• A anunciar lo mismo que proclamó Jesús: el Reino y el camino para llegar a él: las bienaventuranzas.
• A hacer lo mismo que hizo Jesús con los hombres con los que convivió.
Lo mismo que Jesús estamos llamados a hacer nosotros hoy. La tarea que nos corresponde a todos. Cuando en este evangelio se escribe gradualmente: «discípulos», «doce discípulos», «doce apóstoles», se está refiriendo a los mismos: a todos los seguidores de Jesús.. «Doce» es un número simbólico que indica la totalidad del pueblo de las doce tribus; aquí expresa la comunidad de los que creemos en Jesús, que formamos el nuevo pueblo. Y «apóstoles» significa «enviados», indica que el nuevo pueblo ha sido elegido para cumplir una misión, que consiste en servir a los hombres realizando la misma acción de Jesús.
En la comunidad no hay nadie que sea de segundo o de tercer orden o que esté dispensado de servir a los demás con todas sus fuerzas. Este quehacer no es sólo cosa de los curas, de los obispos o de los religiosos o religiosas. Es la característica fundamental de todo creyente.
Como es urgente que todos caigamos en la cuenta de esto, tan vital para la experiencia cristiana y el servicio del mundo, vamos a ver cómo presenta san Mateo la misión de Jesús y la nuestra.
En lo que se refiere a Jesús, lo describe así:
«Recorría Galilea entera…,
proclamando la Buena Noticia del Reino,
y curando todo achaque y enfermedad del pueblo…
Le traían enfermos de toda clase…,
endemoniados,
paralíticos,
y él los curaba» (14, 23-24; 9,35).
Esto mismo es lo que quiere Jesús que hagamos los que le seguimos:
«Id y proclamad
que el Reino… está cerca.
Curad enfermos,
resucitad muertos,
limpiad leprosos,
arrojad demonios» (10,7-8).
La misión consiste en anunciar la Buena Noticia del Reino y en hacer realidad el contenido de ese Reino que se proclama. La tarea consiste en realizar el servicio a los demás, curando toda situación de miseria en el hombre y tratando de extirparla desde la raíz –luchando contra el espíritu del mal y las fuerzas adversas al plan de Dios y al hombre, que deshumanizan y destruyen–.
Esta tarea hay que realizarla en medio del pueblo y con el pueblo como destinatario: «que anda maltrecho y derrengado como ovejas sin pastor».
Es impresionante la expresión usada por san Mateo para describir la situación de los pueblos (Nm 27,17). Los pueblos están esquilmados, explotados, sometidos, manipulados, esclavizados. Hay gentes que se tienen como nuestros pastores –algunos se atribuyen este oficio porque tienen la fuerza y un corazón malvado–, pero en realidad no lo son, porque son explotadores de la riqueza que se produce y ocupadores de la geografía que nos pertenece (Ez 34).
El discípulo tiene la misión de ayudar a los pueblos a que se curen desde la raíz del mal. Para que dejen de ser ovejas mal pastoreadas, aplastadas, explotadas, rendidas. A este pueblo, a sus ciudadanos, es necesario ir –«id»–, y alentarles a que salgan de su estado desesperado.
Tenemos que ir con mensaje de esperanza: la Buena Noticia. Ese evangelio que hace tomar conciencia crítica de la situación, que anuncia el cambio mediante la conversión y genera la confianza y la praxis para llegar a un estado nuevo y mejor.
Tenemos que estar en el pueblo con una acción solidaria. Entre todos podemos poner el hacha en la raíz del mal (3,10). Entre todos podemos desenmascarar las causas de la miseria que nos envuelve. Con el trabajo de todos podemos vencer las fuerzas demoníacas, reales y presentes en las estructuras de pecado del mundo, quien nos impide vivir como personas humanas.
Esta tarea de ayuda al pueblo es urgente. No admite demora, porque «la mies ya está sazonada para la siega». La siega es el símbolo de la Presencia inminente de Dios en medio de nosotros, ofreciendo la salvación. La siega ya está llamando a la puerta y la cosecha es abundante. El tiempo del cambio está aquí y la miseria en la que se vive está a punto de reventar. Hacen falta trabajadores para la mies.
