Publicado por Mercaba
1.
Lo importante de la cruz es lo que señala y significa, lo que nos dice y nos recuerda; porque la cruz es una señal, la señal de los cristianos. Claro está que todas las señales, igual que las palabras, pueden cambiar poco a poco de sentido, imperceptiblemente, de modo que lleguen a significar incluso lo contrario de lo que ellas querrían decir en su origen. Nos preguntamos si no habrá ocurrido con la cruz algo semejante.
En tiempos de Pablo todavía era la cruz un escándalo para los judíos y una necedad para los romanos; pero los judíos y romanos de nuestro tiempo, los césares y fariseos de hoy, se honran con la cruz y se condecoran. ¿Acaso habrán comprendido que la cruz es sabiduría de Dios? ¿o habrá que decir que la cruz ya no significa lo mismo? Si en aquel tiempo fue plantada la cruz en la oposición, frente a los señores de este mundo y su justicia, y si ahora la vemos convertida en un ornato inofensivo que nada contradice en la sociedad, será porque la cruz ha sido tergiversada, desfigurada, manipulada, y no ciertamente porque la sociedad se haya convertido a la cruz de Cristo. Vemos aquí la causa de que los cristianos hayamos perdido la conciencia de nuestra identidad, pues no sabemos lo que decimos, lo que apreciamos y por lo que luchamos en el mundo, si es que luchamos por algo. Para recuperar esta conciencia y encontrarnos a nosotros mismos y saber qué debemos hacer como cristianos, habrá que poner en claro lo que significó la cruz para Cristo y debe significar, por lo tanto, para quienes se llaman hoy sus discípulos.
La cruz fue para Cristo la voluntad del Padre cumplida hasta el extremo: "y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del Hombre". Fue para Cristo la última palabra y la más elocuente. En la palabra de la cruz manifestó de una vez por todas lo que es Dios y quiere ser para los hombres, y ahora sabemos que Dios es amor. La cruz fue para Cristo ponerse en el último lugar y prestar el mejor servicio a todos los hombres. Para servir hay que ponerse en la cola, y hasta ahí, hasta el último lugar, descendió el que era Hijo de Dios, y no quiso alardear de ello porque vino al mundo a servir y no a ser servido. Por eso fue también la cruz el trono de la exaltación de Cristo, su gloria. Por eso recibió en la cruz el "nombre-sobre-todo-nombre". La cruz fue, finalmente, la justicia ajusticiada por los poderosos de este mundo, y, por ende, la justicia de Dios contra la justicia de los poderosos. Y si la cruz fue para Cristo todo eso, la cruz de Cristo no puede ser ya nunca asimilada, integrada, desvirtuada por un sistema en el que domina el capricho del egoísmo sobre las exigencias de la voluntad de Dios, el odio y la mentira sobre la revelación del amor, el dominio y el abuso de poder sobre el servicio, la ostentación de lo que no se es por encima de la aceptación de la propia verdad. La cruz de Cristo es el mentís, la contradicción manifiesta de una sociedad competitiva donde se fomenta la rivalidad y la vanagloria.
La exaltación de la cruz, fiesta que celebramos hoy, ha de ser para nosotros ocasión de hacer memoria, de recordar y proclamar muy alto que se ha querido olvidar y silenciar incluso dentro de la misma iglesia: que Cristo ha sido exaltado en la cruz y que todos los que son de Cristo no pueden apetecer otra gloria que ésta. Tengamos, pues, los mismos sentimientos que tuvo Cristo y no queramos conformarnos a este mundo. Si somos discípulos de Cristo estaremos siempre con él en la cruz, en la oposición.
EUCARISTÍA 1975/51
2. CZ/CAMINO.
Hoy interrumpimos las lecturas propias de los domingos ordinarios, ya que celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa cruz, antigua fiesta que este año cae en domingo. De ahí que los textos que hemos leído nos ofrezcan una posibilidad de contemplar qué significa la cruz de JC. Y aunque el tiempo más propio para esta contemplación sea la Cuaresma y la Pascua, y muy especialmente la celebración del Viernes Santo (toda ella centrada en la cruz gloriosa), creo que para cualquier cristiano es provechoso recordar el sentido de la cruz. Por algo es el signo que preside nuestras reuniones; el signo que desde pequeños nos enseñaron a hacer como distintivo y resumen de nuestra fe; el signo que estará presente en el lugar de nuestra sepultura, como afirmación de fe en la resurrección.
