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lunes, 25 de agosto de 2008

XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A: Visión de fe - Visión de eternidad - Visión de voluntad de Dios - Visión de caridad

Por San Alberto Hurtado

"Ego veni ut vitam habeant et abundantius habeant".

En la ciudad más grande del globo no viviría yo sino es por deber... ¡Tal vez otros sí! Es la ciudad de la masa, del río humano, del hombre granito de arena...

Y ¿qué impresión de conjunto? Que la materia no basta, que la civilización no llena, que el confort bueno está, pero que no reside en él la felicidad. ¡Que da demasiado poco y cobra demasiado caro!, ¡que a precio de esos juguetes le quita su verdadera grandeza! Porque en realidad (no hablo de los católicos, muchos y excelentes, ni de los fervientes de otras religiones), el precio de toda esta vida para la gran mayoría es un anularse aquí, el perder la vista del espíritu, la ceguera ante lo sobrenatural. La concepción del hombre progresista que domina la materia: limpio, higiénico, bien hecho por el deporte, alimentación sana, ropa limpia, música, auto, ¡y bonitos autos! Quizás para algunos, viajes alrededor del mundo, su casa cómoda, una mujer mientras se entienda con ella, sin prejuicios... Eliminar las enfermedades y a los setenta años morirse. ¿Qué más?

Y al volver de un viaje espléndido para calmar los nervios de tanta agitación, en un barco de carga, lento, único pasajero, que me permitía orar, pensar, escribir... reflexionaba: ¿Y es esto todo?

Al mirar ese cielo espléndido, magnífico, imponente, que recoge: ¿y es esto todo el fin de la vida? ¿Setenta años con todas estas comodidades? El hombre es el rey de la creación ¿sólo por esto? El progreso de la humanidad, lo que la separa del caníbal ¿será sólo llegar a poseer baño, radio, máquina de lavar, un auto? ¿Es ésta toda la grandeza del hombre? ¿No hay más que esto?

Panamá. ¡El canal! El poder del hombre: puede hacer un lago en el monte, unir dos mares... Pero allí vienen los barcos Cruz Roja, los portaviones, los heridos por todos lados... ¿La grandeza del hombre? Cuatro millones de judíos muertos, millones disecados en los campos de concentración, Hiroshima. ¡Oh, poder del hombre! Cien mil cadáveres, ¿para qué? Para que un grupo de hombres pueda vender sus máquinas de lavar, sus radios y sus autos.

¿Es ésta la vida?, ¿mientras llega la otra guerra que todos la olfatean, que la sienten venir con escalofrío? Goering preparaba sus aviones que pudieran ir y venir a Nueva York desde Alemania... No alcanzó a tenerlos, pero los tendrá Stalin, y cargados de bombas atómicas. ¿Qué quedará? ¡Soldaditos de mi alma!

Empire, Chrysler: ¿cuánto tiempo más os alzaréis de pie? Fábricas Ford, Packard, Chrysler, ¿cuánto tiempo más alcanzaréis a durar? Einstein acaba de escribir, horrorizado ante una guerra atómica, que con los pobres medios de que ahora dispone la energía atómica, que sólo recién logra desintegrarse, ¡¡pueden perecer las dos terceras partes de la humanidad!! ¿Es esto la vida? ¿Es ésta la corona del hombre?

Y miro la noche plácida... serena... Las estrellas envían su luz serena... Y resuena en mis oídos: "Así amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). ¡Me amó a mí, también a mí! ¿Quién? ¡Dios! El Dios eterno, Creador de toda la energía, de los astros, de la tierra, del hombre, de las quizás dos mil generaciones de hombres que han pasado por la tierra, y millones que quizás aún han de venir... Ese Dios inmenso ante quien desaparece el hombrecito minúsculo. ¡Cuánto más grande es que el hombre!

