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sábado, 13 de septiembre de 2008

Exaltación de la Santa Cruz 1. Muerte de Jesús


Publicado por El Blog de X. Pikaza

Había en la tradición católica dos fiestas de la Cruz. Una era la Cruz de Mayo (3 del 5) y otra la Cruz de Septiembre (el 15 del 9). Ahora ha quedado sólo la última, recogiendo el tema de la Invención y de la Exaltación de la Cruz, que están vinculadas a la historia de Santa Elena, que se dice que encontró la Cruz de Jesús e hizo construir la Gran Basílica de Jerusalén (el año 320, fiesta de Mayo) y a la victoria del emperador bizantino Heraclio sobre los Persas (a los que tomó la Cruz, que ellos habían llevado quince años antes, llevándola triunfalmente a Jerusalén, el año 626). De todas formas, los historiadores no están de acuerdo sobre la autenticidad de aquella cruz encontrada y recuperada (ni sobre los fragmentos de la cruz extendidos por el mundo). Y por otro lado, los teólogos y creyentes no están tampoco de acuerdo sobre el valor triunfal de la Cruz de Jesús, pues los musulmanes conquistaron Jerusalén el año 638 (nueve años después de la Exaltación de Heraclio, sin que la Cruz de Jesús lo impidiera); por otra parte se dice que, en el momento clave de las cruzadas, el obispo de Jerusalén fue con la cruz a la gran batalla de Hitín, siendo allí vencido por Saladito (año 1187); desde aquel momento, con la caída del reino latino de Jerusalén, se habría perdido para siempre el rastro de la cruz. Desde ese fondo se puede celebrar ahora mejor la verdadera fiesta de la cruz, sin hacerla depender de una posible Invención o descubrimiento (con Santa Elena, año 326) y de una posible y muy inútil victoria de Heraclio con la ayuda de la Cruz (año 629). Ahora nos importa la Cruz-Cruz, no su invención ni exaltación. De ella trataremos hoy y mañana.

Texto del Evangelio de la Exaltación de la Santa Cruz. Juan 3,13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él."
La Cruz

Está formada por dos maderos cruzados, que diversos pueblos, entre ellos por los romanos, han utilizado para matar, por tortura, a esclavos y a enemigos políticos. Es una forma de ejecución y una tortura, que sirve para escarmentar a otros posibles delincuentes, pues el crucificado agoniza lentamente, desnudo, a la vista de todos, clavado en un madero. Jesús fue crucificado por orden del gobernador (procurador) romano y la sentencia se cumplió en el Gólgota o Calvario (lugar de la calva: cráneo calvo-redondo, calavera), a las afueras de Jerusalén, junto a una de sus puertas, en un sitio público, visible, donde, según las excavaciones, había una antigua cantera.


1. Responsables de la Cruz.

Jesús fue rechazado por los defensores de una interpretación sacerdotal de la Ley judía (que maldice a los colgados de un madero: cf. Gal 3, 13). Pero fue condenado y crucificado en concreto por los romanos. De esa forma expresa el poder legal de los representantes del sistema (soldados), que imponen sus instituciones con fuerza, pensando que son poderosos porque pueden controlar (matar) a disidentes y distintos. Sacerdotes y soldados son sistema: se imponen matando. Jesús, en cambio, ha expirado en la cruz: como “grano de trigo que muere para hacerse fruto” (Jn 12, 24). La muerte de Jesús ha sido una ejecución dictada por principios religiosos y políticos y los investigadores suelen destacar uno u otro, según su preferencia. Unos ponen de relieve el aspecto religioso: Jesús había sido un mensajero del perdón de los pecados y por eso se ha enfrentado con los sacerdotes, que se sintieron amenazados y para seguir manteniendo su poder lograron que Pilato le matara. Otros han destacado el aspecto social y político: ciertamente, Jesús “perdonaba” los pecados; pero en el fondo de su perdón había una forma distinta de entender y de vivir las relaciones sociales; para ellos, la razón principal de su condena fue de tipo político y económico.

