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jueves, 7 de agosto de 2008

XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: APOYO PARA LA HOMILÍA Y LA REFLEXIÓN PERSONAL

Por José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.
Publicado por Jesuitas de Loyola


T E X T O S

DEL LIBRO PRIMERO DE LOS REYES (19:9-13)
Al llegar Elías al monte de dios, en Horeb, entró en la cueva, y pasó en ella la noche. Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo: « ¿Qué haces aquí Elías? » El dijo: « Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela. » Le dijo: « Sal y ponte en el monte ante Yahveh. » Y he aquí que Yahveh pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. Después del temblor, fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una brisa suave. Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso a la entrada de la cueva.

DE LA CARTA DE PABLO A LOS ROMANOS (9:1-5)
Digo la verdad en Cristo, no miento -mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne - los israelitas - de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén.

DEL EVANGELIO DE MATEO (14:22-33)
Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.» Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!» Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.»

EL EVANGELIO DE MATEO.
Esta misma escena se repite en tres evangelistas. Mt.14,22 - Mc.6,45 - Jn.6-16. Falta en Lucas. El episodio se narra en los tres con notables coincidencias, a excepción de lo referente a Pedro y su camino sobre las aguas, que es exclusivo de Mateo. En los tres, el género es "epifánico", de manifestación. En los tres, se sitúa inmediatamente detrás de la multiplicación de los panes. En los tres, la escena da lugar a un sermón, que coincide bastante en Mateo y Marcos (discusión con fariseos, puro-impuro), y diverge en Juan (introducción al discurso del Pan de Vida). En los tres, las palabras de Jesús son prácticamente idénticas:
Estad tranquilos - Soy Yo - No tengáis miedo.
Estas coincidencias nos muestran la fiabilidad del texto, proveniente de antiguas tradiciones probablemente de alguna fuente común a los evangelistas. Y se inscriben en la línea de la progresiva manifestación de Jesús a los discípulos y la consiguiente progresiva fe de los discípulos en él. Esta constatación falta en Juan, que la difiere hasta después del sermón del Pan de Vida, es muy explícita en Mateo ("verdaderamente tú eres el Hijo de Dios") y es reticente en Marcos - que siempre subraya la dureza e corazón de los discípulos - ("ellos se admiraron aún más, ya que no habían entendido lo de los panes sino que su corazón seguí endurecido")
El episodio tiene su paralelo en el de la tempestad apaciguada, narrada por Mt.8,23 - Mc.4,35 - Lc.8,22, de género también epifánico, de manifestación a los discípulos, en el que la frase final, común a los tres evangelistas, es la clave de todos estos textos: "¿Quién es éste, que le obedecen los vientos y el mar?"
Los comentaristas añaden que el género, más aún que epifánico, es claramente "teofánico", que no se trata solamente de la manifestación de Jesús como Mesías - con las diferentes acepciones que la palabra podría suponer para sus oyentes - sino de la proclamación de la fe en la divinidad de Jesús, introducida por los elementos de la naturaleza sometidos y por la expresión "Yo soy", que, en este contexto, suena como en la teofanía del Horeb. Esta parece ser la intención litúrgica, al acompañar este texto con la manifestación del Señor a Elías en el Horeb.
A partir de aquí, se suele hacer hincapié en los elementos simbólicos del mar sometido, y la consiguiente resonancia de la liberación de Egipto por el paso del mar, y otros textos semejantes. No se puede olvidar que para Israel son dos los elementos de la naturaleza hostiles a Dios: el mar y el desierto, signos de caos y esterilidad. De los dos liberó el Señor a su pueblo, haciéndole atravesar ambos. Esta imagen de Jesús que hace callar al viento y tranquiliza el mar caminando sobre él, y la imagen de Pedro que puede caminar sobre el mar mientras se fía de Jesús y sólo se hunde cuando tiene miedo, hace referencia evidente a la salvación del Pueblo, que nunca se produce por sus propias fuerzas sino por la acción poderosa de Dios.

