Lo primero que nos viene a la mente al leer el Evangelio de este domingo es la actual escasez de sacerdotes en la Iglesia. Hay muchas comunidades que carecen de presbítero para celebrar la Eucaristía. No sólo. Por suerte de la tradición, en demasiados lugares el presbítero lo es todo en la comunidad y su falta significa la parálisis casi total de la vida comunitaria.En muchas comunidades parroquiales, el sacerdote no sólo preside la celebración de la Eucaristía. Es además el que manda, organiza, anima, asesora, da la catequesis... Y todos los demás que forman la comunidad son sujetos pasivos de la acción del sacerdote: escuchan, son animados, participan... Pero todo en la medida en que el sacerdote da el primer paso y dirige.
Comunidades evangelizadoras
Gracias a Dios hay ya muchos lugares en que no es así, en que las cosas se han empezado a hacer de otra manera y los laicos han comenzado a asumir sus responsabilidades. A veces, al principio, animados por los mismos sacerdotes. Otras, simplemente, porque la ausencia de aquéllos les motivó a hacer algo por la comunidad.
Han surgido en esas comunidades muchos y abundantes ministerios, muchas formas de servir a la comunidad y al anuncio del Evangelio. Son comunidades más complejas pero también más vivas. Algunos sacerdotes se sienten incómodos en ellas. Ya no son reyes absolutos. Se impone el diálogo a un nivel mucho más igualitario. Pero el Evangelio se beneficia de esa participación. Y la misión eclesial se realiza más plenamente.
Evangelizar es proclamar el Reino
Hay que releer el Evangelio de hoy para ver que Jesús llama a los doce y no les encarga en primer lugar presidir el culto sino estar muy cerca de los dolores y sufrimientos de las personas. Han de proclamar que el Reino está cerca, acercándose a los descarriados y a los alejados. No tienen más que compartir gratis lo que han recibido gratis.
Usando el lenguaje de la carta a los Romanos, lo que Jesús pide a los discípulos es que sean testigos de que Dios nos ama. Y punto. No nos ama porque nos hayamos convertido. No. Nos ama “siendo nosotros todavía pecadores”. No hay que escandalizarse de esta afirmación. Primero porque es de san Pablo. Y, segundo, porque no hay nadie entre nosotros que pueda afirmar al día de hoy que no es pecador.
Lo importante no es que nos hayamos convertido y seamos ya santos y buenos. Lo importante es que Dios nos ama y que por ese amor nos ha reconciliado a través de su Hijo. Por eso, nos gloriamos en Dios. Y eso se nota, se debe notar en la vida diaria, en el trabajo y en la familia. Eso es dar testimonio del Reino y anunciar que está cerca.
Un reino de sacerdotes
Somos un reino de sacerdotes (primera lectura). Hay que tomárselo en serio. Pero el cristiano no es sacerdote en sentido cultual. Su culto no se realiza en el templo sino donde lo realizó Jesús: en los caminos, en las calles, en el contacto con los pobres, los pecadores, los marginados, en la comida que hermana y cura los dolores, que reconcilia y construye el Reino.
Ahí es donde tenemos que vivir todos, no sólo los sacerdotes ordenados, nuestro sacerdocio. En la iglesia podrán faltar muchas cosas pero roguemos para que nunca nos falten evangelizadores que hagan presente el Reino en nuestro mundo.
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