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lunes, 14 de julio de 2008

El Reino de los Cielos

XVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Por P. Felipe Bacarreza Rodríguez

Continuamos la lectura del discurso en parábolas donde lo habíamos dejado el domingo pasado después de la parábola del sembrador. Este domingo se nos proponen otra tres parábolas: la parábola de la cizaña sembrada en medio del trigo con su explicación, la parábola del grano de mostaza y la parábola de la levadura en la masa.

Estas tres parábolas y también las demás que incluye este capítulo 13 de San Mateo se introducen con las mismas palabras: “El Reino de los cielo es semejante a...”. Inmediatamente nos asalta la pregunta: ¿Qué es el Reino de los cielos? ¿Qué quiere decir Jesús con esta expresión que él usó tan a menudo? En realidad, de “Reino de los cielos” no se puede dar una definición precisa. Tampoco lo pudo hacer Jesús y por eso, recurrió a las parábolas que estamos leyendo. Después de haberlas leído todas tendremos una idea de más clara sobre ese concepto. Por ahora diremos que “Reino de los cielos” es la expresión que Jesús usó para llamar de alguna manera adecuada y verdadera la novedad que entró en el mundo con su venida. En la Persona de Jesús Dios mismo entró en la historia humana. El Dios que “habita una luz inaccesible y a quien no ha visto ningún ser humano ni lo puede ver” (1Tim 6,16), aquél cuyo nombre es tan trascendente que ni siquiera se podía pronunciar, ahora es parte de nuestra historia humana; todo hombre y toda mujer tienen parentesco con él, pues todos comparten con él la naturaleza humana. Esto es lo que el IV Evangelio dice en términos vigorosos: “La Palabra era Dios... La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros” (Jn 1,1.14). Ya no es un Dios lejano e inaccesible; ahora habita entre no-sotros, se ha hecho uno de nosotros.

El misterio admirable de que el Eterno haya entrado en el tiempo y el Inmenso se haya hecho un niño pequeño no se puede encerrar en fórmulas exactas; sólo se puede sugerir. Con este fin recurrió Jesús al concepto de Reino de los cielos. El evangelista San Mateo lo pone ya en boca del Precursor: “Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: ‘Convertíos, porque ha llegado el Reino de los cielos’" (Mt 3,1-2). Son las mismas palabras con que comienza Jesús su predicación: “Desde entonces comenzó Jesús a predicar y decir: ‘Convertíos, porque ha llegado el Reino de los cielos’" (Mt 4,17). Y es lo mismo que él envió a predicar a sus primeros enviados: “Id proclamando que el Reino de los cielos está cerca" (Mt 10,7). Por medio de las tres parábolas que leemos este domingo Jesús quiere destacar algunos aspectos del misterio de su presencia en el mundo.

Todos conocemos la parábola de la cizaña sembrada en medio del trigo, al punto que “meter la cizaña” es una expresión popular para indicar una intervención maligna que intenta arruinar lo que estaba bien. El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero su enemigo sembró cizaña en medio del trigo. El punto de la parábola surge del hecho que en el campo trigo y cizaña están mezclados y en la etapa de crecimiento se confunden, de manera que no se puede arrancar la cizaña sin correr el riesgo de arrancar el trigo. Por eso cuando los siervos proponen al dueño del campo: “¿Quieres que vayamos a recogerla?”, reciben esta respuesta: “No, no sea que al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo”. Esta es la norma que se debe observar en la etapa del crecimiento; pero el dueño agrega: “Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega”. Sólo en este momento se puede distinguir clara-mente el trigo de la cizaña. Entonces será recogida la ci-zaña y arrojada al fuego, y el trigo será guardado en el granero.

Jesús explica a sus discípulos que el campo es el mundo y que en el mundo están confundidos los “hijos del Reino” y los “hijos del Maligno”. En la etapa histórica que a cada uno le toca vivir no es posible distinguirlos sin caer en error; no nos corresponde a nosotros el juicio de nuestros contemporáneos. El juicio que decretará la separación de unos y otros ocurrirá al fin del mundo, pues “la siega es el fin del mundo”.

Las aplicaciones de esta parábola son múltiples. Pensemos, por ejemplo, en Zaqueo que era jefe de publicanos y que, según su propia confesión, había defraudado a muchos; en el concepto de los fariseos, era cizaña que había que arrancar, pero, llegado a pleno desarrollo, Jesús dijo de él: "También éste es hijo de Abraham" (Lc 19,9), es decir, resultó ser trigo. Pensemos en María Magdalena, de la que habían salido siete demonios (cf. Lc 8,2) y hoy día la veneramos como santa. Pensemos, sobre todo, en el "buen ladrón" que fue crucificado a la derecha de Jesús y que reconoce haber merecido este castigo. A él Jesús le dijo: "Hoy estarás conmigo en el Paraíso" (Lc 23,43). Había que esperar hasta ese último instante para descubrir que no era cizaña, sino buen trigo. A estos tres se aplica la conclusión de Jesús: “Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre”.

Por medio de la parábola del grano de mostaza Jesús quiere predecir el asombroso crecimiento que tendría en el mundo lo que comenzó tan modestamente con sus primeros discípulos: “El grano de mostaza es ciertamente más pequeña que cualquier otra semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace árbol”. Por medio de la parábola de la levadura en la masa Jesús impone a sus discípulos la tarea de difundir en el mundo y hacer penetrar en todos los ambientes lo enseñado por él: “El Reino de los cielos es como la levadura que fermenta todo”. A esto se refiere la expresión “evangelización de la cultura”; se trata de que los valores evangélicos resplandezcan en todas las manifestaciones de la vida humana.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Auxiliar de Los Angeles (Chile)

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