EL TEXTO DE ELÍAS
Dentro del "ciclo de Elías", del primer Libro de los Reyes, es éste un episodio también muy significativo. Elías, perseguido por el odio de la reina Jezabel, huye al desierto. Alimentado por el pan que le da el ángel, llega, tras cuarenta días de camino, al Monte de Dios, Horeb, donde tiene lugar la escena que leemos hoy. Es como volver al pasado, re-entroncarse con las raíces del pueblo. Los elementos de la naturaleza desatados - huracán, terremoto, fuego - son los habituales acompañantes de la presencia de Dios, citados en la gran teofanía del Éxodo (Ex.19,16) y en los salmos (50,3; 97,3 entre otros muchos). Así, se hacía que la naturaleza representase ante todo el poder y la magnificencia del Señor. Elías sin embargo percibe al Señor en el suave pasar de la brisa, como expresando la paz que surge en el ánimo del profeta, tan violentamente perseguido hasta el momento. A partir de aquí, el profeta inicia una nueva actividad, ungirá rey de Israel a Jehú y designará a su propio sucesor, Eliseo. Además, nace a continuación el concepto de "el resto de Israel", esos 7.000 que no han doblado las rodillas ante los baales, los que siguen fieles al Señor en medio de la apostasía general.
La idea básica del texto es por tanto una vuelta a los orígenes de Israel, la fidelidad a Dios, a la Alianza. Y un anuncio de que solamente una minoría del pueblo será el verdadero heredero. Entendido así, tiene una fuerte consonancia con el texto evangélico, que presenta a Jesús como el cumplimiento de la Promesa, aceptado por unos pocos y rechazado por la mayoría.

EL TEXTO DE ROMANOS
Excepcionalmente, el texto coincide bien con el mensaje de los otros dos textos. Es un mensaje sencillo: Pablo se lamenta de que el pueblo de la promesa y de la alianza no haya sido fiel a su destino, no haya sido capaz de reconocer al Mesías. Siguiendo la mala costumbre de recortar al máximo los textos, nos quedamos privados del resto, que dice:
"Es decir, que no son los hijos carnales los hijos de Dios..."
Para concluir, citando a Oseas: "A No-Pueblo lo llamaré Pueblo-Mío; a Desamada, Amada; y donde antes se decía: "no sois mi pueblo", allí se llamarán hijos del Dos vivo. Y citando a Isaías:
"aunque fueron los israelitas numerosos como la arena del mar, se salvará sólo un resto... Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado un resto, seríamos como Sodoma, semejantes a Gomorra.” Y finalmente:
Entonces ¿qué diremos? Que los paganos, que no buscaban la justicia, la alcanzaron, se entiende: la justicia por la fe. En cambio, Israel, que buscaba una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque la buscaban por las obras y no por la fe, y así tropezaron en la piedra de tropiezo, según lo escrito: "Pondré en Sión una piedra de tropiezo, una roca de precipicio; y también "quien se apoye en ella no fracasará". En este texto aparece pues con claridad que Pablo, cuando se refiere a Fe-Obras está entendiendo por fe la fe en Jesús, mientras entiende por Obras el cumplimiento de la ley mosaica.
El texto acompaña pues perfectamente a los otros dos, poniendo énfasis especial en la importancia decisiva de aceptar a Jesús, y mostrando a los seguidores de Jesús como representantes de ese "resto de Israel" que será el heredero de la promesa, el Pueblo de la Nueva Alianza.

