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miércoles, 4 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: LA MISERICORDIA QUE DIOS QUIERE


1.- Si entendemos etimológicamente la palabra “misericordia”, estaremos muy cerca de entender lo que Jesús de Nazaret quiso decir cuando les recomendó a los fariseos que aprendieran lo que significa la frase misericordia quiero y no sacrificios. La palabra “misericordia” está compuesta de las dos palabras latinas “cor” y “misereor”. “Cor” significa corazón y “misereor” compadecerse de. A su vez, la palabra “miser” significa, en latín, “digno de compasión”. Una persona es, pues, misericordiosa cuando sabe compadecerse de las personas “miserables”, es decir de las personas que son dignas de compasión. Y la palabra compasión viene del verbo “compadecer”, que quiere decir padecer con... el que está necesitado y, por eso, es digno de compasión. Por eso, Jesús de Nazaret tenía predilección por los pobres, pecadores, marginados, enfermos..., porque eran personas necesitadas y el corazón misericordioso del Maestro sentía una gran compasión de ellas. Yo creo que lo más cristiano de un cristiano, de un discípulo de Cristo, es su corazón misericordioso. Un corazón misericordioso, manso y humilde, es un corazón sagrado, un corazón que quiere parecerse al Sagrado Corazón de Jesús de Nazaret. La compasión es un sentimiento activo, no pasivo, es ponerse en el lugar del que padece, es querer evitarle su padecimiento, es ayudarle a dejar de padecer. Aunque para conseguir esto, tengamos que asumir nosotros parte de su sufrimiento, tengamos que vernos implicados en su situación “miserable”, es decir, digna de compasión. Esto es lo que Cristo hizo con nosotros, asumió nuestra miseria y nuestro pecado, para que nosotros pudiéramos ser dignos y aceptables ante Dios. No lo hizo movido por razones lógicas o por motivos sociales, lo hizo porque así se lo pedía su corazón misericordioso.

2.- No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Esta frase del evangelio de hoy insiste en la misma idea que venimos exponiendo. Jesús quiere que todas las personas estén sanas y, por eso, compadece a los enfermos y quiere estar siempre cerca de ellos, para sanarlos. A las personas sanas las quiere como sanas, pero no necesita acercarse a ellas para curarlas. Son las personas enfermas las que mueven y conmueven su corazón misericordioso. El buen médico visita a los enfermos, compadece a los que padecen alguna enfermedad, por eso está siempre pendiente de ellos, para ayudarles a recuperar su salud. Para Jesús de Nazaret la salud es un bien integral, se refiere tanto a la salud del alma como a la salud del cuerpo. En este sentido, enfermo es el pecador, el marginado social, el minusválido, toda persona que necesite de una especial protección para poder vivir con dignidad. Por todas estas personas “enfermas” siente Jesús una especial predilección, porque su corazón misericordioso así se lo manda.

3.- Porque quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos. El profeta Oseas nos dice, en nombre de Dios, que la misericordia de Dios para con nosotros no podemos comprarla con limosnas y sacrificios; el amor de Dios sólo se merece con amor, con nuestro amor a Dios y con nuestro amor al prójimo. Dios abomina y rechaza los sacrificios hechos sin amor. No quiere que nuestra misericordia sea algo momentáneo y pasajero, nube mañanera o rocío de madrugada que se evapora; quiere que nuestra misericordia sea fruto de un corazón misericordioso, es decir, quiere que nuestro comportamiento habitual en la relación con el prójimo sea un comportamiento misericordioso.

4.- Abrahán, apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza. En esta carta a los Romanos, San Pablo insiste, una vez más, en que la salvación no es fruto de las obras de la Ley, sino de la fe y de la esperanza en Dios. Una fe fuerte produce siempre una esperanza fuerte. Pone el ejemplo del patriarca Abrahán, que no vaciló en la fe en que llegaría a ser padre de muchas naciones, aun dándose cuenta de que su cuerpo estaba medio muerto y estéril el seno de Sara, su mujer. Todos sabemos por experiencia propia y ajena que una fe fuerte en Dios y una no menos fuerte esperanza en Él pueden ayudarnos a sobrellevar muchas dificultades y adversidades de la vida. La fe hace milagros, decimos. Muchos de nuestros padres y abuelos fueron bastante felices en este mundo, en medio de innumerables carencias y dificultades materiales. Su fe en Dios y la esperanza en el cumplimiento de sus promesas les dio apoyo y fortaleza en su diario vivir. Es posible que nuestra sociedad actual, al carecer de la fe y de la esperanza en Dios que tuvieron nuestros padres y abuelos, viva menos feliz en medio de mayores facilidades materiales.

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