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lunes, 16 de junio de 2008

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Todos somos misioneros


Publicado por Trigo de Dios

1. ¿Por qué debemos predicar el Evangelio? Cuando Jesús pronunció su discurso eucarístico y muchos de sus discípulos rechazaron su doctrina, el Señor les dijo a sus seguidores más íntimos, que ellos también podían separarse de él, si era ese su deseo. Pedro, con su ímpetu característico, hizo que sus compañeros se quedaran con el Hijo de María, cuando le respondió al Mesías: "-Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras son palabras que dan vida eterna. Nosotros sabemos y creemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn. 6, 68-69). Las palabras de Jesús nos transmiten la vida eterna de Dios, así pues, si amamos a nuestros prójimos, y si nos compadecemos de quienes sufren circunstancias difíciles, ¿no nos guardaremos la Palabra de Dios en nuestro interior, negándonos a predicar el Evangelio? SanMateo nos dijo en el Evangelio del Domingo anterior: "Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en cada sinagoga. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba toda clase de enfermedades y dolencias. Y, al ver a toda aquella gente, se sentía conmovido, porque estaban tristes y desalentados, como ovejas sin pastor. Dijo entonces a sus discípulos: -La mies es mucha, pero son pocos los obreros. Por eso, pedidle al dueño de la mies que mande obreros a su mies" (Mt. 9, 35-38). Jesús siente compasión por la humanidad. él quiere de nosotros que le roguemos a Dios que envíe viñadores que trabajen para él en el mundo. Si le dedicamos tiempo a la oración, podemos constatar que nuestra conversación con Dios, más que una petición, es la meditación que nos ayuda a ordenar nuestros pensamientos, y a programar las actuaciones que llevaremos a cabo al concluir nuestro encuentro con Dios. A continuación de incitarnos a orar para que Dios envíe operarios a su viña, a la Iglesia, a nuestro entorno social, el Hijo de María nos insta a que seamos nosotros esos labradores que él necesita, pues todos somos trabajadores en la viña del Señor. ¿Por qué nos ha escogido Jesús a nosotros para que llevemos a cabo esa actividad tan delicada de trabajar para él? San Marcos nos responde la pregunta que nos hemos planteado diciéndonos: "Jesús subió al monte y llamó a los que bien le pareció" (Mc. 3, 13). A pesar de que nuestro Maestro quiere perfeccionarnos en el conocimiento de su doctrina y en el campo que trabajamos, en un principio, él no nos exige que tengamos grandes cualidades para que podamos ser sus discípulos.