¿Qué piensa Él del hombre? ¿De la vida? ¿Del sentido de nuestra existencia? ¿Condena Él esos inventos, ese progreso, ese afán de descubrir medicinas eficaces, automóviles veloces, aviones contra todo riesgo? No. Más aún, se alegra de esos esfuerzos que nos hacen mejor esta vida a nosotros, bendice a esos obreros de la caridad, porque hay una caridad en la civilización, pero para los que en medio de tanto ruido guardan aun sus oídos para escuchar nos dice: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia".

La gran bomba atómica de la visión de la fe, de la vida. Oye, hijo: "Yo". ¿Quién? "Yo", Jesús, Hijo de Dios y Dios verdadero. "Yo", el Dios eterno: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios... por Él fueron hechas todas las cosas y nada sin Él" (Jn 1,1-3). Antes que el mundo fuera, Yo era; no tengo principio ni fin... Si no me inmuto ante el mal es porque soy eterno y omnipotente... (Los débiles son los que gritan).

Yo, Hijo, ¡igual al Padre! ¡Fuente de todo ser! Piénselo y repiénselo. Dios: aquél que encontramos en el fondo de nuestro espíritu, en nuestros remordimientos (¡Newman! ) y en nuestras alegrías.

"He venido": he hecho un viaje... viaje real, larguísimo. De lo infinito a lo finito, viaje tan largo que escandaliza a los sabios, que desconcierta a los filósofos, que horroriza a Kant. ¡Lo infinito a lo finito!, ¡lo eterno a lo temporal! ¿Dios a la creatura? Sí, ¡así es! Ese viaje es mi viaje realísimo. "Yo he venido": ¡Ése es mi viaje!
Por el hombre. La única razón de ese viaje: el hombre. ¿Ese minúsculo y mayúsculo? Porque si bien es pequeño, es muy grande; ¿es lo más grande del universo? ¿Mayor que los astros? Por ellos nunca he viajado, ¡ni menos sufrido! Por el hombre sí...

Por el hombre, quizás no me entiendes: Por ti negrito, por ti pobre japonés; por ti, chilenito de mis amores, por ti, liceano de Curicó. Yo no amo lo masa; amo la persona: un hombre, una mujer... "¡He venido" por ti!

"Para que tengan vida". ¿Vida? Pero, ¿de qué vida se trata? ¡Yo vivo en buena salud! No, no es ésa la vida. ¡Yo vivo la vida de la ciencia! Tampoco. ¡Yo, la vida intelectual... la filosófica... la metafísica!

La vida, la verdadera vida, la única que puede justificar un viaje de Dios es la vida divina: "Para que nos llamemos y seamos hijos de Dios" (1Jn 3,1). Nos llamemos, ¡¡y lo seamos de verdad!! No hace un viaje lejano el Dios eterno si no es para darnos un don de gran precio: Nada menos que su propia vida divina, la participación de su naturaleza que se nos da por la Gracia.

El que esto tiene, tiene lo que en el mundo vale. El que esto no tiene, nada tiene. Podrá brillar, reír, gozar un segundo con bienes perecederos, pero si no tiene Gracia aquí, no posee a Dios, no podrá poseerlo después de muerto, y no tenerlo a Él significa la muerte, la muerte eterna, eterno suplicio... Porque así como es grande su amor al darnos su vida, es grande la pena de quien voluntariamente la desprecia.

¿Creemos en esa vida? Hay materialistas que abiertamente niegan el alma, Dios, todo lo espiritual... ¡Con mucho mayor razón, si llegaran siquiera a proponérselos, negarían estos valores sobrenaturales! Ni siquiera los consideran.

Hay católicos, como un compañero de viaje que me decía: "¿Otra vida? No, pues, Padre, córtela". Hay católicos que nunca han pensado en esa vida... ¡Los más no se preocupan de ella! Prescinden. Y ésta es la única verdadera vida: Quien la tiene, vive; y quien no la tiene, rozagante, rico, sabio, con amigos: Es un muerto.