R E F L E X I Ó N
Debió de ser muy duro para los judíos convertidos a Jesús ser expulsados de la Sinagoga, apartados del pueblo. Su fe israelita necesitaba sin duda una manera de recomponerse de semejante golpe. Y esta doctrina es perfecta para mantener esa fe: no es la descendencia de Abraham ni la fidelidad a la Ley de Moisés la que constituye el ser del pueblo: es la aceptación de Jesús, cumplimiento de la promesa, "el que había de venir". Esta línea conecta con el anuncio a los gentiles, que vienen a formar parte del pueblo, no por descendencia de carne sino por la fe en Jesús.
Esta situación debió de ser especialmente dolorosa para la comunidad que descendía de la predicación de Juan, "la comunidad del discípulo amado", que se vio según parece especialmente perseguida y expulsada de la Sinagoga. A partir de esta exclusión, la línea de pensamiento que venía de Juan hizo una profundización valiente en la persona de Jesús, planteando una cristología muy alta, llegando a presentar a Jesús como el Logos encarnado, cristología ausente de los Sinópticos y Hechos, aunque extendida más tarde a la iglesia entera.
Todas aquellas discusiones, sin embargo, son temas pasados, que os afectan solamente en su significado más profundo, y este significado es "¿quién es Jesús?", pero no como pregunta curiosa sino como pregunta vital: "¿quién es, qué significa, Jesús para mí?". La adhesión a Jesús puede tener distintos niveles. Hay un nivel de aceptación dogmática: Jesús es la Segunda Persona de la Trinidad hecho hombre. Y aceptarse así, sin demasiada repercusión en la vida concreta. Creo que es un nivel habitual en creyentes más bien convencionales, y más "ortodoxos" que constructores del Reino. Es la fe que no lleva a la conversión. Semejante a este nivel sería el de los "creyentes" por costumbre, los que pertenecen a la iglesia sin demasiada convicción, que aceptan la religión como una costumbre, heredada casi como componente cultural, del que es más incómodo salir que permanecer. Podríamos muy bien pensar que la adhesión verdadera a Jesús tiene siempre el componente de "sal de tu pueblo", "no ser del mundo", aunque el pueblo y el mundo sean la realidad eclesial cotidiana habitual en occidente.
A otro nivel, aceptar a Jesús puede presentar también niveles diferentes: seguir a Jesús como una persona extraordinaria y seguirle en muchas cosas, especialmente las que concuerdan con los valores que más positivos sentimos en este momento cultural: seguir a Jesús como "el hombre lleno del Espíritu", hacer de Él la norma de la vida, creer en Él, como creyeron los discípulos que le siguieron, lo que les llevó incluso a abandonar su ser de Israelitas.
A nivel de Iglesia, nos podríamos preguntar si nuestra Iglesia no tiene características que le hacen asemejarse a aquel pueblo de Israel que se sentía Pueblo de la Alianza por herencia y por cumplimiento de la Ley, más que por la adhesión interior a La Palabra. Y es que hay que recordar que el rechazo y muerte de Jesús no vino precisamente por la hostilidad de "los pecadores" o de "los gentiles", sino por la no-aceptación, la hostilidad de los que se tenían por justos, hijos de Abraham y seguidores de la Ley de Moisés.
Jesús no murió por revolucionario sino por blasfemo. A Jesús lo mató la pureza legal, el sábado, el templo, el sacerdocio... A Jesús lo mató el ser Hijo, a Jesús lo mató el ser Palabra de Dios. La aplicación de todo esto a nuestra Iglesia es un tema que está al alcance de cualquiera, pero me gustaría volver a precisar una vez más que cuando decimos "Iglesia" no nos referimos a la Jerarquía, ni precisamente a la iglesia Jerárquica, sino a nosotros-la-iglesia, a la manera que tenemos los cristianos normales de vivir nuestra adhesión a Jesús. Podríamos considerar si no nos contenta suficientemente la tranquilidad de "estar en la verdad", "estar bautizados", "cumplir con Dios" "pertenecer a la Iglesia". La alarmante indiferencia que la iglesia -nosotros provoca en las generaciones jóvenes puede deberse a su no-aceptación de Jesús, pero podríamos considerar si el Jesús que ven en nosotros es el mismo que fue aceptado por los discípulos o una copia lejana, entristecida y emborronada por nuestra manera cotidiana de interpretarlo.

