección, son los tiempos litúrgicos en los que, al prepararnos a vivir las celebraciones en las que culminan los mismos, nuestro espíritu contacta fácilmente con la realidad de Dios, pero, durante el tiempo ordinario, al vivir sumidos en nuestras actividades rutinarias, quizá nos cuesta un gran esfuerzo acercarnos a nuestro Padre común, pero, por causa de la existencia de este posible alejamiento de Dios que se hace palpable en muchas comunidades físicas y virtuales y en las celebraciones eucarísticas, hemos de utilizar y potenciar el conocimiento y uso de los medios existentes, ya sea para seguir formándonos como discípulos de Jesús, o para dar a conocer todo lo que sabemos de Dios. Jesús le dijo a Dios en su oración sacerdotal en la noche del Jueves Santo: "Yo les he confiado tu mensaje, pero el mundo les odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo" (Jn. 17, 14). Si consideramos que estamos en este mundo de paso porque aspiramos a vivir en un mundo más perfecto que las sociedades actuales, podemos interpretar correctamente las palabras que Jesús le dirigió a nuestro Padre común, cuando le dijo que nosotros no somos de este mundo, pero esta realidad no implica el hecho de que debemos desentendernos de realizar las obras que nuestro Padre común nos ha encomendado. Los cristianos tenemos el deber de conciencia de actuar en el campo en el que nos desenvolvemos para acercar a nuestros conocidos a Dios. La Evangelización es semejante en cierto modo al Marketing porque, cuanto más nos entregamos al cumplimiento del designio salvífico de Dios, obtenemos más capacidad para ejercitar nuestras virtudes y un dominio más eficaz sobre nuestros defectos, de la misma manera que, cuanto mayores son las ventas en cualquier mercado, mayores son los beneficios que obtienen quienes gestionan las ventas.
Quizá admiramos a los santos cuando leemos sus biografías, pero, ¿estamos dispuestos a imitar a esos trabajadores incansables de la viña del Señor? A pesar del aura de perfección inalcanzable que desde cierto punto de vista rodea a los santos vistos por los ojos de quienes nos los presentan como modelos inimitables, ellos fueron un poco menos perfectos que Dios, pero no hemos de olvidar que nuestra vida es semejante a la de ellos, así pues, es importante recordar que, aunque los citados siervos de Dios obtuvieron grandes méritos por su entrega sacrifical que justificó su canonización y la beatificación de muchos de ellos, hemos de recordar la vida que algunos abrasaron antes de entregarse a Dios, pues ello nos hace recordar que todos hemos sido llamados a la santidad, pero, si queremos ser santos, hemos de recordar que, si queremos recibir dádivas divinas, hemos de entregarnos a la realización del designio salvador de Dios.
Cuando ejercí de catequista de niños en la parroquia de San José de Nazaret de Cajiz (Málaga, España), me dijo una mujer: "El cura me ha dicho que los niños tienden a hacer lo que ven hacer a sus padres, pero yo le he dicho que eso no es verdad. A mi hijo le gusta el fútbol, y, a mi marido y a mí, no nos gusta ese deporte. ¿Se puede decir que mi niño ha heredado su adicción al fútbol de mi marido o de mi¿". Me fue muy difícil darle una respuesta satisfactoria a aquella mujer porque, los catequistas, para saber cuál es el método de aprendizaje que más se adapta a nuestros oyentes, tenemos que conocerles, y, aquella mujer, sufría la incomunicación que se ha hecho presente en el mundo en que tenemos muchos medios de comunicación, a pesar de que no hablamos de lo que es más esencial para nosotros. Durante los días laborales los adultos trabajamos y los niños estudian. Los sábados nos dedicamos a divertirnos en los centros comerciales. Los Domingos nos sentimos muy cansados, y
pasamos mucho rato frente al televisor o al ordenador. ¿Qué tiempo les dedicamos a nuestros familiares? ¿Tenemos tiempo para expresarles nuestros sentimientos a nuestros seres queridos para que ellos hagan lo propio con nosotros? ¿Cómo verán los niños que sus padres son cristianos si en la práctica sus progenitores se comportan como si no creyeran en Dios? Con respecto al pensamiento que muchos albergan en su mente con respecto a que la juventud carece de ética moral, ¿cómo se explica el hecho de que muchos niños y jóvenes hayan conseguido con constancia y paciencia que sus padres recuperen su fe perdida?
Cuando hablemos con nuestros amigos, digámosles con toda naturalidad que vamos a Misa, que recibimos textos muy valiosos para enriquecernos espiritualmente en nuestros buzones de correo, y que somos miembros de comunidades físicas y virtuales, de la misma forma que ellos nos hablan de sus actividades de ocio. ¡Evitemos el hecho de avergonzarnos de nuestro Padre común!
1. Jesús es Hijo de Dios, y, por ello, ha existido siempre.
2. Nuestro Señor es la Palabra de Dios por medio de la cuál, nuestro Padre común, creó el universo, y nos redimió del cautiverio en que estábamos sumidos. El citado Evangelista nos dice: "A cuantos le recibieron y creyeron en él les concedió el llegar a ser hijos de Dios... De su plenitud hemos recibido todos bendición tras bendición" (Jn. 1, 12. 16). Si Jesús es la Palabra salvadora de Dios, nosotros debemos confiar en él.
