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martes, 3 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: La Elección de Mateo - Recursos para la Homilía

Publicado por Agustinos España

Jesús elige a sus seguidores.
A los pescadores ya llamados en la orilla del lago, Jesús, añade ahora a un hombre, que no inspira demasiada confianza, un hombre poco querido por el pueblo, por su condición de cobrador de impuestos. Estos hombres, trabajaban para los romanos, y para ellos mismos, porque en general hacían su fortuna a costa de los más necesitados. Es por eso que eran mal vistos por los judíos

Y Jesús, lo elije.
Parece extraño el equipo que Jesús está constituyendo. Es que el Señor quiso servirse para construir la Iglesia, más que de medios materiales, de la fe y el Espíritu.

Nosotros estamos entregados a nuestras preocupaciones materiales, de prosperidad y de bienestar, o tal vez, tan solo de supervivencia diaria. Y en esas nuestras preocupaciones ciertamente hay algo malo, por lo excesivo, por lo desorinetado, quizás por lo injusto. Ciertamente por lo falto de ordenamiento al Reino de Dios, o por la falta de confianza en nuestro Padre Dios que todo lo provee.

Pero Jesús se detiene ante la mesa de Mateo; lo mira con afecto y la voz de Jesús llega a los oídos y al corazón del publicano, invitándole a su seguimiento.

Y el Evangelio nos dice que Mateo, instantáneamente lo siguió.
Mateo, deja todo y lo sigue.

¡Qué lección, para nosotros!
Mateo, siendo rico, sin dudar, dejó todo y lo siguió a Jesús. Se produjo en él una conversión del corazón, y se desprendió del apego a sus bienes, para seguir a Jesús.
Nosotros deberíamos hoy mirar qué cosas nos atan. Qué cosas nos impiden poder responder hoy, generosamente, al llamado que Jesús nos hace también a nosotros: Sígueme.

Nosotros nos levantamos de la indiferencia, de la ausencia de ideales..., pero, ¿lo hemos dejado todo? ¿No solo efectiva, sino afectivamente?. Y si lo dejamos todo ¿no lo hemos luego buscado de nuevo, como arrepentidos de haberlo dejado?

Mateo siguió al Señor con sinceridad. Dios prefiere el sentimiento interior de un corazón sincero; no basta la exterioridad; no basta lo que aparenta; no basta la presentación; es indispensable la vida. No me bastará que cuantos me conocen vean en mí un discípulo del Maestro, si interiormente no lo lo soy: "En espíritu y en verdad".

Mateo siguió al Señor definitivamente; ya no volvió atrás. También nosotros debemos adoptar esta resolución no retractable; no pensemos que el llamado, la vocación del Señor, es un llamado temporal; podrá darse una vocación temporal a un determinado apostolado; pero la vocación personal a tal o cual estado, lo mismo que la vocación a tal o cual seguimiento, es irrevocable; si es "estado", es porque es fija, no es movible.

Fidelidad a la vocación recibida del Señor: completa, instantánea y para siempre.

Y después, Mateo, ofrece al Señor una comida. E invita,... a sus amigos,... esos amigos, son sus colegas, publicanos como él.
Y los fariseos, se escandalizan que Jesús coma con ellos.
Y Jesús entonces les cita un proverbio: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.

En esta frase se revela el corazón de Jesús.
Todos somos pecadores. Y Jesús, dice que ha venido para nosotros. Al Señor, no lo espantamos, por nuestros pecados. Nos ama, y el ser pecadores, hace que se dedique con amor a nosotros, para tratar de sanarnos.

Dios vino a salvar y a curar. El en su infinita misericordia, quiere acercarse a nosotros, comer con nosotros, y ayudarnos a desprendernos de nuestros males.
Y Jesús come con Mateo y sus amigos, pecadores para los fariseos.

Esta cena, prefigura la Eucaristía. El Señor se queda en la Eucaristía como alimento, para reunirnos también a nosotros,..... pecadores, a su mesa.

Somos tan poca cosa!......., y sin embargo, el Señor nos invita a su mesa.

Vamos a pedirle hoy al Él, que nos purifique, que sane el corazón del hombre de Hoy, para que como el apóstol, nos decidamos a desprendernos de todo lo que nos impide estar más cerca del Señor.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

La Palabra que centra nuestra atención en este décimo domingo del tiempo ordinario es la “misericordia de Dios” hessed. Esta misericordia, se expresa de modo elevadísimo en el texto evangélico de la vocación de Mateo y del banquete de Jesús con los publicanos (EV). El Señor muestra con su palabra y con su testimonio que la misericordia de Dios es inmensa y desea la conversión de los pecadores, la salud de los enfermos. Sin embargo esta conversión hacia el Padre de las misericordias no es superficial sino afecta las fibras más íntimas de la personalidad. Por eso, el profeta Oseas amonesta al pueblo a no detenerse en una conversión superficial como “una nube mañanera o rocío de la mañana que se evapora”(1L). La conversión no es un proceso ritual, sino moral y religioso: Dios desea de nosotros amor y misericordia.