a. Fue un provocador. Sobre la ley sagrada del sistema (templo, pureza nacional) puso la fidelidad a Dios y a su Reino, que implica salvación para los pobres. Con esa certeza proclamó sus palabras más solemnes: «Quien quiera salvar su vida la perderá...» (Mc 8, 35); «no temáis a aquellos que matan el cuerpo...» (Mt 10, 28). Eso significa que estaba dispuesto a morir. También los celotas estaban dispuestos, pero luchando por la Ley y el templo, por la nación y el pueblo, como habían hecho los → macabeos, con armas en la mano. Jesús ha proclamado el reino sin armas y está dispuesto a morir por instaurarlo, sin emplear violencia ni matar a los contrarios.

b. Fue un arriesgado. Entró en Jerusalén sin ejército, como rey mesiánico (cf. Mc 11, 1-10), anunciando el fin del templo (Mc 11, 15ss), pues, a su juicio, el tiempo de la sacralidad que nace de la Ley (sacrificios expiatorios, normas de pureza) había terminado. Cercado por sus adversarios, amenazado de muerte, quiso ofrecer a sus discípulos un banquete de amistad y despedida, trazando de esa forma un “pacto nuevo”, la alianza que surge allí donde un hombre es capaz de ofrecer sin violencia su vida, para superar la espiral de la violencia.

c. Ha muerto por conflicto con los sacerdotes. Tuvo palabras y gestos de amor, desde los más pobres. Pero a fin de mantener y expandir la fuerza de ese amor debió enfrentarse con los sacerdotes saduceos, guardianes del orden sagrado del templo, privándoles no sólo de su autoridad religiosa, sino de su autoridad social. De manera sencilla pero fuerte, sin discusiones de detalle (sin controversias halákicas sobre detalles de la Ley), Jesús declaró cumplido el tiempo de la sacralidad legal. Nada negó ni destruyó en concreto, pero dijo que un tipo de Ley había terminado ya con Juan Bautista (Mc 1, 14-15). Por eso comenzó a vincularse con los pecadores, en gesto que le enfrentaba con los «justos» (cf. Mc 2, 17; Lc 15, 4-10; Mt 7, 36-47). Ciertamente, era un «buen» israelita, pero, si triunfaba su mensaje, el buen pueblo de la Ley correría el riesgo de perder su identidad nacional y su separación sagrada. Los sacerdotes oficiales le vieron como un peligro y en nombre del Dios de su pueblo le condenaron por blasfemo (Mc 14, 64) porque se apropiaba de un poder y autoridad que sólo corresponde a Dios. Jesús elevaba frente a ellos su amenaza de Reino (en línea de gratuidad, sin necesidad de sacrificios ni imposiciones sagradas). Lógicamente, ellos se defendieron y procuraron su muerte.

d. Le han ejecutado por rebelde. La razón fundamental de su condena fue política como muestra el cartel de la sentencia: «Rey de los judíos» (Mc 15, 26). La tradición sinóptica supone que Jesús había querido ocultar (o matizar) su condición mesiánica, por las ambigüedades que implicaba. Sin embargo, al final de su carrera, entró en Jerusalén como rey davídico y mantuvo firme su actitud: no se volvió atrás, sino que actuó como Mesías, sin negar las implicaciones político-sociales de su misión. Así entró en Jerusalén, como descendiente de David, aunque sin armas ni soldados, elevando su pretensión mesiánica al servicio de los pobres y excluidos de la sociedad. Es normal que los romanos quisieran condenarle. Ciertamente, su pretensión no era política en el sentido militar y nacionalista. Pero tenía elementos sociales y políticos muy marcados, que las autoridades entendieron como una provocación. En ese sentido, ni Caifás, sacerdote judío, ni Pilatos, gobernador romano, fueron injustos o asesinos al condenarle a muerte. Ellos supieron lo que se estaba jugando en el fondo del mensaje y proyecto de Jesús. Por eso, humanamente hablando, en aquellas circunstancias, no tuvieron más salida que matarle.

