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sábado, 13 de septiembre de 2008

Fiesta de la Exaltación de la Cruz: La cruz, ninguna cruz, debe ser exaltada sino combatida

Por P. Marcos Rodriguez
Publicado por Fe Adulta



No me gusta nada el título de la fiesta de hoy. La cruz, ninguna cruz, debe ser exaltada, sino combatida.

No se trata de ninguna exaltación del sufrimiento humano por muy altas que sean sus motivaciones. Mucho menos de una glorificación de Jesús como consecuencia de su dolorosa muerte.

La cruz, como signo y seña de todo sufrimiento tiene que ser objeto de un rechazo frontal. Otra cosa es que nunca podremos eliminarla del todo. Sólo en esa medida tenemos que aceptarla y convertirla en positiva.

Tampoco puede ser utilizada como signo de ningún triunfo contra nuestros enemigos (Constantino).


¿Qué tuvo que ver Dios en la muerte de Jesús?


El punto de partida es incontrovertible; a Jesús le mataron los hombres, porque lo consideraron un peligro para mantener sus intereses. No podemos pensar que Dios planeó su muerte, ni que la exigió como pago de un recate por los pecados, ni que de una manera directa la quiso, la permitió o la esperó.

Podemos decir que Dios no tuvo nada que ver en la muerte de Jesús, y podemos decir que fue precisamente Dios la causa de su muerte.

Si pensamos en un Dios que actúa desde fuera a la manera humana, nada de lo que digamos de Dios en relación con esa muerte tiene sentido. Si pensamos que Dios era el motor de toda la vida de Jesús, de sus actitudes y de sus decisiones (mi alimento es hacer la voluntad del Padre), entonces, podemos decir, con toda certeza, que Dios fue la causa de que Jesús fuera a la cruz.



¿Qué significó la cruz para Jesús?

Jesús tuvo que pensar más de una vez en el sentido de su muerte, puesto que según los evangelios aceptó el reto. No la buscó voluntariamente como a veces se dice; pero es verdad que no hizo nada para evitarla.

Es más, creo que en la aceptación de las consecuencias de su actuación está la clave de toda la vida de Jesús. El hecho de que no dejara de decir lo que tenía que decir, ni de hacer lo que creía que debía hacer, aunque sabía que eso le llevaba a la muerte, es la clave para comprender que la muerte no fue un accidente, sino el hecho fundamental de toda su vida.

Que le mataran, podía no tener mayor importancia, menos aún la manera de morir; pero el hecho de que le importara más la defensa de sus conviccio­nes que la vida, nos da la profundidad de su opción vital, y demuestra el grado de fidelidad a sí mismo y a Dios.

La muerte de Jesús en la cruz, es un hecho de capital importancia, no por sí misma, sino porque nos obliga a buscar el verdadero sentido de su vida. Ni la muerte ni la cruz pueden tener valor por sí mismas.

También tenemos que superar la idea de que murió por nuestros pecados, en el sentido de que Dios exigió un rescate para poder perdonarnos (S. Anselmo).

De Jesús, nos dice Pablo "...Que renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz sin miedo a la ignominia..." Llegó a la plenitud con esfuerzo, con trabajo, con sufrimiento.

Las palabras y los gestos de Jesús en la última cena, sobre el servicio total a los demás, pueden significar la más elevada toma de conciencia de Jesús sobre el sentido de su vida humana. Tal vez en ese momento, cuando ya era inevitable su muerte, descubrió el verdadero sentido de su vida. Ese sentido no puede ser otro que el amor, el servicio, la donación total a los demás como culminación de sentido. Cuando un ser humano es capaz de consumirse por los demás, está alcanzando su consumación total. En ese instante puede decir: "Yo y el Padre somos uno". Se ha identificado con Dios.

Pero con la misma rotundidad que aceptó el sufrimiento que se desprende de la entrega a los demás, luchó contra todo sufrimiento. Se opuso con todas sus fuerzas al dolor que un ser humano inflige a otro ser humano. Jesús luchó contra toda injusticia.

Pero también ayudó siempre a superar toda limitación natural. Todos los “milagros” que se narran en los evangelios están encaminados a paliar el sufrimiento de la gente. En ningún pasaje del evangelio podemos vislumbrar nada que pueda parecer masoquismo.

¿Qué significado tiene para nosotros hoy la muerte de Jesús en la Cruz? No es fácil entrar en la dinámica de la cruz; pero por otra parte, es imposible entender el mensaje de Jesús sin comprender la cruz. Por algo se ha convertido en el signo clave de nuestra religión. Tal vez el comprender el sentido del sufrimiento, sea el punto más difícil de nuestra religión.

Aquí hablamos de la cruz, no como hecho físico, concreto y puntual, sino como símbolo de todo sufrimiento. Al fin de cuentas, la cruz no es la cumbre del dolor humano.

Como hecho histórico, la muerte de Jesús en la cruz, no es importante por el sufrimiento en sí, sino por ser la manifestación de una actitud inquebrantable de fidelidad a Dios a sí mismo y a los demás. Una fidelidad a toda prueba, incluso a prueba de muerte.



¿Quiere Dios nuestro sufrimiento?

