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sábado, 7 de junio de 2008

X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Comer con publicanos, mancharse las manos

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Domingo 10. Tiempo ordinario. Ciclo a. Juan Bautista no comía ni bebía. Por el contrario, Jesús, que ha comenzado siendo discípulo de Juan, quien le ha bautizado (cf. Mc 1, 9-11), come y bebe, de manera que han podido insultarle llamándole borracho y comedor (cf. Mt 11, 19). La acusación (¡es un comilón y borracho!) indica que ha transgredido las normas de comensalidad: ha comido con gente manchada, se ha sentado con los pecadores (¡los llamados pecadores!), ha compartido con ellos un camino en el caben todos. No se ha ido al desierto, ni ha quedado en el límite del río (como quedó el Bautista). Tampoco se ha refugiado en una comunidad de liberados, celosos de su propia pureza, como los esenios y fariseos. Ha estado con todos, ha comido con los llamados “pecadores”, iniciando así un tipo de "terapia" de acogida en medio de un espacio de "pecado público", vinculado entonces con los "publicanos".

(1) Un publicano.

Jesús es “puro” y por eso no es purista. Es hombre de amor y por eso puede acudir a los lugares que parecen carentes de amor. De esa forma ha ido a los lugares donde viven y malviven los hombres y mujeres concretos, rompiendo de forma provocadora las leyes de pureza de su entorno, como recuerda la tradición de los evangelios. Entre los recuerdos más significativos de este comportamiento de Jesús está la escena del publicano Leva (al que Mateo llama “Mateo”). Aquí la presentamos en sus dos versiones paralelas, la de Marcos y la de Mateo que ha sido recogida en el evangelio de este domingo:

Texto de Marcos. «Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo sentado a su telonio y le dijo: Sígueme. El se levantó y lo siguió. Después, estando Jesús reclinado a la mesa, en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se reclinaron con él y sus discípulos: eran muchos y le seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que Jesús comía con pecadores y publicanos, decían a sus discípulos: ¿Por qué come con publicanos y pecadores? Jesús lo oyó y les dijo: No necesitan médico los sanos, sino los enfermos...» (Mc 2, 13-17).

Texto de Mateo En aquel tiempo, vio Jesús al pasar a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: "Sígueme." Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: "¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?" Jesús lo oyó y dijo: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. (Mt 9, 9-13)

Leví: . El publicano de Marcos se llamaba "Leví" y, de esa forma, nos hace pensar en un "levita", un sacerdote. Parece que los que venden al pueblo son sacerdotes... Pues bien, de un modo velado, Jesús llama incluso a los sacerdotes.

Mateo. El publicano de Mateo se llama Mateo... Es probable que de esa manera haya querido evitar el nombre de Leví, demasiado chocante para algunos judíos... Aquí el publicano no es sacerdote, sino un simple israelita... Pero el tema de fondo es el mismo. Jesús llama a los pecadores, Jesús come con ellos, iniciando un camino de liberación fundado en el contacto personal, en la comunicación de mesa (economía) y de encuentro humano (solidaridad), cruzando las barreras que entonces (y ahora) se establecen, partiendo de principios "dogmáticos", no del ser humnano.

(2) Un traidor a su pueblo, un traidor amado

Leví/Mateo es un publicano israelita, sentado en su telonio u oficina de impuestos al servicio del imperio o sus representantes. Según ley judía, es hombre impuro: ha vendido su honor por dinero, colaborando con los invasores (u opresores económicos) por dinero, en contra de la comunión y gratuidad que exige el judaísmo, como exige la ley del año sabático y jubileo. Pues bien, Jesús le llama al seguimiento… Éste es el misterio: Jesús ama a Leva, le ama como a persona… No empieza discutiendo con él sobre temas de leyes, no le da discursos, no le leer la Biblia (ni en su conjunto ni en parte)… Hace algo mucho más hondo: le ama, le llama. Ciertamente, tiene cosas que decirle al publicano (todo el evangelio es el fondo una lección sobre el dinero y sobre la justicia), pero antes de todo está el encuentro con el hombre Leví, un encuentro de persona a persona, de seguimiento (¡ven conmigo, sígueme!) y de mesa (¡te invito a comer!)

Antes de toda discusión sobre leyes y principios está este amor personal, un amor “a cuerpo": Sígueme, vamos juntos. El valor supremo es la persona, el encuentro de personas, el diálogo de confianza. Jesús, aspirante mesiánico llama a Leví y Leví, impuro publicano, invita a Jesús a su mesa, en gesto de apertura agradecida.

