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miércoles, 2 de julio de 2008

XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Recursos Pastorales

Soy manso y humilde de corazón
Publicado por Dominicos.org

Introducción:

Nosotros, ¿a quién seguimos? ¿A quién vamos? ¿Qué propuesta seduce nuestras vidas? ¿Qué nos “subyuga”? Hoy la Palabra nos ofrece la oferta de Jesús

En la vida, aunque todos intentamos jugar a ganadores y triunfadores, hay que contar y tener en cuenta a los perdedores. Porque los triunfadores a veces pierden, y los perdedores siguen jugando y apostando con la secreta esperanza de ganar y, a veces, lo consiguen.

En la vida cristiana, aunque los baremos sean distintos y, sobre todo, las consecuencias, tampoco los triunfadores tienen un “seguro de vida” ni la situación de los perdedores es irreversible o desesperada. Más todavía, el hecho es que Dios ha apostado siempre por los perdedores, por los cansados, por los agobiados, por los desesperados, por los que humanamente cuentan poco o, sencillamente, no cuentan. Los triunfadores puede que no sientan tanto la necesidad de Dios. ¿Para qué, si está tan lejos, y la cercanía y seguridad del dinero lo resuelven todo? Todo lo que resuelven, claro.

“Venid a mí todos los que estáis cansados” de perder, “y yo os aliviaré”. Estas son las palabras más consoladoras que podamos escuchar los que, en éste o en otros momentos de la vida, podamos perder o, al menos, vernos como perdedores.


Comentario Bíblico



*
Iª Lectura: Zacarías (9,9-10): Las armas y los carros nunca traen la paz

I.1. La Iª Lectura del profeta Zacarías habla sobre la restauración de Israel, de Jerusalén, en razón del Mesías justo y victorioso. El libro de profeta Zacarías es un conjunto de oráculos que, con toda seguridad, no pertenecen solamente a un personaje, sino a una escuela profética que se ocupa de animar al pueblo. Es un caso parecido al de Isaías. De hecho, podemos dividir el libro en dos parte, y es precisamente a partir del capítulo 9 cuando comienza la segunda que supone una época y unas circunstancias distintas en el momento de la restauración y la vuelta del destierro de Babilonia; esa segunda parte del libro puede ser, probablemente, del s. III a. C.

I.2. Casi la totalidad de Zac 9-14 tiene un tono escatológico, de influencias apocalípticas. Aquí se pone de manifiesto como punto central a Sión, símbolo de unidad, de justicia y de paz. El oráculo propone la destrucción de los carros y de las armas: ¡qué maravilla!, porque eso es también lo que necesitamos hoy. Ninguna guerra lleva a ninguna parte; solamente siembra muerte y destrucción. Probablemente es un texto que nace en el horizonte de la conquista de Palestina por parte de Alejandro Magno y sus generales, que es lo contrario de la propuesta del oráculo que ve en lontananza un rey humilde.

I.3. Precisamente es la fuerza de la humildad con la que este rey destruirá los instrumentos de la guerra. ¿No es posible la concordia y la paz? ¿Son necesarios los carros para que Jerusalén sea la ciudad de la paz? La entrada de Jesús en Jerusalén fue descrita por los evangelistas bajo la inspiración de este texto. Sin embargo, las autoridades judías no creyeron que viniera en son de paz. Querían preservar Jerusalén de la osadía del profeta pacífico y le montaron un juicio político, entregándolo en manos de los romanos. Pero Jesús traía la paz en su labios y en su corazón. No destruyó el profeta galileo Jerusalén. Por el contrario, cuarenta años después, los que recurrieron a las armas, los celotes y los que les siguieron, llevaron a Sión al desastre. Es una lección que no se debería olvidar hoy, en que "Sión" se quiere defender con carros de combate o protegerla con un muro vergonzoso.



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IIª Lectura: Romanos (8,9.11-13): Vida nueva en el Espíritu

II.1. Estamos ante uno de los textos más bellos, profundos y determinantes de esta famosa carta de San Pablo. El apóstol, que ha destruido teológicamente la seguridad que los judíos o los judeo-cristianos ponen en la Ley para vivir (Rom 7), traza la alternativa más desbordante para la vida cristiana: vivir según el Espíritu. Este canto es un canto del Espíritu de liberación y de victoria frente a las situaciones trágicas del “yo” y de la ley (todas las estructuras que nos atan). La redención cristiana se realiza por medio del Espíritu que es el que da sentido a nuestra vida mientras vivimos aquí, y es el que nos garantiza la vida más allá de la muerte; porque de la misma manera que por El se llevó a cabo la resurrección de Jesús, así sucederá con nosotros.

