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martes, 10 de junio de 2008

XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A : AUTORIDAD PARA HACER EL BIEN


Jesús vivía muy atento a las personas necesitadas que encontraba en su camino. Mira al paralítico de Cafarnaún, a los dos ciegos de Jericó o a la anciana encorvada por la enfermedad, y se le conmueven las entrañas. No es capaz de pasar de largo, sin hacer algo por aliviar su sufrimiento.
Pero los evangelios nos lo presentan, además, fijando con frecuencia su mirada sobre las «muchedumbres». Veía a las gentes con hambre o con toda clase de enfermedades y dolencias, y le sucedía siempre lo mismo: sentía compasión.
Había algo que le dolía de manera especial. Nos lo recuerda Mateo: «al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas como ovejas que no tienen pastor». Ni los representantes de Roma ni los dirigentes religiosos de Jerusalén se preocupan de aquella gente de pueblo.
Esta compasión de Jesús no es un sentimiento pasajero. Es su manera de mirar a la gente y de vivir buscando el bien. Su forma de encarnar la misericordia de Dios. De esta compasión nace su decisión de llamar a los «doce apóstoles» para enviarlos a las «ovejas perdidas de Israel».
Para ello, él mismo les da «autoridad», pero lo que les regala no es un poder sagrado para que lo utilicen según su propia voluntad. No es un poder de gobernar al pueblo como los romanos que «gobiernan a las naciones con su poder». Es un poder orientado a hacer el bien «expulsando espíritus malignos» y «curando toda enfermedad y dolencia».
Toda la autoridad que hay en la Iglesia arranca y se basa en esta compasión de Jesús por el pueblo. Está orientada a curar, aliviar el sufrimiento y hacer el bien. Es un regalo de Jesús. Los que lo ejercen lo han de hacer «gratis», pues la Iglesia es un regalo de Jesús a las gentes.
Por eso los discípulos han de predicar lo que predicaba él, no otra cosa: «predicad que el reino de Dios está cerca»; que la gente pueda escuchar esa noticia y entrar en el proyecto de Dios. Pero lo han de hacer poniendo salud, vida, convivencia y liberación de lo demoníaco. Así lo indican las cuatro órdenes de Jesús: «curad enfermos», «resucitad muertos», «limpiad leprosos», «arrojad demonios».

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