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jueves, 14 de agosto de 2008

XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Comentarios Bíblicos y Pautas Homiléticas

Un Dios de todos y para todos
Publicado por Dominicos.org

Introducción

La fe es distintivo especial del cristiano, puesto que lleva a quien la profesa a una situación personal ante Dios, que compromete todo su ser. Y expresión por antonomasia de ese compromiso es la oración, que sitúa al creyente en la relación justa con Él: “pedid, buscad, llamad” y “recibiréis, hallaréis, se os abrirá”. En el evangelio de la misa de hoy, el relato de la cananea pasa por momentos de una rudeza sorprendente: Jesús la compara con los “perros” frente a la posición privilegiada de los “hijos”. Pero entendemos mejor así la dirección a la que se nos quiere llevar: “mujer, ¡qué grande es tu fe!”

Comentario bíblico

* Iª Lectura: Isaías (56,1. 6-7): Algo nuevo está por llegar

I.1. El "Trito Isaías" (56-66) es un conjunto literario-profético que ha dado mucho que hablar entre los especialistas, porque se presta a numerosas hipótesis. Este conjunto podría atribuirse a uno de los discípulos del "Deuteroisaías" (40-55), o podría aceptarse como un conjunto de oráculos de distintos personajes de la "escuela isaiana". Algunos piensan que son del s. V a. C., cuando la situación ha cambiado. La lectura de hoy está tomada del primer oráculo en el que después de promover el derecho y la justicia propone, incluso, que los extranjeros, los que no pertenecen al pueblo, también tendrán acogida en la casa del Señor. Se superará eso de ser hijo o hijas. Es decir, ese nombre quedará un poco obsoleto si ese nombre se entiende exclusivamente desde el nacionalismo religioso. He aquí la clave de las lecturas bíblicas de este domingo.

I.2. La exigencia del derecho y la justicia es como el frontispicio de un templo, y todo el que entre en él, sea de la raza que sea y de la religión que sea, está invitado a sentirse en su casa y en su mundo. Este proyecto utópico es social y religioso a la vez, porque la religión debe estar en el corazón de la vida. Y esa es una de las claves de la salvación que Dios quiere llevar a cabo, aunque la lleva acabo por medio de los hombres, que son los que también ponen todos los obstáculos e impedimentos para que esto no se cumpla de hecho. El profeta, sin embargo, confía en la palabra de Dios que siente en su corazón. Es un reto, un desafío y toda una provocación, porque lo que propone no es normal, ni para Israel, ni para los otros pueblos.

I.3. Esa es la victoria de Yahvé, el derecho y la justicia; lo que más anhelan los pueblos, los pobres, los parias, los desasistidos. Identificar justicia y salvación no es normal, porque los estereotipos religiosos no lo permiten. Diríamos que el signo de la nueva alianza, en la que se mueve el profeta, es la práctica de la justicia. Esa es la nueva situación que en este conjunto de oráculos del Trito-Isaías se va a poner de manifiesto. Por tanto aquí están insinuadas muchas cosas, que van mucho más allá de texto y que requieren su actualización.

I.4. La casa de Dios ya no será un monumento, un templo hecho por manos humanas, sino el mundo y la historia de todos aquellos que se dedican al Señor y que recibirán un nombre nuevo, más expresivo y radical que el de hijos e hijas. Todos los hombres que practican el derecho y la justicia están construyendo el "mundo nuevo", la casa de la salvación, porque no hay cosa que más anhele Dios que todos vivamos en la justicia y en la paz. Ese es el principio fundamental de la salvación y del universalismo.


* IIª Lectura: Romanos (11,13-15. 29-32): Comunión con nuestros “hermanos mayores”

II.1. Del conjunto de Rom 9-11 del que ya leíamos algo el domingo pasado se han entresacado estos versículos que interpelan a los cristianos (que son como el acebuche injertado en el olivo) para que comprendan que la gracia que han recibido es a causa del pueblo judío que no ha sido fiel a Dios, ni a su alianza. No obstante en esa infidelidad judía, Pablo ve, como los profetas, un "resto" que hace posible que también los judíos puedan ser salvados en Cristo.

II.2. Sobre la teología del resto, pues, se quiere llamar la atención de los que ahora, con pleno derecho, han heredado la salvación y han sido injertados en las raíces santas. Esto es lo que se pone de manifiesto en Rom 11, 16-24 con la alegoría de los dos olivos. Es como si Pablo estuviera desmontando ciertas cosas que se han afirmado en los cc. 9-10, aunque son irrenunciables. Eso no puede llevar al nuevo Israel, el de la salvación - aquellos que han aceptado la gracia de la salvación por la fe y no por las obras-, a olvidar que antes de ellos ha existido y existe el pueblo de las promesas que no lo ha perdido todo, a pesar de su "infidelidad". Esa infidelidad de ellos es la que se convierte en causa de que otros puedan heredar, porque han sido injertados sobre "raíces santas".

