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sábado, 13 de septiembre de 2008

Cuatro momentos para meditar el Evangelio del Domingo: XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A




I - ACTORES Y REACTORES

1.- Queridos amigos:

A todos nos sobrepasan los hechos violentos de nuestros días…, y a todos nos han dejado impresionados la compostura de algunos padres de familia ante la llaga que se ha recibido en donde más le duele a un padre de familia: los hijos.

La parábola del día de hoy es la parábola de la humanidad y la parábola de nuestra propia historia. Tú y yo hemos recibido la vida, y más aún, hemos sido perdonados y liberados por el Señor, y esto lo renovamos cada vez que lo solicitamos y cada vez que reconocemos nuestra culpa o nuestra ignorancia, pero,... sucede que tú y yo frecuentemente olvidamos en lo cotidiano qué hemos de hacer lo mismo con el prójimo.

2.-“Perdonar de corazón al hermano” ¿Sabes? Al leer este pasaje del Evangelio se dio cita inmediatamente en mi memoria una frase que leí hace unos veintitres años,... cuando cursaba el tercer año de mis estudios filosóficos: “ERRAR ES DE HUMANOS, PERDONAR ES DIVINO”.

“ERRAR ES DE HUMANOS, PERDONAR ES DIVINO”. Con esta frase de Alexander Pope quiero abrir la puerta de nuestra reflexión.

De acuerdo con el pensamiento de este poeta y filósofo inglés del siglo XVIII, pareciera que las ofensas y los errores formaran una parte ineludible de la vocación humana, así mismo en la frase complementaria nos es útil como para afirmar que en el perdón se encierra la totalidad de nuestra vocación cristiana.

ERRAR ES DE HUMANOS: Sin caer en una imagen pesimista del hombre podríamos coincidir con el poeta, en cuanto que reconocemos la realidad de esa nuestra concupiscencia, como la fractura humana que provoca que aún con la ayuda de la gracia divina, cada uno de nosotros nos mantengamos en lucha incesante mientras llegamos plenamente hasta la vida perfecta en Cristo. El hombre, mientras está de camino por esta vida, puede ofender o puede ser ofendido.

3.-PERDONAR ES DIVINO: Es por ello que el gran distintivo que marca la enseñanza cristiana es el tema del perdón. Podemos decir que el perdón forma parte importante del factor cristiano. Por Cristo y en Cristo, hemos conocido que el perdón se ha convertido en la manifestación más nítida del amor que alguien puede tener en su corazón.

Sin embargo, los cristianos debemos contemplar el perdón con ojos muy distintos de aquellos que no reconocen la fe en Jesucristo.

El Padre del Cielo, el Padre Bueno se ha convertido en nuestro mismísimo modelo en esa puesta en práctica del perdón. Esto es lo que hoy nos recuerda el Señor Jesús: Nos pide que perdonemos tal y cómo Dios perdona.

Ni te equivoques ni te engañes: no se trata de que Dios perdone igual que nosotros, sino que nosotros aprendamos a perdonar de la misma manera como lo hace Dios.

Tomando en consideración lo anterior, la invitación a perdonar “Setenta veces Siete” se refiere no solamente a una cantidad de veces que debamos perdonar al hermano, sino que se refiere también a la calidad del perdón: Perdonar de corazón como concluye el texto del Evangelio.

Albergar en nuestro corazón el rencor y la cólera son llamados, en la Palabra de Dios, cosas abominables.

4.-El Señor nos invita para que nos liberemos de aquello que nos esclaviza y tal cómo la crisálida se despoja del capullo para desplegar sus alas, que nosotros aprendamos a quitarnos nuestras propias cargas.

El Cardenal Fulton Sheen, que de Dios goce, comentaba que en su infancia pasaba los veranos en la casa parroquial de la comunidad a la que pertenecía y que acompañaba al señor cura en sus recorridos pastorales y junto con sus hermanos ayudaban en el mantenimiento de aquel templo comunitario. Menciona que todos los días acompañaba al señor cura que iba a comprar el periódico en el único puesto de periódicos que se encontraba cercano y que veía como se tenía que topar con un hombre que retador le insultaba: “Ya viene cura nahualón”, “explotador de ignorantes”,... y así, ¡todos los días! Uno de esos días el expendedor de periódicos le aventó el cambio del dinero en el mostrador y las monedas cayeron al suelo, y allí estaba el cura recogiendo las monedas mientras que aquel niño veía aquella escena con incomodidad al sentir que la sangre le hervía en las venas.

De regreso al curato aquel niño no pudo dejar de preguntarle el porque soportaba tantas humillaciones, a lo que el cura le dijo algo que Fulton Sheen recordará toda la vida: “Fulton, este hombre está buscando que yo pierda la paz y en el momento en que lo logre le estaré dando la razón y obtendrá la mejor de sus victorias. Hijo, considero que él no tiene porque decidir sobre mis emociones”.

