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sábado, 13 de septiembre de 2008

La Cruz de Jesús: Evangelio Misionero del Día: Domingo 14 de Setiembre de 2008

Por CAMINO MISIONERO

Envió a su Hijo para salvar al mundo

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 13-17

Jesús dijo:

«Nadie ha subido al cielo,
sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera, que Moisés
levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario
que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en Él
tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo,
que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera,
sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él».


Compartiendo la Palabra

Los que tienen oportunidad de compartir este blog, recordarán que hace un par de semanas, desde este lugar los invitaba a contemplar la cruz de Jesús, apropiándonosla, descubriéndola, aceptándola, amándola.

Hay muchísima bibliografía que hablan de la Cruz y de las cruces, quizás no nos alcanzaría toda la vida para poder leerlas, donde encontraremos diversas opiniones, rasgos culturales e históricos, signos ideológicos y muy distintas experiencias. Muchas de esas bibliografías quizás puedan ayudarnos a realizar nuestra propia elaboración del significado real y verdadera en nuestra existencia de lo que es la Cruz Salvadora del Maestro y la cruz que debemos llevar todos los días. Pero estoy convencido que sólo llegaremos a aproximarnos a ese concepto, si pedimos al Señor pasar por su misma experiencia, solidarizarnos con su misión y pedirles que en nuestra historia podamos cargar sobre nuestras espaldas esa cruz que es mucho más que madera, porque en ella están los dolores, súplicas y sufrimientos de toda la humanidad, que a fuerza de Amor, Jesús los levanta y los lleva hasta la cima, para entregar por ellas su vida.

La cruz nos asusta. O en palabras de San Pablo, diríamos que nos escandaliza, pero eso es influencia del mal espíritu. Si buscamos ser discípulos de Jesús, no tan sólo cuando participa de un banquete o de un megadiscurso, sino en todo su caminar hasta la casa del Padre, debemos RESIGNIFICAR la Cruz en nuestra vida, por que a pasado a ser un accesorio de moda colgada de alguna cadena o arete, algún tatuaje con alguna inscripción, o un adorno colgado de las paredes de nuestras casas, o incluso de nuestros templos. No nos dejemos engañar. Jesús en esa Cruz nos ha salvado, por Amor y por Misericordia. La Cruz sóla no salva a nadie. Pero Cristo se valió de ese instrumento para mostrarnos que la entrega y el sacrificio, son los pilares fundamentales para construir una relación madura con Dios, entregando la vida por cada creatura suya. Hoy a lo mejor ya no existan cruces de maderas, pero existen trabajos enajenantes, drogas esclavizantes, sistemas económicos y políticos asesinos, familias violentas, hambres y analfabetismos indignantes, en fin... Hay mucho mal, mucho pecado no querido y no deseado por Dios, pero que con la visión de Jesús, a esos oprobios podemos transformarlos en motivos de nuestra salvación y la del mundo entero.

¿Buscas salvarte? Encuentra primero tu cruz.
¿Buscas hacer el bien? Encuentra la cruz de tu hermano.

Festejemos este día domingo con la esperanza de que la locura de ser cristiano, es la aventura más hermosa que podemos comenzar, ya que tenemos un Maestro que siempre nos llevará por el buen camino, que nos ha de conducir hasta la Casa del Padre.
Ofrece la Eucaristía de este domingo por este gran misterio que es la Cruz en nuestras vidas, pide por dejarte conquistar por su cautivante mensaje y pide también por este mundo que todavía no conoce el Infinito Amor que en ella se encuentra


Compartiendo la Oración

Te invito a que la oración de este día la hagamos con un pequeño texto del Padre Caravias sj, donde nos brinda puntos muy importantes como guía para la reflexión y el diálogo con el Señor, pero antes quisiera comenzar como preparación, con una oración hermosa de Luis Espinal sj, que resume perfectamente el sentido de la Cruz.

GASTAR LA VIDA

Nos da miedo gastar la vida, entregarla sin reservas. Un terrible instinto de conservación nos lleva hacia el egoísmo, y nos atenaza cuando queremos jugarnos la vida.
Tenemos seguros por todas partes, para evitar riesgos. Y sobre todo está la cobardía.
Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida. Pero la vida Tú nos la has dado para gastarla; no se la puede economizar en estéril egoísmo.
Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen; hacer un favor al que no va a devolver; gastar la vida es lanzarse aun al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias, es quemar las naves en bien del prójimo. Somos antorchas que sólo tenemos sentido cuando nos quemamos; solamente entonces seremos luz.
Líbranos de la prudencia cobarde, la que nos hace evitar el sacrificio, y buscar la seguridad.
La vida se da sencillamente, sin publicidad, como el agua de la vertiente, como la madre da el pecho a su bebé, como el sudor humilde del sembrador.
Entrénanos, Señor, a lanzarnos a lo imposible, porque detrás de lo imposible está tu gracia y tu pre-sencia; no podemos caer en el vacío.
El futuro es un enigma, nuestro camino se interna en la niebla; pero queremos seguir dándonos, por-que Tú estás esperando en la noche, con mil ojos humanos rebosando lágrimas.
(Luis Espinal sj., periodista, asesinado en Bolivia).