-LA CRUZ, CAMINO DE CADA DÍA (/Lc/09/23). Lo que acabamos de recordar puede ayudarnos a situar nuestra reflexión: ¿qué representa esta presencia constante del signo de la cruz en la vida del cristiano? ¿no querrá decir que la realidad de la cruz también debe estar siempre presente? Presente no sólo como un recuerdo o como un distintivo convencional -por ejemplo, la cruz como una joya que adorna como podrían adornar unos pendientes-, ni tampoco como si fuera una posibilidad de desgracia que siempre nos acecha -aquello que expresa la frase popular al decir: "Dios le ha enviado una buena cruz"-, sino la cruz como camino.
Lo escuchábamos en el evangelio del pasado domingo: "Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío". No habla JC de acordarnos de su cruz ni de convertirla en adorno o en objeto oficial ni se refiere a algún hecho extraordinario en nuestra vida, sino que habla de algo para cada día. Esto es la cruz como camino.
Esto es lo que significó para El la cruz. No un final desgraciado o inesperado, sino la culminación de su camino. No hay rompimiento entre lo que hizo antes y su cruz. JC llegó a la cruz precisamente porque era el lugar adonde llevaba lo que El decía y hacía. La cruz -la incomprensión, la persecución, la oposición- JC la halló desde el primer momento, pero no se desvió en absoluto de su camino. JC no escoge la cruz, pero tampoco se aparta de su camino aunque éste lleve a la cruz. Es un problema de fidelidad a su decir la verdad, a su luchar por la justicia, a su darse a los marginados y despreciados, a su combatir todo mal, toda trampa. Todo esto -lo sabemos bien- significa cruz para cada día.
-LA CRUZ CAMINO DE VIDA. La presentación que las lecturas de hoy nos hacían de la cruz, coincidían en acentuar su aspecto salvador. No nos hablaban de la cruz como de un mal -aunque sea inevitable- sino de la cruz como un bien. Y no por masoquismo de buscar el sufrimiento por el sufrimiento, sino por fe: el cristiano participa de la convicción de JC y la convicción de JC es que su camino de cruz es camino de vida. Aquí está al fondo de la cuestión.
La cruz no condena; la cruz salva. Es lo que hemos escuchado en el evangelio: "Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él". Si nuestro cristianismo entiende y habla a veces de la cruz como un mal, un castigo, una desgracia, ¿no será porque ha comprendido poco qué es la Buena Noticia de JC? Aquí está el escándalo y por eso la fe cristiana es fe (es decir, algo que nunca se podrá demostrar): porque creemos que un camino de cruz puede ser camino de vida.
Reducir el camino a Cruz y negar que es camino de vida, es traicionar a JC. Es convertir su Buena Noticia en un Triste Noticia.
-¿COMO? La cruz, camino de cada día. La cruz, camino de vida. pero imagino que preguntaréis: bien, todo esto ¿qué significa en la realidad? ¿supone que debe buscarse el sufrimiento como si fuera algo bueno? No se trata de eso. De lo que se trata es de seguir a JC, de intentar vivir como El viviría (evidentemente, en nuestras circunstancias, en nuestra realidad concreta). Escoger un camino que ahora sea consecuente con lo que El nos enseñó: un camino que, por ejemplo, sirva a la verdad y no a la mentira, al amor generoso y no al egoísmo insolidario, a la justicia de cada día y no al aprovecharse de los débiles, etc.., etc., etc.
Y con ello basta. Si hacemos esto, ninguno de nosotros necesitará buscar la cruz: la encontrará sin buscarla. Cada día. Pero la encontrará como JC: como un camino de vida, un camino que dará fruto.
Ahora, cuando bastantes actividades personales y comunitarias reemprenden sus tareas, de cara al nuevo curso, será bueno tener presente todo eso. Es necesario escoger bien el camino y saber por adelantado que si es el de JC, será difícil. El cristiano no busca el sufrimiento, pero no puede rehuir la dificultad. No puede ser miedoso ni fofo ni cansarse por los obstáculos que deben superarse. El camino de vida es camino de cruz. ¿No es eso -hermanos- lo que celebramos cada domingo en la Eucaristía?
JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1980/17
MISA DOMINICAL 1980/17
3.
El desierto. La abrasadora mordedura del suelo y del cielo; los esqueletos que dan fe de la muerte; el lugar del olvido... No todos los días se convierte el desierto en oasis de seducción. ¡Y el pueblo protesta! Desierto de la existencia; los hombres no mueren sólo de cáncer, leucemia o trombosis... ¡Cuántos hombres y mujeres mueren de no saber ya adonde ir! Por mucha fuerza que tengan para alzar los ojos, no encuentran más que serpientes que silban por encima de su cabeza...