5.-Estimado amigo: Se necesita demasiada madurez para llegar a esta comprensión: “lo que los demás hagan conmigo no depende de mí, lo único que depende de mí es aquello que yo haga con lo que los demás me hacen”.

Ojalá comprendiéramos que el otro puede "estimular" mis emociones, pero no "causarlas". Solamente así podremos ser libres. El mal que el otro hace puede ser una explicación para nuestro actuar pero no una justificación, y es que siempre será nuestra la responsabilidad de la respuesta que ofrezcamos. Las acciones de los demás pueden explicar pero no precisamente justificar las mías.

Recuerda que nuestros enemigos no suelen ser quienes nos odian sino aquellos a quienes nosotros llegamos a odiar.

Y aunque te parezca extraño que yo te lo diga, ojalá que ellos te lo mencionaran, los psicólogos coinciden en un dato: es el rencor depositado en muchos corazones lo que está enfermando a la gente.

6.-ERRAR ES DE HUMANOS, PERDONAR ES DIVINO: ¡No hay ninguna duda de que es el perdón el que nos acerca a Dios! Es el perdón lo que nos permite mostrar en nosotros el rostro amable del Nazareno, de aquel que perdonó hasta a sus verdugos y que si bien no justifico las acciones buscó comprender las intenciones: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

Ya san Juan Crisóstomo, aquel que es celebrado en la Iglesia el día de hoy aunque no menciona por ser domingo, les decía a sus feligreses de Constantinopla, a través de su predicación, en los principios del siglo V: “nada nos asemeja tanto a Dios como estar siempre dispuestos a perdonar”.

El camino que se nos muestra el día de hoy, es doble en su destinatario, ofensor y ofendido, pero coincidente en su contenido: invitarnos a la conversión. El perdón exigirá la conversión de las dos partes, tanto la del que delinque como la del afectado. Hace falta la conversión tanto de aquel que tiene que pedir perdón como la conversión de aquel que tiene que perdonar. En realidad, se trata de una situación en la que nos encontramos cada uno de nosotros: recibimos el perdón de alguien y, casi simultáneamente, debemos obsequiárselo a alguien.

Todos necesitamos de la conversión, sin conversión no se pide perdón. Hace falta internarnos en nuestra propia vida y revisar honestamente todo aquello en lo que hemos lacerado al hermano, todo aquello en lo que le hemos dañado o en lo que le hemos dejado de ayudar, reconocer nuestras comisiones y nuestras omisiones. El que ha pecado con la ofensa necesita conversión.

7.-Sin embargo, también aquel que recibe una solicitud de perdón necesita un cambio en su vida, sin conversión no se sabe perdonar. Alguno pudiera presumirse como alguien sin faltas, que se ha esforzado en no ofender a nadie, y lo ha cumplido,... pero si no existe el amor en su corazón, esa persona posee el mayor pecado que puede haber, y por lo tanto, también necesita de la conversión.

Al final de cuentas todos, ofensores y ofendidos, debiéramos practicar la conversión ante Dios que siempre nos perdona cuando nos convertimos con sinceridad, y al amarnos tanto nos invita a no volver a hacer aquello que nos daña como aquello que daña al hermano.

8.-Si fuéramos sinceros, e hiciéramos un conteo escrupuloso de las ocasiones en que hemos sido perdonados por Dios, nos daríamos cuenta de que es tan grande la deuda que Dios nos ha perdonado que, debiera ser un motivo más para que nosotros también practicáramos el perdón ante los pocos céntimos que quizá nos debe el hermano, muchas veces fruto de la ignorancia, o de algún error, posiblemente de algún olvido, o quizá algún momento de necedad. Pero..., ¿Qué son unos centavos que nos adeudan en comparación con la generosidad que Dios nos prodiga? Sin embargo, tú y yo somos orgullosos y soberbios al no perdonar.

Como ser humano, como cristiano y como sacerdote, estoy plenamente convencido de que, para que alguien solicite el perdón a alguien suele hacer falta humildad, puesta en práctica desde el momento en que reconocemos que hemos transgredido o lastimado a una persona. Sin embargo, también estoy convencido de que para que alguien de nosotros perdone, suele hacer falta amor en nuestro corazón. La persona que no ama no es capaz de perdonar.



II - QUITANDO ADHERENCIAS.

“En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

...Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.”

1.- “Perdonar a mi hermano no sólo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

Muy querido amigo: El día de hoy hemos escuchado el Evangelio de Jesucristo, en el cual hemos conocido que el Dios, Uno y Trino, es nuestro modelo en el perdón y que, este será el tema con el que al final de la vida se nos examinará antes de ingresar al Reino.

