Publicado por Dominicos.org
Introducción
La Palabra de Dios que aparece hoy en los textos litúrgicos fue dirigida respectivamente al antiguo pueblo de Israel, a la comunidad cristiana de Filipo, ciudad situada al noreste de la Grecia actual, y a la comunidad también cristiana del evangelista Juan, establecida en Éfeso, en la actual Turquía. Cada una de ellas vivió su experiencia religiosa de acuerdo con la diversidad cultural y temporal que les eran propias. De ahí que cada uno de los textos sagrados que hoy nos presenta la liturgia haga referencia a problemas y situaciones peculiares de cada una de las comunidades a las que iban dirigidos. Nosotros no somos ni la comunidad del antiguo Israel, ni la de Filipo, ni la de Éfeso. Nuestro modo de vivir se parece bien poco al que tuvieron esas comunidades en la antigüedad. Pero ellas tienen el privilegio de ser fundadoras de la experiencia religiosa cristiana. A nosotros nos toca descubrir qué nos pueden enseñar hoy para nuestra vivencia cristiana esas experiencias situadas en otros tiempos y en otros lugares.
Comentario bíblico
* Iª Lectura: Números (21,4b-9): De paso por el desierto
I.1. Este texto del libro de los Números nos resulta hoy una verdadera leyenda religiosa, casi pagana, propia de un pueblo del desierto que tiene que defenderse contra los adversarios más naturales de ese hábitat. No podía ser de otra manera y no merecería la pena entrar en una interpretación historicista del relato (como sería el pensar que esta tradición habría nacido en contacto con las minas de cobre en la Arabá, en Timna, cuando el pueblo pasa por allí). Sabemos que a la religión se le ha dotado de tradiciones y leyendas que a veces pueden resultar demasiado culturalistas. Eso es lo que sucede en este caso. Los hombres siempre han recurrido a artes extrañas e incluso las han plasmado en ritos religiosos con los que quiere expresar que solamente es posible que Dios nos defienda.
* IIª Lectura: Filipenses (2,6-11): La solidaridad divina se ha humanizado
II.1. Son muchos los que piensan que Filipenses 2:6-11 es en su esencia un antiguo himno cristiano. Pablo lo tomó, lo adaptó y lo retocó, con objeto de que sirviera para poner ante la comunidad de Filipos el “modelo” de la deidad velada en el misterio de su anonadamiento. Los creyentes alababan al Hijo de Dios: porque “se despojó a sí mismo” (v.7) y escogió dejar de lado sus propios derechos y privilegios para convertirse en hombre. Y no cualquier hombre, sino un siervo humilde, esclavo, con lo que ello significaba en aquél ambiente. Y murió, pero no con una muerte humana, sino inhumana: la “mors turpissima” que se despreciaba en aquella sociedad, como se repudiaba a los esclavos y a los que hambreaban tener la dignidad que su conciencia y su corazón les dictaban.
II.2. No es determinante que insistamos o pongamos de manifiesto si las dos estrofas del himno tienen el mismo equilibrio; tampoco el trasfondo (background) que las sustenta, aunque resulte erudito. Es una pieza, sin embargo, que quiere cantar antes que nada la kénosis (el vaciamiento, el despojamiento) de lo divino en lo humano. No se trata tampoco de que esto lo entendamos ontológicamente, porque no es la ontología del ser divino y el humano lo que aquí prevalece. Es verdad que antes de que Jesús, el Señor y el Hijo de Dios, fuera uno de nosotros, preexiste en una “prehistoria” divina a la que renuncia para llegar a la kénosis. Esa, y no otra, es la razón de la alabanza de este himno que se cantaba en alguna comunidad paulina. Esa prehistoria es importante, porque no se está hablando simplemente de la aparición de un hombre extraordinario, como otros hombres maravillosos han aparecido en la historia. ¡No! “Apparuit Deus in humanitatem suam”.