Con frecuencia hemos querido escamotear el problema, yendo por el camino fácil: Dios quiere nuestro sufrimiento. Por supuesto que no es un capricho de Dios el que tengamos que sufrir. Dios no puede querer ni permitir el sufrimiento como tal, ni para premiarnos después por haber aguantado, ni siquiera como medio para salvarnos de nuestros pecados.

Mucho menos puede complacerse en la muerte de su propio Hijo como condición para salvarnos a nosotros. Esta visión de Dios exigiendo un rescate para salvarnos no ha superado la dinámica religiosa del hombre del paleolítico.

De ninguna manera podemos considerar el sufrimiento como un castigo de Dios. También con esta idea estamos fabricándonos un Dios mezquino, proyectando sobre Dios nuestra manera de ser.



¿Qué sentido tienen el dolor y el sufrimiento?

El dolor es un invento de la evolución por el que los seres vivos son alertados de un peligro para su subsistencia. Sin él, la vida no podría mantenerse. El dolor que siento cuando me quemo un dedo, me obliga a retirarlo del fuego e impide que me queme todo el cuerpo.

De la misma manera, la vida también ha hecho otro invento no menos sorprendente, el placer. El animal, siguiendo únicamente sus instintos, alcanza su plenitud de ser. Esos instintos, unas veces le llevan al placer y otras al dolor.

El ser humano, por el contrario, sabe de antemano, lo que le va a producir dolor o lo que le va a reportar placer. Si se deja guiar sólo por ese criterio, nunca elegiría lo que le da dolor, con lo cual se condenaría a no evolucionar y alcanzar una plenitud humana.

Alcanzar una plenitud humana no viene exigido por el ADN, es una meta que está más allá de lo estrictamente biológico, por eso no se puede alcanzar si me dejo llevar sólo por los instintos y pongo la parte superior de mi ser al servicio de la parte animal. Los instintos nunca pueden ser malos; tienden a su objeto espontáneamente. Lo malo es que la razón se ponga al servicio del placer y lo considere fin último en sí, renunciando a su verdadero fin que es crecer en humanidad.

La creación entera está sin terminar, se está haciendo. También los seres vivos están en constante evolución; y entre ellos el ser humano. Aunque nos creemos la cima del universo, no hemos llegado a la plenitud de ser, ni como individuos, ni como especie.

El ser humano no tiene más remedio que luchar por esa superación. Esa lucha lleva consigo esfuerzo, sacrificio, dolor. Ni Dios quiere ese dolor, ni nosotros tenemos que buscarlo como valor en sí mismo. Está ahí como consecuencia de nuestra condición de seres limitados, inacabados. El dolor cobra su sentido en la plenitud conseguida a través de él.

En la medida que la parte superior se niegue a aceptar esa subordinación, los sentidos lo consideran como interferencia, como frustración y por lo tanto como sufrimiento y dolor. Esta es la razón por la cual el ser humano no puede alcanzar su plenitud sin esfuerzo y sin dolor.

Ahora bien, para que la razón pueda contrarrestar las exigencias de los sentidos, de las pasiones, de los apetitos, en un momento dado, tiene que haberse entrenado en esa tarea, si no jamás lo conseguirá.

El ser humano tiene que aceptar el sacrificio y el esfuerzo, incluso cuando no existe ningún peligro de que se deteriore como tal. Debe afrontarlo, también, como entrenamiento para estar seguro de que su escala de valores es la correcta. Sólo así, será capaz, en un momento determinado, de elegir lo que le hace más humano y evitar lo que le deteriora como tal, aunque esa elección le acarree sufrimiento.

El ser humano no puede desentenderse del sufrimiento. Cuando nos encontramos un sufrimiento inevitable, se nos cae el alma a los pies y decimos: ¿Por qué a mí? ¿Qué hecho yo para merecer esto? ¿Por qué me castiga Dios? Esta actitud es la mejor prueba de que no hemos encajado el tema del sufrimiento.

Esta equivocada actitud vital, se manifiesta radicalmente cuando tenemos que afrontar la muerte, sea de un ser querido, sea la propia. Esa limitación la experimentamos como algo completamente negativo. No hay manera de dar sentido a un acontecimiento tan absurdo. Intentamos culpar a Dios de tal sinsentido.

No poseemos la perspectiva necesaria para encajar el acontecimiento. No somos conscientes de que nuestra propia vida es la consecuencia de miles y miles de millones de muertes. No hemos descubierto que la vida y la muerte son dos caras de una misma moneda. No puede darse una sin la otra.



Meditación contemplación


Para que todo el que cree en el, tenga vida definitiva.
Creer en Jesús es descubrir que su trayectoria humana
le llevó a lo más alto que puede llegar el hombre,
le llevó a identificarse totalmente con Dios.

………..

Su proyecto de vida estuvo fundado en el amor.
Todo lo que de divino había en él,
lo desplegó para llegar a amar como Dios ama.
Amando así, hizo presente a Dios entre los hombres.

…………………..

Superando la tentación del goce inmediato,
soportó las cruces en su camino hacia Dios.
Nadie le regaló nada.
Desplegando toda la energía divina que había en él,
llevó al ser humano a la cumbre de sus posibilidades.

………………

Si pretendemos llegar a la misma meta,
debemos emprender el mismo camino.

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