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jueves, 12 de junio de 2008

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A : "Obreros para la vida"



La experiencia con lo sagrado que tuvo el pueblo de Israel, nos muestra a un Dios que se identificó siempre con la causa de un pueblo libre, próspero y en paz, cuyo hilo conductor debía ser la justicia y el derecho, en alianza con Él.

No hizo alianza con el poderoso imperio egipcio sino que escuchó el clamor de los esclavos y los condujo a la libertad, simbolizada en la figura de la tierra prometida, una tierra que mana leche y miel. La tierra para el pueblo es algo muy sagrado porque le pertenece a Dios; por tal motivo no se puede convertir en un instrumento para dominar y someter a otros. Debe ser para habitarla, cuidarla y cultivarla comunitariamente de manera que los frutos se recojan y sean compartirlos con los demás para nadie pase necesidades.

Esta utopía se vivió en el pueblo de Israel durante el tiempo de los jueces, hasta que, por una parte éstos últimos se corrompieron y por otra, algunas personas empezaron a acumular tierras y a despojar a sus vecinos de las suyas para pastar sus ganados. Entonces se impuso la monarquía y la lucha por el poder; se debilitaron internamente y fueron presa fácil de las invasiones, las deportaciones y las colonizaciones.

El sacerdote, es decir, el que ofrece el sacrificio, es un personaje central en la estructura organizativa de cualquier religión. Todo el pueblo de Israel debía ser sacerdotal, es decir, todos, cada uno de los miembros del pueblo ofrecían sus vidas como sacrificio a Dios; su manera de vivir en justicia, misericordia y santidad debía ser el principal sacrificio a Yahvé. Pero ese pueblo que quiso ser reino de sacerdotes, nación santa y rebaño de Dios, en el tiempo de Jesús estaba sumido en una profunda crisis en todo sentido.

El evangelio nos representa la situación del pueblo: extenuado y abandonado, como ovejas que no tienen pastor. El empobrecimiento, la esclavitud, el sometimiento y la persecución a muerte a todo tipo de resistencia o inconformismo eran el pan de cada día.

Los líderes sociales, religiosos, políticos, ideológicos, intelectuales, etc., es decir los pastores de que debían conducir al rebaño por buenos pastos, en su gran mayoría estaban amañados con el poder romano que les permitía tener ciertos privilegios, sin importar la suerte de pueblo. Lo que abundaban eran los falsos pastores que se comportaban como tiranos con sus mismos hermanos. Lo mismo sucedió en los campos de concentración nazi, donde los judíos que el ejército nombraba como capataces, eran más tiranos con sus paisanos que los mismos nazistas. Lo mismo sucede en muchos de nuestros países donde muchos connacionales hacen alianzas con extranjeros para tumbar el país. Basta dar una mirada a muchos contratos en los que nuestros pueblos han terminado perdiendo y pagando los malos negocios hechos por “nuestros líderes”, faltos pastores que mantienen su status a expensas de la miseria de muchos, de todo el pueblo, especialmente de muchos hermanos nuestros que viven cansados y agobiados, como ovejas sin pastor.

Jesús de Nazareth que perteneció al pueblo-pueblo, que experimentó la dura realidad y vivió en carne propia lo que significó pasar aprietos y humillaciones, no fue ajeno al dolor de la gente. Toda su vida fue movida por la compasión es decir, por el dolor más profundo de su ser ante el dolor el dolor del otro.

Él no le jugó al paradigma del hombre próspero, exitoso y feliz, cuyo dios confort no le permite sentir con el que sufre; ni fue un oportunista que aprovechara el dolor de la gente para ganar popularidad prometiendo soluciones mágicas. Su amor por la humanidad no fue un amor romántico sino un amor compasivo que lo llevó a reaccionar ante la humanidad caída que sufría y penaba el duro caminar hacia un rumbo desconocido.

Aunque conocía y sufría por dicha realidad espinosa, Jesús no fue un profeta de la desgracia o un ave de mal agüero que anunciara la calamidad, la catástrofe o el castigo de Dios por los pecados de la humanidad. Esa realidad dura que producía dolor, la vio como una finca con abundante cosecha, pero con pocos obreros comprometidos con la recolección. Como un buen judío con una religiosidad profunda, Jesús entendió que el dueño de la tierra, de la vida, la mies era Dios, así que había que pedir al dueño de la mies que enviara obreros a su mies.

Jesús no se sintió dueño de la mies, se sintió obrero, y llamó a doce discípulos para ser también obreros como él, e invitó a orar a Dios, el dueño de la mies, para que enviara más obreros a recogerla.