Cuando escribo esto, en Arica, resuenan las grúas, se oyen exclamaciones... no todas santas, pero sí fuertes, llenas de ¿vida? En el morro flamea la bandera chilena: dieron tantos su ¿vida? por clavarla allí. La población que allí está, ¿vive? ¿Por qué la condenación eterna? Porque si no muero vivo, no puedo seguir viviendo...

A pensar en esta vida venimos a Ejercicios: en paz y serenidad. Éste es el gran negocio. "¿De qué le aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si arruina su alma?" (Mt 16,26). "El que quiera salvar su vida la perderá y el que la perdiere por mí la hallará" (Mc 8,35). ¡El viejo estribillo de la Iglesia! El único necesario, tan grande porque tan viejo, o mejor, tan viejo porque tan grande, ¡tan necesario, tan irreemplazable! El hombre con toda la civilización no ha podido apagar el eco de estas palabras, y si llega a apagarlas muere, no sólo a esa vida, sino aún a la propia vida humana.

"Y que la tengan en abundancia". Y en esta vida hay grados. Conocí un libro americano, Body and Mind, que explicaba todo el proceso desde la salud hasta la muerte, pasando por neurosis, estado comatoso... por diversidad de carga celular. Factores físicos y espirituales influyen en esta carga. Teoría de gran aplicación para la vida del espíritu.

Hay una vida pobrísima, que apenas es vida (pecados veniales repetidos) [no hablamos del estado de pecado mortal, porque eso es muerte]; vida pobre, de infidelidades a la gracia, sordera espiritual, falta de generosidad; y una vida rica, plena, fecunda, generosa. A ésta nos llama Cristo. Es la santidad. Y Cristo quiere cristianos plenamente tales, que no cierren su alma a ninguna invitación de la Gracia, que se dejen poseer por ese torrente invasor, que se dejen tomar por Cristo, penetrar de Él. La vida es vida en la medida que se posee a Cristo, en la medida que se es Cristo. Por el conocimiento, por el amor, por el servicio. ¡El camino es infinito en perspectivas!

¡Dios quiere hacer de mí un santo! Quiere tener santos estilo siglo XX: estilo Chile, estilo liceo, estilo abogado, pero que reflejen plenamente su vida.

¡Esto es lo más grande que hay en el mundo! Mayor, infinitamente mayor, que un Empire Building, que una fábrica Ford, que ocho mil automóviles de producción diaria; de inmenso más precio para la humanidad que descubrir la energía atómica, o la vacuna, o la penicilina. Estos descubrimientos están en el plano humano, aquel otro en el divino. Y así como un pecado venial no se justifica ni siquiera por salvar una guerra, ni por evitar la catástrofe del mundo. Aquí está la explicación del martirio... Un grado de progreso en esta vida es también más valioso que todos los progresos humanos. No quiere decir que se opongan, que se combatan, pero progresar en esta vida es progresar en los planes de Dios, en lo eterno, en lo real, en lo verdadero.

Aquí no hay palabras humanas que puedan ponderar este concepto: porque es un misterio, misterio de amor, escondido a los sabios y prudentes de este mundo, y abierto a los pequeñuelos: "Si no os hiciéreis como los pequeñuelos, no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 18,3). Aquí no nos cabe sino decir como la Samaritana: "Dame, Señor, a beber de esa agua para que no tenga más sed" (Jn 4,15). O como Nicodemo: "¿Cómo podré yo nacer de nuevo siendo viejo?" (Jn 3,4). ¡Es don de Dios! pero don que Él me quiere conceder, pues "Así amó Dios al mundo que nos dio a su Hijo Unigénito" (Jn 3,16). Quien nos dio a su Hijo Unigénito, ¿qué nos irá a negar? (cf. Rom 8,32).

Por Cristo, Nuestro Señor.
Danos, Señor, vivir: Vivir plenamente.
"Y tan alta vida espero, que muero porque no muero".

(San Alberto Hurtado S.I., Un disparo a La Eternidad, Ed. Universidad Católica de Chile, Santiago de Chile, 2005, pp. 35-41, s52y14)

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