El arte de la vida cristiana consiste en aprender a imitar a Dios en su misericordia. Decía William Shakespeare: "El poder humano se parece al divino cuando la misericordia produce la justicia."

2.-Recuerdo una escena de mi vida sumamente importante: “Un servidor realizaba el proceso vocacional para así ingresar al Seminario de Monterrey, era el año 1979, cuando el sacerdote encargado de la Pastoral Vocacional, el padre Alonso Garza, nos puso una dinámica bastante interesante. La pregunta era muy sencilla: Había que responder y escribir el nombre de algún sacerdote que fuera en lo humano una imagen que admiráramos y que nos resultara ser un buen modelo para el proceso formativo que íbamos a iniciar. Después de un momento de reflexión los nombres fueron apareciendo y así en aquellas catulinas una lista nutrida se iba llenando entre nombres de párrocos y amigos sacerdotes de aquellos que ya preparábamos nuestras maletas.

Al final el padre Alonso Garza hizo el aterrizaje de la dinámica y nos expresó su satisfacción de que hubiésemos encontrado una lista grande de sacerdotes que por sus virtudes fueran merecedores humanamente de admiración y que los encontráramos como dignos de nuestra imitación. Pero al final nos dijo que el único modelo de sacerdocio para todos nosotros debería ser la persona de Cristo. Que solamente Dios debe ser nuestro modelo”.

Tenía razón el padre Alonso sólo Dios es nuestro Modelo: en mi Sacerdocio, en la Paternidad, en el Matrimonio, en la Consagración... Sólo Dios es nuestro modelo en el Amor, en el Servicio, en la Humildad... Sólo Dios es nuestro modelo en el Perdón.

Sólo Dios es nuestro modelo en el perdón y es lo que hoy nos reclama: Nos pide que perdonemos como Él nos perdona

3.-El perdón ofrecido se convierte en una increíble posibilidad, de parte de aquel que es Padre bueno, para con todos sus hijos, y que espera que entre nosotros nos tratemos como hermanos. Se trata de la invitación para imitar la misericordia sin límites del Padre que nos ama, su capacidad de poner a cero las cuentas y de anular las deudas.

4.-Pero,... antes de que pensemos en ese perdón que debemos ofrecerle al hermano, primero, debemos asimilar el perdón que Dios nos ofrece.

El hombre no puede recibir el perdón de Dios si no se lo pide. Pero no se lo puede pedir si no está dispuesto a reconocer sus errores. Y reconocer el error supone la valentía de aprender a mirar despacio y minuciosamente hacia el interior de nuestra conciencia para ver cómo estamos viviendo, cuáles son esos antivalores, dónde están nuestros ídolos. La vigilancia, la reflexión, la atención sobre lo que hacemos, nos lleva necesariamente a la claridad para ver dónde están nuestras fallas. Sólo después podemos pedir perdón.

Cuando somos capaces de reconocer y aceptar nuestro egoísmo en nuestros actos, cuando no tenemos miedo de aceptar nuestro error, cuando aceptamos una conciencia en claridad, se empieza a vivir.

Para pedir perdón debemos abrir el corazón con dos llaves. Primero reconocer, ver, aceptar mis faltas y, segundo, tener la actitud de arrepentimiento, quizá no siempre por la maldad, sino por la indolencia, la pereza, el abandono, el egoísmo despreocupado, el vivir como todos en un mundo que siempre será y aparecerá como escenario de la vida y, por tanto, como lugar donde sólo aparece lo que se ve, pero no lo que cada uno de nosotros vivimos y sentimos. Será entonces que se pedirá perdón y se estará en la posibilidad de experimentar el perdón.

5.-Una vez que, se nos haya devuelto la vida, a través del don del perdón que viene del Dios que es compasivo y misericordioso, tendremos una deuda que solamente se podrá saldar ofreciendo de corazón el perdón a nuestro hermano.

Se inicia, entonces, un proceso liberador de nuestras ataduras. La ira es una de nuestras cadenas más arbitrarias. Recuerda que todos y cada uno de los pecados capitales, no suelen ser otra cosa, más que la ausencia de dominio, y por lo tanto se convierte en nuestra propia prisión.

Ante el conflicto del hermano con el hermano, no nos queda más solución que perdonar,... y es que las otras salidas: la del rencor, la del odio o la venganza, nos perjudican siempre a todos, primero a quien la padece, después a quien se le tiene, y como consecuencia a todos los demás.

6.-El mejoramiento humano vendrá siempre de dentro hacia afuera. Saber perdonar es querer vivir en libertad, es querer vivir hacia el futuro sin los lastres ni los rencores del ayer, es saber dar el paso hacia el dominio de mis instintos de venganza y de mi propia imagen de “justicia”, la cual suele ser cada vez más injusta con el paso de los días.