«Rogad al Señor de la mies, que envíe trabajadores a su mies».
• A hacer lo mismo que hizo Jesús con los hombres con los que convivió.
Lo mismo que Jesús estamos llamados a hacer nosotros hoy. La tarea que nos corresponde a todos. Cuando en este evangelio se escribe gradualmente: «discípulos», «doce discípulos», «doce apóstoles», se está refiriendo a los mismos: a todos los seguidores de Jesús.. «Doce» es un número simbólico que indica la totalidad del pueblo de las doce tribus; aquí expresa la comunidad de los que creemos en Jesús, que formamos el nuevo pueblo. Y «apóstoles» significa «enviados», indica que el nuevo pueblo ha sido elegido para cumplir una misión, que consiste en servir a los hombres realizando la misma acción de Jesús.
En la comunidad no hay nadie que sea de segundo o de tercer orden o que esté dispensado de servir a los demás con todas sus fuerzas. Este quehacer no es sólo cosa de los curas, de los obispos o de los religiosos o religiosas. Es la característica fundamental de todo creyente.
Como es urgente que todos caigamos en la cuenta de esto, tan vital para la experiencia cristiana y el servicio del mundo, vamos a ver cómo presenta san Mateo la misión de Jesús y la nuestra.
En lo que se refiere a Jesús, lo describe así:
«Recorría Galilea entera…,
proclamando la Buena Noticia del Reino,
y curando todo achaque y enfermedad del pueblo…
Le traían enfermos de toda clase…,
endemoniados,
paralíticos,
y él los curaba» (14, 23-24; 9,35).
Esto mismo es lo que quiere Jesús que hagamos los que le seguimos:
«Id y proclamad
que el Reino… está cerca.
Curad enfermos,
resucitad muertos,
limpiad leprosos,
arrojad demonios» (10,7-8).
La misión consiste en anunciar la Buena Noticia del Reino y en hacer realidad el contenido de ese Reino que se proclama. La tarea consiste en realizar el servicio a los demás, curando toda situación de miseria en el hombre y tratando de extirparla desde la raíz –luchando contra el espíritu del mal y las fuerzas adversas al plan de Dios y al hombre, que deshumanizan y destruyen–.
Esta tarea hay que realizarla en medio del pueblo y con el pueblo como destinatario: «que anda maltrecho y derrengado como ovejas sin pastor».
Es impresionante la expresión usada por san Mateo para describir la situación de los pueblos (Nm 27,17). Los pueblos están esquilmados, explotados, sometidos, manipulados, esclavizados. Hay gentes que se tienen como nuestros pastores –algunos se atribuyen este oficio porque tienen la fuerza y un corazón malvado–, pero en realidad no lo son, porque son explotadores de la riqueza que se produce y ocupadores de la geografía que nos pertenece (Ez 34).
El discípulo tiene la misión de ayudar a los pueblos a que se curen desde la raíz del mal. Para que dejen de ser ovejas mal pastoreadas, aplastadas, explotadas, rendidas. A este pueblo, a sus ciudadanos, es necesario ir –«id»–, y alentarles a que salgan de su estado desesperado.
Tenemos que ir con mensaje de esperanza: la Buena Noticia. Ese evangelio que hace tomar conciencia crítica de la situación, que anuncia el cambio mediante la conversión y genera la confianza y la praxis para llegar a un estado nuevo y mejor.
Tenemos que estar en el pueblo con una acción solidaria. Entre todos podemos poner el hacha en la raíz del mal (3,10). Entre todos podemos desenmascarar las causas de la miseria que nos envuelve. Con el trabajo de todos podemos vencer las fuerzas demoníacas, reales y presentes en las estructuras de pecado del mundo, quien nos impide vivir como personas humanas.
Esta tarea de ayuda al pueblo es urgente. No admite demora, porque «la mies ya está sazonada para la siega». La siega es el símbolo de la Presencia inminente de Dios en medio de nosotros, ofreciendo la salvación. La siega ya está llamando a la puerta y la cosecha es abundante. El tiempo del cambio está aquí y la miseria en la que se vive está a punto de reventar. Hacen falta trabajadores para la mies.
«Rogad al Señor de la mies, que envíe trabajadores a su mies».
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