II.3. Entonces ¿qué significa kénosis? Entre las muchas cosas que se pueden decir elegimos ésta: la solidaridad con los que no son nada en este mundo. Esa es la razón por la que se compuso este himno. Y no se trata de una simple solidaridad social, sino de radicalidad antropológica. Si se hizo esa opción antropológica es porque a Dios le interesa el hombre, la humanidad y, de la humanidad, aquellos que han sido reducidos a lo inhumano. La muerte en la cruz es la máxima expresión de lo inhumano y hasta ahí llegó. Y ello no es una simple representación estética. Por medio está toda una vida y unas opciones proféticas en medio de un pueblo que adora a Dios, pero que le llevan a una condena. No eligió concretamente la muerte en la cruz en el misterio de su kénosis; eso quedaba a decisiones de los que podían resolver y decidían sobre la vida y la muerte de las personas. Y esos precisamente, emperadores y reyes, querían recorrer un camino opuesto al del Hijo: dejar de ser hombres para ser adorados como dioses. Algunos lo consiguieron con mucha sangre y crueldad, pero su divinidad se ha esfumado. Que Pablo haya añadido “y una muerte de cruz” – como muchos creen-, es para dejar bien asentada esa solidaridad radical.
II.4. Por eso se le dio un nombre nuevo. El nombre es una misión. Su nombre es Jesús, el que tuvo siendo hombre en esta historia, pero desde la cruz ese nombre viene a ser fuente de salvación: Dios es mi salvador, significa. El crucificado, pues, ya no es un maldito, sino el bendito porque ha sabido llegar a “entregarse” por todos. Y al nombre de Jesús… La cruz no es adorada, no puede serlo. La cruz es un patíbulo y sigue siendo un patíbulo para muchos. En la cruz hay que poner un nombre, una persona, una historia real, un Hijo, que es lo que le da sentido. Allí, en la cruz, se resuelve toda una historia de amor de Dios por la humanidad. Y esa historia la realiza Jesús, el crucificado, que por su solidaridad con la humanidad es glorificado.
* Evangelio Juan (3,13-17): El amor crucificado es glorificado
III.1. El diálogo con Nicodemo es una de las estampas más significativas del evangelio de Juan. Nicodemo, desde “su noche”, viene –según el evangelista- a encontrarse con Jesús ¿por qué? Habría que pensar en el trasfondo de la comunidad joánica, así como en el acercamiento de algunos judíos a los cristianos, para poder entender esta escena. Hubo enfrentamientos muy fuertes entre judíos y cristianos, y esto se refleja en este evangelio. Pero también hubo judíos que con toda su carga religiosa y su tradición querían buscar la verdad, la luz, el agua viva, el nuevo maná. Los israelitas en el desierto protestaban contra el maná y vinieron serpientes. Estos conceptos teológicos son muy propios del evangelio de Juan.
III.2. En concreto, los vv. 13-17 corresponden a una reflexión teológica, sobre palabras de Jesús, que tienen una carga soteriológica de envergadura. Aquí se ha querido ir más allá de lo que el mismo Jesús pudo decir en su vida histórica. Porque no podemos olvidar que este evangelio se construye con una ideología soteriológica que se pone de manifiesto desde la misma presencia de Jesús en la “encarnación”. Jesús es el “revelador” de la salvación y quien se encuentra con él y cree en él, se encuentra con la vida. El texto, además, intenta superar la escena religioso-culturalista de la primera lectura (Núm 21,8). Ahora los hombres no tienen que mirar a una serpiente en su “abrasador” (saraf: cf Is 30,6), sino al trono de la cruz, donde ha sido elevado el Hijo del hombre. Ahora la salvación no queda en mirar a un animal venenoso, por mucho simbolismo que tuviera en la antigüedad y en la Biblia.
III.3. En la cruz esta el “hijo del Hombre”. El “abrasador” es una cruz que los hombres han levantado para quien revelaba a Dios de una forma nueva e inaudita. Y esto lo explica la teología joánica como “amor” de Padre al mundo. Es, probablemente, la afirmación soteriológica más decisiva de estas palabras del evangelio. El Hijo de Dios ha venido entregado por el Padre “para salvar” al mundo. El mundo en San Juan son los hombres que no aceptan el proyecto salvífico de Dios. Bien, pues ese Dios no odia al mundo, sino que lo ama y así lo muestra en el misterio de la entrega del Hijo. Podríamos atrevernos a decir que el texto evangélico de hoy es una “versión” joánica del himno de la carta a los Filipenses, ni más, ni menos. Con un trasfondo distinto, pero que viene a sostener la misma verdad.