Todo acto de egoísmo nos encierra, y todo mirar hacia arriba nos eleva y nos comunica con los deseos profundos de nuestro ser. El pecado es, entre otras muchas cosas, el dejarse arrastrar por cualquier cosa que acabe en mí y sea sólo para mí.

Hoy, la Iglesia, fiel a su misión de ser la continuadora de la obra de Jesucristo, nos sigue predicando la invitación a perdonar y a convertirnos. “Perdonar setenta veces siete” ¡Fíjate!, ¿qué significa? Que no podemos ni debemos introducir números en el registro de la misericordia. No se pueden establecer fechas en el calendario del amor. Cristo nos ha hecho entender que para el perdón no existe ni la única ni la última vez.

7.-El perdón que debemos ofrecer no termina nunca, no se interrumpe, nunca se acaba. El perdón es una historia estupenda ininterrumpida

Es aquí, en donde nos encontraremos con la más grandes de nuestras carencias. Se trata de la necesidad que todos tenemos de una cirugía mayor para nuestra alma. Esto sí que resulta difícil pero no imposible para Dios. La intervención consistirá en que el divino cirujano baje hasta lo más profundo del corazón y limpie todo perfectamente, como cuando una mujer limpia su casa de las impurezas, como cuando un médico extirpa el tejido más profundo de células cancerosas.

El perdón, pedido y otorgado, se convertirá en nuestra fuente de alivio. El expediente debe quedar limpio: Sólo así será como la persona que ha sido perdonada ya no lleve la carga de su culpa, pero de la misma manera, la persona que haya perdonado ya no lleve la carga del resentimiento.

La ofensa nos causa una herida y cuando la persona nos pide perdón está intentando sanar la herida, pero tal parece que a nosotros nos gusta ir caminando con las llagas abiertas, con nuestros tejidos expuestos,... no somos capaces de perdonar al otro y, no nos damos cuenta de que, por esa misma razón no hemos sido capaces de sanar.

Resulta increíble que nosotros mismos hayamos creado circunstancias de rencor y de odio y, lo más increíble es que las sigamos alimentando, de tal manera que con ello vayamos amargando nuestro ser, nuestra vida, nuestra existencia.

8.-Bernard Häerhing es un sacerdote redentorista que escribe en una obra titulada: “La fe fuente de salud” el siguiente pensamiento: " Una memoria completamente ocupada por recuerdos rencorosos, desempolvados continuamente, está seriamente enferma y será fuente y causa de muchas enfermedades para la persona afectada y para su entorno"

No sé si estés enterado, pero el 23 de Abril de 1992 la televisión de habla francesa en Canadá emitió un programa televisivo llamado "La Marche du siécle" conducido por Jean Marie Cavada en el FR3. La razón del programa era instar a este mundo lleno de odio a perdonar. Decían que el perdón es una de las condiciones para la supervivencia humana. Pasaron en aquella emisión los resultados de la encuesta periodística del Nouvel Observateur, en la cual se les preguntaba a los jóvenes sobre la imagen que para ellos manifestara más el sentido del perdón. Los jóvenes respondieron que la imagen que más les había impactado, era aquella en la que el Papa Juan Pablo II visitaba en la cárcel al turco Mehetme Alí Agca, aquel hombre que había intentado asesinarlo en la plaza de San Pedro.

9.-Aferrarse a la ira se convierte en el intento de querer agarrar un carbón ardiente con la intención de arrojárselo a alguien: es uno mismo quien, al final de cuentas, resulta quemado.
Con los rencores que llevamos en nuestra vida, somos muchos los que nos asemejamos el desierto, somos esa tierra en la que ya no crece nada, personas en las que ya no existe la alegría ni el bienestar.

Debemos predicar la necesidad de volver a Dios para el perdón de los pecados. Conversión significará una historia nueva, una historia vuelta al revés con respecto a nuestras viejas y despreciables costumbres.

La incapacidad de perdonar nos somete al pasado, a viejos resentimientos que impiden la entrada de aires nuevos en la vida. Nuestro propio rencor es un lazo que otros nos echan al cuello. Si no perdonamos, vivimos expuestos a lo que hagan nuestros enemigos, y caemos en un círculo vicioso de acciones y reacciones, de afrentas y venganzas, cada vez más violento. El pasado ahoga y devora al presente, hasta que el perdón libera a quien lo otorga.

Para una mente que no es capaz de perdonar el pasado y el futuro siempre serán iguales. Se resiste al cambio. No quiere que el futuro sea distinto del pasado.