Puntos para la Oración

UNA ESPIRITUALIDAD CRISTIANA DE LA CRUZ

Se suele pensar que cargar la cruz de Cristo se reduce a una aceptación pasiva de todo tipo de dolor y sufrimiento. La cruz de Cristo parece ser símbolo de conformismo y resignación, pero no es así.

a) Aceptar la cruz de Cristo lleva a esforzarse seriamente en participar en la construcción de un mundo en el que sea más fácil vivir una auténtica fraternidad. Esto implica la denuncia de estructuras que engendran odio, división y ateísmo. E implica también el anuncio y la realización de la justicia, la solidaridad y el amor: en la familia, en la enseñanza, en el sistema económico, en las relaciones políticas…
Aceptar la cruz proveniente de esta lucha, y cargar con ella, lo mismo que lo hizo Jesús, forma parte integral de la espiritualidad cristiana.

b) Cargar con la cruz de Cristo significa, por consiguiente, solidarizarse con los crucificados de este mundo: los que sufren violencia, los empobrecidos, los deshumanizados y despreciados… Defender, ayudar a abrir los ojos y organizarse a los sin-tierra y a los sin-techo; atacar todo lo que los convierte en infrahombres; asumir la causa de su liberación… El cristiano solidario con los pobres es el que, como Jesús, lucha por la justicia a través de un amor sufriente, si es necesario, hasta la muerte. La praxis de liberación tiene sabor de cruz y de eficacia que sólo conoce el que ama de veras.

c) La solidaridad con los crucificados de este mundo, en los que está presente Jesús, lleva consigo la necesidad de dar vuelta a lo que el sistema opresor considera como bueno. El sistema dice: los que asumen la causa de los pobres son gente subversiva, enemigos de la “justicia y del orden”, maldecidos por Dios. Los que cargan la cruz de Cristo se oponen tenazmente a este sistema y denuncian sus falsos valores y prácticas. Lo que el sistema llama justo y bueno, en realidad es injusto, discriminatorio y malo.
El que sigue a Jesús desenmascara al sistema y por eso sufre violencia de su parte. Sufre en razón de otro orden: la justicia y el orden de Dios. Sufre sin odiar; soporta la cruz sin huir de ella. La carga por amor a la verdad y a los crucificados por los que ha arriesgado su seguridad personal. Así hizo Jesús. Su seguidor sufre también como “maldito”, cuando en realidad está siendo bendecido por Dios. De este modo Dios anula la “sabiduría” y la “justicia” de este mundo.

d) La cruz de Cristo tiene una significación particular para los crucificados por el sistema. Para ellos el mensaje de la crucifixión consiste en que Jesús nos enseña a sufrir y a morir de una manera diferente; no a la manera de la resignación, sino en la fidelidad a una causa llena de esperanza. No basta cargar la cruz; la novedad cristiana es cargarla como Cristo, llevando el compromiso solidario hasta el extremo: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,13).

e) No se puede cargar la cruz de Cristo si uno no se domina a sí mismo. “El que quiera seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mt 16,24). Porque estamos arraigados en el egoísmo y la tendencia al pecado, el camino para seguir a Jesús es un camino de superación, de “muerte al hombre viejo” (Rom 6,6), de renunciar a vivir “según la carne” (Mt 18,8). No es posible la cruz del compromiso, sin esta otra forma de cruz que es la renuncia a nuestros orgullos y egoísmos. No es posible un amor extremo a los demás si uno no está totalmente descentrado de sí mismo. El centro ha de ser Dios, y no uno mismo; y eso no se consigue sin “negarse a sí mismo”.

f) Nada de esto es posible sin una conversión a Jesucristo. La centralidad de Jesús es vital. Y el sufrimiento es un camino para ir hacia Cristo y Cristo es al mismo tiempo la fuerza para recorrerlo.

g) Sufrir y morir siguiendo de este modo al Crucificado es ya vivir. Al interior de esta muerte en cruz existe una vida que no puede ser aniquilada. No es que venga después de la muerte, sino que está ya dentro de la vida de amor, de solidaridad y de valentía para mantenerse firme en una actitud de servicio, a pesar de la corrupción reinante.
La elevación de Jesús en la cruz es también su glorificación. Vivir y ser crucificado de este modo por la causa de la justicia, que es la causa de Dios, es ya comenzar a vivir en plenitud. Los que murieron por la insurrección en contra de todo sistema corrupto y se negaron a entrar “en los esquemas de este mundo” (Rom 12,2), son los que experimentan la resurrección. Pues la insurrección por la causa de Dios y del prójimo es ya resurrección. Cada vez será más difícil que unos hombres crucifiquen a otros hombres.
La cruz, pues, no es respuesta, sino inquietar, abrir el corazón a otro modo de preguntar, a otro modo de conocer, a otro modo de vivir. Es invitación hacia una actitud radicalmente nueva hacia Dios, hacia la vida y hacia los demás.

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