1.- Al coincidir la fecha de este domingo –el 14 de Septiembre—con la fiesta de la Exaltación de la Cruz, prevalece esta celebración sobre la habitual que del Domingo 24 del Tiempo Ordinario, en este ciclo A. La Exaltación de la Cruz ha ido siempre unida a la dedicación de dos basílicas de los tiempos del Emperador Constantino: la del Gólgota y la de la Resurrección. Y ello tuvo lugar el día 13 de septiembre del año 355. Y al día siguiente fue expuesta ante los fieles la reliquia de la Cruz de Cristo. La tradición ha marcado que la cruz fue encontrada un 14 de septiembre. La madre del Emperador Constantino, Santa Helena dedicó mucho tiempo y muchos recursos para encontrar en Jerusalén los restos de la cruz en la que murió Jesús de Nazaret. Y consiguió encontrarla y de ahí que se construyeran las citadas basílicas. La inauguración de las mismas, un 13 de septiembre, de cara a la presentación de la cruz ante los fieles al día siguiente, demuestra que ya hacia tiempo que se conmemoraba la fecha en que la cruz apareció. Estamos pues ante una fiesta muy antigua, una de las más antiguas de la cristiandad. Y, desde luego, merece la pena darle la amplitud y relevancia que siempre tiene un domingo, donde en la Eucaristía se reúnen muchísimos más fieles que en las fiestas cristianas—aún las más importantes—celebradas en días laborables.
2.- Y, en fin, las cuestiones históricas importan y mucho, pero en la fiesta de este domingo nos vamos a encontrar con la significación que la Cruz de Cristo tiene para cada uno. Bien podría parafraseando la pregunta de Jesús a sus apóstoles --¿”y que es Cristo para ti?”—hacérnosla respecto a la Cruz: “¿qué es la Cruz para ti? Es verdad que resulta difícil pensar en la cruz y no recordar el día difícil y aciago del Viernes Santo. La muerte de Jesús en la Cruz es un hecho doloroso, difícil e, incluso, incompresible a veces. ¿Para que tuvo que morir? Es una pregunta que muchos nos hacemos de manera inevitable, aún comprendiendo la importancia redentora de la Cruz. Pero, claro, no es esa la cuestión.
3.- Las lecturas de hoy –junto al resto de los textos litúrgicos—manifiestan la importancia de la Cruz como símbolo de salvación. En la primera lectura, que procede del capítulo 21 del Libro de los Números, se nos muestra el camino que llevaría a la cruz a ser estandarte de salvación. Tras ser atacados los israelitas por serpientes venenosas en el desierto, la serpiente de bronce, construida por Moisés y expuesta como bandera, curaba a todos. Bastaba con mirarla. En el Evangelio de Juan, Jesús habla con Nicodemo y le pone el ejemplo de la serpiente-estandarte. Promete que todo aquel que mire a la Cruz, que crea en Él, tendrá vida eterna. Y añade la clave más sublime que originó la salvación del género humano: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Por eso es necesario acercarse a la cruz con la alegría de que va a salvar, que va a llevarnos a la felicidad.
San Pablo por su parte también nos aporta una definición portentosa. Y es como un Dios se abaja hasta lo más profundo, hasta someterse a la muerte, “y una muerte de cruz”. La ponderación de que “hasta” murió en la Cruz no demuestra lo terrible y degradante que la muerte en cruz era entre judíos y griegos, entre los contemporáneos de Jesús. Y Pablo nos ayuda a configurar el sacrificio y como Dios, el mismo Dios, “lo levanto sobre todo”. Dios Padre muestra la salvación desde su Hijo resucitado al modo de cómo Moisés levantó el estandarte de la serpiente en el desierto. Todas estas lecturas nos enseñan el significado de la cruz, su poder salvífico. Hemos de tenerlo muy en cuenta
4.- El otro aspecto que hoy no podemos dejar de mencionar es que Jesús en varios lugares de los evangelios menciona su cruz… y la de otros. Nos anuncia que nosotros tendremos que asir nuestra propia cruz. No se trata ayudarle a Él a transportar Su cruz, como lo hizo Cirineo. Hemos de tomar la nuestra y seguirle. Que en la vida humana hay grandes cruces no cabe la menor duda: el dolor, la enfermedad, el infortunio, la muerte de los seres queridos. Esas son cruces fácilmente visibles y apreciables. El ejemplo de Jesús al aceptar el sufrimiento de la crucifixión y muerte es un buen ejemplo para el que sufre, es una compañía en el difícil trance. Pero no hemos de pensar que no tenemos cruz aquellos que estamos sanos o somos aceptablemente felices. Nuestra cruz también está ahí y tiene importancia, dimensión. Nuestra cruz es el pecado, tantas veces repetido y que no somos capaces de erradicarlo. Es el defecto habitual del que habla Ignacio de Loyola. O es nuestra incapacidad para comprendernos y aceptar nuestras propias limitaciones. Siempre habrá algo que verdaderamente nos crucifique. Y cada uno deberá para conocer su cruz, y aceptándola, llevarla, junto a Jesús, por esta vida.