El hombre que recibe el perdón y que ofrece el perdón será capaz de enderezar su pasado y ofrecer esperanzas a su futuro. El perdón recibido y ofrecido permite corregir nuestras retrospectivas y optimizar la prospectiva.



III - VISIÓN CRISTIANA DEL PERDÓN.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores. El primero que le presentaron le debía muchos millones. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar la deuda. El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: “ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero. Entonces lo agarró por el cuello, y casi lo estrangulaba, mientras le decía: “Págame lo que me debes”. El compañero se le arrodilló y le rogaba: “Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”. Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara la deuda.

Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey losucedido”.

1.- Muy queridos amigos:

Recibir el perdón significa lograr un nuevo futuro, que me quite aquellos rasgos negativos que voy cargando en mi equipaje. Cristianamente es pedirle a Cristo que Él lo cargue sobre sí y que lo lleve en mi lugar.

Cuando Dios perdona no es que se refiera del hombre como el que hizo tal o cual cosa, sino que se refiere del hombre como aquel con el cual, a pesar de todo, se puede hacer algo nuevo.

Cristo se ha llevado mi pasado para que yo tenga una nueva oportunidad y consiga un nuevo futuro.

Es por lo anterior que Dios ha querido invitarnos a practicar la solicitud y la concesión de perdón para con todos en aquellos momentos en que hayamos ofendido o hayamos sido ofendidos.

Pero, ¿cómo tenemos que hacerle para que vivamos esta actitud cristiana? He aquí cinco pasos necesarios para que vivamos la virtud cristiana del perdón, tanto el que ha sido ofendido como el que ha ofendido al hermano:

2.-Primero: la solicitud de perdón debe ser directa: Se trata de asumir de frente y sin dar rodeos la responsabilidad de nuestros actos y corregir las consecuencias que se engendran con nuestras acciones.

Recuerdo que mi madre, quien de Dios goce, nos enseñaba en la infancia: ¡Rogelio!, No mires al suelo cuando vayas a decir lo siento a tu hermano. Levanta la cabeza y mírale a los ojos, para que sepa que lo sientes sinceramente.

Y es verdad, los ojos no suelen mentir..., sobre todo sí se trata de la sinceridad y si dejamos que el otro vea que en nuestros ojos hay sinceridad.

Y lo he entendido, cuando uno le pide perdón a una persona no hay que estar haciendo otra cosa, ni leyendo un papel, ni barriendo, ni hojeando un legajo, ni sacando cosas de la cajuela del coche...

3.-Segundo: Asumir la plena responsabilidad por nuestros yerros: Se trata de aprender a decir lo siento a la persona ofendida pero sin dar excusas para justificarse, ni autoprotegerse con pretextos. Ni el clima, ni mis problemas, ni una enfermedad, ni el cansancio, ni los muchos trabajos, ni la monotonía... nos dan derecho a ofendernos. ¡No te justifiques!

Cuando aceptamos la responsabilidad en nuestros propios actos alentamos a nuestros semejantes a asumir su parte de culpa y estamos abriendo la puerta del perdón mutuo.

4.-Tercero: Tener la misma delicadeza para con los más cercanos: Una de las peores injusticias que se viven, sobre todo hacia el interior de la familia, es la de aquellos que actuamos con criterios dispares en perjuicio de aquellos que más nos quieren y con quienes deberíamos ser igual de atentos que con cualquier otra persona en la calle, la oficina, la escuela...

Se trata de que en la vida no tengamos ni un doble discurso ni una doble moralidad práctica. Muchos aparentemente estamos convencidos de que a nuestros seres queridos no les debemos la misma cortesía que por lo general dispensaríamos a nuestras amistades ni para no ofenderle ni mucho menos para solicitarles que nos disculpen por nuestras muy frecuentes torpezas. Aprende a pedir perdón también a tu padre,... a tu hijo,... a tu esposo(a),... a tu hermano (a). También ellos se lo merecen.

5.-Cuarto: Cumplir con el propósito de enmienda o tener la intención verdadera de modificar la conducta: Aprendamos que no bastan las disculpas sino que hay que manifestar arrepentimiento en la vida y la mejor forma de hacerlo es a través de un cambio de actitudes.

Susan Jacoby en un libro llamado: “El amor que hiere”, cuenta de una doble manía que tenía su esposo. Primero, se permitía en público hacer comentarios despectivos sobre ella. Acto seguido, al día siguiente, invariablemente le enviaba un ramo de rosas.