Dios lo sabe. Y tanto mejor lo sabe cuanto que su Hijo murió en el desierto del abandono, fuera de los muros de la ciudad. Si hoy la cruz es gloriosa, no lo es por sí misma, pues la maldición pesaba sobre el que moría colgado del madero. ¿Era aquello la maldición de Dios? Muchos así lo pensaban. Más tarde o más temprano le viene al hombre a la mente la idea de que la muerte es la herida fatal, inscrita en nosotros como una mancha de lepra, a la que durante mucho tiempo hemos confundido con un simple lunar. También de Cristo se dijo: "¡Le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar...!". Cristo, solidario de todos los que inclinan la cabeza en un gesto que un día pondrá fin a su vida, cuando les venza la muerte. ¿Quién va a querer recriminarnos por ello?
Y, sin embargo, la cruz es gloriosa. Cruz erguida sobre el mundo. La antigua serpiente había tomado rostro de hombre, y Dios, descendiendo en su Hijo hasta el despojo total, levantó la cruz por encima de nuestras miserias. La mordedura de la muerte ha sido transfigurada en fuente de vida. La cruz es gloriosa porque, en lo sucesivo, el rostro del hombre sufriente resplandece con el amor de Dios.
De nosotros depende levantar en el desierto del mundo el signo de un futuro más fuerte que la muerte. No se trata de colocar crucifijos por todas partes; se trata de que nosotros mismos estemos marcados por el amor de tal manera que todo hombre pueda reconocer el rostro de Cristo y la esperanza de curación. El caduceo, emblema de nuestros médicos inspirado en la serpiente antigua, lo está diciendo a su manera, porque, al fin y al cabo, ¿de qué medicina se trata, para salvar al hombre, sino de la que lucha tanto con las armas del amor como con las de la ciencia? En el desierto del hombre hay hombres que luchan contra la muerte para que vivan humanamente los minusválidos, los débiles, los incurables... Y la muerte retrocede, aunque el hombre sabe perfectamente que él no ha de ganar la última batalla. Pero la muerte es vencida cada vez que el amor la impide reinar como dueña y señora.
DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 162 s.
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
ADVIENTO-NAVIDAD Y SANTORAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 162 s.
4.
Muchos personas tienden a ver a Jesús como un Maestro excepcional que enseñó verdades eternas. Otros quieren que él sea un director espiritual. Algunos, lo ven como un rebelde irreductible. Otros más, quieren de él un profeta singular. Pero, la verdad de él -así lo dicen los evangelios- nos la dice la cruz. Es una verdad que las primeras comunidades la descubrieron después de la experiencia de la resurrección. Una verdad que los apóstoles, discípulos, discípulas y muchos cristianos descubrieron a través del martirio.
Hoy, necesitamos recuperar el valor de la cruz para el pueblo cristiano. El pueblo hoy padece innumerables cruces que lo agobian y ponen en el límite su fe y esperanza. Sin embargo, es necesario un proceso que haga comprensible esa cruz. Un proceso que no eluda la abominación pero que sepa ver algo más que el sufrimiento. La cruz de Jesús que hoy cargan los pobres tiene que tener algún valor redentor.
Precisamente, el evangelio de Juan y la carta a los Filipenses, nos dan pistas de la senda que siguieron los primeros cristianos para comprender el misterio de Dios. El evangelio nos dice que esa cruz da el sentido de la vida eterna. Pues, el proyecto de Jesús, el Reino, iluminan la existencia de la humanidad y muestran el camino por el cual se accede a una vida auténtica. Del mismo modo, Pablo entona un himno a aquel hombre que encarnó el designio de Dios y que lo llevó al límite de la muerte ignominiosa. La excelencia de su vida superó el límite que le impusieron con la muerte.
Hoy nos aprestamos a celebrar dos mil años del nacimiento de Jesús. Es necesario que reorientemos nuestro cristianismo con una visión de futuro y para esto es indispensable recuperar el valor de la cruz.
SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO
5. TIENE QUE SER ELEVADO EL HIJO DEL HOMBRE
El misterio de la cruz en la vida de Jesús, y por tanto, en la nuestra, no es consagración del dolor y del sufrimiento, sino revelación cumbre del amor. Jesús pudo salvarnos desde el triunfo y la gloria, pero prefirió hacerlo desde nuestra condición humana, desde la humildad, el servicio, la obediencia y la renuncia, en vez de imponerse desde el dominio y el poder. "Actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre toda y le concedió el "Nombre-sobre-todo nombre".
Jesús nos invita a seguirlo abrazando la cruz de cada día. "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mt 16,24). Saber sufrir con amor es la sabiduría de Dios.