2. Actuad valiéndoos del poder de Dios. Jesús les dijo a sus discípulos: "-No vayáis a países paganos ni entréis en los pueblos de Samaria; id, más bien, en busca de las ovejas perdidas de Israel" (Mt. 10, 5-6). Recordemos el exagerado nacionalismo que caracterizaba a los judíos, así pues, valiéndose del hecho de que Dios se les reveló a ellos antes que a las demás naciones, odiaron a los extranjeros durante muchos siglos. En el tiempo de Jesús los judíos llamaban a los extranjeros perros, y no les permitían visitar todas las instancias del Templo de Jerusalén. Quizá Jesús pensó en dedicarse únicamente a la evangelización de los judíos cuando comenzó su ministerio público, pero él vio en los paganos a personas idénticas a sus hermanos de raza, que también debían ser estimados por Dios. Recordemos el caso de la mujer sirofenicia cuya hija moría aquejada por una enfermedad muy grave. Ella perseguía a Jesús y a sus seguidores, y el Maestro y sus Apóstoles la rechazaban sin piedad, hasta que Jesús le dijo: "-No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perros" (Mt. 15, 26). Jesús quiso decirle a aquella mujer: No está bien desaprovechar el poder del Dios de los judíos favoreciendo a los perros extranjeros. La mujer, sabiendo que Jesús era su única esperanza de salvar la vida de su hija, desalmó al Maestro, diciéndole: "-Es cierto, Señor; pero también es cierto que los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos" (Mt. 15, 27). La mujer cananea le dijo a Jesús: Yo sé que eres judío, y por eso comprendo perfectamente las razones que tienes para discriminarme a mí, porque soy extranjera, no obstante, apelo a tu conciencia, pues tu poder es el único recurso que me queda, para que mi hija no muera. Jesús le respondió a su interlocutora: "-¡Muy grande es tu fe, mujer! ¡Que se haga como deseas¡" (Mt. 15, 28).
Jesús nos dice: "Id y anunciadles (a vuestros oyentes) que el reino de Dios está ya cerca" (Mt. 10, 7). ¿Qué pruebas les daremos al mundo de que el Reino de Dios está cerca de nosotros? ¿Cómo podrán creer las verdades fundamentales o dogmáticas de nuestra fe quienes nunca han oído a nadie que les haya hablado del Dios Trinidad? Jesús nos sigue diciendo: "Curad a los enfermos" (Mt. 10, 8). Naturalmente, nosotros no podemos curar a los enfermos, pero sí podemos aprender a ser felices, y contagiarles nuestra alegría a quienes nos rodean. Dios nos creó para que vivamos en un entorno social familiar, así pues, esta es la causa por la que él quiere que vivamos unidos. Jesús nos sigue diciendo: "Resucitad a los muertos" (Mt. 10, 8). Nosotros no podemos hacer que quienes han fallecido retornen a la vida rompiendo los lazos de la muerte, pero podemos esforzarnos por devolverles la esperanza a quienes desestiman su vida. Jesús nos sigue diciendo: "Limpiad de su enfermedad a los leprosos" (Mt. 10, 8). Cuando el Hijo de María vivió en Palestina los leprosos eran rechazados porque su enfermedad era contagiosa. Ellos tenían terminantemente prohibido el hecho de dejarse ver por quienes estaban sanos, y, si se dejaban ver, tenían que gritar que eran impuros, y, quienes les veían, tenían que apedrearles, hasta que los citados enfermos se alejaran de los pueblos o ciudades en los que eran vistos. Nuestro Señor nos pide que no rechacemos a los encarcelados, que amemos a quienes el mundo odia, y que contribuyamos a la exclusión de las ideas erróneas de los corazones de quienes viven sumidos en sus errores. El Hijo del carpintero nos dice: "Expulsad a los demonios" (Mt. 10, 8). Jesús quiere que rechacemos de nuestra mente los pensamientos inocuos que posteriormente pueden llegar a fructificar y a producir frutos estériles, y, con respecto a la compensación que hemos de recibir de nuestros oyentes por evangelizarlos, Jesús nos dice: "Hacedlo todo gratuitamente, puesto que gratis recibisteis el poder" (Mt. 10, 8). ¿Es gratificante para los catequistas la idea de pasar años instruyendo a niños, adolescentes y adultos sin recibir compensaciones de ninguna índole? ¿De qué nos sirve pasar horas escribiendo a quienes publicamos nuestros textos religiosos en la red, si muchas veces no sabemos ni siquiera si se nos lee? ¿Les merece la pena a los religiosos y a los misioneros consagrarle total o parcialmente su vida a Dios?
Jesús nos dice: "No llevéis oro, plata ni cobre en el bolsillo" (Mt. 10, 9). Si los predicadores del Evangelio trabajamos para el Señor pensando en obtener compensaciones económicas, en ese caso, ¿trabajamos para nuestro Padre común, o para nosotros? Los predicadores no podemos caer en la tentación de convertir los bienes materiales en el centro de nuestra vida, pues, de hacer eso, valoraríamos más nuestras posesiones que a nuestro Criador. Quizá algunos amigos que me conocéis diréis: José, tú trabajas más de diez horas, tú trabajas para ganar dinero... Yo les respondo a estos amigos que trabajo para sostener mi hogar y mi relación matrimonial, pero, ni aun cuando estoy más de trece horas pendiente de mi trabajo, dejo de dedicarle a Dios el rato que puedo estar con él y con vosotros.
Jesús nos sigue diciendo: No llevéis "zurrón para el camino" (Mt. 10, 10). Jesús no quiere que nos preocupemos excesivamente por alcanzar bienes materiales. Recordemos las palabras que el Hijo de María pronunció en su sermón del monte: "No os preocupéis pensando qué vais a comer, qué vais a beber o con qué vais a vestiros. Esas son las cosas que preocupan a los que no conocen a Dios; pero vuestro Padre que está en el cielo ya sabe que las necesitáis. Vosotros, antes que nada, buscad el reino de Dios y todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además, todas esas cosas. No os inquietéis, pues, por el día de mañana, que el día de mañana ya traerá sus inquietudes. ¡Cada día tiene bastante con sus propios problemas¡" (Mt. 6, 31-34). Jesús nos sigue diciendo que no llevemos más de un sólo traje puesto, es decir, que no revistamos nuestro espíritu con más de una doctrina para acogernos en cada instante a la forma de pensar que nos resulte más cómoda. Igualmente, nuestro Señor quiere que sólo tengamos un par de zapatos, que no nos cansemos de andar en la misma dirección, ni aun cuando nuestra fe se debilite temporalmente. Nuestro Señor no quiere que llevemos bastón para apoyarnos cuando caminemos, porque nuestra alma sólo hallará reposo en Dios. ¿Por qué no hemos de proveernos de bienes materiales antes de iniciar nuestro trabajo de predicadores? Jesús nos responde esta pregunta: "El que trabaja tiene derecho a su sustento" (Mt. 10, 10). Dios proveerá nuestras necesidades, así pues, os digo esto por experiencia.

