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martes, 12 de agosto de 2008

15 de Agosto: Fiesta de la Asunción de la Virgen María

Publicado por Aciprensa

Cuando una fiesta cae en día domingo tiene que tocar muy de cerca el misterio de Cristo para que su liturgia propia prevalezca sobre el día del Señor. El 15 de agosto la Iglesia celebra la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo. Se trata del triunfo de la Madre del Señor. Su celebración no hace más que realzar la grandeza de su Hijo. La Asunción de la Virgen María al cielo es un aspecto del misterio de Cristo, que merece ser celebrado en el día del Señor.


Un dogma de fe es la formulación de una verdad revelada por Dios. Cuando todo el pueblo cristiano cree una verdad revelada y vive de ella, no es necesario formularla como dogma. En cambio, cuando una verdad revelada es discutida o se oscurece y de esa manera compromete la integridad del misterio de Cristo, entonces la Iglesia se ve en la obligación de proclamarla dogma de fe. Es el caso del dogma de la Asunción de María al cielo. Para la definición de un dogma de fe el Sumo Pontífice habla claramente "ex cathedra" y, en la plenitud de su poder, ejercita su carisma de "infalibilidad". Por eso el católico que rehúsa prestar fe a un dogma definido ha naufragado en la fe, pues compromete la integridad del misterio cristiano.

El dogma de la Asunción de la Virgen María fue definido por el Papa Pío XII el 1º de noviembre de 1950 con la Contitución Apostólica "Munificentissimus Deus". Conviene citar textualmente las palabras con que lo hace: "Pronunciamos, declaramos y definimos que es dogma revelado por Dios que la Inmaculada Madre de Dios siempre Virgen María, concluido el curso de su vida terrena, fue asunta a la gloria celestial en cuerpo y alma". Hemos dicho que esta verdad relativa a la Virgen María toca de cerca el misterio de Cristo, el Verbo encarnado. En efecto, se trata de aquella de quien el Hijo de Dios tomó carne y se hizo hombre, según la frase de San Pablo: "Cuando llegó la plenitud de los tiempos mandó Dios a su Hijo nacido de mujer". No podía conocer la corrupción del sepulcro el cuerpo de esta mujer, que reconocemos como Madre de Dios.

La muerte y la corrupción no formaba parte del proyecto original de Dios. "Dios creó al hombre para la incorruptibilidad, le hizo a imagen de su misma naturaleza" dice el libro de la Sabiduría (Sab 2,24). Sabemos que la muerte y la corrupción entraron en el mundo por causa del pecado de Adán, según la antigua sentencia: "Polvo eres y en polvo te convertirás" (Gen 3,19). La doctrina del pecado original afirma que el pecado de Adán se propagó a todo el género humano. Cada uno puede experimentar en su vida la verdad de esta doctrina cuando sufre la inercia que le impide hacer el bien que quisiera. Por eso no somos todos santos.

La Virgen María, desde el primer instante de su concepción, fue inmune del pecado original y de todo pecado. Por eso la proclamamos Inmaculada en su Concepción (este misterio es el que da nombre a nuestra Arquidiócesis de la Santísima Concepción y a la ciudad del mismo nombre). No hizo presa en ella el pecado. Por eso tampoco tiene vigencia en ella la sentencia: "En polvo te convertirás". Si nos preguntamos: "¿Por qué sólo ella fue inmune del pecado y de la corrupción?", la respuesta es esta: "Por singular privilegio, pues estaba destinada a ser la Madre del Salvador, Madre del que venía a salvarnos del pecado". Si le preguntaramos a la misma Virgen María: "¿Por qué ella?", nos da-ría esta respuesta: "El Poderoso ha hecho en mí obras grandes, porque ha visto la humildad de su esclava; por eso todas la generaciones me llamarán bienaventurada".

El Evangelio de hoy nos relata la visitación de la Virgen María a su pariente Isabel, la madre de Juan Bautista, llamado el precursor. La Virgen acababa de recibir el anuncio del ángel Gabriel y había concebido en su seno a Jesús por obra del Espíritu Santo. Apenas se encuentran es-tas dos mujeres, comienza la estrecha relación entre los respectivos hijos. Juan, todavía en el seno de su madre, reconoce a Jesús en el seno de la suya y salta de gozo. E Isabel exclama: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre".

Esta frase no es un mero saludo gentil. El Evangelio dice que Isabel fue llena del Espíritu Santo y profirió ese saludo en alta voz. Se trata, por tanto, de una expresión profética. ¿Bendita entre cuáles mujeres? El Antiguo Testamento está jalonado por la presencia de muchas grandes mujeres de las cuales dependió en su momento la salvación del pueblo. Hay una verdadera cadena comenzada por Eva y seguida por Sara, Rebeca, Raquel, Débora, Rut, Judit, Ester... La Escritura canta la alabanza de algunas de estas mujeres sin restricción. Pero la más grande de todas ellas, la que corona la cadena, es María, porque ella es la Madre del Salvador. Eso es lo que dice la segunda parte del saludo de Isabel: "Bendito el fruto de tu vientre".

Quien sea este "fruto del vientre" lo aclara Isabel acto seguido: "¿A qué debo que venga a mi la Madre de mi Señor?". Quiere decir: "La Madre del Cristo", del esperado por los hombres. Es la misma expresión que usó Jesús para explicar que el Cristo no es hijo de David, sino mucho mayor que David. Discutiendo con los escribas argumenta: "El mismo David, en el Espíritu Santo, dice: Dijo el Señor a mi Señor... El mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo?" (Mc 12,36). La Virgen María es Madre del Señor, de aquel que confesamos Dios y hombre verdadero.

La fiesta de hoy nos enseña que ya una mujer de nuestra naturaleza está gloriosa en el cielo; nos recuerda que también nuestro cuerpo está llamado a ser santo en esta tierra para ser resucitado y glorificado en el cielo el último día.

+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo Auxiliar de Los Angeles (Chile)

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