Hoy es una buena fecha para perseverar en la Cruz de Cristo, en su efecto terrible y doloroso para el Maestro. Pero también en su condición de vehículo de salvación. Será necesario que meditemos también es la realidad de nuestra propia cruz y que seamos capaces de asumirla y comprenderla. Aceptándola, seguiremos el consejo que Jesús nos da, pero además iniciaremos un camino de felicidad que nos llevará a la vida eterna.
2.- Y, en fin, las cuestiones históricas importan y mucho, pero en la fiesta de este domingo nos vamos a encontrar con la significación que la Cruz de Cristo tiene para cada uno. Bien podría parafraseando la pregunta de Jesús a sus apóstoles --¿”y que es Cristo para ti?”—hacérnosla respecto a la Cruz: “¿qué es la Cruz para ti? Es verdad que resulta difícil pensar en la cruz y no recordar el día difícil y aciago del Viernes Santo. La muerte de Jesús en la Cruz es un hecho doloroso, difícil e, incluso, incompresible a veces. ¿Para que tuvo que morir? Es una pregunta que muchos nos hacemos de manera inevitable, aún comprendiendo la importancia redentora de la Cruz. Pero, claro, no es esa la cuestión.
3.- Las lecturas de hoy –junto al resto de los textos litúrgicos—manifiestan la importancia de la Cruz como símbolo de salvación. En la primera lectura, que procede del capítulo 21 del Libro de los Números, se nos muestra el camino que llevaría a la cruz a ser estandarte de salvación. Tras ser atacados los israelitas por serpientes venenosas en el desierto, la serpiente de bronce, construida por Moisés y expuesta como bandera, curaba a todos. Bastaba con mirarla. En el Evangelio de Juan, Jesús habla con Nicodemo y le pone el ejemplo de la serpiente-estandarte. Promete que todo aquel que mire a la Cruz, que crea en Él, tendrá vida eterna. Y añade la clave más sublime que originó la salvación del género humano: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. Por eso es necesario acercarse a la cruz con la alegría de que va a salvar, que va a llevarnos a la felicidad.
San Pablo por su parte también nos aporta una definición portentosa. Y es como un Dios se abaja hasta lo más profundo, hasta someterse a la muerte, “y una muerte de cruz”. La ponderación de que “hasta” murió en la Cruz no demuestra lo terrible y degradante que la muerte en cruz era entre judíos y griegos, entre los contemporáneos de Jesús. Y Pablo nos ayuda a configurar el sacrificio y como Dios, el mismo Dios, “lo levanto sobre todo”. Dios Padre muestra la salvación desde su Hijo resucitado al modo de cómo Moisés levantó el estandarte de la serpiente en el desierto. Todas estas lecturas nos enseñan el significado de la cruz, su poder salvífico. Hemos de tenerlo muy en cuenta
4.- El otro aspecto que hoy no podemos dejar de mencionar es que Jesús en varios lugares de los evangelios menciona su cruz… y la de otros. Nos anuncia que nosotros tendremos que asir nuestra propia cruz. No se trata ayudarle a Él a transportar Su cruz, como lo hizo Cirineo. Hemos de tomar la nuestra y seguirle. Que en la vida humana hay grandes cruces no cabe la menor duda: el dolor, la enfermedad, el infortunio, la muerte de los seres queridos. Esas son cruces fácilmente visibles y apreciables. El ejemplo de Jesús al aceptar el sufrimiento de la crucifixión y muerte es un buen ejemplo para el que sufre, es una compañía en el difícil trance. Pero no hemos de pensar que no tenemos cruz aquellos que estamos sanos o somos aceptablemente felices. Nuestra cruz también está ahí y tiene importancia, dimensión. Nuestra cruz es el pecado, tantas veces repetido y que no somos capaces de erradicarlo. Es el defecto habitual del que habla Ignacio de Loyola. O es nuestra incapacidad para comprendernos y aceptar nuestras propias limitaciones. Siempre habrá algo que verdaderamente nos crucifique. Y cada uno deberá para conocer su cruz, y aceptándola, llevarla, junto a Jesús, por esta vida.
Hoy es una buena fecha para perseverar en la Cruz de Cristo, en su efecto terrible y doloroso para el Maestro. Pero también en su condición de vehículo de salvación. Será necesario que meditemos también es la realidad de nuestra propia cruz y que seamos capaces de asumirla y comprenderla. Aceptándola, seguiremos el consejo que Jesús nos da, pero además iniciaremos un camino de felicidad que nos llevará a la vida eterna.
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