PARA NUESTRA ORACIÓN

1.- CONTEMPLACIÓN PARA LA CONFIANZA
Hacerse presente a la escena. Pedro hundiéndose por su miedo, sostenido por Jesús: "¿Por qué has dudado?". Sentirme en la misma situación. Mi vida, por dentro, no es fácil. No es fácil negar los valores de mi ambiente, vivir a la contra, no dejarse llevar por el consumismo, por la violencia, por las ganas de figurar y trepar. Solamente Jesús es capaz de andar por medio de esas oscuras tempestades sin hundirse. Si no me sostengo en Jesús, en su Palabra, en la Eucaristía... me hundo.
Y hacer un acto de confianza en Jesús: "Tú solo tienes palabras de vida eterna". Repetírselo muchas veces.

2.- ORACIÓN POR LA IGLESIA
Mil veces representada como "la barca de Pedro", la iglesia no es nada si Jesús no está dentro. Y en nuestra madre la iglesia, tan afeada por tantas manchas y debilidades, se echa a veces de menos la presencia de Jesús. Podemos aplicarlo sin duda a nuestras comunidades religiosas. Si no está Jesús en medio, si no está en ellas el espíritu, no somos más que un grupo de bichos raros acorralados por la costumbre en una vida sin explicación ni atractivo.
Orar por la iglesia, por las comunidades religiosas. Rogar por que Jesús esté en medio de esa barca, por que el espíritu de Jesús, la fidelidad a la Palabra, las llene de sentido, de austeridad, de espíritu de servicio, de confianza, de entusiasmo para la misión.


APÉNDICE EXEGÉTICO
Estos fragmentos de los evangelios suelen producir cierta perplejidad, especialmente en nuestro tiempo, en que somos bastante reacios a lo milagroso, y huimos de todo lo que tenga cierta apariencia de mito. Quizá resulte útil recordar lo que los exegetas explican acerca de este tipo de relatos.
Este esquema es aplicable a la mayoría de los relatos de milagros. Lo exponemos aquí en general, y lo especificamos más adelante en referencia a los “milagros de naturaleza”.
Está fuera de duda que Jesús hizo algunas curaciones que sus contemporáneos calificaron de milagros, y que él mismo calificó de tales. Esto se deduce de varios factores:
· la coincidencia de los cuatro evangelios, que muestra que los relatos de milagros forma parte de las historia, del testimonio d elos que lo vieron.
· La enorme extensión relativa de los relatos de milagros en los textos evangélicos (en Marcos, casi el 60%)
· el hecho de que la fama de Jesús le viene no sólo de su predicación sino – quizá más – de sus curaciones.


ESQUEMAS DE MILAGROS

SUCESOS - LEYENDA - TEOLOGÍA - SÍMBOLO

En las narraciones de milagros pueden existir tres y aun cuatro estratos:
suceso - ampliación legendaria - interpretación teológica - símbolos para expresarla.