II.3. Aquí es donde se debe fundamentar toda una interpretación ecuménica en la que se ponga de manifiesto que los cristianos no pueden nunca ignorar a los judíos, que son los hermanos mayores de un proyecto de gracia y de salvación de parte de Dios en Cristo. No se trata simplemente a una actitud que condene el antisemitismo ideológica y prácticamente. Hay más en juego: debemos asumir toda una teología y espiritualidad del judaísmo, aunque transformadas y purificadas de todo aquello que signifique particularismo y vanagloria.

II.4. Lo que todo esto revela, no es otra cosa que la bondad (chrestotes) de Dios que es la que ha hecho posible que un olivo salvaje (acebuche) haya sido injertado en un olivo cultivado. Si los judíos han buscado ardientemente encontrar su propia justicia, en la nueva situación no es esto lo que cuenta. Lo que cuenta es aceptar la bondad con todas sus consecuencias. El espléndido intento de Pablo de relacionar el destino de Israel con la misión de los paganos (Rom 11,11-24), pone de manifiesto que ese destino depende de la gracia y de la misericordia de Dios. Porque ha sido por gracia y misericordia por lo que los paganos han heredado lo que estaba destinado a Israel. Ahora el nuevo pueblo de la gracia debe ser generoso con Israel.

II.5. De esa manera, Pablo se atreve a dar un paso, que si se nos hubiera dicho al comienzo de conjunto de Rom 9-10 nos parecería escandaloso. El apóstol, con Rom 11,25-32, parece que se quita un peso de encima. Lo llama "misterio", ¡nada más y nada menos!. Ese misterio consiste en que todo Israel se salvará (Rom 11,26). Y es misterio porque, según el evangelio que ellos han rechazado, no deberían esperar la salvación de Dios al haber rechazado lo que han rechazado... a Cristo ¿Cómo, pues, es posible? Porque, sin embargo, Dios no ha revocado su alianza ni ha disertado de su pueblo, por razón de los mismos Patriarcas. Así quedan las cosas de una forma definitiva. Al comienzo de Rom 11,1 se preguntaba el apóstol ¿acaso Dios ha rechazado a su pueblo? ¡Desde luego que no!


* EVANGELIO: Mateo (15, 21-28): La fe de los que están fuera

III.1. El evangelio de hoy es como el reverso de la lectura de la carta a los Romanos, porque Jesús está representando un papel. Vemos el caso de una mujer fenicia, cananea, que se acerca a Jesús, aunque en territorio pagano (Tiro y Sidón). Jesús, al principio, está escenificando miméticamente, la actitud de un judío ortodoxo y exigente. Se ha dicho que es un evangelio difícil, pero no lo es tanto. Ya que las palabras de Jesús, duras al principio como el pedernal, no son suyas, sino de la teología oficial judía. Los discípulos quieren quitarse de encima a la mujer que inoportuna y Jesús quiere darles una lección majestuosa.

III.2. La mujer no es hija de Israel y no tiene derecho a pedir lo que pide y a decir lo que dice. Esta mujer cananea ha sido alabada por su coraje y por su fuerza maternal, por la que quiere echar fuera de su hija a todos los "demonios" de su vida (un demonio muy malo). No olvidemos que el relato está enhebrado con mentalidad de la época. Jesús quiere decir que a él, siendo judío, no le está permitido "oficialmente" hacer el bien a una mujer pagana, a una cananea, que es como los perros o como los cerdos. Eso es importante para entender el texto y la propuesta de Jesús. Un judío no debe hacer lo que la mujer cananea le pide. Jesús lo recalca para dejar más en evidencia la “oficialidad” de la ortodoxia judía. Como decimos, pues, todo es una representación, porque ni Jesús pensaba así, ni estaba de acuerdo con la mentalidad oficial que no le permitía ni siquiera acercarse a los paganos, y menos a una mujer.

III.3. La lección es para sus discípulos: esta mujer se comporta mejor que los judíos, es más que una hija de Israel, es capaz de mover el mundo y llegarse al corazón de Dios por tal de "desdemonizar", de liberar,a su hija. Jesús sabe, como experiencia personal que en realidad "ha sido enviado para salvar a todos" ("no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"). Y una vez que queda en evidencia toda la "oficialidad" teológica y religiosa del judaísmo de su tiempo, Jesús muestra quién es y qué ha venido a hacer: llamar a todos, salvar a todos, "desdemonizar" a todos, liberarlos.

III.4. Esto era lo que se podía contemplar como lejano, pero real, en el oráculo de Is. 56,1.5-6 (nuestra Iª Lectura del día). Jesús no había ido al territorio de Tiro y Sidón, país pagano, por miedo o por cobardía, sino para poner de manifiesto que "algo nuevo había llegado". No quiere despedir a la mujer porque le inoportuna, como piden los discípulos, sino que pretendía algo más grande de ella. Al principio se siente como un "perro" con sus amos, pero Jesús quiere elevar su categoría de mujer pagana y de madre. Su fe es capaz de mover montañas y eso, precisamente, no ocurría ni en la religión ni en la patria de Jesús. La lección está dada. El demonio de la incomprensión, de la incomunicación, de la inhumanidad entre pueblos y religiones ha sido expulsado. La suerte está echada: el reino de la salvación llega para todos.