Mensaje doctrinal

1. La misericordia de Dios. La vocación de Mateo, un publicano y por tanto considerado pecador público, nos coloca de frente al inconmensurable amor de Dios que envía a su Hijo a salvar a los pecadores. No son los sanos los que tienen necesidad de médico sino los pecadores. Aquí se nos muestra que la enfermedad no es sólo física, sino también ,y sobre todo, moral. El pecador es alguien que tiene necesidad del médico divino, de la misericordia de Dios. Toda la historia de la salvación, desde la creación del mundo y del hombre, pasando por la llamada a Abraham, la misión de Moisés y la palabra de los profetas, hasta la Encarnación del Verbo, muestra un camino ininterrumpido de Dios que viene hacia el hombre para destruir el pecado y la muerte, elevarlo a la participación de la naturaleza divina y concederle la vida eterna. Nada ha podido disuadir a Dios de su infinito amor por los hombres. “La divinidad viene a la humanidad, para que la humanidad llegue a la divinidad” comenta san Pedro Crisólogo (sermo 3º, 3).

Podemos decir que el camino de Dios al hombre está asegurado con un amor fiel e indefectible. “Dios es fiel a su amor”. Sin embargo, el camino del hombre hacia Dios está asechado por grandes peligros y es incierto. Por eso, la vida del hombre hacia Dios es dramática: es un “ya, pero aún no”. Es una posesión pero no plena ni definitiva. Es un caminar en la fe, en la esperanza y en el amor.

2. La esperanza contra toda esperanza. La segunda lectura nos presenta a Abraham, el padre de los creyentes. El hombre de la obediencia en la fe que salió de su tierra sin saber a dónde iba. Abraham es modelo de la fe. Él cree y espera aunque la evidencia inmediata sea contraria. Él vive, sirve y ama en la fe. Es decir, ama, aunque no sienta que ama. Sirve y obra aunque no vea la compensación divina de sus obras. Para él era suficiente la promesa del Señor y eso bastaba. Así, no obstante una vida entrada en años y la esterilidad de Sara, su esposa, no duda de la promesa de Dios y “espera contra toda esperanza”. Su indignidad y pobreza humanas para llevar a cabo su misión son ampliamente suplidas por el poder de Dios y por su misericordia.

A Abraham se le acreditó a su favor este acto de fe. Pablo, partiendo del ejemplo del patriarca, muestra una realidad extraordinaria: también a nosotros nos será acreditada igualmente la fe en Cristo Nuestro Señor a quien Dios resucitó de entre los muertos. Así como Abraham se hizo fuerte en la fe al creer que Dios es capaz de cumplir lo que promete, de igual modo nosotros nos hacemos fuertes en la fe si confiamos sin dudar en la promesa del Señor. “Ten ánimo, sé valiente, espera en el Señor”. En la fe en Cristo resucitado, encuentra el cristiano la razón de su vivir y el significado de su misión en la existencia. Sólo por esta fe puede esperar contra toda esperanza y ninguna adversidad de esta vida lo hará sucumbir.


Sugerencias pastorales

1. La fortaleza del cristiano. La fortaleza cristiana se funda en su debilidad porque cuando es débil entonces es fuerte. Cristo, al acudir a Mateo, parece llamar al apostolado a un hombre que en apariencia no es apto. Es un pecador público, un hombre que no es digno de confianza, un hombre alejado de la sociedad judía. Sin embargo, el Señor es el médico que sana las heridas, que levanta al caído, que da vida a quien ha perecido y, así, con plena autoridad, se dirige a Mateo y le dice: Sígueme. Esta es una actitud que la pedagogía de Dios usa cuando nos sentimos desvalidos y sin fuerzas para seguir el camino: Él se hace presente, sale a nuestro encuentro y nos descubre un panorama de donación y de entrega que ni siquiera podíamos soñar. Cuando nos sentíamos indignos de su confianza y desalentados, él manifiesta que sigue confiando en nosotros y que cuenta con nuestra ayuda. Es decir, se olvida de nuestro pecado y nos llena de responsabilidad en la tarea evangelizadora. El cristiano que de verdad se convierte y escucha la voz del Señor, experimenta la gravedad y responsabilidad de este: “Sígueme”. La conversión pasa por tanto por un fuerte sentido de la misionalidad, el sentido de la misión en la propia existencia.

2. La conversión del alma. Jamás debemos desesperar de la conversión de un alma. El Espíritu actúa por doquier y lo vemos en la acción de las almas en la predicación, en la acción litúrgica, en la vida familiar y en los movimientos eclesiales que se suscitan en el seno de la Iglesia. El pastor debe ser siempre el instrumento de la misericordia divina.

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