III.4. Se ha dicho que este es también un texto de profundo calado escatológico, muy propio de la teología joánica. ¡Es verdad! El juicio de nuestra salvación futura no es una decisión jurídica y enrevesada de última hora ante un ficticio tribunal divino. Esa es una imagen apocalíptica poco feliz. Es en el presente donde se está decidiendo nuestro porvenir salvífico. Ello es posible al aceptar por la fe al que ha sido “elevado a lo alto”, en la cruz, donde se inicia su gloria. En la teología del cuarto evangelio la elevación en la cruz es la glorificación; por eso se permite proclamar: “y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.” (Jn 12,32-33). Todo con una garantía que teológicamente es irrenunciable: el Dios de nuestra salvación es un Dios que ama al mundo que lo rechaza. No es un dios perverso o rencoroso. Es un Dios que quiere ser aceptado, que quiere ser amado, desde el amor que Él mismo ha mostrado en su Hijo entregado hasta la muerte en la cruz. Esa es su gloria y esa es nuestra garantía.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
Pautas para la homilía
* El ser humano va construyendo su humanidad de muchos modos y maneras
El ser humano no nace acabado y perfectamente diseñado desde el principio, sino que tiene que ir “construyendo su humanidad” a lo largo de la historia. Desde que este ser humano apareció en nuestro planeta hace unos dos millones y medio de años, ha ido “haciéndose hombre” de distintos modos. En cada uno de ellos, las múltiples experiencias que configuran la vida de los individuos adquieren características peculiares e intransferibles a otros modos. Ahora bien, como ninguno de los que han existido –ni los que existirán– puede expresar él solo la plenitud de lo que podemos llegar a ser los humanos, es una riqueza que hayan sido muchos y variados esos modelos de ir haciéndonos humanos. Pero, si es necesaria la diferencia, también han sido habituales los enfrentamientos, a veces crueles, entre esos diversos modos de ir haciéndonos humanos. Primero, porque los hombres no consideramos como igualmente válidos todos los modelos de ser y de hacerse humano, sino que juzgamos que unos son mejores que otros. Pero, en segundo lugar, porque frecuentemente pensamos que el nuestro es el único válido y lógicamente ha de imponerse a los demás. Por eso, no es extraño que vayamos construyendo un modelo humano por oposición a otros, criticando lo que en ellos vemos de negativo.
* El modo de ser y de hacerse hombre inaugurado por Jesús de Nazaret
El modelo cristiano de ser y de hacerse hombre no es una excepción a lo que hemos dicho en el párrafo anterior. Pablo y la comunidad de Juan tenían enfrente otros modos de ser y de hacerse humanos, y en no pocos casos, aunque no siempre lo sepamos con certeza, esos modelos “antagónicos” son el punto de referencia para que los apóstoles predicaran un evangelio u otro, para que destacaran una dimensión de la vida de Jesús de Nazaret u otra.
- El Dios de Jesús es el eje principal sobre el que se apoya el modelo cristiano. Y este Dios ama sobremanera a los seres humanos
Según el relato del libro de los Números, Dios, a pesar de que los humanos protestan injustamente contra él, les cura cuando son mordidos por serpientes venenosas. En el himno introducido por Pablo en la carta a los filipenses, la exaltación de ser constituido en “Señor” es un don que Jesús de Nazaret recibe de Dios. El evangelio de Juan declara tajantemente: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él». Éste es el Dios que tenemos los cristianos.
“Hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. Todo el que odia a su hermano es un homicida y sabéis que ningún homicida tiene en sí la vida eterna” dice Juan en su primera carta (1 Jn 3,14‑15). ¿Basta, entonces, para ser cristiano, un «existir para los demás» sin ninguna referencia a Dios? Hay que decir que no se puede entender el mensaje de Jesús sin Jesús, porque Él es el mensaje. Y no se puede entender a Jesús sin su relación a Dios Padre, del que Él es su Hijo.
- Jesús es la manifestación de ese Dios–Amor
Jesús, a pesar de tener la condición divina, los rasgos de Dios, renunció a esos “privilegios” y se hizo verdadero hombre. Y aceptó obediente este “rebajamiento”, con todas las consecuencias, incluso la peor de ellas –como es la muerte ignominiosa en la cruz– “para que el mundo se salve por Él”. Jesús de Nazaret es, por consiguiente, la manifestación por excelencia de Dios. Por eso pudo decir: “Quien me ve a mí, está viendo al Padre” (Jn 14, 9). Por ello, el de Jesús es un modo de ser que está empapado de un amor a su Dios, que es Padre de todos, y que por tanto ese amor exige el amor a todos los seres humanos, por ser todos hermanos. El amor no es algo inventado por los cristianos. Es uno de los impulsos más profundos del corazón humano. Sin embargo, en la vida de Jesús de Nazaret, ese amor tuvo unas características muy peculiares. La gratuidad, el dar sin esperar nada a cambio, fue en Él sumamente intensa.