e. ¿Era inocente? Ciertamente, podemos preguntar por la inocencia de Jesús, pero, en perspectiva política, ese tema resulta secundario: lo que importa es el orden de Roma, vinculado en este caso con los sacerdotes del templo. En el mensaje de Jesús podía quedar un lugar para el César, pero sabiendo que el César no es Dios ni el Imperio es el Reino. También podía haber un lugar para los sacerdotes, pero sabiendo que ellos no son representantes jerárquicos de Dios y que su templo es casa de unión (oración) para todos los hombres. Eso significa que Jesús no quiso mejorar el sistema existente, sino crear otro nuevo. No fue un reformador, sino un profeta y pretendiente mesiánico, que no negaba los poderes de ese mundo, pero los dejaba a un lado. Pues bien, por mantener su cota de poder, fundando su seguridad sobre un Dios del orden, capaz de imponer en el mundo su ley con violencia, aquellos sacerdotes y aquel procurador romano le condenaron a muerte. Caifás y Pilatos no pueden ser acusados de malinterpretar totalmente lo que Jesús estaba haciendo. En medio de una muchedumbre entusiasmada, en la fiesta de peregrinación de Pascua, en Jerusalén, Jesús, un profeta popular, estaba pretendiendo ser el Hijo de David, el rey anunciado por los profetas. Para un Jesús así no había sitio en Jerusalén.

2. Un grito en la Cruz.

Jesús muere en la cruz, padeciendo así la condena más cruel (infamante) y dolorosa, la más terrorífica posible. No ha muerto como un héroe, que perece luchando, sino como un esclavo, un bandido, sin honor ni dignidad, expuesto en una cruz. PLATÓN (cf. Fedón 114-118) afirma que Sócrates murió lleno de paz, como un héroe de la filosofía que sabe dónde va (su alma es inmortal), como un amigo que despide a sus amigos, diciéndoles que todo se ha cumplido conforme a lo previsto. Jesús, en cambio, no cree en la inmortalidad del alma, sino en el Reino que él ha preparado y anunciado en nombre de Dios, pero su Dios parece abandonarle, de manera que su muerte se puede entender como un fracaso. Así muere, como un perdedor Jesús no muere luchando como Judas Macabeo, a quien muchos judíos posteriores glorificaron por su valentía y entrega militar a favor de la patria. Tampoco muere en un complot, asesinado por traidores, como Julio César, a quien vengaron sus partidarios, derrotando y matando a sus asesinos e instaurando en su nombre un imperio, donde los emperadores se llamarán “césares” (continuadores de la obra del César). Los discípulos de Jesús se llamarán “cristianos”, continuadores de su obra de mesiánico (de Cristo), pero no son sus “vengadores”, sino todo lo contrario. Externamente hablando, Jesús murió como un bandido legalmente ajusticiado. Sus seguidores dirán más tarde que fue una víctima (para reconciliar a los hombres con Dios).

a. Un moribundo que grita. El Nuevo Testamento ha destacado el sufrimiento y pasión de Jesús (cf. Heb 5, 7; Mc 14, 34; 15, 34-37; Lc 12, 50) y recoge su grito de angustia desde la cruz: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?: Eloi, Eloi. Lema Sabaktani (Mc 15, 34; cf. Mc 15,37 par). Muchos exegetas han interpretado ese grito como invento de la iglesia (los crucificados mueren por asfixia y son incapaces de gritar). Otros lo han entendido como un signo apocalíptico, que expresa el fin del mundo (como aparece en el Apocalipsis, libros de las últimas voces: Ap 4, 1; 5, 2; 8, 13 etc; cf. también Mc 1, 11). Pues bien, pensamos que ese grito constituye un recuerdo histórico: precisamente porque los crucificados no suelen gritar, la tradición cristiana ha conservado el recuerdo de ese grito, a pesar de los problemas que su contenido podía plantear a los creyentes. La tradición cristiana sabe que Jesús no ha muerto como un desesperado, pues en ese caso no podría haber mantenido su recuerdo salvador. Pero sabe también que, en otro aspecto, su muerte en cruz ha sido un fracaso, aunque sabe también que, mirando las cosas desde una perspectiva más alta, ese fracaso ha sido la culminación de su vida, el principio de la salvación. Un Jesús externamente victorioso debería haberse colocado en la línea de los vencedores del sistema, es decir, de los soldados y sacerdotes, los ricos y fuertes, los prepotentes. Un Jesús triunfador no podría ser Mesías de los pobres, expulsados y asesinados, por quienes y con quienes ha proclamado e iniciado un camino de Reino. No murió desesperado, pero murió gritando (Mc 15, 35-37).