PARA COMPRENDER

Pero de esto no se desprende que todo lo que los evangelios narran como milagro sucediera como se cuenta. En los evangelios se recogen además, otros dos factores:
1.- La fama de sus curaciones se convirtió en leyenda. Jesús hizo curaciones, y éstas impresionaron tanto que poco a poco se corrió el rumor: lo cura todo, lo hace con sólo mandarlo, puede curar a distancia, hasta resucita a los muertos … Los hechos reales fueron pues amplificados por la fama, y en los relatos evangélicos aparece esta figura legendaria del que todo lo cura.
2.- Los evangelistas interpretan los milagros: son signos del Reino, señales de que Dios está presente en Jesús, “estaba con él”, y por eso cura. Algunas veces, especialmente en el cuarto evangelio, esta interpretación teológica se expresa con símbolos, que se añaden a los sucesos como si también fueran visibles por los ojos.
Por todo lo anterior, está claro que debemos evitar dos extremos, igualmente falsos:
1º.- Leer los relatos de milagros como completamente históricos, como si todo lo que en ellos se cuenta hubiera sucedido tal como se cuenta.
2º.- Leer los relatos de milagros como meras narraciones míticas, inventadas por los evangelistas para “revestir de poderes divinos” a Jesús.
Otro tema distinto – para nosotros apasionante, pero no para los evangelistas – es “cómo lo hacía” Jesús, qué poderes tenía, si era simplemente un sanador como muchos que conocemos, con especiales poderes para tranquilizar, para transmitir energías; si los evangelios nos están diciendo que dedicaba muchas horas a cuidar enfermos y les hacía mejorar mucho … Todo esto es lo que nos apetece saber, pero no nos lo dicen los relatos evangélicos, y por tanto no pasan de ser suposiciones nuestras, más o menos razonables.

Resumiendo todo lo anterior:
· es innegable que Jesús hizo algunas curaciones sorprendentes, tenidas por milagros por sus contemporáneos, que hicieron nacer en torno a él una leyenda de poderoso taumaturgo.
· los evangelistas presentan estos datos interpretados por la fe, e incluso simbolizando esa fe e incluyendo los símbolos en la misma narración.
En consecuencia, remontándonos más allá del suceso “fotografiable”, debemos insistir en la interpretación que da a esos sucesos la fe de las primeras comunidades, reflejada por los evangelistas.

¡YA SABÍAMOS QUE DIOS ES PODEROSO!
Lo más importante de los milagros es sin duda la interpretación, hasta tal punto que de ella depende enteramente nuestra fe.
La primera interpretación la encontramos en los mismos evangelios, por partida doble: los escribas llegados de Jerusalén interpretan la liberación de un endemoniado:
“lo hace por el poder de Belcebúb, príncipe de los demonios”. Y Jesús, después de refutar esta interpretación, les da la suya: “Pero si yo curo por el poder de Dios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”.
Y aquí está la clave. Jesús no cura para demostrar poder, no hace milagros espectaculares para la galería, no hace milagros en su propio provecho: Jesús cura, y ésta la señal de que ha llegado el Reino, de que Dios está con él.
Entre los muchos hechos “milagrosos” que se narran en el Antiguo Testamento, no pocos son manifestaciones de poder “de Dios” contra alguien. En el Éxodo, las víctimas del poder de Dios son los Egipcios (incluidos los inocentes primogénitos).
Quizá el más repulsivo de todos estos “milagros” es la maldición de Eliseo contra unos críos que se estaban riendo de él llamándole “viejo calvo”. La maldición del profeta produce según el texto que dos osos salgan del monte y devoren a cuarenta y dos niños. (Ver Éxodo 12,29 y 2 Reyes 2.24).
De todo esto se puede sacar una interpretación evidente: Dios es temible. Y así se presenta no pocas veces en el Antiguo Testamento. Pero la inversión de Jesús es tan brillante como siempre: los milagros muestran algo más que el poder de Dios, muestran el poder de nuestra Madre Dios, muestran que el poder de Dios es para curar a sus hijos, y por eso muestran que “ha llegado el Reino”, es decir, el conocimiento pleno de Dios.
Todo el Antiguo testamento no es más que sombra, anuncio de amanecer, comparado con Jesús, mediodía radiante. Nos empeñamos a veces en dar enorme importancia al Antiguo Testamento, que no es más que el odre viejo reventado por el vino nuevo de Jesús.

