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lunes, 16 de junio de 2008

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Homilias y Recursos para la Homilia

Publicado por Agustinos España

Primera homilía

Un cámara de televisión española contaba hace tiempo que cuando estuvo en Egipto para realizar varias filmaciones, fue recibido en El Cairo por el director general de la Televisión Egipcia. Y que éste, después de darles todas las facilidades para su trabajo, se despidió de ellos regalándoles un ejemplar del Corán, no sin antes poner respetuosamente los labios sobre la portada del libro. “Que Alá os proteja en vuestra tarea”, les dijo. Y lo hizo, según cuenta este cámara, con un respeto, una naturalidad tal, que el grupo de españoles, no creyentes la mayoría, se sintió sinceramente emocionado.

Y ahora os digo a vosotros. Os imaginais a cualquiera de los altos jefes de nuestras televisiones haciendo un gesto semejante. O decidme si os cabe en la cabeza que el director general de Iberduero, o de la Telefónica, o de la Renault pudiera hacer algo parecido regalando una Biblia a unos visitantes extranjeros. Me temo que todos ellos, e incluso vosotros, encontraríais ocho mil razones para no hacerlo o para ponerse coloradísimos ante la simple idea.

La verdad es que sorprende al asomarse a Oriente, la naturalidad con la que lo religioso se vive diariamente. Todos nosotros hemos visto musulmanes que cuando les llega el momento de la oración no les importa hacerla en medio de la calle; también hemos visto hombres judíos rezando en el templo de las lamentaciones de Jerusalén con plena naturalidad. En la India se pueden contemplar gurús y santones que se dedican a la contemplación sin importarles las miradas de los turistas.

Pero aquí es otra cosa. Nosotros hemos emigrado al hemisferio de la vergüenza. seguramente porque ser cristiano es signo de ser retrógrado, pasado de moda, antiguo... y todos los adejtivos negativos que queráis poner.

Contaba José Luis Martín Descalzo que en una de esas largas esperas de los aeropuertos, un hombre decidió rezar el rosario. Y su mujer le decía: “Pero pasa las cuentas con el rosario en el bolsillo”. Y este hombre le respondió: “Si a aquella parejita del sillón de enfrente no le da vergüenza besarse en público, ¿por qué me va a dar verüenza a mi el rezar?

Supongo que será por la vieja ley del péndulo y que esta “moda de la vergüenza” se nos pasará cuando nos demos cuenta de lo ridícula que es. Pero, en cualquier caso, es signo de nuestra pobreza religiosa.

No digo que regresemos al orgullo exterior de ser católicos, sino simplemente a serlo con espontaneidad y a expresarlo naturalmente. Claro que para eso hay que tener un corazón muy en Dios para hablar bien de él.

Ojalá que esto sea cada vez más una realidad entre nosotros. Que no tengamos verguenza de expresar, cuando sea oportuno, que somos cristianos.

Segunda homilía

Las lecturas de la misa de este domingo nos invitan a todos los cristianos a que vivamos sin miedos, considerando que somos hijos de Dios.

Las palabras del profeta Jeremías de la primera lectura son el grito de esperanza y de seguridad cuando se encuentra solo en medio de sus enemigos. “Pero Yavé está conmigo, él, mi poderoso defensor; los que me persiguen no me vencerán” grita Jeremías, y en este domingo también nosotros somos invitados a repetir estas palabras, cada vez que sentimos que las dificultades o los problemas nos agobian.
Con demasiada frecuencia nos encontramos con amigos o conocidos angustiados y atemorizados por las dificultades de la vida. Con gente que vive constantemente preocupada por los acontecimientos adversos y por los obstáculos que se agrandan cuando uno solo cuenta con las fuerzas humanas para salir adelante.

Pero el Señor nos invita a comportarnos y a vivir como verdaderos hijos de Dios. A tener confianza en la providencia de nuestro Padre Dios, y a vivir como hijos que confían en un Dios misericordioso, que cuida de nosotros.

Nunca el Señor va a permitir que nos sumerjamos en situaciones que no podamos sobrellevar. Debemos confiar en que el Señor nos va a dar siempre las fuerzas para superar todas las dificultades, por más duras que nos parezcan.

Jesús declara el inmenso amor que nos tiene y el gran valor que posee para Dios cada uno de sus hijos. San Jerónimo, comentando este pasaje del Evangelio dice que si los pajaritos, que son de tan escaso precio, no dejan de estar bajo la providencia y cuidado de Dios, ¿Cómo nosotros, que por la naturaleza de nuestra alma hemos sido creados para la eternidad, podemos pensar que el Señor nos abandonará ante las dificultades?

La filiación divina, que no es más que el convencimiento y la certeza de que somos verdaderos Hijos de Dios, nos hace fuertes en medio de los obstáculos con que tropezamos todos los días.

El Señor es mi luz y mi salvación. ¿A quién temeré? De la seguridad de ser Hijos de Dios surge una moral de victoria que no se confunde con la petulancia ni con la ingenuidad, sino que es la firmeza alegre de todo cristiano de saber que, a pesar de las dificultades y las limitaciones, la victoria la ha ganado Cristo con su gloriosa Resurrección.