3. No tengáis miedo. "No tengáis miedo a la gente. Porque no hay nada secreto que no haya de ser descubierto, ni nada oculto que no haya de ser conocido" (Mt. 10, 26). El miedo es una perturbación anímica muy angustiosa que se produce en nuestro interior, por causa de un riesgo o un daño real o producido por nuestra imaginación. El miedo también consiste en el recelo o apreensión que podemos tener en un momento dado, de que nos suceda lo contrario a lo que deseamos. Esta segunda acepción del miedo se puede dar en nosotros si somos desconfiados o carecemos de autoestima. El miedo es más justificado en los niños que en los adultos, ya que los primeros son dependientes de los últimos, y los segundos son autosuficientes. Si pensamos que todos los días no nos van a suceder desastres insufribles, habremos de pensar que, en muchas ocasiones, en vez de dejarnos llevar por nuestra imaginación que nos hace pensar en desastres que consideramos desgracias y sólo son circunstancias desagradables. Si les pedimos a nuestros superiores un aumento de sueldo, podemos arriesgarnos a recibir una negativa, pero, merece la pena arriesgarnos si ellos acceden a concedernos lo que les pedimos. ¿A qué esperas para decirle a tu marido o a tu mujer que tiene un hábito que no te gusta? Si no se lo dices tranquilamente, llegará el día en que se lo dirás de una forma inapropiada, por lo que quizá discutiréis. Jesús nos dice en el Evangelio de hoy que no tengamos miedo a la gente, que seamos abiertos, por consiguiente, seremos más felices al ser comunicativos que al encerrarnos en nuestro interior.
"Lo que yo os digo en la oscuridad -dice Jesús en el Evangelio de hoy-, decidlo vosotros a la luz del día, y lo que escucháis en secreto, pregonadlo desde las azoteas" (Mt. 10, 27). Jesús instruía a sus discípulos durante las noches y cuando podía apartarse de las multitudes que le seguían. Nuestro Señor quiere que anunciemos lo que aprendemos en las catequesis, en las reuniones formativas, en los encuentros de oración y en las celebraciones litúrgicas.
"No tengáis miedo de los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma. Más bien tened miedo de aquel que puede destruir el cuerpo y la vida en la gehena" (Mt. 10, 28). La palabra gehena es un vocablo griego que se tradujo del hebreo Gai Ben Hinnom, que significa valle de Hinnom. Este valle se encontraba en tiempos de Salomón frente a la ciudadela de Jerusalén. En aquel lugar, el hijo de David y Betsabé, ya anciano, construyó un altar, en honor a los dioses paganos Kemósh y Moloc (a este último le llamaban en hebreo Milkom. Aquella construcción fue llevada a cabo por aquel que abnegó de Yahveh y construyó un altar (lugar alto) como ofrenda a las mujeres extranjeras, sus amantes. Como los judíos estaban obligados a sacrificar a sus hijos en aquel lugar en honor de Moloc, aquel valle llegó a ser considerado como un lugar en el que se practicaba la abominación. Posteriormente aquel valle se convirtió en un vertedero de basura en el que siempre tenían que mantener fuego encendido los judíos para evitar la pestilencia. Esta es, pues, la causa por la que, en el Nuevo Testamento, la gehena se convirtió en sinónimo de infierno. Jesús nos dice que afrontemos y confrontemos nuestras dificultades rechazando el temor a la muerte. Más nos vale fracasar al intentar alcanzar nuestros objetivos que vivir pensando en lo que hubiéramos podido conseguir si no nos hubiéramos dejado conducir por nuestra pereza y nuestra cobardía.
"¿No se venden dos pájaros por poco dinero? Sin embargo, ninguno de ellos cae a tierra si vuestro Padre no lo permite. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos los tenéis contados uno por uno. Así que no tengáis miedo; vosotros valéis más que todos los pájaros" (Mt. 10, 29-31). Jesús no quiere que seamos víctimas del miedo, porque ello nos paraliza, y no nos permite discernir correctamente con respecto a lo que hemos de hacer en un momento dado. Jesús quiere que comprendamos que Dios nos ama. San Juan nos transcribió en su Evangelio las siguientes palabras que pronunció el Mesías durante su última Cena con sus discípulos: "Cuando llegue ese día (el de la Parusía o segunda venida del Señor), vosotros mismos presentaréis vuestras súplicas al Padre en mi nombre. Y no necesito aseguraros que yo voy a interceder ante el Padre por vosotros, pues es el Padre mismo quien os ama. Y os ama porque vosotros me amáis a mí y habéis creído que yo he venido de Dios" (Jn. 14, 26-27).
Declarémonos a favor de Jesús, para que él no tenga que decir ante Dios: Padre mío, tú me los confiaste, y ellos no se dejaron redimir, así pues, mi corazón está triste, porque mi amor no ha sido correspondido por mis hermanos los hombres.

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