PARA MEDITAR
Los cuatro evangelistas relatan algunos milagros que no son curaciones, sino espectaculares manifestaciones de poder, aplicado a los elementos. En ellos, Jesús no se muestra como un sanador movido sobre todo por su buen corazón, sino como un ser extrañamente poderoso, al que parecen someterse las fuerzas naturales.
Como hemos expuesto a propósito de las curaciones, se trata de sucesos que en algún momento produjeron sorpresa y admiración, se convirtieron en leyenda y fueron aprovechados por los evangelistas para hacer una teología de Jesús, el hombre en quien resplandece el poder de Dios, cargándolos además de símbolos que lo expresan.
Nos resulta hoy imposible identificar el suceso que produjo tamaña admiración, tan escondido está tras la interpretación teológica y la simbología. Pero advertimos nuestra tendencia a aceptar como suceso lo que es símbolo o interpretación, con lo que privamos a Jesús de su humanidad. Es significativo que a muchas personas no les extrañe nada que Jesús camine sobre el mar y sin embargo se queden desconcertados ante el miedo y la angustia de Jesús en Getsemaní. Y es que esas personas piensan que Jesús es Dios y por lo tanto no es extraño que todo lo pueda. Pero no han asimilado que Jesús es un hombre, y por tanto siente miedo y angustia ante la pasión inminente.

LOS MILAGROS DE NATURALEZA

Llamamos así a los que no son curaciones, por ejemplo:
La multiplicación de los panes
La tempestad calmada
Caminar sobre el mar
Damos una explicación conjunta, aunque de alguno de ellos se hará un comentario específico: globalmente podemos decir que se trata de:
- SUCESO DIFÍCILMENTE IDENTIFICABLE
- AMPLIACIÓN LEGENDARIA
- INTERPRETACIÓN TEOLÓGICA
- SÍMBOLOS PARA EXPRESARLA


PARA COMPRENDER

SUCESOS - LEYENDA - TEOLOGÍA - SÍMBOLO

APRENDER A LEER
Cuando leemos un escrito antiguo, de hace un par de siglos por ejemplo, advertimos enseguida la diferencia de mentalidad que nos separa de él. Mucho más cuando nos remontamos a escritos medievales, más aún si leemos la Eneida, la Odisea, las antiguas leyendas orientales … Y no caemos en la cuenta de que los evangelios fueron escritos hace más de mil novecientos años, y en una cultura muy diferente de la nuestra. Intentar entenderlos sin ninguna introducción ni explicación es una ingenuidad.
Nosotros pertenecemos a una cultura muy poco simbólica y muy conceptual. Ellos pertenecen a una cultura muy simbólica y nada conceptual. No expresan ideas abstractas (su misma lengua no tiene términos abstractos), sino símbolos: no dirán que alguien es muy hospitalario, sino que las puertas de su casa están siempre abiertas. Y su cultura no sabe casi nada de causas, de leyes naturales: todo es obra de espíritus, buenos o malos, o de Dios mismo. Nunca dirán que se les ha ocurrido una idea feliz, sino que un ángel se lo ha dicho. …
Además, las palabras pueden no significar lo mismo en ellos y en nosotros. Necesitamos que nos expliquen qué es fariseo, recaudador, rey, sacerdote, templo, viuda, israelita, extranjero, ley, sábado, ayuno, impureza, endemoniado, … porque creemos que significan lo mismo que en nuestro tiempo y eso no es verdad. Necesitamos también saber los modos de expresión, las valoraciones, el significado de los símbolos. Un autor de esta época no dice lo que ve sino lo que entiende. Llena sus narraciones de hechos portentosos que expresan su admiración o su respeto por el personaje.
Nosotros diferenciamos perfectamente los géneros de nuestros escritos: la historia, la novela, la noticia, el editorial, la poesía, la carta de negocios, la instancia, la novela … no los mezclamos. Ellos sí los mezclan, constantemente, de manera que pasan de la historia al símbolo, de la narración de sucesos a la interpretación teológica, sin ninguna señal de que lo están haciendo.
Y nos confunden. Por eso necesitamos cierta información, el consejo de gente especialista que pueda explicar bien qué hay en cada texto, qué hay de suceso, de símbolo, de invención literaria, de ampliación teológica. Necesitamos aprender a leer, y no dar por sentado que lo que entendemos a primera vista es lo que el autor quiso decir.