- Una de las manifestaciones del amor tal como lo vivió Jesús de Nazaret es el reconocimiento del gran valor que tienen las personas y el resto de los seres
Pabllo toma prestado de tradiciones cristianas anteriores el himno que incluye en la carta a los filipenses. Pero posiblemente él utilizó dicho himno con una intención distinta a la que tenía en su origen. En la comunidad de Filipos había disensiones entre dos comunidades domésticas, porque pretendían imponerse la una a la otra. Ante esta situación, la carta invita a seguir el ejemplo de Jesús de Nazaret, que renunció a una vida de señorío y escogió la existencia del esclavo, hasta concluir en la muerte de cruz (Flp 2, 5–11). El modo de ser de Jesús muestra, por consiguiente, que la verdadera grandeza se manifiesta en la humildad, y que precisamente tal actitud obtiene la bendición de Dios («Dios lo encumbró sobre todo»).
La humildad no significa minusvalorarse uno a sí mismo, sino reconocer el gran valor que tienen los demás. Y quien valora positivamente a los demás, siente un total respeto por los ellos. Consecuentemente, les estará profundamente agradecido, pues son los demás los que nos aportan los valores de los que nos alimentamos los humanos. La valoración positiva, el respeto y el agradecimiento a los seres –sean personas, animales, plantas o minerales– nos lleva a ser solidarios con ellos, porque todos nos necesitamos y nos enriquecemos mutuamente. Quizás ésta sea la intención de Pablo al insertar este himno en su carta a la comunidad de Filipo.
- No son los ideales, sino las personas, lo importante para Dios
La grandeza para Dios no está en la humillante solidaridad de Jesús con los seres humanos, sino en el hombre vivo que los encarna: Jesús. Dios se compadece de la persona del Jesús muerto por sus ideales, y lo que ensalza no son los valores e ideales por los que Jesús vivió, y por los que de hecho fue condenado a muerte. El Dios de Jesucristo no es un Dios de ideales grandiosos, sino de un Dios de los hombres. El himno de la carta a los de Filipo es un canto a la misericordia de Dios con el hombre precisamente en su condición humana más dolorosa.
- La salvación, aunque Dios la da gratuitamente, exige un modo determinado de vida humana
Dios concede a Jesús la condición de “Señor” por el tipo de vida que vivió: obediencia total a los planes de Dios. Esta actitud no es una condición suficiente para merecer el don que recibió –porque lo que uno recibe como don no se merece–, pero sí es una condición necesaria. No vale cualquier tipo de vida.
- El sufrimiento y la muerte no tienen, en el modelo humano cristiano, la última palabra
Jesús vivió como vivió no porque esperarara una recompensa: la resurrección, la exaltación, la constitución como Señor del universo. Eso estaría en contradicción con la incondicionalidad de su entrega, a Dios y a los humanos. Pero esa recompensa se la dio gratuitamente el Dios Padre, porque esa paternidad es algo real y tiene esas consecuencias. Cuando los mensajeros de la Palabra de Dios hablan de resurrección, de glorificación, de ensalzamiento, es porque la comunidad está pasando por dificultades no pequeñas. Ello sirve de acicate, de estímulo para no decaer y para mantener la esperanza.
- Este acto de solidaridad de Jesús con los humanos, “haciéndose uno de tantos”, Pablo lo convierte en modelo de vida para los cristíanos
Precisamente por eso cita este himno cristológico. Hay una serie de condicionamientos históricos que los cristianos tenemos que analizar e interpretar personal y colectivamente, para ver cómo se actúa “en el Señor”, cómo la solidaridad cristiana debe manifestarse en las situaciones actuales.
* Ante los modelos humanos, no cabe más que la fe para aceptarlos
Nadie se adhiere a un modo de ser y de hacerse hombre después de un proceso de demostraciones y comprobaciones. Uno se abre o se cierra a un modo de ser hombre porque se “fía” (fe) de alguien. Los que habían sido mordidos por una serpiente, tenían que “mirar” al estandarte para ser sanados. Juan pone como condición para tener vida eterna fiarse del Dios de Jesús. “Creer” significa aquí vincularse a la persona de Jesucristo, fiarse de que Jesús es la presencia del Padre entre nosotros, y, en consecuencia, unirse a su proyecto de salvar a los seres humanos. Porque se cree no sólo de pensamiento, sino con un compromiso.