El pasaje del evangelio que leíamos corresponde a las instrucciones que Jesús les da a sus apóstoles para llevar adelante la evangelización del mundo.

Pero todos nosotros somos apóstoles y fuimos llamados a la evangelización. Es por eso que las palabras de Jesús las tenemos que tomar también como dirigidas a cada uno de nosotros, y la confianza a que nos exhorta el Señor, también la tenemos que tener en nuestra labor apostólica.

Jesús nos dice que no nos preocupemos demasiado cuando recibimos una calumnia o se murmura de nosotros cada vez que proclamamos una verdad del Evangelio, o difundimos sus enseñanzas. No les tengan miedo a los hombres. Nada hay oculto que no llegue a ser descubierto, ni nada secreto que no llegue a saberse, dice el Señor.

Si alguna vez nos callamos, debería ser porque es el momento oportuno de callar, por prudencia o por caridad, pero no por miedo o por cobardía. No somos amigos de la oscuridad y de los rincones, sino de la luz, de la claridad en la vida y en la palabra. Vivimos tiempos en que se hace necesario proclamar la verdad sin ambigüedades, porque la mentira y la confusión son difundidas a diario de muchas formas, incluso por los medios de comunicación.

En este año de preparación para el jubileo del tercer milenio, dedicado a Dios Padre, vamos a pedir hoy a María, a ella que con su vida es un ejemplo de abandono y confianza a la voluntad de Dios, que nos auxilie para que siempre vivamos confiados en nuestra situación de Hijos queridos de Dios, y en la certeza de que siempre contamos con un Padre que además de ser Todopoderoso, es providente y misericordioso.


RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas

En el Evangelio de este décimo segundo domingo ordinario escuchamos por tres veces la invitación de Jesús: No tengáis miedo. Se trata del discurso misionero del evangelio de san Mateo. Jesús alerta a sus apóstoles sobre las dificultades que encontrarán en su actividad misionera y los instruye sobre el falso temor a los hombres y el verdadero temor de Dios. Es, pues, una invitación llena de vigor a la confianza, a la seguridad en Dios (EV). La experiencia que vive el profeta Jeremías es semejante. Le ha tocado en suerte, como vocación divina, anunciar un mensaje de destrucción para Jerusalén. Un mensaje impopular que hiere los oídos de sus oyentes. Incluso sus amigos le dan la espalda y se vuelven contra él maquinando insidias e intrigas. “Pavor en torno”. Sin embargo, Jeremías se levanta con una confianza magnífica: el Señor está conmigo como fuerte soldado. (1L). La segunda lectura nos ofrece un nuevo texto de la carta a los romanos que venimos escuchando cada domingo. También aquí el elemento de confianza y seguridad subyace a la exposición del pecado y de la redención obtenida en Jesucristo. El tema de fondo de la liturgia es, por tanto, una contraposición entre el miedo del mundo, de los hombres y de la desesperación del pecado y la confianza en Dios que cuida providentemente de sus creaturas y se muestra como soldado que fortalece a los suyos. El bien ha triunfado sobre el mal y la muerte gracias a Cristo Jesús.


Mensaje doctrinal

1. No tengáis miedo. En el discurso misionero de Mateo, Jesús insiste reiteradamente sobre la necesidad de alimentar la confianza y desechar el temor. En realidad los apóstoles eran los encargados de anunciar “la buena noticia”, un mensaje lleno de esperanza y consolación, pero al mismo tiempo, un mensaje destinado a enfrentar directamente la “sabiduría del mundo” y los “pecados del hombre”. La bandera de Jesús se levantaba como una bandera de contradicción que ponía al descubierto los pensamientos de muchos corazones. Cuando Jesús llama a todos a su redil, su acción necesariamente pone al descubierto el pecado del mundo y lo separa. Jesús era consciente de que sus apóstoles iban al encuentro inevitable de la persecución, del martirio, de las insidias y asechanzas de los hombres. Primeramente los anima a la predicación: lo que os digo de noche anunciarlo en pleno día. Los exhorta a ser heraldos apasionados de la palabra de Dios. San Pablo dirá a Timoteo Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. 2 Tim 4, 2-4. El apóstol de Jesucristo debe predicar sin temor desde los terrados. Debe ser consciente que él es fuerte en su debilidad, que no debe preocuparse de su elocuencia, porque el Espíritu Santo le dictará aquello que debe proclamar. Ciertamente debe predicar la doctrina sana, no cualquier tipo de doctrina.

Jesús exhorta a sus apóstoles en segundo lugar a no temer a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. En este caso, desea confirmarlos de frente a las amenazas físicas, los malos tratamientos a causa de la Palabra, las conjuras y todo esfuerzo destinado a hacerlos apostatar de su fe en Él. Hasta qué punto los apóstoles interiorizaron esta invitación, lo vemos en la actitud de Pedro y los apóstoles en el libro de los Hechos 5,29.42. Afirman con toda seguridad que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres y, después de ser azotados, se muestran felices al ser considerados dignos de padecer por el nombre de Jesús.