II.2. Es el texto más explícito de Pablo sobre la conexión entre resurrección y Espíritu y debemos profundizar en él, ya que es un alarde de teología espiritual. La Ley nos muestra nuestros pecados, pero el Espíritu nos purifica, nos salva, nos libera. La tensión carne-espíritu es manifiesta en nuestra vida, aunque no es necesario abusar del dualismo del “yo” que hay en nosotros. Es una de las antítesis más famosas de la teología paulina (carne-espíritu), si bien Pablo quiere resaltar que estamos en Cristo, somos de Cristo, si tenemos su "Espíritu". Es el que nos hará pasar por la muerte, no para quedarnos en la nada, sino para tener la vida nueva que ahora ya tiene el Señor, que ha sido "resucitado por el Espíritu".

II.3. ¿Quién tiene de verdad el Espíritu de Dios y de Cristo? En realidad quien no vive en su "yo" soberbio y carnal que engendra muerte, es decir, el egoísmo puro. Porque cuando hablamos de "carnal" no se debe entender, sin más, lo sexual, como muchos comunicadores cristianos defienden. La carne es el mundo contrario al Espíritu, a su libertad, a su entrega, a su magnanimidad. Esto se explica bien en este texto de la carta a los Romanos si tenemos en cuenta el capítulo precedente (Rom 7,17ss) en el que ha descrito el apóstol la incapacidad del "yo", es decir, de la persona que solamente se mira a sí misma y vive en sí misma. La presencia del Espíritu en nosotros no puede ser distinta de la que experimentó Cristo. Por tanto, vivir, ser habitados por el Espíritu, es sentir sobre uno mismo y sobre Dios, lo que se nos ha de describir en el evangelio de hoy.



*
Evangelio: Mateo (11,25-30): El Dios de Jesús, un “padre” entrañable

III.1. El evangelio de este domingo es uno de los textos más hermosos del evangelio de Mateo, que no se prodiga precisamente en el misterio de la gratuidad de Dios. Lucas 10,21, para introducir estas mismas expresiones, (quiere ello decir que ambos evangelistas tienen una fuente común, la conocida como documento o evangelio Q), ha recurrido a uno de sus elementos teológicos más notorios en su obra: estas palabras las pronuncia Jesús lleno del Espíritu Santo. De esta manera, pues, se asumiría en la liturgia de hoy la fuerza y radicalidad del texto de la carta a los Romanos. Por otra parte, también se ha visto en este texto evangélico el cumplimiento del oráculo de Zacarías 9,9-10.

III.2. Se ha escrito y se ha hablado mucho del Dios de Jesús y cada generación ha de interrogarse sobre ello, porque ese Dios hay que descubrirlo en el evangelio. En este caso podríamos aplicar ese famoso "criterio de disimilitud" con el que los especialistas han tratado de fijar las palabras auténticas de la predicación de Jesús. Es verdad que sobre este criterio se ha encarecido mucho y a veces las discusiones se extreman: lo que no es del judaísmo, o por el contrario, de la comunidad primitiva, es de Jesús. Este texto de Q, sin duda, es de esos textos absolutos. Ni en el judaísmo oficial se pensaba así de Dios, ni entre los primeros cristianos se lo hubieran imaginado tal como hoy aparece en este texto de alabanza y acción de gracias de Jesús. Por tanto, tampoco se hubieran atrevido a poner en boca de Jesús palabras como estas, tan audaces y determinantes. Con los retoques pertinentes que la tradición siempre articula (aquí se usa páter, en griego, y no Abbâ, aunque se reconoce que los vv. 25-26 están recargados de sustratos arameos), nos acercamos mucho a la experiencia más determinante que Jesús tenía de su Dios. Estamos hablando de la experiencia humana de Jesús, del profeta, no debemos entenderlas, ni interpretarlas todavía, en clave trinitaria.

III.3. Jesús, pues, rompiendo con toda clase de preconcepciones sobre Dios, sobre la religión, sobre la cercanía del amor divino y de la gracia, reta a sus oyentes -aunque estas palabras las dirige a sus discípulos-, para que definitivamente se echen en las manos de Dios. ¿Por qué? porque se trata de un Dios distinto de como se le había concebido hasta ahora y, consiguientemente, de unas relaciones distintas con Él. No son los sabios, los poderosos, o los que más saben, los que lo tienen más fácil para entender al Dios de Jesús. Esa es la primera lección, lo más importante, aunque tampoco es una condena de la teología, de los teólogos o de los místicos. Pero es verdad que Jesús quiere abrir el misterio de Dios a toda la gente y, especialmente, a los más alejados, incluso a los menos "espiritualistas".

III.4. Es posible que esto le haya valido en la historia la acusación de que su Dios es un Dios de ignorantes y de desgraciados de este mundo, como si Jesús lo hubiera creado desde un cierto resentimiento contra la sociedad de su tiempo. Y la verdad es que tomando expresiones del filósofo Nietzsche, el que había predicho la muerte de Dios, este Dios de Jesús es tan humano, que no lo soportan los espíritus soberbios, los que se creen con espíritu prometéico. El instinto de Jesús para descubrir a Dios nos ofrece a todos la posibilidad de un Dios maravilloso, humano y entrañable.