Fray Miguel de Burgos, O.P.


Pautas para la homilía

Mi reflexión hoy será breve, con la levedad a que nos invita el tiempo de verano -extraño verano, por otra parte. Voy a recordar el contexto general del evangelio, para después continuar con unas reflexiones más cercanas a nuestra vida.

* A primera vista, el sentido general del evangelio parece claro.

Lo será algo más si con esta primera lectura recordamos el contexto y la mentalidad dominante en tiempos de Jesús, que subyace en el relato. La Biblia contiene un mensaje de salvación, pero su horizonte apenas rebasaba el pueblo elegido y aquellos de los extraños que, como recordaba el profeta en la primera lectura, "se hayan dado al Señor". El destino de los demás, incluso de los pueblos limítrofes de Palestina, era la exclusión de las promesas.

El evangelio nos recuerda una situación en la que esta mentalidad está presente, y tal vez refleje las dificultades y las dudas que embargaron a algunos discípulos de Jesús, después de su resurrección, sobre el destino de los paganos. El Espíritu acabó rompiendo todas las barreras y el cristianismo dejó de ser un movimiento judío, incluso una secta, para convertirse en un mensaje de salvación para todos los hombres. Sin este cambio, la historia hubiera seguido otro curso. Se trata, pues, de una perspectiva fundamental de la Iglesia, de su presencia en el mundo y de la inculturación de la fe.

* Pero seguir esta línea nos llevaría a reflexiones un poco teóricas, y prefiero recordar otro aspecto del evangelio que me parece más cercano.

El poeta Charles Péguy ponía en boca de Dios estas palabras: "lo que me sorprende en los hombres es la esperanza... La esperanza, dice Dios, eso sí que me extraña, me extraña hasta Mí mismo, esto sí que es algo verdaderamente extraño". El evangelio de hoy nos muestra a Jesús sorprendido, no por la esperanza, sino por la fe de una mujer pagana, de una cananea o sirofenicia. Hay otras cuantas ocasiones en que se nos habla de la sorpresa de Jesús ante la fe de alguna persona en concreto: la mujer hemorroisa, el funcionario romano, el leproso agradecido... Tal vez, si lo miramos de cerca, la sorpresa de Jesús no dice algo muy distinto de lo que afirmaba Péguy, a pesar de los términos. Se trata siempre de la confianza que producen encuentros capaces de reconocer la presencia divina a su paso. Y esto no está lejos de la esperanza que sorprendía a Dios, según la licencia del poeta.

Los evangelios nos relatan otros muchos encuentros en que ocurre algo parecido: cuando a alguien le es dado reconocer a Jesús sin desconfiar, resulta que a la vez se descubren a ellos mismos. El episodio de la Samaritana, que cuenta San Juan, es un buen ejemplo. Sorprendida y guiada por las preguntas y las afirmaciones de Jesús, la samaritana del pozo de Sicar va sospechando la verdadera personalidad del Señor. Es un encuentro transformador, no convencional. Cuando acaba reconociendo en él al profeta, no sólo ha descubierto al Señor sino que se encuentra consigo misma, con la verdad de su vida, con su situación de pecado. Pero este encuentro no le devuelve su vida para echársela en cara, sino para poder recogerla en una nueva orientación que la cambia y la pacifica.

Esto es una imagen de nuestro caminar de creyentes. Solía repetir el archimandrita Anthony Bloom que, ante Dios, sólo hay una actitud correcta. No nos tenemos que situar ante él en una actitud ni entusiasta ni hostil. Lo apropiado ante Dios es presentarse en actitud vulnerable. Sólo vale colocarse con la verdad de nuestra propia vida. Cuando, en el diálogo con Jesús, la samaritana fue dejando caer todas las escamas que enmascaraban su realidad, pudo verse mejor a sí misma a la vez que descubría al profeta que le hablaba. Cuando Pedro pudo confesar su fe en Jesús en su realidad humana, recibió a cambio una nueva identidad. Cuando la hemorroísa sintió pasar ante ella la fuerza de Jesús, cuando el oficial romano percibió su poder de curar, cuando la cananea del evangelio vio ante quién estaba, se produjo el milagro. Este es el sentido de nuestro encuentro con el Señor: vernos un poco más próximos a la verdad de lo que somos. Al reconocerlo junto a nosotros, en medio de la opacidad a veces nada transparente de nuestra vida, se puede producir el milagro de recibir devuelta nuestra propia condición, pero aceptada y transformada por su presencia, por su perdón, por su gracia.

Venimos a la iglesia a celebrar un encuentro: con nosotros mismos, con los demás hermanos y hermanas en la fe, con Dios. Venimos con convicción de creyentes, pero a la vez -como nos recuerda el poeta- “cargados de preguntas, padecidos de pregunta y sueño”. Ojalá podamos reconocer su paso a nuestro lado y la virtud de su presencia, él que prometió estar allí donde dos o más se reúnen en su nombre.

Fray Bernardo Fueyo Suárez, O.P.

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