Una ocasión aislada no hubiera tenido gran problema, ni siquiera dos, pero que cada reunión social, su esposo se hiciera pasar el gracioso a costa de ella, se convirtió en una lastimosa situación. Un día ella se cansó y antes de irse a casa de su madre, tomó en sus manos las rosas, cortó los largos tallos y después de trozar las espinas a presión con los dedos índice y pulgar de la mano derecha, cada una de las espinas las clavó en la almohada de su esposo acompañadas de su sangre y con un mensaje que escribió en la tarjeta que acompañaba aquellas rosas: “Cuando tú me ridiculizas me duele más en el alma de lo que ahora me duelen los dedos”.

6.-Quinto: Reconocer el esfuerzo del que pide perdón: Finalmente el que recibe la disculpa tiene un deber para con aquel que está solicitando el perdón. Como a la mayoría de las personas se nos dificulta ofrecer disculpas, el ofendido debe reconocer tal esfuerzo. “Sé que debe de haberte costado mucho pedir perdón” o “aprecio de veras que me hayas dicho esto”. ¡Ojalá que no fuéramos tan severos!

7.-En este domingo en que el Señor nos ha querido ubicar en esa doble dimensionalidad de nuestra vida, en relación al tema del perdón: todos lo recibimos y todos debemos ser capaces de ofrecerlo, quisiera compartirte una narrativa que nos puede ayudar a comprender la profundidad de la enseñanza cristiana.

F. M. Dostoievski en su novela: Los Hermanos Karamazov (p. III, l. 7, c. 3), presenta una escena que pareciera tener como telón de fondo lo que hemos leído el día de hoy en el Evangelio:
“Había una vez una vieja que era muy, muy mala y murió. La mujer no había realizado en su vida una sola acción buena. Llegaron entonces los demonios, la cogieron y la echaron en el lago de fuego. Pero su ángel de la guarda, que estaba allí, pensó: “¿Qué buena acción suya podría recordar para decírsela a Dios?”, entonces se le ocurrió algo y se lo dijo a Dios:

- Una vez arrancó de su huertecillo una cebolla y se la dio a un pobre.

Y Dios le respondió complacido: -Toma tú esa cebolla, échala al lago de forma que se pueda agarra de ella. Si puedes lograr sacarla del lago, irá al paraíso, pero si la cebolla se rompe, entonces tendrá que quedarse donde está.

El ángel corrió donde estaba la mujer y le alargó la cebolla:

- Toma, mujer, agárrate fuerte, vamos a ver si te puedo sacar.

Y comenzó a tirar con cuidado. Cuando ya casi la había sacado del todo, los demás pecadores que estaban en el lago de fuego, se dieron cuenta y empezaron todos a agarrarse a ella para poder salir también de allí. Pero la mujer era mala, muy mala, y les pateaba gritando:

- Me van a sacar sólo a mí y no a vosotros, es mi cebolla y no la vuestra.

Pero, apenas había pronunciado estas palabras, la cebolla se rompió en dos. Y la mujer volvió a caer en el lago de fuego y allí arde hasta el día de hoy. El ángel se echó a llorar y se fue.”

8.-Entendamos la misma verdad pero ahora de otra manera: No podemos presumir del perdón de “El de Arriba” si no somos capaces de perdonar nosotros a “los que están abajo”. Presentado desde el lenguaje que el Señor Jesucristo nos ha enseñado: ¿Cómo podemos sonreír tranquilamente al Padre y obtener de Él grandes beneficios si a sus otros hijos, mis hermanos, los tratamos despiadadamente?

Todos aquellos que aspiramos a obtener la compasión de Dios deberíamos practicar la compasión con el hermano, todos aquellos que anhelamos ser beneficiados por la misericordia divina debemos ser misericordiosos con el hermano, todos los que queramos ser perdonados por Dios debemos aprender a perdonar... Seamos consecuentes con nuestra fe y con aquello en lo que esperamos, practicando la caridad con el hermano.

9.-Y la verdad es que resulta verdaderamente lamentable constatar que...

Se nos dio la vida, un trozo de vida, un instante de ella, un poco de tiempo, un poco de inteligencia, un pedazo de voluntad y parece que el hombre ha querido hacer de esa vida una vida de rencores y resentimientos, una vida en la que los residuos le van destruyendo por dentro.

Se nos dio una embarcación para recorrer plácidamente los océanos de la vida y parece que el hombre la quiere llevar llena de lastres y, hacer difícil su trayecto y amarga la existencia.

Se nos han dado dos pies para caminar y Dios quiere que vayamos ligeros de equipaje para que caminemos con dignidad, pero el hombre lleva por dentro adherencias y sobre los hombros una losa que se va a convertir en su sepulcro, porque el hombre va muriendo por dentro.