* Universalidad del modelo cristiano de ser hombre
Tanto el evangelio de Juan como la carta de Pablo –y todo el NT– están convencidos de que fuera del modo de ser de Jesús de Nazaret no hay salvación. La “vida eterna” la tiene el que cree en Jesús. Tal exclusividad es tachada hoy de exclusivismo infundado por muchas personas, que ven la calidad humana de tantos seres humanos que no se adhieren al mensaje de Cristo. Sin entrar en detalles de esta complejísima cuestión, sería conveniente tener en cuenta dos consideraciones:
- La universalidad se consigue con el tipo de amor que vivió Jesús de Nazaret
El amor de un seguidor de Jesús consigue la universalidad siempre que sea amor de gratuidad. En efecto, el amor gratuito es probablemente el único amor que no está atrapado por motivos seductores. Motivos seductores y que atrapan son, por ejemplo, la belleza, la riqueza, la bondad, el prestigio, la simpatía, el sexo, la compañía, el poder, la sabiduría, etc. Al amor de gratuidad le interesan estos motivos, pero no se deja cautivar por ellos. Se ofrece sin condiciones como regalo al otro. Ahora bien, al no estar atrapado por motivos seductores, el amor gratuito adquiere una dimensión universal. El amor gratuito llega a todos, no puede excluir a ningún ser humano que reclame atención. Los otros amores no son universales, pues aman a determinados seres humanos (bellos, ricos, buenos, listos, amables, poderosos, jóvenes, de la familia, de la nación, de la raza, etc.) y excluyen o se muestran indiferentes frente a otros.
Según eso, la universalidad no es un punto de partida, un hecho ya, sino una tarea que debe realizarse. Y tal tarea, como hemos dicho, no consiste en imponer uniformidades a través de las insituciones. Los cristianos estamos obligados a ofrecer y dar testimonio de ese amor de gratuidad. Los demás lo recibirán no como una carga de la que hay que librarse, sino como un regalo beneficioso.
- La salvación no es algo externo, un premio que se otorga, sino el desarrollo en plenitud del ser humano
La salvación es desarrollo humano; la condenación, estancamiento o deterioro de ese desarrollo humano. Una pregunta inevitable que debe hacerse es: ¿cómo el ser humano está más humanizado, con este Dios o sin él? “Yo niego el fantasma de la religión para afirmar el ser real del hombre”, decía Feuerbach. “Muertos están todos los dioses; ahora queremos que viva el superhombre”, afirmaba Nietzsche. La muerte de Dios significa, para estos autores, la emancipación y el encumbramiento del hombre. ¿Realmente es así? Si miramos en nosotros y a nuestro alrededor, ¿dónde está ese Superhombre que nos va a liberar de todas las inhumanidades? ¿Puede seducirnos el modelo de ser hombre que nos ofrecen los políticos, los científicos, los deportistas, los hombres de negocios, los técnicos, los economistas, los que aparecen en las revistas del corazón? La muerte de Dios ¿es la afirmación o también la muerte del ser humano?
* El que está enfrente y enfrentado hoy al modo de ser de Jesús de Nazaret es el modo de ser y de hacerse hombre de la sociedad de consumo
Y este modo de ser y de hacerse hombre, tan atractivo para los que disfrutamos de él, engendra muchos crucificados, a los que es preciso bajar de la cruz. Los que vivimos en los países de la sobreabundancia, y que tenemos el éxito como meta de todo nuestro actuar, no queremos ni oír hablar de fracaso y de sufrimiento. Y millones de personas de nuestro planeta no tienen ni lo mínimo para subsistir. Pero lo grave es que el sufrimiento de esas personas es la consecuencia del éxito de los que vivimos bien. La cruz no es el símbolo de la resignación y de la fatalidad. Es ciertamente el castigo que amenaza a quién aspira a transformar la historia de la injusticia, como Jesús de Nazaret, y en ese sentido la cruz pone de manifiesto el poder de la injusticia. Pero al mismo tiempo, la cruz es un signo provocador, porque incita a los cristianos a alzarse contra esa injusticia en nombre de quien se rebajó hasta someterse a la muerte de cruz para salvar a todos los humanos. Ésa es la forma de exaltar la “santa” cruz.
Baldomero López Carrera
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