Fray Miguel de Burgos, O.P.


Pautas para la homilía

Entre las diversas ideas que contiene la Palabra hoy proclamada, quiero centrarme en tres: el cansancio y su alivio, la sencillez y el yugo. No sé si son los más importantes, dado que en el Evangelio hasta la letra pequeña es importante, pero las veo como las más impactantes y acordes con el tiempo veraniego y, para algunos, vacacional, en el que nos encontramos en el hemisferio norte.



*
“VENID A MÍ TODOS LOS QUE ESTÁIS CANSADOS...”

Jesús ya nos había hablado sobre la diferencia entre ir a él e ir a otros, poner nuestra confianza en él o crearnos nuestros propios dioses. Aquel día en el que, cansado, se sentó junto a la fuente de Sicar, a la espera de otra persona más cansada todavía, nos habló de la diferencia entre el agua que sólo calma la sed corporal y la que, además, satisface la sed de eternidad y felicidad que todos los humanos sentimos. “El que beba del agua que yo le daré –dijo Jesús- no volverá a tener sed” (Jn 4,13). Y animó a la Samaritana –y en ella a nosotros-, a todos los que nos sentimos cansados, a beber del agua que sólo él puede ofrecer.

Llama la atención el autorretrato que se hace Jesús. Aparece sólo preocupado por humanizar, liberar, sanar y aliviar. “He venido para que tengan vida, y la tengan abundante” (Jn 10,10). Eso es lo que Jesús quería que viéramos cuando realizaba los milagros de sanación. Y, a la sanación física, unía la espiritual: “Tu fe te ha curado” (Mt 5,34). De forma que toda la persona, en su integridad, fuera más humana, más persona. Sabía que sólo así podría, luego, llegar a ser más espiritual.

Y, cuando Jesús marcha nos deja su encomienda, la misma que él había recibido del Padre. Esa será la señal que dará credibilidad a nuestro seguimiento y a nuestra forma de vivir el envío. “Curad enfermos”, los del alma y los del cuerpo, para que sanados de las angustias y problemas que la vida, a veces despiadada, ocasiona, puedan más fácilmente ir a él. “Resucitad muertos, limpiad leprosos, arrojad demonios”. Haced posible la vida y la esperanza en todo aquello que nosotros nos hemos encargado de destruir. Liberadas las personas atrapadas por ídolos, demonios y todo aquello que nos esclaviza, nos sentiremos libres y sin obstáculo alguno para que todos, ellos y nosotros, vayamos a él. “Venid a mí todos, cansados todos y agobiados”.



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“TE DOY GRACIAS, PADRE, PORQUE HAS REVELADO ESTAS COSAS... A LOS SENCILLOS”

Y a los otros, ¿qué? ¿Sólo a los sencillos” No, a todos. A todos los que, dejando de lado el orgullo y la soberbia, se pasan al grupo de los sencillos. Jesús no excluye a nadie, pero algunos se excluyen a sí mismos y Dios, misteriosamente, respeta su libertad. Quizá ellos no quisieran excluirse, pero el orgullo lo hace por ellos; puede que creyeran estar entre los que “van a Jesús”, pero la soberbia se lo impide.

El mejor ejemplo de sencillez es el mismo Jesús. Se presentó a sí mismo como “manso, sencillo y humilde de corazón”. Y, con esa misma sencillez actuó siempre ante amigos y adversarios, sin perder nunca la dignidad, respetando profundamente a todos y sin pasar factura por acciones o desatenciones anteriores.



*
YUGO Y YUGOS

“Mi yugo es suave y mi carga ligera”, decía Jesús. No “un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar” (Hec 15,10). Ni como el de los fariseos que “atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).

No deja de ser yugo y carga, pero suavizado aquél y aligerada ésta, no deshumanizan a la persona. Todo lo contrario, nos hacen más humanos y más seguidores de Jesús porque es “su” yugo y “su” carga. La importancia, en este caso, está en los adjetivos.

Pudiendo ser hijos, Dios no quiere esclavos y, menos todavía, esclavizadotes. Sólo personas humanas liberadas de toda clase de cadenas y ataduras. Cierto que el yugo y la carga siguen existiendo y Jesús nos invita a “cargar” con uno y otra, pero entendiendo bien de qué suyo y carga se trata.

La carga de Jesús es su misma persona, que sigue hablando al corazón del hombre para liberarle de todo aquello que pesa, ata y esclaviza. La carga de Jesús es su “no tengáis miedo a los hombres... no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma... no tengáis miedo” a nada ni a nadie. Esta es la única carga de Jesús.

El yugo de Jesús es su amor, su amor al Padre y, por el Padre, su amor a los humanos, plasmado en múltiples gestos de misericordia y de humanidad. “Venid a mí” y os cargaré con el yugo más suave, más humano y más liberador que hayáis podido soñar, el yugo del amor. Este es el único yugo de Jesús.

Fr. Hermelindo Fernández, OP

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