Finalmente Jesús repite la exhortación a no temer pues la providencia de Dios no dejará que les suceda ningún mal. En el fondo, el secreto para no temer se encuentra en la conciencia de que se está en la manos de un Dios Padre providente que cuida de modo especial del hombre creado a su imagen y semejanza. El camino “del no temer” pasa por tanto por “la senda del abandono en las manos de Dios”. Deponed en Dios todos vuestros cuidados porque Él se cuida de vosotros.

2. Ponerse de parte de Dios ante los hombres. En todo caso, lo importante es ponerse de parte de Dios ante los hombres. Opción alta y difícil en un mundo como el nuestro, pero que llena la vida de entusiasmo y confiere a la propia existencia el sentido de “una misión”, de un envío, de una tarea que se debe cumplir, de una verdad a la que se tiene que ser fiel, de una actitud a la que no se puede abdicar. Se trata de ponerse a favor de la verdad. El cristiano siente en su corazón la invitación de San Pablo “veritatem autem facientes in charitate” Ef 4,15,texto que la Biblia de Jerusalén traduce como ser sinceros en el amor, sin dejarnos llevar infantilmente por el error. El hombre tiene el derecho de ser respetado en su búsqueda de la verdad , pero antes tiene la obligación moral de buscarla y de seguirla una vez encontrada. El amor a la verdad es, en particular, una vocación propia del cristiano. Él ha sido llamado a dar testimonio de la verdad, la verdad de Dios, la verdad del mundo, la verdad de la revelación, la verdad de Cristo. En la encíclica Fides et ratio encontramos esta afirmación: la perfección del hombre no está en la mera adquisición del conocimiento abstracto de la verdad, sino que consiste en una relación viva de entrega y fidelidad al otro.... El mártir, en efecto, es el testigo más auténtico de la verdad de la existencia. El sabe que ha hallado en el encuentro con Jesucristo la verdad sobre su vida y nada ni nadie podrá arrebatarle esta certeza.(Fides et ratio 32). El mártir es el ejemplo más fehaciente del “ponerse de parte de Dios de modo incondicional sin temer a los que matan el cuerpo”. El suscita en nosotros una gran confianza porque dice lo que nosotros ya sentimos y hace evidente lo que también nosotros quisiéramos tener la fuerza de expresar (Cfr. Fides et ratio 32)


Sugerencias pastorales

1. El impulso misionero de la vocación cristiana. Parece necesario recuperar en la vida parroquial, y en la vida de los fieles en general ,la dimensión misionera de la vocación cristiana. En la entraña misma del cristianismo está la misionalidad, el envío, la tarea de ir y anunciar la buena nueva y convertir a los hombres al amor de Jesucristo. Una fe cristiana concebida sólo como perfección personal o consolación psicológica no es una auténtica fe cristiana. “Como el Padre me envió, así os envío yo” Jn 20,21. Cristo nos envía al mundo como ovejas entre lobos, pero nos asegura su amor, su presencia y su fortaleza. Es necesario reavivar el sentido de misión y de apostolado entre nuestros fieles. Preguntémonos cuántos fieles en nuestras parroquias tienen un apostolado que los compromete a dar su tiempo y sus energías en la medida de sus posibilidades. Avivemos con nuestro ejemplo, con nuestra iniciativa, con nuestro apoyo y entusiasmo el sentido de la misión en los jóvenes. Animémosles a organizar círculos de oración, misiones populares en la ciudad o en zonas rurales, asistencia a los más desvalidos, difusión de la doctrina cristiana. ¡Son tantas las posibilidades que, quizá yacen latentes en el corazón del joven y sólo esperan nuestra palabra que las despierte y encamine! “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad” decía San León Magno. Hoy podríamos parafrasear: “Reconoce, oh cristiano, tu misión, tu tarea, tu responsabilidad de cara a Dios, de cara a la Iglesia, de cara a los hombres”.

2. La superación del subjetivismo en la vivencia de la propia fe. De la mano del punto anterior se encuentra el peligro del subjetivismo en la vida cristiana. Es un peligro que nos asecha especialmente hoy pues vivimos en una sociedad de tipo individualista. Esta tendencia a la subjetividad se manifiesta, especialmente, en el ámbito de la conciencia moral. A ésta ya no se la considera como un acto de la inteligencia de la persona que debe aplicar el conocimiento universal del bien a una determinada situación y expresar así un juicio sobre lo que se debe hacer aquí y ahora; sino más bien la conciencia aparece con el privilegio de fijar de modo autónomo, los criterios del bien y del mal y actuar en consecuencia a este juicio de valor.

¡Cuánto bien podemos hacer a nuestros fieles ayudándoles a formar una conciencia fundada en los principios de la recta razón y en los principios del evangelio! Una conciencia recta que ilumine y dé fuerzas a su caminar por la vida. Dediquemos el tiempo necesario para formar en ellos principios fundamentales que los sostengan en medio de las duras circunstancias de la vida. Sólo así, a través de una formación sólida, se cumplirá el deseo de Cristo: no tengáis miedo.

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