La pasión de Cristo está todo el año y todos los días en nuestras calles, en cada hombre o mujer que sufre. En cada uno de estos hermanos nuestros, Cristo "sufre y muere", pues se identifica con ellos. Toda deformación y cicatriz en el rostro del hombre es bofetada en el de Cristo. "Jesús estará en agonía hasta el fin del mundo" (Pascal).
El misterio de la cruz es preludio de la resurrección del Señor. La cruz es su máximo abajamiento, pero paradójicamente es también su máxima exaltación a la gloria. "El Crucificado resucitó de entre los muertos y nos redimió". "Te pedimos, Señor Jesucristo, que lleves a la gloria de la resurrección a los que has redimido en el madero salvador de la cruz".
J.L.O.
6. Domingo 14 de septiembre de 2003. Fiesta de la SANTA CRUZ. Exaltación de la fidelidad de Jesús a su Causa.
Estamos en la fiesta de la «Exaltación» de la Santa Cruz. Fiesta que «vence» nada menos que sobre el domingo. Se trata de ese signo que identifica al cristianismo mundialmente, como la media luna identifica al islam o la estrella de seis puntas formada por dos triángulos equiláteros que –en la posición conocida- significan el judaísmo.
Dentro de la mentalidad mágica, la cruz ha tenido en la historia casi tanto valor como el Cristo que en ella fue crucificado. La señal de la cruz ha espantado al demonio, ha alejado las maldiciones, ha «persignado» a todos los devotos, ha sido trazada millones de veces en el aire derramando bendiciones benefactoras.
En la religiosidad popular, Cristo ha sido sobre todo el sufriente, el condenado, azotado, crucificado, varón de dolores, muerto entre sufrimientos insoportables. La cruz ha sido el signo del dolor, tanto del de Cristo como del universal. Para los cristianos, el sufrimiento de Cristo tiene referencia universal.
Por la significación dolorista de la cruz, su «exaltación» no deja de tener problemas. Algunos agentes de pastoral, con frecuencia, tratan de obviarlos evadiéndolos, no refiriéndolos, mirando hacia otra parte, hablando de otra cosa. No siempre este método evasivo es el mejor servicio que se puede haceer al pueblo cristiano. Creemos que es mejor afrontar los problemas de frente y ponerles nombre y límites. Es lo que vamos a tratar de hacer.
El primer gran peligro es esa misma «exaltación» de la cruz, por lo que pueda tener de exaltación del sufrimiento por el sufrimiento, como si tuviera un valor cristiano por sí mismo. Aún se conserva una imagen de Dios dolorista y amante del sufrimiento, que parece alegrarse cuando ve sufrir, o que sólo le da su gracia o su benevolencia al ser humano a cambio de sufrimiento. Muchas promesas, «mandas», de la religiosidad popular se hacen sobre ese esquema: yo me sacrifico, le ofrezco a Dios un daño que me hago, como un pago dado a él a cambio del favor solicitado… Este Dios ante el que lo que vale y lo que le agrada es el sufrimiento no es un Dios cristiano; la exaltación de una cruz que incluyera una imagen de Dios así no sería una exaltación cristiana.
Es un gravísimo problema esa teología que aún está ahí, según la cual Dios envió a su Hijo al mundo a sufrir, a sufrir horrorosamente, porque Él sería el único capaz de ofrecer una reparación infinita a la dignidad de Dios ofendida por el ser humano en un «pecado original» que históricamente no tuvo lugar… Sin fundamento real en el evangelio, esta teología apareció con el paso de los primeros siglos, y fue san Anselmo de Caterbury (siglo XI) quien le dio la configuración con que ha llegado hasta nosotros mismos en los catecismos infantiles. Es la visión clásica de la «redención», la muerte de Jesús en la cruz redentora, que «paga» con su sufrimiento al Padre para que éste acceda a restablecer el buen orden de sus relaciones con la Humanidad. Estrechamente unido a esta teología está el «sacrificio» de Cristo en la Cruz. Una teología que, por una parte, hoy día evidencia una imagen de Dios que resulta inaceptable. Por otra se trata de una teología que aún figura –inexplicablemente- en los documentos oficiales. Celebrar la Exaltación de la Santa Cruz sin abordar estos problemas puede ser más cómodo, pero no más sincero ni más provechoso o pedagógico.
La cruz de Cristo no debiera ser utilizada como símbolo de todo aquello que en nuestra vida humana hay de limitación estructural, de finitud natural. Esta es una dimensión natural de nuestra vida humana («las cruces de la vida»), y la cruz de Cristo no tiene nada de natural, sino que todo lo tiene de histórico. En la cruz de Cristo –si no queremos caer en mixtificaciones- no entran sus dificultades y limitaciones humanas, ni las nuestras: enfermedades, limitaciones, accidentes ni la mala suerte. Eso no es la cruz de Cristo, sino avatares y peculiaridades de la vida humana, que hay que saber llevar y sobrellevar con gracia y con buen talante.