De esa forma, la mesa del publicano se convierte en espacio de comida compartida (es decir, iglesia) donde se reúnen con Jesús muchos publicanos y pecadores. Pues bien, en contra de las normas sacrales de los grupos puros de su tiempo (esenios, proto-fariseos, bautistas...), Jesús no les conduce a un «taller de conversión» (al desierto o a la escuela de la Ley), sino que acepta su mesa y comparte con ellos la comida, en eucaristía mesiánica donde él aparece como un invitado. No empieza ofreciendo comida, se la ofrecen. No empieza dando su cuerpo como pan y vino, sino que recibe el pan y vino de los publicanos, aun sabiendo que, en su origen, esos dones pueden ser impuros, esto es, adquiridos de manera injusta.

(3) Comer y acoger.

Ciertamente, le acusan, pero él se defiende, presentando su misión como terapia de amor, curación vinculada a la mesa compartida. Ésta es la expresión del perdón de Dios: comer juntos. Éste es el principio de reino: transformar gratuitamente el dinero impositivo (telonio del publicano) en banquete de fraternidad donde todos pueden compartir y comparten la misma esperanza del reino. De esa forma, por encima de las normas de pureza ritual o sacral, superando las distancias nacionales o dogmáticas, ha iniciado Jesús el proyecto de comunicación mesiánico. Si olvidamos este inicio, olvidamos y perdemos la raíz del cristianismo. Se le acercaban todos los publicanos y pecadores para escucharle. «Y los fariseos y escribas murmuraban diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos» (como se dice en Lc 15, 1).

Jesús acoge (prosdekhetai) a los pecadores, recibiéndoles en su propio grupo, no para echarles en cara su pecado o iniciar con ellos un exigente proceso de conversión, sino para ofrecerles un espacio de comunicación y vida compartida. Una vez que vengan con él, una vez que dialoguen, ya verán lo que tienen que hacer. Los publicanos aprenderán de Jesús, en el camino (y en la mesa); Jesús, por su parte, aprenderá de los publicanos.

Jesús les acoge... y se deja invitar por ellos. Tiene tiempo para sentarse a su mesa, de manra que ellos le acogen y él, Jesús, come (synesthiei) con ellos. No les ofrece una limosna, no les escucha un momento, para luego retirarse a comer por separado. Al contrario, crea un grupo alimenticio con aquellos a quienes los limpios (aquí fariseos y escribas) expulsaban de ley sagrada. El lugar de constitución fundamental del judaísmo es la comida. Para tomar alimentos se han separado las comunidades de esenios y fariseos. Por mantener diversas concepciones sobre la comensalidad han discutido los primeros cristianos, según Hech 15. Pues bien, retomando el mensaje más h hondo de Jesús, Pablo ha situado aquí la verdad del evangelio, entendiendo el cristianismo como grupo de comida compartida (cf. 1 Cor 5, 11; Gal 2, 12).

(4) La verdad del evangelio

a) Es abrirse a todos, sin rechazar por principio a todos. Lo que importa antes que nada es la persona, la persona de todos (incluso de los publicanos que, si siguen a Jesús, se encontrarán de pronto rodeados de pobres y enfermos con quienes tendrán que compartir la vida)

(b) Es comer juntos… No se trata de dar de comer… como se puede dar a los perros, echando la comida. Es sentarse juntos para compartir la dignidad de la vida y la conversación, en un camino abierto a todos.

Jesús responde a la censura de los fariseos, que critican su comunidad de mesa con los publicanos y los pecadores, por medio de un proverbio que consta de dos partes:

“No necesitan médico los fuertes, sino los que están mal.
Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”.

Esta doble respuesta cambia el marco de referencia: por encima de la ansiedad de los fariseos, que tienen miedo por el contagio de la impureza y el pecado de los otros, está la necesidad humana de los pecadores y la nueva situación creada por el advenimiento de Jesús (¡he venido!).

Antes de todos los posibles dogmas y de todas las instituciones sagradas está la necesidad de los hombres. No hay que partir de la ley, sino del hombre y del hombre necesitado, es decir, de aquellos que se encuentran en situación de enfermedad o de rechazo social.

En este contexto se entiende la venida de Jesús: no ha venido a conformar la razón de los que tienen razón (de los “justos”, en frase irónica), sino a ofrecer salud a loe enfermos. En esta nueva situación, lo que es contagioso es la santidad más que el pecado. Jesús no queda impuro por el contacto con la impureza, sino que, en lugar de eso, destruye la impureza a través de su poder de sanación. Eso significa que el amor y la vida es más poderoso que la violencia y la muerte.

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