Publicado por Cristo Rey
Hemos escuchado las lecturas correspondientes al domingo décimo cuarto del Tiempo Ordinario. En la primera de ellas hemos visto como el Profeta Zacarías suspiraba por un pastor bueno que supiera guiar a su pueblo, que gobernara con mansedumbre y sencillez, que se alejara del lujo, de la opresión. Sus palabras: “Mira a tu rey que viene a ti montado en un asno” nos recuerdan la entrada de Jesús en la ciudad de Jerusalén aquel primer domingo de Ramos. Él será ese pastor bueno que buscaba el profeta, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas. Busquemos nosotros también la sencillez en las relaciones humanas. Construyamos la paz y la concordia. Pensemos que nadie es más que nadie, que todos estamos hechos del mismo barro, que la soberbia y el orgullo no han de tener cabida en nuestras vidas ni en nuestros corazones.
En la segunda lectura, San Pablo les hablaba a los cristianos de Roma de dos formas diferentes de vivir: según la carne y según el espíritu. Para el Apóstol, vive según la carne, el que piensa, habla y actúa según esos comportamientos egoístas, injustos e insolidarios que parecen darse en este mundo. Y vive según el espíritu todo aquel que, habiendo descubierto a Jesús, sigue sus huellas. ¿Cuál es nuestra situación? Llamados a vivir según el espíritu ¿Vivimos de hecho según la carne? En estos días de descanso, encontremos tiempo para la reflexión sobre esta materia ya que no es posible vivir, a medias, la fe y el compromiso cristiano.
El relato evangélico lo hemos tomado de San Mateo. Cuando tiene lugar la escena que hemos leído hoy, Jesús ya lleva un tiempo realizando su misión y percibe con claridad cómo le van las cosas. La Buena Noticia no es aceptada por aquellos que se consideran guardianes de la Fe: los fariseos no puedan aceptar que Jesús diga que más importante que la ley es el amor, hacer el bien. Los saduceos no pueden estar de acuerdo con alguien que se entromete en el terreno de la religión que ellos consideran como propio. La buena Noticia de Jesús no podía ser bien recibida por toda esa gente. Eran sabios y entendidos, tenían los intereses en otro lado.
En cambio, la gente sencilla sí que la podía acoger. Jesús viene a decirles que lo que Dios quiere es que el hombre viva su vida en plenitud y que esa larguísima lista de preceptos, muchos de ellos arbitrarios, no eran la puerta imprescindible para salvarse. Todo ese cúmulo de leyes y preceptos dejaba a la gente sencilla cansada y extenuada y Jesús les ofrece otra clase de yugo más llevadero: un camino, exigente sí, pero dictado por ese amor que se experimenta en el interior del corazón y que guía la manera de actuar.
Aceptemos el yugo del amor de Jesús. Acerquémonos a Él si las dificultades y los problemas de la vida nos han llenado de cansancio y de agobio. Recordemos, a este respecto, las conocidas palabras de San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para Ti e inquieto ha de estar nuestro corazón hasta que algún día pueda descansar en TI”.
En la segunda lectura, San Pablo les hablaba a los cristianos de Roma de dos formas diferentes de vivir: según la carne y según el espíritu. Para el Apóstol, vive según la carne, el que piensa, habla y actúa según esos comportamientos egoístas, injustos e insolidarios que parecen darse en este mundo. Y vive según el espíritu todo aquel que, habiendo descubierto a Jesús, sigue sus huellas. ¿Cuál es nuestra situación? Llamados a vivir según el espíritu ¿Vivimos de hecho según la carne? En estos días de descanso, encontremos tiempo para la reflexión sobre esta materia ya que no es posible vivir, a medias, la fe y el compromiso cristiano.
El relato evangélico lo hemos tomado de San Mateo. Cuando tiene lugar la escena que hemos leído hoy, Jesús ya lleva un tiempo realizando su misión y percibe con claridad cómo le van las cosas. La Buena Noticia no es aceptada por aquellos que se consideran guardianes de la Fe: los fariseos no puedan aceptar que Jesús diga que más importante que la ley es el amor, hacer el bien. Los saduceos no pueden estar de acuerdo con alguien que se entromete en el terreno de la religión que ellos consideran como propio. La buena Noticia de Jesús no podía ser bien recibida por toda esa gente. Eran sabios y entendidos, tenían los intereses en otro lado.
En cambio, la gente sencilla sí que la podía acoger. Jesús viene a decirles que lo que Dios quiere es que el hombre viva su vida en plenitud y que esa larguísima lista de preceptos, muchos de ellos arbitrarios, no eran la puerta imprescindible para salvarse. Todo ese cúmulo de leyes y preceptos dejaba a la gente sencilla cansada y extenuada y Jesús les ofrece otra clase de yugo más llevadero: un camino, exigente sí, pero dictado por ese amor que se experimenta en el interior del corazón y que guía la manera de actuar.
Aceptemos el yugo del amor de Jesús. Acerquémonos a Él si las dificultades y los problemas de la vida nos han llenado de cansancio y de agobio. Recordemos, a este respecto, las conocidas palabras de San Agustín: “Nos has hecho, Señor, para Ti e inquieto ha de estar nuestro corazón hasta que algún día pueda descansar en TI”.
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