Publicado por Fundación Epsilon
Fuera del país de Israel, en donde la esperanza en un Mesías hijo de David no tiene sentido, Jesús plantea a sus discípulos una pregunta fundamental: ¿Qué es lo que se ha entendido de su persona, de su mensaje, de su actividad? «¿Quién dice la gente que es el Hombre?»
Las respuestas indican que, para la mayoría de la gente, el mensaje de Jesús no ha llegado a romper la dura coraza de las tradiciones y creencias más o menos populares: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Todas las respuestas que recuerdan los discípulos se mantienen en el más estricto ámbito de la religión judía: Jesús es otro de los muchos hombres que Dios ha enviado a su pueblo, como Juan Bautista, Elías, Jeremías... Alguien que les recuerda otra vez que constituyen el pueblo elegido del Señor, el compromiso que asumieron con él al aceptar la alianza del Sinaí y la obligación que tienen de cumplir sus leyes y mandatos, poniendo el énfasis quizá —a Jesús lo colocan en la línea de los profetas— en aquellos mandamientos que se refieren a la práctica de la justicia y el amor dentro del pueblo. Uno más. Cierto que suscita el interés, que atrae por su manera de hablar, pero... Parece que nadie se ha dado cuenta de la novedad tan radical que Jesús representa y de lo absolutamente nuevas que son sus propuestas.
HIJO DE DIOS VIVO
Pero lo que quería Jesús no era informarse de lo que decía la gente; era la respuesta de sus discípulos la que de verdad le interesaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Asumiendo la representación de los demás discípulos, responde Pedro.
Al contar este episodio, Marcos y Lucas dicen que Pedro respondió: «El Mesías» y «El Mesías de Dios», respectivamente. Según estos dos evangelistas, los discípulos habían descubierto ya que Jesús era el Mesías, pero el concepto que tenían de Mesías era el del líder nacionalista de las tradiciones judías. Mateo, que como cada evangelista tiene su manera particular de presentar el mensaje de Jesús, pone en boca de Pedro una respuesta más completa: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es cuestión que nos deba interesar mucho cuál de las tres respuestas fue la que realmente pronunció Pedro. Lo que Mateo quiere es explicar a sus lectores cuál es el auténtico mesianismo de Jesús.
Jesús es el Mesías, pero no un Mesías cualquiera; él es el Hijo de Dios; Mateo ya lo había dicho: Jesús es «Dios con nosotros» (Mt 1,23). Jesús no es sólo un enviado de Dios; es el Hombre-Dios, es el rostro humano de Dios (véase el comentario del domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario).
Pero es hijo no de un Dios cualquiera, sino del Dios vivo, esto es, del Dios que defiende la vida/que da la vida, del Dios que quiere ser Padre. Y porque es hijo de ese Dios, participa naturalmente de su vida, por lo que, al final, vencerá a la muerte y ofrecerá su vida para que todos puedan llegar a ser hijos y hermanos.
CIMENTADA EN ROCA
A la respuesta de Pedro, Jesús reacciona con una bienaventuranza: «¡Dichoso tú. Simón, hijo de Jonás!», mostrándose de acuerdo con su contenido. La respuesta de Pedro, añade Jesús, procede de Dios mismo, de su Padre: «Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo».
Esa fe confesada por Pedro y que tiene su origen en el Padre, dice Jesús que es la roca sobre la que se fundamenta la comunidad —de la que Pedro forma parte—, que deberá continuar su tarea en el mundo cuando él se marche: «Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad, y el poder de la muerte no la derrotará». Jesús compara su comunidad con un edificio que hunde sus cimientos en una roca: esa roca es la fe que acaba de confesar Pedro. Y dará tal estabilidad y seguridad a la comunidad, que, superando problemas y dificultades, garantiza la pervivencia de la comunidad, que ha de seguir adelante hasta que se logre plenamente el proyecto de Jesús.
Todos están invitados a incorporarse a este proyecto y a esta comunidad. Y es a todos sus miembros —las palabras que aquí dirige Jesús a Pedro las dirigirá poco después (Mt 18, 15-18) a todos los discípulos; Pedro, igual que al responder, representa aquí a todo el grupo— a quienes da autoridad para abrir las puertas de la casa a los que quieran participar de la vida de la comunidad; no deberán pasar más que los que confiesen su fe en el Hijo del Dios vivo; a los que crean en otro Mesías o en un Mesías diferente, a los que se empeñen en negar que el Padre no es Dios de muertos ni de muerte, sino que es un Dios vivo que da vida..., no tendrán más remedio que cerrarles las puertas. Dios respaldará su decisión.