Lo peor de todo será la perdida del Reino de los Cielos y la cárcel eterna a la que quedaremos reducidos, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

10.-Y es que el rencor y la cólera, respaldados por el orgullo y nuestra soberbia, suelen ser aquellos elementos que nos impiden perdonar al hermano. Se trata de un resentimiento que va provocando una serie de efectos nocivos en nuestra vida: son como una especie de residuos en el fondo del corazón que pueden intoxicar la totalidad de la vida cristiana, son como esas adherencias que forman parte de nuestros órganos, las cuales podrían causar alarma en cualquier médico sensato al realizar el lamentable hallazgo.

Al final de cuentas, somos tú y yo los que nos volvemos esclavos de nuestros propios resentimientos, ya que el rencor no suele dañar a aquel que se le tiene sino a aquel que lo tiene y lo quiere conservar.



IV - LA PATRIA CONTEMPLADA DESDE LA FE.

“En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

1.- ¿Qué es lo que ha pasado en nuestras calles? ¿Qué es lo que sucede en nuestra ciudad?

¿Cuál es la razón por la que en un espacio que hasta hace algunos años era plácido y seguro y en donde se experimentaba agradablemente nuestro desarrollo, repentinamente se ha introducido la hoz que destroza y que deja tirados los cuerpos en los caminos?

¿O es que nos hemos acostumbrado a que esas amenazas en forma de cuerno de chivo se encarguen de desintegrar prematuramente a las familias?

¿Cómo puede ser que quienes estaban ayer en el útero de la ciudad hoy no están y todos coincidimos en que antes de tiempo se les ha extirpado de la placenta de nuestra familia de manos de quienes no tienen derecho de acabar con la vida y alterar nuestra historia?

¿Qué es lo que se necesita para que la paz regrese a nuestras calles, vidas y familias?...

Escribía el célebre jesuita Theilhard de Chardin: “Llegará el día en que, tras aprovechar el espacio, los vientos, las mareas y la gravitación, aprovecharemos las energías del Amor en beneficio de Dios y en beneficio del hombre. Y ese día, por segunda vez en la historia del mundo, habremos descubierto el fuego”.

La paz en esta tierra aparece como un anhelo del reino de los hombres y como una de las características del Reino de los cielos. Se trata de una necesidad que apremia en nuestros corazones y que solamente Dios puede satisfacer plenamente.

Vivimos en esta selva de asfalto, en la jungla de concreto y este hombre que vive golpeando el rostro del hermano, está reclamando la paz para su vida.

Dentro de dos días celebraremos el aniversario 198 de la Independencia de México y es necesario que reflexionemos sobre un factor sumamente importante: La Patria.

Patriotismo... “Es una virtud no menos de paz que de guerra, que puede teñirse de misticismo, pero sin mezclar con su religión ningún cálculo, que cubre un gran país y que levanta a una nación, que aspira para sí lo mejor que hay en las almas y que, finalmente, se ha compuesto lentamente, piadosamente, con recuerdos y esperanzas, con poesía y amor, con algo de todas la bellezas morales que hay bajo el cielo, como la miel con las flores.” (H. Bergson, Les deux sources de la morale et de la religione).

Patria designa, según su orígen etimológico (pater = padre), el conjunto de seres humanos que descienden de los mismos antepasados. Acentúa la continuidad de las generaciones, pero con el matiz del papel preponderante que corresponde al hombre en la dirección de la familia y de los asuntos públicos. Por una evolución natural, en razón de los lazos que ligan a una población sedentaria con el suelo que cultiva, del que se alimenta o habita, la palabra ha venido a designar la tierra misma como tierra de los antepasados (Es aquí en donde el término adquiere el género femenino).

Para la experiencia de Israel en el Antiguo Testamento la patria ocupó un lugar importante en la fe y la esperanza, era el cumplimiento de una de las promesas hechas por Dios. Con el progreso de la revelación Israel puso sus ojos en la existencia de otra Patria, a la que están llamados todos los hombres.

Con la Iglesia que nace sucede lo mismo que con Israel: el pueblo nuevo no suprime el enraizamiento de los hombres en una patria terrestre, como tratan de hacerlo algunas ideologías presentes y algunos “pseudo-cristianos”. Sin embargo, estamos convencidos de que el Cielo es la verdadera Patria, de la que Israel, escogida entre las patrias terrenales, no era más que la figura, llena de sentido, pero provisional.

Desde los mismos inicios de la Iglesia, el cristiano ha sido consciente de que el acceso a la Patria Eterna lo obtenemos en la realización de nuestros compromisos con nuestra patria terrena. Un texto del siglo II describe esta convicción de la vida cristiana: “Los cristianos... habitan sus propias patrias, pero como forasteros; toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros... Pasan el tiempo en la tierra, pero tienen su ciudadanía en el cielo. Obedecen a las leyes establecidas; pero con su vida sobrepasan las leyes... Los cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos... Tal es el puesto que Dios les señaló y no les es lícito desertar de él”. (Ep. Diogn. 5-6).