2. Dispongámonos a dar a conocer la Palabra de Dios. ¿Aceptamos las palabras que Jesús pronunció en sus sermones e intentamos aplicarnos los consejos que nuestro Señor nos dio? ¿Vivimos en armonía con el Evangelio del Mesías? Si nos consideramos cristianos, ¿qué actividades estamos llevando a cabo para que la Palabra de Dios sea conocida por nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo? San Pablo les escribió a los cristianos de Roma: "Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído su mensaje? ¿Y cómo van a oír su mensaje que no ha sido proclamado? Y, finalmente, ¿cómo va a proclamarse ese mensaje, si no existen los mensajeros¿" (Rom. 10, 14-15).
El Adviento, la Navidad, la Cuaresma y la Pascua de Resurrección, son los tiempos litúrgicos en los que, al prepararnos a vivir las celebraciones en las que culminan los mismos, nuestro espíritu contacta fácilmente con la realidad de Dios, pero, durante el tiempo ordinario, al vivir sumidos en nuestras actividades rutinarias, quizá nos cuesta un gran esfuerzo acercarnos a nuestro Padre común, pero, por causa de la existencia de este posible alejamiento de Dios que se hace palpable en muchas comunidades físicas y virtuales y en las celebraciones eucarísticas, hemos de utilizar y potenciar el conocimiento y uso de los medios existentes, ya sea para seguir formándonos como discípulos de Jesús, o para dar a conocer todo lo que sabemos de Dios. Jesús le dijo a Dios en su oración sacerdotal en la noche del Jueves Santo: "Yo les he confiado tu mensaje, pero el mundo les odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo" (Jn. 17, 14). Si consideramos que estamos en este mundo de paso porque aspiramos a vivir en un mundo más perfecto que las sociedades actuales, podemos interpretar correctamente las palabras que Jesús le dirigió a nuestro Padre común, cuando le dijo que nosotros no somos de este mundo, pero esta realidad no implica el hecho de que debemos desentendernos de realizar las obras que nuestro Padre común nos ha encomendado. Los cristianos tenemos el deber de conciencia de actuar en el campo en el que nos desenvolvemos para acercar a nuestros conocidos a Dios. La Evangelización es semejante en cierto modo al Marketing porque, cuanto más nos entregamos al cumplimiento del designio salvífico de Dios, obtenemos más capacidad para ejercitar nuestras virtudes y un dominio más eficaz sobre nuestros defectos, de la misma manera que, cuanto mayores son las ventas en cualquier mercado, mayores son los beneficios que obtienen quienes gestionan las ventas.
Quizá admiramos a los santos cuando leemos sus biografías, pero, ¿estamos dispuestos a imitar a esos trabajadores incansables de la viña del Señor? A pesar del aura de perfección inalcanzable que desde cierto punto de vista rodea a los santos vistos por los ojos de quienes nos los presentan como modelos inimitables, ellos fueron un poco menos perfectos que Dios, pero no hemos de olvidar que nuestra vida es semejante a la de ellos, así pues, es importante recordar que, aunque los citados siervos de Dios obtuvieron grandes méritos por su entrega sacrifical que justificó su canonización y la beatificación de muchos de ellos, hemos de recordar la vida que algunos abrasaron antes de entregarse a Dios, pues ello nos hace recordar que todos hemos sido llamados a la santidad, pero, si queremos ser santos, hemos de recordar que, si queremos recibir dádivas divinas, hemos de entregarnos a la realización del designio salvador de Dios.
Cuando ejercí de catequista de niños en la parroquia de San José de Nazaret de Cajiz (Málaga, España), me dijo una mujer: "El cura me ha dicho que los niños tienden a hacer lo que ven hacer a sus padres, pero yo le he dicho que eso no es verdad. A mi hijo le gusta el fútbol, y, a mi marido y a mí, no nos gusta ese deporte. ¿Se puede decir que mi niño ha heredado su adicción al fútbol de mi marido o de mi¿". Me fue muy difícil darle una respuesta satisfactoria a aquella mujer porque, los catequistas, para saber cuál es el método de aprendizaje que más se adapta a nuestros oyentes, tenemos que conocerles, y, aquella mujer, sufría la incomunicación que se ha hecho presente en el mundo en que tenemos muchos medios de comunicación, a pesar de que no hablamos de lo que es más esencial para nosotros. Durante los días laborales los adultos trabajamos y los niños estudian. Los sábados nos dedicamos a divertirnos en los centros comerciales. Los Domingos nos sentimos muy cansados, y
pasamos mucho rato frente al televisor o al ordenador. ¿Qué tiempo les dedicamos a nuestros familiares? ¿Tenemos tiempo para expresarles nuestros sentimientos a nuestros seres queridos para que ellos hagan lo propio con nosotros? ¿Cómo verán los niños que sus padres son cristianos si en la práctica sus progenitores se comportan como si no creyeran en Dios? Con respecto al pensamiento que muchos albergan en su mente con respecto a que la juventud carece de ética moral, ¿cómo se explica el hecho de que muchos niños y jóvenes hayan conseguido con constancia y paciencia que sus padres recuperen su fe perdida?
Cuando hablemos con nuestros amigos, digámosles con toda naturalidad que vamos a Misa, que recibimos textos muy valiosos para enriquecernos espiritualmente en nuestros buzones de correo, y que somos miembros de comunidades físicas y virtuales, de la misma forma que ellos nos hablan de sus actividades de ocio. ¡Evitemos el hecho de avergonzarnos de nuestro Padre común!
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