Las respuestas indican que, para la mayoría de la gente, el mensaje de Jesús no ha llegado a romper la dura coraza de las tradiciones y creencias más o menos populares: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Todas las respuestas que recuerdan los discípulos se mantienen en el más estricto ámbito de la religión judía: Jesús es otro de los muchos hombres que Dios ha enviado a su pueblo, como Juan Bautista, Elías, Jeremías... Alguien que les recuerda otra vez que constituyen el pueblo elegido del Señor, el compromiso que asumieron con él al aceptar la alianza del Sinaí y la obligación que tienen de cumplir sus leyes y mandatos, poniendo el énfasis quizá —a Jesús lo colocan en la línea de los profetas— en aquellos mandamientos que se refieren a la práctica de la justicia y el amor dentro del pueblo. Uno más. Cierto que suscita el interés, que atrae por su manera de hablar, pero... Parece que nadie se ha dado cuenta de la novedad tan radical que Jesús representa y de lo absolutamente nuevas que son sus propuestas.
HIJO DE DIOS VIVO
Pero lo que quería Jesús no era informarse de lo que decía la gente; era la respuesta de sus discípulos la que de verdad le interesaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Asumiendo la representación de los demás discípulos, responde Pedro.
Al contar este episodio, Marcos y Lucas dicen que Pedro respondió: «El Mesías» y «El Mesías de Dios», respectivamente. Según estos dos evangelistas, los discípulos habían descubierto ya que Jesús era el Mesías, pero el concepto que tenían de Mesías era el del líder nacionalista de las tradiciones judías. Mateo, que como cada evangelista tiene su manera particular de presentar el mensaje de Jesús, pone en boca de Pedro una respuesta más completa: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es cuestión que nos deba interesar mucho cuál de las tres respuestas fue la que realmente pronunció Pedro. Lo que Mateo quiere es explicar a sus lectores cuál es el auténtico mesianismo de Jesús.
Jesús es el Mesías, pero no un Mesías cualquiera; él es el Hijo de Dios; Mateo ya lo había dicho: Jesús es «Dios con nosotros» (Mt 1,23). Jesús no es sólo un enviado de Dios; es el Hombre-Dios, es el rostro humano de Dios (véase el comentario del domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario).
Pero es hijo no de un Dios cualquiera, sino del Dios vivo, esto es, del Dios que defiende la vida/que da la vida, del Dios que quiere ser Padre. Y porque es hijo de ese Dios, participa naturalmente de su vida, por lo que, al final, vencerá a la muerte y ofrecerá su vida para que todos puedan llegar a ser hijos y hermanos.
CIMENTADA EN ROCA
A la respuesta de Pedro, Jesús reacciona con una bienaventuranza: «¡Dichoso tú. Simón, hijo de Jonás!», mostrándose de acuerdo con su contenido. La respuesta de Pedro, añade Jesús, procede de Dios mismo, de su Padre: «Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo».
Esa fe confesada por Pedro y que tiene su origen en el Padre, dice Jesús que es la roca sobre la que se fundamenta la comunidad —de la que Pedro forma parte—, que deberá continuar su tarea en el mundo cuando él se marche: «Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad, y el poder de la muerte no la derrotará». Jesús compara su comunidad con un edificio que hunde sus cimientos en una roca: esa roca es la fe que acaba de confesar Pedro. Y dará tal estabilidad y seguridad a la comunidad, que, superando problemas y dificultades, garantiza la pervivencia de la comunidad, que ha de seguir adelante hasta que se logre plenamente el proyecto de Jesús.
Todos están invitados a incorporarse a este proyecto y a esta comunidad. Y es a todos sus miembros —las palabras que aquí dirige Jesús a Pedro las dirigirá poco después (Mt 18, 15-18) a todos los discípulos; Pedro, igual que al responder, representa aquí a todo el grupo— a quienes da autoridad para abrir las puertas de la casa a los que quieran participar de la vida de la comunidad; no deberán pasar más que los que confiesen su fe en el Hijo del Dios vivo; a los que crean en otro Mesías o en un Mesías diferente, a los que se empeñen en negar que el Padre no es Dios de muertos ni de muerte, sino que es un Dios vivo que da vida..., no tendrán más remedio que cerrarles las puertas. Dios respaldará su decisión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario