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martes, 1 de julio de 2008

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: “Yo creo que las huellas de Dios están sobre todo en el corazón de la gente”

Evangelio: Mt 11,25-30

"En aquel tiempo, exclamó Jesús: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, por­que has escondido estas cosas a los sabios y entendidos v se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, Y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera".

Jesús ora al Abbá, con infinita confianza y ternura. Durante toda su vida no hizo otra cosa que mostrar el misterio del Padre. Sólo los pequeños, los sencillos son capaces de acoger la revelación del Padre, manifestada en las acciones y palabras de Jesús. “Yo creo que las huellas de Dios están sobre todo en el corazón de la gente” (J. Sobrino). Los ríos siempre van al mar.

Jesús escogió la palabra ¡Abbá!, para tratar con Dios (cf Mc 14,36; Lc 10,21), porque Dios escogió la palabra “hijo mío, mi amado, mi predilecto” para tratar con él. Una pequeñita palabra, recogida del habla popular y metida, como un atrevimiento, en el ámbito de la oración. Jesús siempre busca lo pequeño para decir su reino: un grano de mostaza, un poco de pan, una nube, un niño, un pobre, un amigo…

El Abbá sostiene la vida de Jesús, es como un amigo que anima a su amigo, es fuente de vida y acción liberadora. En medio de la noche o al amanecer, en lo alto de un monte o a la orilla de los caminos, metido de lleno en el murmullo de la vida o en el diálogo íntimo con un amigo, Jesús corre para estar con su querido Abba.

En esa comunicación de amor de Jesús con el Abba fue recreándose la humanidad, fue naciendo la misión de levantar a los pobres, ofreciéndoles, de forma gratuita y sin violencia, palabra, sitio y dignidad. En esa intimidad de amor y de ternura nos meten el Espíritu y la Iglesia (cf Gal 4,3-7; Rm 8,14-17). Esta es la novedad: Dios es nuestro Abbá como consecuencia y prolongación de su paternidad sobre Jesús. “Todos vosotros sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (Gal 3,26).

Toda la vida es una oportunidad para aprender a decir con el corazón y con la vida, con todos los hermanos y la creación entera: ¡Abbá! “Dios es muy amigo tratemos verdad con El” (Santa Teresa, Camino 37,4).

Encontrarse cada mañana con el Abbá es despertar a una alegría y dar con las fuentes de la vida. Caminar con el Abbá durante el día es continuar la tarea de Jesús de llevar a todos su ternura y misericordia entrañable. Dormirse con el nombre de Abbá en los labios es descansar seguro, porque sabemos que “su mano nos sostiene y su pecho nos cobija”.

Orar es escuchar lo más lúcido que el Espíritu está diciendo hoy en nuestro mundo, rastreando los pequeños caminos de paz, de justicia, de encuentro, admirándonos de los iconos que él sigue pintando. Nunca somos más lúcidos y más fuertes que cuando miramos el mundo, no desde el análisis frío o el deseo de dominio, sino desde la compasión, que es el nombre que toma el amor cuado aprende a latir al ritmo del corazón del Padre, cuando descubrimos su Huella en la gente sencilla.

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