La cruz de Cristo no fue un «designio de Dios», sino un designio muy humano. Jesús, por su parte, tampoco buscó la cruz: «Pase de mí este cáliz», y nunca deberá ser buscada la cruz, por sí misma, por parte de sus discípulos. Aquel «Ave Crux, Spes única!», «¡Salve, Cruz, esperanza única!» del adagio clásico, hay que tomarla con muchas cautelas en la forma de entenderlo. Ni Dios, ni Cristo, ni nosotros debemos amar la cruz, sino, al contrario, debemos combatirla. La tarea del cristiano, como la de Jesús, es combatir la cruz, liberar del sufrimiento al ser humano, «hacer todo el bien que se pueda», como decíamos comentando el evangelio del domingo pasado. Claro que, al luchar contra la cruz ocurre que se levanta la animosidad de los que están interesados egoísticamente en los mecanismos de opresión, personas y estructuras que impondrán una cruz sobre quienes luchan por liberar al ser humano de toda cruz. Otro adagio más moderno y más correcto dice: «Busca la Verdad, la Cruz ya te la pondrán». No hay que buscar la cruz, aunque no hay que retroceder un milímetro ante la Verdad, por el miedo a la cruz que nos impondrán…
En definitiva, lo que necesitamos exaltar no es la cruz, sino el coraje de Jesús, que optó por el Reino y por el amor sin temor a la cruz que estaba seguro y previó que le iban a imponer. La exaltación de la fidelidad de Jesús a la Causa del Reino es el verdadero contenido de esta fiesta.
Algunas personas se asustan cuando se hacen estas relecturas crítica. Les parece algo muy negativo. Prefieren que se hable sólo de lo positivo, y que lo demás quede sobreseído, como superado por el olvido… No compartimos esa opinión. Estamos en un momento de transición teológica, una transición que se hace lenta por causa precisamente de esa falta de sentido crítico en la teología y en la homilética. Si los predicadores (y los grupos de formación cristianos) asumieran como tarea habitual la de hacer la digestión crítica de todo el pensamiento que aún lastra al cristianismo, sin duda que estaríamos en condiciones de dialogar mejor con el mundo actual. Por otra parte, toda renovación del pensamiento y de la vida necesita de un momento de desconstrucción, sin el cual, frecuentemente, no es posible una verdadera renovación.
Para la revisión de vida
-¿Busco la verdad a toda costa, sin acobardarme ante la posibilidad de que me pongan la cruz?
-¿Acepto las cruces (históricas, no naturales) que ya cargo? (Enumerarlas, revisarlas pormenorizadamene ante mí mismo).
-Cristo, en su solidaridad con la humanidad, se "despoja" de su rango divino y toma la condición de esclavo. ¿Qué dice este gesto de Jesús a mi nivel de vida? ¿Hasta dónde llega mi solidaridad con los pobres? ¿De qué debo despojarme para ser solidario con la humanidad doliente?
Para la reunión de grupo
Para este tema de la cruz, recomendamos especialmente:
-"¿Cómo predicar hoy la cruz de nuestro Señor Jesucristo?", de Leonardo Boff. Es un texto corto que se presta muy bien para una reunión de estudio o reflexión del grupo bíblico o de toda la comunidad.
-Para tomar conciencia de las exageraciones que se han dicho en torno a este tema de la cruz en la historia del cristianismo, ver el estudio de SESBOÜÉ «Un florilegio sombrío».
Para la oración de los fieles
- -Por todos los hombres y mujeres que prolongan hoy la cruz de Jesús sufriendo la persecución por su compromiso con la verdad y por la Justicia, para que lleven esa misma cruz de Jesús, con esperanza firme en el triunfo de Su Causa, roguemos al Señor...
- -Por nuestra comunidad, para que esté solícita en la preparación de un verdadero hogar, en el que Jesús pueda prolongar históricamente su lucha por la Verdad y el Amor en el mundo, roguemos al Señor...
- -Por la mujer, que en la historia ha desempeñado su papel de verdadera discípula, sin realmente valorada ni reconocida, para que continuemos todos en la tarea de su promoción y liberación, roguemos al Señor...
- -Para que el cristianismo siga avanzando y renovándose, a pesar de todas las dificultades, consciente de que Dios quiere ser visto y captado bajo nuevos esquemas, nuevas imágenes, nuevos modelos, roguemos al Señor…
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, otórganos el don de saber encontrar en el hoy de nuestra historia, el sentido profundo de nuestra misión cristiana, para que nos comprometamos con todo lo que implica ser fieles a tu proyecto en la sociedad en la que nos ha tocado vivir y construir tu Reino. Por Jesucristo nuestro Señor.
