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martes, 3 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Tres ejemplos de Conversión

Publicado por Trigo de Dios

1. la conversión de San Pablo y su entrega generosa a Dios. La conversión es una metanoia (cambio de mentalidad) que los cristianos experimentamos a partir del momento en que comenzamos a sustituir nuestros valores que contradicen el cumplimiento de la voluntad de Dios por nuestra parte por la ideología divina. Este cambio no ha de significar que todos hemos de considerarnos sumamente malvados si no creemos en Dios o si nuestra entrega al servicio de nuestro Padre común no es totalitaria, sino que hemos de aprovechar la oportunidad que nuestro Padre nos da para que podamos alcanzar la cumbre de la felicidad al aceptarla, aunque, para lograr el citado objetivo, tengamos que desandar los caminos que andamos cometiendo algunos fallos o muchos errores, reparando el daño que, independientemente de la intención buena o adversa con que actuamos en el pasado, nos causamos a nosotros mismos o a nuestros hermanos los hombres. San Pablo les habló a los filipenses con respecto al ideal que le instaba a esforzarse por aumentar su fe en el Señor: "Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su misma muerte. Espero así alcanzar en la resurrección el triunfo sobre la muerte" (Flp. 3, 10-11). Nosotros, los seguidores de Jesús que vivimos en el siglo XXI, también hemos de desear imitar a Cristo en sus vivencias y alcanzar la glorificación de nuestro Señor, aunque tengamos que sufrir para lograr el alcance de nuestra anhelada meta. San Pablo les escribió a los cristianos de la comunidad que fundó en Filipo: "Sé que, gracias a vuestras oraciones y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo, todo (lo que me suceda) contribuirá a mi salvación. Así lo espero ardientemente, seguro de no quedar defraudado y de que en todo momento, tanto si estoy vivo como si estoy muerto, Cristo manifestará su gloria en mi persona. Porque Cristo es la razón de mi vida, y, la muerte, por tanto, me resulta una ganancia" (Flp. 1, 19-21).
Recordemos que San Pablo escribió las palabras que estamos recordando cuando estaba encarcelado, y esperaba que se le juzgara digno de morir, con tal de no renegar de su fe cristiana. Antes de que nuestro santo muriera por la extensión del conocimiento de la gloria de Dios, Pablo le escribió a Timoteo: "Mi vida es como una ofrenda. Ha de ser inmolada: ya llega la hora de la muerte. He luchado con valor, he corrido hasta llegar a la meta, he conservado la fe. Sólo me queda recibir la corona de salvación que el Señor, justo juez, me entregará el día del juicio. Y no sólo a mí, sino a todos los que hayan esperado su venida gloriosa con amor" (2 Tim. 4, 6-8). Pablo le pidió a Dios que lo librara de su dolor, pero nuestro Padre común le dijo: ""Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza"" (2 Cor. 12, 9).
Todos sabemos que San Pablo, antes de convertirse al Evangelio, era fariseo, y que pertenecía a la tribu de Benjamín. A pesar de que su ciudadanía romana estaba acreditada, sufrió muchas discriminaciones, pues, los judíos, en aquel tiempo, no tenían muy buena prensa en el Imperio romano. Las citadas discriminaciones y la dureza de la Ley de Moisés, hicieron de nuestro santo un acérrimo defensor del perfeccionismo farisaico. La cerrazón de Pablo causó el choque de mentalidad que Jesús provocó en él cuando, al iniciarse la cruel persecución contra los nazarenos, nuestro santo obtuvo el permiso legal para desplazarse a Damasco, para encarcelar, torturar y asesinar a los seguidores de Jesús que encontrara en su camino, con el fin de exterminar las creencias que el Hijo de María introdujo en Palestina antes de su crucificción. Jesús tuvo que hacer que Pablo fuera derrumbado de su caballo y cegado por una luz potentísima para llamar la atención del enemigo de sus fieles. Al igual que nos sucede a nosotros, Pablo tuvo que sentirse débil para aceptar a Jesús en su vida.

2. La conversión de San Pedro, el primer Papa de la Iglesia Católica. Cuando Andrés le presentó a jesús a su hermano Simón, el Maestro le dijo al citado pescador de Betsaida: "-Tú eres Simón, hijo de Juan; en adelante te llamarás Cefas (es decir Pedro) (Jn. 1, 42). Todos recordamos la pesca milagrosa tras la que Pedro le dijo a Jesús que se apartara de él, pues era un pescador inculto y miedoso, incapacitado para alcanzar la perfección que el Mesías le exigía. Jesús sabía que Pedro le negaría en la noche del Jueves Santo, pero quiso que su futuro Apóstol dejara sus redes y le siguiera, pues sólo necesitaba aprender a controlar sus impulsos, y a afianzar su voluntad. Pedro fue uno de los amigos predilectos de Jesús, y uno de sus discípulos más aptos para adquirir el conocimiento de la Palabra de Dios y predicar el Evangelio, lo cuál le valió su crucificción bocaabajo, no porque él se consideraba indigno de morir como Jesús según afirma la ancestral tradición, sino porque se le acusó de sedición, es decir, de proclamarse Rey de la Cristiandad, sucesor de un tal Jesús que fue crucificado como malhechor, que no fue crucificado boca abajo, porque Pilato no quiso que Cirino lo depusiera de su cargo de Gobernador, al tener la noticia de que, en la colonia más rebelde del Imperio, se escondían sediciosos soñadores que deseaban ser venerados como reyes.
En el Evangelio de hoy se nos narra la conversión de San Mateo. Pidámosle a Dios que, los ejemplos de conversión y entrega generosa a la Evangelización de los santos Pablo, Pedro y Mateo, nos sirvan de estímulo en el seguimiento de Jesús.

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