PARA COMPRENDER
DIOS Y HOMBRE VERDADERO
El Concilio de Calcedonia acuñó esa frase, que permanece como piedra fundamental de nuestra fe en Jesús: verdadero Dios y verdadero hombre. Y lo hizo porque en su tiempo reinaba entre los cristianos la tentación del “docetismo”, es decir, de aquellos que pensaban que Jesús era verdaderamente Dios, pero que la humanidad era una mera apariencia, un disfraz, no una realidad. En nuestra cultura religiosa hay mucho de docetismo y, como reacción, va habiendo bastante de negarle a Jesús cualquier condición divina. Los primeros piensan simplemente en Dios disfrazado de hombre. Lo sabe todo, lo puede todo. De niño, podía enseñar carpintería a José, podía enseñar letras a su maestro en la escuela … Así lo presentan a menudo los evangelios que llamamos “Apócrifos de la Infancia”. Jesús no es un hombre. Como reacción, muchos cristianos hoy prescinden de la divinidad. Jesús es un gran hombre, un estupendo maestro de vida, una persona valerosa, compasiva, comprometida … como Buda, como Sócrates, como el Che … como muchos, quizá mejor que ninguno, pero nada más.
En el centro exacto de esto está la fe en Jesús. Quizá la formulación más antigua de esta fe es la que encontramos en los Hechos de Apóstoles (cap. 10), en boca de Pedro: “Dios estaba con él”. Significa que toda su persona y toda su obra y toda su enseñanza están “inspiradas por Dios”, que “El Espíritu de Dios” le anima, le conduce, le arrastra.
Por eso, una definición muy antigua de Jesús es “el hombre lleno del Espíritu”. Nuestra fe debe ser modesta: jamás entenderemos cómo Dios puede estar presente en una persona humana sin des-humanizarla, pero lo que vemos en Jesús es que la presencia del Espíritu lo super-humaniza, potencia todo lo mejor de lo humano, sin deshumanizarle, sin privarle de las limitaciones de un ser humano. Pero nuestra fe es fe: no sólo admiración por un hombre extraordinario, sino reconocimiento de Dios en él.
Si privamos a Jesús de su humanidad, hemos destrozado la fe. Ya no podemos ver el Espíritu como una posibilidad de ser nosotros divinos. Ya no podemos mirar a Jesús y tenerle como modelo de humanidad. Ya no podemos seguirle, porque no es uno de nosotros. Si lo despojamos de la divinidad, aceptamos de Jesús sólo lo que nos gusta, lo que podemos comprender. Es posible que nos resulten difíciles de aceptar algunas formulas clásicas que pretenden explicar CÓMO estaba Dios con él. Pero si nos negamos a aceptar cualquier cosa que no podemos explicar, caemos en el mismo orgullo intelectual que aquellos que pretenden explicar con pelos y señales todo lo referente a la divinidad.
Dios está por encima de nuestra comprensión (comprehensión, posesión de un objeto por el intelecto), desde luego. Pero es Jesús el que nos lo hace visible. Los dos extremos (pensar que mi cerebro puede abarcar a Dios – negar toda divinidad en Jesús) son las dos tentaciones históricas del cristiano. Los “milagros de naturaleza” son expresiones de la fe en Jesús, modos plásticos de proclamar que “Dios estaba con Él”), Se fundan sin duda en sucesos que luego fueron engrandecidos e interpretados. Nuestra pregunta por el “qué pasó, qué vieron los ojos” quizá no tenga repuesta. Pero lo que está en juego es si nos adherimos a la fe de los evangelistas, si admitimos en Jesús no solamente un hombre excepcional, sino un acceso a Dios.

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