b. Algunos presentes pensaron que Jesús llamaba a Elías, para que viniera y le ayudara (15, 35). Esta opinión se sitúa en la línea del mensaje de Jesús, que se había presentado en forma de profeta-como-Elías, y en la línea de aquellos que pensaban que el mismo Elías avalaba su obra profética (cf. Mc 6, 15 y 8, 28). Entendido así, este grito podría ser signo de fracaso: Desde su patíbulo de cruz, Jesús llamó al profeta de los milagros y de la justicia salvadora, pero el profeta no acudió a liberarle. De todas formas, este grito puede interpretarse también en un sentido positivo: Jesús llama a Elías y Elías vendrá en el futuro, de una forma u otra, avalando la misión profética de Jesús, en la línea que había iniciado Juan Bautista.

b. La iglesia ha escuchado en ese grito unas palabras dolientes del salterio («¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?»: Mc 15, 34; cf. Sal 22, 2), reinterpretadas como llamada al Dios Padre, de manera que el referente principal de la agonía de Jesús no ha sido Elías, sino el mismo Dios, que le había ungido, diciéndole: ¡Tú eres mi Hijo querido, en ti me he complacido! (Mc 1, 11). Ese Dios del Reino parece abandonarle ahora. Por eso, Jesús le invoca, dolido, con la voz del Sal 22, 2: «¡Dios mío, Dios mío!...». No le abandona Elías, sino el mismo Dios Padre. Por eso, él le llama, elevando su última palabra, haciendo suyo el grito de los condenados que acuden a Dios desde el mismo borde de su muerte. Los sacerdotes han acusado a Jesús diciendo que Dios le ha abandonado (Mc 15, 29-32; más expresamente en Mt 27, 39-43). Jesús responde llamando a Dios: “Dios mío, Díos mío: ¿por qué me has abandonado?”. Según eso, Jesús habría muerto poniendo su vida en manos de Dios y sus palabras deberían entenderse desde una perspectiva teológica, como expresión de un salmo en el que Jesús pide la ayuda de Dios. Sea como fuere, Marcos no ha espiritualizado la muerte de Jesús, sino que ha dado testimonio de su dureza, añadiendo, sin embargo, que se mantuvo firme en la prueba, sin morir desesperado

c. Sentido de la Cruz. Esto nos sitúa ante la necesidad de interpretar la muerte de Jesús. El evangelio no ha querido responder de una manera teórica, no ha escrito un libro de “tesis” sobre Jesús, ni ha propuesto un conjunto de dogmas, sino que ha narrado su historia, para que los lectores decidan. (1) Unos pueden pensar que la historia de Jesús ha sido un fracaso. Empezó poniéndose en camino como Elías, para ser verdadero Rey-Mesías, en la línea de David. Pero no ha logrado su intento: Le han condenado como a rey falso. Ha llamado a Elías desde la cruz, pero el Elías del fuego y la venganza no ha venido. (2) Pero otros han descubierto precisamente en la cruz la presencia más alta de Dios. En un nivel externo, Dios no responde, de manera que la pregunta de Jesús la siguen gritando millones de torturados y angustiados, sin escuchar una respuesta en esta tierra. Con ellos muere Jesús. Eleva su grito y Dios calla. Llama y nadie la responde. Pues bien, los cristianos confiesan que Dios le ha respondido en un nivel de Pascua: ama a Jesús, le sostiene en la Cruz y le asiste, haciéndole capaz de entregar hasta el final la propia vida, sin deseo de venganza.

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