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martes, 3 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A:“El se levantó y lo siguió”


1. La llamada

El evangelio de este domingo nos narra la vocación de San Mateo. Mateo es aquel Leví recaudador de impuestos, que sintió un día sobre sí la llamada del Maestro de Nazaret, mientras trabajaba sobre la mesa del telonio de la aduana a la entrada de Cafarnaún. El evangelio de S. Mateo está escrito por un hombre, buen conocedor de la ley judía y dirigido especialmente a los creyentes que procedían del judaísmo y por eso en él encontraron, entre otras cosas, frecuentes alusiones al Antiguo Testamento, como en el evangelio de hoy con una referencia expresa al Profeta Oseas en la primera lectura.
Y el tema de las lecturas es, sin duda, junto al tema de la misericordia, el del seguimiento de Jesús; la escena, que nos describe el mismo San Mateo, se desarrolla en Cafarnaún junto al lago de Genesaret.
Es interesante para nosotros saber que Cafarnaún fue elegida por Jesús como su segunda patria y centro de su ministerio apostólico en Galilea. Era un pueblo pequeño, pero muy bien situado entre el mar de Tiberíades y una célebre vía de comunicaciones, la denominada “Vía Maris” encrucijada de soldados y comerciantes. Un punto estratégico para la recaudación de impuestos a las mercancías que por allí circulaban, y también para la predicación de Jesús.
“Llego Jesús a Cafarnaún”, nos dice el evangelio, “vio a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo “Sígueme”. El se levantó y le siguió”.
Nos situamos en el mismo comienzo de la vida pública de Jesús, que acontece en Galilea, en las verdes y suaves colinas que bordean el mar de Tiberíades; en el territorio de Zabulón y Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, (como en otro lugar indica san Mateo), aquella Galilea donde el mundo judío se mezclaba con el pagano.
¡Son tantos los recuerdos de Jesús que nos trae el evangelio sobre Cafarnaún y el mar de Galilea!...De hecho pocos lugares acerca tanto a la figura de Jesús, humano y compasivo que nos describe el Evangelio de hoy con esa frase lapidaria: “Misericordia quiero y no sacrificios: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, ...pocos lugares, digo, acercan tanto a la figura de Jesús como este lago y sus alrededores, desde aquel día en que Jesús “dejando Nazaret” vino a residir a Cafarnaún, junto al mar.

Un mar que hoy podemos visitar y que está tal cual lo vio y vivió Jesús…y esto es un gozo para el “peregrino” que quiere ver y casi palpar las huellas de Jesús…aunque lo importante para un creyente no es el lugar topográfico, sino el mensaje de fe.
“Y estando él a orillas del lago de Genesaret, la gente se agolpaba para oír su Palabra”. Aquí fue donde Jesús llamó a sus discípulos Pedro y Andrés: “Venid conmigo y os haré pescadores de hombres”. Y a Santiago y a Juan “que estaban en la barca remendando las redes, con su Padre Cebedeo”.

Y entre el lago y la célebre vía de comunicaciones, denominada “Vía Maris”, estaba, como ya hemos indicado, estratégicamente situada Cafarnaún. Y por ser una de las vías más importantes de la zona tenía un puesto aduanero para el control de las mercancías, y allí, sentado en al mostrador de los impuestos, estaba Mateo ejerciendo su oficio de recaudador, cuando recibió del Señor la invitación a seguirle: “y le dijo: Sígueme. El se levantó y le siguió”.

Así Mateo, a pesar de su oficio de recaudador, de no muy buena reputación en aquella época y casi sinónimo de público pecador, termina dejando el telonio de la aduana de Cafarnaún y sigue al que le llamaba para ser pescador de hombres.


2. Sigue llamando hoy

“Seguir”: Es una de las palabras más importantes que leemos en el Evangelio; y la inmensa mayoría de las veces ( nada menos que 70 ) que aparece en el Evangelio el verbo “Seguir” se refiere al seguimiento de Jesús…Es lo que determina al discípulo.

Y un discípulo en el N. Testamento, no significa sólo el que aprende una lección de su Maestro, sino el que comparte, asumiendo el destino del Maestro, no solo su doctrina, sino también su vida.
No se trata sólo de imitar al Señor, sino de compartir con Él su destino, siguiéndole por el camino de la vida, participando de su misma misión. Y Jesús, lo mismo que un día llamó a sus primeros discípulos junto al mar de Galilea y a mateo en Cafarnaún, sigue llamando a su seguimiento.