Dios Padre y Madre, que en la vida, pasión y muerte de Jesús has realizado tu revelación máxima para el mundo, según nos asegura nuestra fe; te rogamos nos otorgues el don de saber redescubrir con ojos humildes todo lo que tú has continuado revelando en estos 2000 años de historia, dentro y fuera del cristianismo, para que la Palabra que pronunciaste en Jesús pueda ser compartida por todos los pueblos y religiones. Por Jesucristo nuestro Señor.
7
En la Cruz de Jesucristo Dios nos manifiesta su amor. Las palabras, del Evangelio según san Juan, que meditamos hoy brevemente siguiendo la Liturgia de la Santa Misa para este día, son un comentario de Nuestro Señor a Nicodemo, hablándole de la vida que quiere Dios para los hombres, y que Jesús nos conseguiría con su muerte y resurrección.
También nosotros, a pesar de nuestros defectos, de nuestros egoísmos, somos capaces de dar cosas buenas a quienes amamos. Por los que queremos con todo el corazón somos capaces de cualquier esfuerzo. Estamos dispuestos también -si fuera preciso- a sacrificar lo más apetecible, con tal ayudar, proteger, consolar o favorecer de alguna forma a los que amamos. La medida de nuestro esfuerzo desinteresado es la medida de nuestro amor. De hecho, es habitual escuchar como argumento definitivo y prueba de la autenticidad y grandeza de un cariño, el conjunto de las renuncias soportadas por él; o, dicho positivamente, la cantidad y calidad de los bienes que se han entregado para favorecer a quien amamos. Así pues, cuando queremos de verdad, aunque nos enriquecemos verdaderamente -y mucho- amando, es indudable que padecemos también una cierta pérdida. Es el sacrificio, que de buena gana hacemos al amar.
En Dios no puede darse mengua alguna. Dios a nada renuncia cuando ama a los hombres, y nos sana y enriquece más de lo que puede hacerlo el mejor bien de la tierra. Siendo el Amor mismo subsistente e infinito, no es concebible en Él la privación. El dolor que acompaña siempre al amor humano -"la piedra de toque del amor es el dolor", se suele afirmar- es una manifestación más de nuestra finitud y precariedad. No pocas veces, ese dolor unido a nuestro amor, es la triste consecuencia de la humana miseria, pues es imprescindible romper con los apegos de la concupiscencia, de la comodidad, del orgullo, del capricho..., de paso que vamos purificando nuestros afectos y los dirigimos a quienes conviene y según conviene, para agradar a Dios. Amamos, pues, entre el dolor y la renuncia que nos supone el desapego a nuestros caprichos, para poder ocuparnos de los demás.
En otros momentos insistirá Jesucristo en la necesidad de seguirle con nuestra cruz de cada día, si queremos ser de los suyos. Que el cristiano -el de Cristo- debe llevar una vida exigente -de cruz-, es algo muy sabido por todos, no solamente por los hijos de la Iglesia. Pero en las palabras de san Juan que hoy consideramos, Jesús nos habla de su Cruz, que es una Cruz de amor: de amor por los hombres. Los bienes que nos enriquecen a partir de esa Cruz, que es su Pasión en el Calvario, son innumerables. Todas las virtudes hechas vida en Jesús, saltan a la vista, para quienes contemplan con algún detenimiento las tremendas escenas de su crucifixión y muerte en la Cruz. Hasta el fin de los tiempos quedan ahí -fielmente reflejadas en el Evangelio- para nuestro ejemplo. Y nos enriquecemos humana y sobrenaturalmente de ellas, si tratamos de imitarlas y las pedimos con humildad a Quien más nos quiere y a la medida de Cristo, más todavía que nosotros mismos.
Podemos afirmar, sin duda, que Jesús sobre el Calvario, siendo como siempre perfecto Dios y hombre perfecto, nos resulta, sin embargo, allí, especialmente notoria su humanidad y su divinidad. Situémonos de modo ideal frente a Cristo paciente, marchando con la Cruz y ya en la cumbre del Gólgota, para tomar la medida de lo que falta aún a nuestra perfepción. Parece necesario interesarse por la conducta y sentimientos de Jesucristo para llegar a valorar la Vida Eterna: inigualable tesoro que Él nos ha ganado con su muerte. Según recuerda el propio Jesús: así debe ser levantado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea tenga Vida Eterna en Él. La Vida abundante, de la que nos hablaba otras veces, nos corresponde por su Cruz para una existencia eterna.
