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martes, 3 de junio de 2008

Evangelio del Día Comentado: Miércoles 4 de junio

EVANGELIO
Marcos 12, 18-27

18Se le acercaron unos saduceos, esos que dicen que no hay resurrección, y le propusieron este caso:
19-Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». 20Había siete hermanos: el primero se casó y murió sin dejar hijos; 21el segundo se casó con la viuda y murió también sin tener hijos; lo mismo el- tercero, 22y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió también la mujer. 23En la resurrección, ¿de cuál de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?
24Les contestó Jesús:
-Precisamente por eso estáis equivocados, por no conocer la Escritura ni la fuerza de Dios. 25Porque, cuando resucitan de la muerte, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo. 26y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios?: «Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». 27No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados.


COMENTARIOS
I

v. 18 Se le acercaron unos saduceos, esos que dicen que no hay resurrección, y le propusieron este caso:
Al partido saduceo pertenecían dos grupos del Sanedrín o Consejo: los senadores (seglares) y los sumos sacerdotes. Desde el punto de vista político eran partidarios del orden establecido, en el que tenían un papel hegemónico, y colaboracionistas con los romanos, con los que mantenían un difícil equilibrio de poder. Rechazaban la llamada tradición oral, a la que los fariseos atribuían autoridad divina (7,5.8.13). Eran abiertos respecto a la cultura helenística.
No veían en la Escritura la noción de una vida después de la muerte; su horizonte era esta vida, y en ella procuraban mantener su posición de poder y de privilegio. Su pecado era el materialismo, pues sus objetivos en la vida eran el dinero y el poder, anejos a la posición social que ocupaban (cf. 10,1-12, el pecado fariseo).

vv. 19-23 «Maestro, Moisés nos dejó escrito: «Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano». Había siete hermanos: el primero se casó y murió sin dejar hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin tener hijos; lo mismo el tercero, y ninguno de los siete dejó hijos. Por último, murió también la mujer. En la resurrección, ¿de cual de ellos va a ser mujer, si ha sido mujer de los siete?»
Se acercan a Jesús y lo llaman Maestro, pues van a pedirle que resuelva un caso teórico que, sin duda, refleja una larga controversia con los fariseos. Ellos, los saduceos, sostienen que todo acaba con la muerte, y el caso que proponen demostraría lo absurdo de la creencia en la resurrección, sostenida por los fariseos, quienes concebían la vida futura como una continuación de la vida mortal.
Mencionan la ley del levirato, instituida por Moisés. y, a continuación, proponen el caso, que haría ridícula la doctrina farisea.

v. 24 Les contestó Jesús: «Precisamente por eso estáis equivocados, por no conocer la Escritura ni la fuerza de Dios».
La respuesta de Jesús es dura: los dirigentes del templo y de la nación están en el error, por dos razones: porque ignoran la Escritura (lo que Dios ha dicho) y porque no conocen la fuerza de Dios (lo que Dios hace), el dador de vida (fuerza, cf. 5,30), no tienen experiencia de la acción de Dios. La denuncia es tremenda: las autoridades religiosas supremas, los que se llaman representantes de Dios, administran el templo y ejercen el culto, no conocen a Dios ni en su palabra ni en su acción.

v. 25 «Porque, cuando resucitan de la muerte, ni los hombres ni las mujeres se casan, son como ángeles del cielo».
Corrige Jesús la doctrina farisea en dos aspectos: precisa ante todo que el estado futuro del hombre no es una prolongación de su estado presente; no hay matrimonio ni procreación, porque la vida inmortal no se transmite por generación humana, se recibe directamente de Dios (ángeles = «hijos de Dios», cf. Job 1,6; 2,1; 32,7; Dn 3,21/91); ser como ángeles indica el estado propio de los que están en la esfera divina (el cielo). Al mismo tiempo precisa Jesús el cuándo de la resurrección: mientras los saduceos, ateniéndose a la doctrina farisea, hablaban de ella en futuro (en la resurrección, ¿de cual de ellos va a ser mujer?), Jesús habla en presente (cuando resucitan, son como ángeles). La resurrección no es un acontecimiento lejano, es simplemente la vida que continúa después de la muerte, y se está verificando ya desde ahora. Ahí está la fuerza de Dios que ellos no conocen.

vv. 26-27 «Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios ?:"Yo soy el Dios de Abrahán y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob". No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».
Va a mostrarles ahora que tampoco conocen la Escritura y, para probar la vida después de la muerte, les cita una declaración de Dios mismo: Yo soy el Dios de Abrahan, etc. (Ex 3,6.15s): cuando Dios habló a Moisés, los patriarcas seguían vivos o, en otras palabras, estaban ya resucitados; el Dios fiel no deja que perezcan los que él ha amado. El Dios de Jesús es el Dios de la vida, porque su fuerza es fuerza de vida; el dios del sistema es el dios de la muerte.

II

Hoy, en el evangelio, la polémica se presenta entre los saduceos y Jesús. Los primeros no creían en la resurrección; por eso es entendible su pregunta a Jesús, con la cual querían evidenciar lo ridículo de pensar en semejante realidad. Jesús, quien, según el evangelio de san Juan (Jn 11,25), se define a sí mismo como la resurrección y la vida, deja en claro que no es posible que después de la muerte y la resurrección se den las cosas como las plantean absurdamente los saduceos, ya que se resucita a una nueva realidad, no como la que conocemos, sino similar a la que experimentan los ángeles. Y negar la resurrección sería desconocer al mismo Dios, que ha creado al ser humano para la vida. Por esta razón, el creyente ha de estar confiado en que, a pesar de que la muerte se presente en toda la historia de la humanidad como compañera de camino, Dios confirma al ser humano en la vida perdurable, pues lo ha llamado a vivir en su plenitud. La resurrección, por tanto, es la vida en plenitud de Dios. Hoy como ayer hemos de estar preparados ante propuestas antiguas y nuevas que afirman que después de la muerte hay algo muy distinto a la resurrección de la que Cristo es primicia.

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