Y la llamada del maestro es tan real ahora como cuando estaba en la tierra entre sus Apóstoles. En cierto modo todo sigue igual en la vida de la Iglesia: Un Sacerdote perdona hoy igual que Cristo hace dos mil años.

Y esta llamada a la vida cristiana - al seguimiento de Jesús - se nos hace a cada uno de nosotros personalmente y la llamada viene del mismo Jesús…Por lo tanto la respuesta la hemos de dar cada uno de nosotros de forma individual, sin que nadie pueda hacerlo por cada cual…Pues es a un seguimiento, que significa una entrega a Cristo incondicional y total:
Se trata de decirle a Jesús que sí y a lo que sea, sin hacer muchos planes…Es tomar la cruz del Señor; “Si alguno quiere ser mi discípulo tome su cruz y sígame”.

Es dejar nuestras vidas en sus manos, sin restricciones, y esto: el entregarse a El, es muy serio. Porque a lo que Jesús llama es a asumir su propio camino, su propio destino, un destino que es el de la Solidaridad con todos los pecadores hasta sufrir y morir con ellos y por ellos.

“La vida de Jesús fue un camino de justicia, de incesante solidaridad” con los pobres, con los que sufren, con los excluidos y marginados de la sociedad. A Dios no le agrada un acto meramente cultual si no se da un verdadero acercamiento a Él por el amor, como hemos leído en la primera lectura del profeta Oseas:. “Misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos” (1.a Lect.). Jesucristo confirma la misma llamada a la conversión y a la misericordia. Busca a los marginados, “publicanos y pecadores”, come con ellos, invita a algunos a seguirle para incorporarlos al grupo de los íntimos, con el consiguiente escándalo de los que se tenían por justos. Los defiende, y proclama, además, que Él “no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores” y a dedicarse a la misericordia, al amor que libera a los oprimidos por el mal.
Aunque crece actualmente la sensibilidad ante los marginados, drogadictos, enfermos de sida, los gitanos etc., continúan, sin embargo, las bolsas de pobreza en nuestras grandes ciudades. Constituyen una apremiante llamada a todos los hombres de buena voluntad y una magnífica ocasión para los creyentes de poner en práctica la solidaridad cristiana.

Y la Solidaridad era el destino de aquel que fue “el hombre para los demás”. Él, Jesús, nos repite hoy su llamada: una llamada a la solidaridad con el destino de aquel que necesita nuestras manos, nuestro cansancio, nuestro amor, no sensiblero, sino el que quiere sufrir amando en obras de caridad. Compartiendo el destino de Jesús de Nazaret, que hizo de la Solidaridad con los pobres y los que sufren el programa de su vida.

Es signo de que seguimos a Jesús al compartir su programa de vida. Compartir es el programa del cristiano, ese es el programa del que sigue a Jesús.

Uno de los más grandes teólogos del siglo XX, el P. dominico Congar escribía: “Cada día Cristo me llama: su palabra y su ejemplo me arrancan de mi rutina y mi egoísmo. Yo le pido que tenga conmigo la misericordia de no dejarme sentado en mi tranquilidad y en mi rutina”.

Ciertamente hoy no podemos vivir los cristianos de una religiosidad y de un cristianismo meramente sociológico, porque así lo hemos recibido de nuestros mayores, porque así lo vivimos como una mera costumbre…es necesario que hoy cada cristiano tenga una vivencia personal de su fe, una vivencia como la tuvieron aquellos primeros discípulos, entre ellos San Mateo, que se encontraron, fueron llamados y siguieron a Jesús.

Y del encuentro de Jesús puede surgir nuestra conversión profunda del corazón y nuestro seguimiento del Maestro.

San Mateo celebró su encuentro con el Señor celebrando un banquete y sentando a su mesa a Jesús con gran escándalo de los fariseos y representantes del judaísmo legal. Sin embargo, Jesús expresaba con ello la misericordia y cercanía de Dios hacia los más alejados. Así es como Jesús convierte a los pecadores y sana a los enfermos. Y en este contexto San Mateo introduce la cita del profeta Oseas, que hemos leído en la primera lectura: “misericordia quiero y no sacrificios”. La misericordia de su corazón aclara y explica su conducta con los publícanos y pecadores. “Los enfermos, dice, son los que necesitan el médico y no los sanos”. Y esta es la misión de Jesús, que es también la misión de la Iglesia, llamar a los pecadores que se conviertan.

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