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viernes, 20 de marzo de 2009

IV Domingo de Cuaresma - Ciclo B: LOS DOS ROSTROS DE LA SERPIENTE (Jn 3,14-21)

Publicado por Monasterio Benedictino
Santa Maria de los Toldos

“... La imagen se ha convertido en realidad, la profecía en manifestación, la Ley en Evangelio. Has atraído todo hacia ti, Señor, para que el culto de todas las naciones del universo celebrase por medio de un sacramento pleno y manifiesto lo que se venía haciendo bajo la sombra de las imágenes en el templo único de Judea. Ahora, los levitas son más ilustres, más elevada la dignidad de los ancianos, más santa la unción de los sacerdotes, porque tu Cruz es la fuente de todas las bendiciones, la causa de todas las gracias. Por ella los creyentes reciben fuerza de la debilidad, gloria del oprobio, vida de la muerte. Ahora toca a su fin la diversidad de sacrificios carnales, y la ofrenda única de tu cuerpo y de tu sangre los realiza todos. Porque tú eres el verdadero cordero de Dios que quitas los pecados del mundo (Jn 1,29), y tú das cumplimiento en ti a todos los misterios, tan maravillosamente que, lo mismo que un solo sacrificio reemplaza a todas las víctimas, así todos los pueblos forman un solo Reino”(1).

LOS DOS ROSTROS DE LA SERPIENTE

En este pasaje del evangelio de san Juan se hace necesario comprender el doble simbolismo de la serpiente. Jesús se parangona con la serpiente de bronce que Moisés había elevado en el desierto, para librar de la muerte al pueblo pecador.
Si bien la serpiente evocaba la muerte, ella también era símbolo de vida. Porque era vista por los pueblos antiguos como figura de la fecundidad. Por eso, el momento de la maldición, coincide paradojalmente con la hora triunfante de la glorificación.
En el mundo de hoy, para algunos la cruz es algo repugnante que hay que evitar o al menos disimular a toda costa. Para otros, es algo amargo que hay que tratar de revestir con edulcorantes, para así convertirla en elemento de utilería, liviano y sin sentido. También no está de más recordar a quienes, con vocación masoquista, la recomiendan como un atrayente artículo de placer.
Finalmente están los que con fe realista, buscan asumirla junto con el Cristo crucificado, creyendo que no se trata de un simple fin, sino de un trampolín hacia la luz.
Son los que afirman que Dios no quiere el sufrimiento. Que el único sufrimiento que Dios tolera es el que proviene de la lucha contra el sufrimiento. Porque Jesús sufrió por ponerse del lado de las víctimas del sufrimiento humano.
El cristianismo no puede ser algo insípido. Tiene que asumir el desafío de dar sentido a la vida y a la muerte.
La gran tentación del mundo de hoy estriba en desvirtuar su mensaje, privándolo así de su impulso vital, y amarrándolo al carro del vencedor de un religiosidad "facilista" y ambigua.


[1] San León Magno, Sermón VIII sobre la Pasión, 7; PL 54,340B-341C (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Editorial Apostolado de la Prensa, 1971, K 41). León, que ostenta el título de Grande (Magno), sobre todo por su contribución teórica y práctica al afianzamiento del primado de la Sede Apostólica romana, fue Papa de Roma entre 440 y 461, en el momento histórico en que el Imperio Romano se quebraba en Occidente ante el empuje de las invasiones bárbaras. León habría nacido en Toscana (¿o Roma?), hacia el fin del siglo IV. Antes de ser obispo de Roma ocupó una posición importante durante el pontificado de sus predecesores. León fue ante todo obispo de Roma y, por medio de sus frecuentes sermones dirigidos tanto al clero como al pueblo, buscó introducir a su comunidad en la celebración de los misterios de Cristo, proponiéndole la vivencia sincera de la vida bautismal, a la vez que procuró preservar a sus fieles de las herejías y los errores provenientes del paganismo. Después de veintiún años de pontificado arduo y difícil, murió el 10 de noviembre de 461. Nos legó 97 sermones y 173 cartas.

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