Es la manifestación final del divino amor por los hombres. Un amor que requería la entrega del Hijo, para que nos mereciera la reparación del pecado. Un amor sobreabundante, que nos convierte en hijos de Dios: coherederos con Cristo, en la expresión del Apóstol. Por los sacramentos, y de modo singular por la Eucaristía, nos hacemos partícipes de los méritos del mismo Cristo muriendo en la Cruz. Este es el sentido de la venida al mundo de Jesús: hacernos participar en en su misma Vida Eterna. Debemos, por tanto, desechar otros pensamientos menos rectos y demasiadas frecuentes, por desgracia. Para algunos, en efecto, el Cristianismo consiste, más que nada, en un conjunto de preceptos o condiciones de vida que debemos guardar. El fiel cristiano lleva así, en la práctica, una existencia atemorizada por miedo a las penas que caerán sobre él si se aparta de los mandamientos.
Se trata, desde luego, de una visión deformada -monstruosa- del mensaje salvador y, en consecuencia, de Jesucristo, que nos lo ha mostrado de modo espléndido. El mismo Jesús así manifiesta, según acabamos de recordar con las palabras que nos transmite san Juan: Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Concretamente, en su Cruz no vemos afán de revancha o rencor, ni odio, ni falta de esperanza o de paz; por el contrario, allí brilla el perdón, el interés por los demás hasta su último instante, una paz inmensa en la tarea bien concluida, absoluta confianza en Dios y en su Bienaventuranza, y, sobre todo. mucho amor.
Celebramos, pues, esa Cruz en el día de hoy. Y damos gracias a Dios, a través de Santa María, su Madre y Madre nuestra, porque nuestras penas y dolores -unidos a la Cruz de Cristo- pueden ser ocasión de alegría eterna, por voluntad de Dios.
8.
1. Nexo entre las lecturas
Las tres lecturas de esta fiesta centran la atención en la realidad del "exaltamiento". En el libro de los Números (1L) se nos dice que el Señor respondió a Moisés: "Haz una serpiente y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla". De este modo quedarían con vida todos aquellos que fueran mordidos por aquellas serpientes venenosas que el Señor les había enviado como castigo por su conducta vergonzosa. Paradójicamente la exaltación de esa serpiente portadora de muerte se convertía para el pueblo arrepentido en portadora de vida. La lectura cristiana de este episodio ha visto una prefiguración de la exaltación de Cristo en la cruz. Cristo mismo anticipa esta lectura cristiana cuando al temeroso Nicodemo, que había ido a hablar con el de noche le dice: "Lo mismo que Moisés elevó a la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna". San Pablo, que sufría las penas de la prisión a causa de su servicio al Evangelio, sumido en una profunda contemplación del misterio del amor de Dios en Cristo Jesús, afirma en su carta a los filipenses (2L): "Por eso Dios lo exaltó (a Cristo) y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre". Con esto quiere decir que no hay nombre posible de significar la magnitud, grandeza y belleza de la obra de Cristo.
2. Mensaje doctrinal
1. Misterio del anonadamiento de Dios. En la celebración de esta fiesta litúrgica todo converge en la exaltación de Cristo Jesús, que siendo Dios, se abajó haciéndose uno de nosotros, muriendo colgado sobre el estandarte de la Cruz, para mostrarnos cuál es la medida del amor de Dios hacia nosotros. Exaltar la cruz es exaltar el amor de Dios por nosotros, es exaltar la victoria del amor y de la misericordia sobre el pecado, el egoísmo y la muerte.
El misterio de Cristo crucificado está íntimamente unido al misterio de la encarnación del Verbo, siendo una prolongación del mismo. A lo largo del aZo litúrgico la Iglesia, al celebrar las diversas fiestas y solemnidades, bajo diversos enfoques, pretende reflexionar y meditar en la sublimidad insondable de este misterio de amor y extrayendo de esta contemplación luz, fuerza y vida.