“No nos es lícito desertar de nuestro lugar en el mundo”, por el contrario, debemos cultivar el compromiso y el amor hacia la tierra en la que nacimos. El amor a la patria es un deber de cada uno de los hijos de una nación. No obstante, en este campo de nuestra vida debemos evitar los reduccionismos, las exageraciones, las omisiones y las desviaciones. Por el contrario, debemos cultivar en nuestro corazón un sano patriotismo, libre de toda disminución mezquina, y que al mismo tiempo tenga apertura hacia todos los hombres.

El patriotismo no es un sentimiento instintivo del corazón del hombre sino que es un afinamiento de la conciencia, una apertura a los otros, una posibilidad de don y sacrificio, un sentimiento muy fuerte de solidaridad con un sector de la humanidad que comprende a la vez a vivos (nuestros contemporáneos) y difuntos (con nuestros antepasados que nos han precedido) y con los que han de venir (los futuros habitantes de nuestra tierra), que dependerán de nosotros como nosotros dependemos de nuestros antepasados.

Se trata de la expresión desarrollada de la dimensión social del hombre que tiene un alto valor moral cuando se conserva en su pureza. Sus desviaciones son los nacionalismos exclusivistas y sus derivados (racismo, xenofobia, los ghettos, el desprecio por los demás), en los que se absolutiza la idea que se tiene de patria por la cual se sacrifica todo, el todo y a todos. El falso patriotismo se ha convertido en un virus con extrema fertilidad en un terreno de cultivo como es el mundo violento y sin valores en el que vivimos. S.S. Juan Pablo II el pasado sábado 23 de Enero de 1999 le recordaba al hombre contemporáneo los ocho nuevos pecados sociales y entre ellos se encontraba el Racismo, tan variable en sus expresiones.

Evitaríamos toda visión desviada de patriotismo si fuéramos conscientes de que la expresión plena de la natural dimensión social del hombre se dirige hacia el amor a la humanidad. “Ya no es bastante llevar en sí mismo como a una nación entera y formar una sola alma con ello; el hombre aspira, por decirlo así, a unirse a la humanidad entera y a no formar con ella sino una sola voluntad” (M. Blondel, L´Action, p. 287).

Digamos que todo hombre tiene un doble deber hacia el exterior del núcleo de su vida personal y familiar. Ambos deberes tienen la misma dimensión de responsabilidad. En la doctrina cristiana la Iglesia ha hecho presente este doble deber: “Cultiven los ciudadanos, con magnanimidad y lealtad, el amor a la patria, pero sin estrechez de espíritu, de suerte que miren siempre también por el bien de toda la familia humana, unida por toda clase de vínculos entre las razas, los pueblos y las naciones” (GS 75). En sentido estricto el amor a la patria y el amor a la humanidad debieran alimentarse recíprocamente, en el sentido cristiano estos tienen su fundamento en la conciencia de la fraternidad de los hombres en Dios.

¿Cuáles son nuestros deberes para con nuestra Patria? Debemos ser respetuosos de los intereses nacionales, tener un profundo amor al suelo patrio y ser solidarios con la gran familia nacional. Debemos sentirnos orgullosos de nuestros héroes que nos heredaron una Nación Libre y Soberana. Debemos ser respetuosos de nuestras instituciones y de todo aquello que simboliza a nuestra Patria. Debemos orar por nuestras autoridades y preocuparnos por nuestros compatriotas radicados en cada una de las latitudes de nuestro país y en otros puntos geográficos. Debemos respetar nuestras leyes y anteponer los intereses comunes a los individuales en aras de la vivencia de la justicia social en nuestro país. Debemos ser capaces de convertir nuestra patria y nuestros valores en el patrimonio que se herede a los miembros de las próximas generaciones.

Ser patriótico significa también trabajar en la vida diaria. Es trabajando por nuestra patria en donde podemos merecer la Patria eterna, donde debemos aprender a ser fieles en lo poco para poder gozar de lo mucho. Nuestro trabajo debe hacerse buscando mejores condiciones de vida para todos los hijos de esta tierra.

Finalmente, debemos aprender que el progreso de nuestra patria no tan sólo lo realizan los grandes pensadores, inventores, economistas, estadistas u organizadores, sino también los que se dedican a los quehaceres más ordinarios. Todo trabajo honesto es digno y contribuye para la edificación de un mejor México. ¡Dios bendiga a México!
“Los cristianos cultiven verdadera y eficazmente, como buenos ciudadanos, el amor a la patria, evitando por entero, sin embargo, el desprecio de las otras razas y el nacionalismo exagerado, y promuevan el amor universal de los hombres.” (Ad Gentes Divinitus 15).

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