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miércoles, 4 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Un Dios infinitamente misericordioso

EL MENSAJE DEL DOMINGO
Por: Gabriel Jaime Pérez, S.J.

1. Jesús nos revela personalmente a un Dios infinitamente misericordioso

El Dios que se nos revela en el Evangelio no es un juez que condena sino un Padre compasivo, siempre dispuesto a sanar y perdonar. Este mismo Dios, que se manifestó personalmente en Jesús de Nazaret, quien con su ejemplo nos invita a confiar plenamente en la misericordia divina, nos ama no por lo “buenos” que seamos o nos creamos, sino porque quiere perdonar nuestros pecados y liberarnos del mal.

Este es el mensaje central del relato en el que el evangelista Mateo narra el llamamiento que le hizo personalmente Jesús para convertirlo en uno de sus primeros discípulos e integrante del grupo de sus doce apóstoles.

En hebreo -la lengua original de los profetas del Antiguo Testamento- el término hesed significa misericordia, amor compasivo y benevolente. Y la palabra miseri-cordia, proveniente del latín, expresa la actitud de quien abre su corazón a quienes se encuentran en situaciones de miseria tanto en lo material como en lo espiritual. Esta actitud es justamente la característica esencial del Dios que nos ha revelado Jesús.

2. Jesús nos invita con sus enseñanzas y sus hechos a obrar misericordiosamente

Cuando Jesús evoca el texto bíblico que dice “quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos”, contenido en la primera lectura de este domingo (Oseas 6, 3-6), nos dice que lo que nos une con Dios no son los ritos formales externos, sino llevar a la práctica aquello que sólo podemos experimentar cuando reconocemos a Dios como el Amor compasivo en persona.

Él mismo, que “fue entregado por nuestros pecados”, como dice el apóstol san Pablo en la segunda lectura (Carta a los Romanos 4, 18-25), nos quiso comunicar con sus enseñanzas y con su ejemplo de vida que el verdadero culto a Dios consiste en pensar, sentir y obrar misericordiosamente con los demás, empezando por aquellos que son rechazados como pecadores por quienes se creen buenos y justos.

Los “publicanos”, cobradores de impuestos del imperio romano que por lo general se aprovechaban de su oficio para sacar tajada explotando a la gente, eran despreciados como pecadores por los fariseos, quienes se creían mejores que los demás y rechazaban a quienes consideraban pecadores hasta el punto de evitar sentarse a la mesa con ellos para no contaminarse. En el salmo 50 (49), una parte del cual se emplea en la liturgia de este domingo, dice Dios: “No te reprocho tus sacrificios, pues siempre están tus holocaustos ante mí (...) ¿Comeré yo sangre de toros, beberé sangre de cabritos? Ofrece al Señor un sacrificio de alabanza”. Pues bien, el “sacrificio de alabanza” que Dios quiere es precisamente la actitud compasiva y misericordiosa mostrada por Jesús, quien cambió los antiguos sacrificios y holocaustos de animales por el ofrecimiento de si mismo en la cruz para el perdón de los pecados.

3. Obrar con misericordia sólo le es posible a quien se siente necesitado de ella

Los fariseos, cegados por su soberbia, no se sienten necesitados de misericordia y por ello no son capaces de comprender el sentido del amor compasivo de Dios manifestado personalmente en Jesús. Él se acerca a los pecadores y come con ellos -siendo el compartir la mesa un signo de cercanía-, pero no como un gesto de complicidad o alcahuetería con el delito (como lo indica el mismo Salmo 50 más adelante en su verso 18: “al ladrón lo recibes con los brazos abiertos, te juntas con gente adúltera”), sino como una invitación a que reconozcan su necesidad de salvación, crean en la misericordia de Dios y se conviertan, ofreciéndoles con su actitud compasiva el corazón redentor de un Dios que se hizo humano para mostrarnos en carne y hueso su amor infinito. Y esto es lo que nos invita a reconocer y a imitar la Palabra de Dios.

Ahora bien, actuar compasivamente con los demás supone una alta dosis de humildad, en el sentido de reconocer en uno mismo la necesidad de la misericordia divina. Jesús, a quien reconocemos como el justo por excelencia, en quien no hubo pecado alguno, quiso sin embargo solidarizarse hasta tal punto con la condición humana, que se puso literalmente en nuestro lugar, a fin de implorar con nosotros y poner al alcance de todos, sin discriminaciones, la misericordia infinita de Dios.

Y este es precisamente el sentido de la petición con la que Él nos enseñó a dirigirnos al Creador en el “Padre nuestro”: al implorarle que nos perdone nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden, el propio Jesús nos enseña que, para nosotros, hay una conexión indisoluble entre el reconocimiento de la necesidad de ser perdonados y la disposición a perdonar. Por eso, si obtener el perdón de Dios sólo es posible para quien perdona de corazón, también obrar humanamente con misericordia sólo le es posible a quien se siente necesitado de ella.

Conclusión

Reconociendo, pues, nuestra necesidad de la misericordia divina, e invocando la intercesión de María santísima, la sin pecado pero también la que ruega por nosotros los pecadores, pidámosle al Señor que nos llene de su Espíritu de Amor, para que este mismo Espíritu nos disponga a ser compasivos, abriéndonos así a la reconciliación, que es lo único que puede conducirnos al logro de la paz verdadera.-

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