A los cristianos nos cautiva de modo particular, el hecho de que Dios haya querido salir de sí mismo para hacerse uno como nosotros. Nos sentimos abrumados ante la presencia de un misterio tan abismal por la inmensidad del amor que lo ilumina y por la incapacidad absoluta de nuestra mente humana para abarcarlo. La contemplación sincera de este misterio es incompatible con un pasar por encima de él, con cierta superficialidad, dándolo por descontado como un presupuesto del conjunto de la doctrina cristiana. La contemplación de Dios hecho hombre es siempre transformante.Y uno de los momentos más fuertes de está contemplación es justamente el ver a Cristo muriendo colgado de una cruz, como un criminal, desangrándose y asfixiándose, abandonado y humillado. El más grande, sin punto alguno de comparación, el creador y Señor del universo, en la condición la más vil que pueda ser imaginada. El que es la vida misma, sufriendo en primera persona la muerte más horrenda. Y esto libremente y sin rebajar en nada su divinidad. Este es el misterio del anonadamiento de Dios que la Iglesia no se cansa de contemplar, y que nunca logra abarcar. El cristiano sabe que nunca serán suficientes los días de esta vida ni de la eternidad para agotar la contemplación de este don que Dios hace de si mismo. La única clave de comprensión es el amor. Sólo el amor explica esta entrega por propia iniciativa, sin que lo hayamos ni merecido ni pedido. Sólo porque él nos ama quiso venir hasta nosotros, hacerse uno como nosotros, y morir por nosotros. "Tanto amó Dios al mundo -dice Jesucristo a Nicodemo- que entregó a su hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna". Dios nos muestra que su amor hacia nosotros realmente no tiene medida.
2. Misterio de la fealdad y magnitud del pecado del hombre. Si por una parte, Jesucristo pendiendo de la cruz es testimonio del amor, de la ternura y de la misericordia de Dios hacia nosotros, pobres pecadores, por otra parte lo es también de la fealdad del pecado. Con la razón y la experiencia natural los hombres podemos percibir, sin grande problema, el desorden que existe en las malas acciones humanas. Pero ver a Jesucristo en la cruz, "pagando por nuestras culpas" nos hace descubrir que esa fealdad del pecado, de las malas acciones, es inmensamente más grave de lo que nunca hubiéramos imaginado. El pueblo en el desierto, agotado y extenuado por el camino y las dificultades peca hablando mal contra Dios y contra su enviado. Esas murmuraciones contra Dios, aparentemente nos podrían parecer, que si bien no eran justificables, si eran comprensibles, y por ello no tan graves ni tan daZosas. Sin embargo, Dios envía serpientes venenosas como castigo, para hacerles ver, que a pesar de ese cansancio y de esas dificultades, sus murmuraciones han sido profundamente injustas y desordenadas. Pero es un castigo de la pedagogía amorosa de Dios, y por ello, una vez arrepentidos, Dios les da la serpiente de bronce para que no mueran. Pero esto era sólo preparación para comenzar a comprender la malicia de ese primer pecado original, y de todos los demás pecados que le han seguido. Ahora bien, sólo a la luz de Cristo crucificado podemos comprender, un poco más, lo desordenado y horrendo del pecado.
3. Sugerencias pastorales
Desprendimiento de sí. Para nosotros este misterio de Cristo crucificado, desprendido de sí mismo, es una de las principales lecciones que debe quedar grabada en nuestra alma. Si Él, siendo Dios, se despojó de sí mismo por amor a nosotros, no menos debemos hacer nosotros por amor a Él. Desprendernos de nosotros mismos, renunciar a todo lo que tenga sabor a egoísmo y empeZarnos por apropiarnos de los sentimientos de Cristo, debe ser nuestra respuesta de amor. Este es el primer paso que debemos dar si de verdad queremos ser cristianos auténticos, si queremos ser testigos de nuestra fe en este mundo. El cristiano debe ser imitador de Cristo.
Por ello, es necesario habituarnos a desprendernos de nosotros mismos sobreponiéndonos al egoísmo, al racionalismo, al naturalismo y a las situaciones anímicas adversas, y combatiendo sin tregua todas esas manifestaciones que pueden presentarse en nuestra vida y que denotan que nos pertenecemos todavía mucho a nosotros mismos.
La vida ordinaria, a cada uno según su estado de vida y sus circunstancias, nos ofrece un sinnúmero de oportunidades para ejercitarse cotidianamente en el desprendimiento, sobre todo del propio juicio y voluntad. Pensemos en los mil quehaceres del lugar, la formación de los hijos, la obediencia a los padres, las relaciones de trabajo, el esfuerzo del deber, las penurias económicas... Quien se habitúa a negarse a sí mismo por amor a Cristo en esos pequeZos o grandes actos que le exige el cumplimiento de los propios deberes familiares, sociales, profesionales, o de estudiantes, avanza con pasos de gigante en el camino de la imitación de Cristo, y por lo tanto va siendo testigo del amor divino. La renuncia de sí mismo no es sino el abrir más espacio en nuestra alma para la invasión del amor de Dios. No hay alegría comparable con el gozo que comunica el amor sobrenatural que anima todos los actos de un alma. Siempre debemos tener muy claro que no hay verdadero amor sin renuncia; cuanto más auténtico sea el propio sacrificio, tanto más auténtico será el amor y la felicidad.
P. OCTAVIO ORTIZ
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