Doce es un número simbólico que representa la restauración del pueblo, el proyecto utópico de las 12 tribus de Israel. Jesús retoma y continúa el proyecto salvífico de Dios con el pueblo esclavizado en Egipto, al que condujo, como las águilas levanta a sus pichones (Ex 19,2-6ª), a la tierra prometida. A esos discípulos los envía (apóstol significa enviado), para curar y restaurar la salud física, psicológica y espiritual, para devolver la esperanza y las ganas de vivir a un pueblo sumido en la desesperanza.

El reduccionismo ritualista en el que muchas veces hemos caído los cristianos, nos ha llevado a limitar esta invitación de Jesús a orar por la vocaciones sacerdotes y misioneras para que prediquen y celebren misa. ¿Pensamos nosotros que ser obreros de la mies es tarea sólo de los curas y de las monjas, o, aceptamos la invitación de ser obreros de la mies?

Hoy, como ayer, hay personas que sólo buscan ser prósperos y exitosos para tener una gran capacidad de consumo, según lo exigen los paradigmas actuales. Hoy reina, como dice Jon Sobrino, “el individualismo como forma suprema de ser, y el éxito como verificación última del sentido de la vida, mientras la fraternidad, la compasión y el servicio son vistos como productos culturales secundarios, tolerados, pero no promovidos”. ¿Busco solamente alcanzar un éxito individual o me comprometo como discípulo a continuar con el proyecto salvífico de Jesús, a darles la mano a aquellas personas que viven como ovejas sin pastor, sin amor propio, sin sus derechos y sin un rumbo para sus vidas?

Jesús llamó a los quiso y no precisamente a los más preparados, capaces, audaces e inteligentes. A Simón, que en hebreo significa “el que escucha a Dios”, de sobrenombre Pedro, es decir, piedra, por la terquedad en sus asuntos y en sus ansias por un mesianismo triunfalista que lo sacara de pobre. A Andrés, hermano de Simón y pescador como el anterior. A los hermanos Santiago y Juan, hijos del viejo Zebedeo, denominados “boanerges”, es decir hijos del trueno, por la forma violenta como reaccionaban muchas veces. (Cuando un pueblo de samaritano no quisieron recibir a Jesús porque iba de paso para Jerusalén, estos persojes le sugirieron a Jesús pedir que cayeran rayos del cielo para destruir este pueblo (Lc 9,51-55) )



Mateo era recaudador de impuestos, es decir, colaboracionista con el poder romano. Como veíamos hace ocho días, odiado y despreciado por todos, y considerado social y religiosamente al mismo nivel que los ladrones, los pecadores, los leprosos y las prostitutas. De Andrés, Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago Alfeo, Tadeo, y Simón el fanático, sabemos casi nada. Judas, el último de la lista es muy famoso por haber sido el traidor.

Hoy, como ayer, Jesús nos sigue invitando a ser obreros de la mies, hay mucho por hacer, que nadie se quede por fuera, todos somos convocados, con los distintos carismas, en distintas áreas, pero en últimas, todos para ser obreros de la mies del Señor. ¿Quién da un paso al frente?

Nota: menos mal que Jesús aclaró: “lo que recibieron gratis denlo gratis”. Que no resulte ahora algún vivaracho patentando el evangelio y adueñándose de él. No lo digo por hablar, les muestro algunos ejemplos:

Genetic Technologies Ltd., de Australia, patentó nada menos que el ADN no codificado de todos los seres vivos, incluyendo los humanos.

La empresa holandesa Soil & Crop Improvement, negoció una propiedad conjunta de teff (milenaria gramínea parecida al trigo) con el gobierno de Etiopía y la registró como propiedad intelectual suya.

Monsanto consiguió patentar en Europa una variedad de trigo tradicional de la India. La inconcebible patente, contra la que luchan varias entidades, reconoce a Monsanto derechos de autor sobre la harina, la masa y hasta las galletas fabricadas con este peculiar y arcaico trigo.

Yang Menjung, industrial chino, registró como invento suyo un viejo producto reducido a partículas diminutas. El avivato ha patentado 466 hierbas o mezclas de la medicina tradicional de su país mediante el simple expediente de pulverizarlas.

El gobierno de Estados Unidos, promueve la explotación comercial de la biodiversidad aún en parques naturales y liderara la concesión de patentes de seres vivos.

Y por último: El Instituto Mexicano de Propiedad Industrial, permitió que la Virgen de Guadalupe se convirtiera en marca registrada. Durante diez años, las imágenes de la patrona de México son derecho exclusivo de una compañía china. (tomado de Daniel Samper, en El Tiempo, Junio 30 de 2004)

OJO: “lo que recibieron gratis denlo gratis”.

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