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martes, 30 de septiembre de 2008

Miguel Arcangel 3. Miguel es Cristo y eres tú. Un ángel psicopompo

Publicado por El Blog de X. Pikaza


San Miguel no es sólo un ángel judío, sino que ha entrado en la tradición cristiana, desde tiempo antiguo, ya en el Nuevo Testamento. Es sin duda el ángel más importante de la iconografía cristiana. Aparece como patrono de miles de pueblos, figura venerada en mil santuarios, desde el Monte Gargano, Italia, hasta Aralar, Navarra, desde Mont Saint Michel, Normandía, hasta cien localidades de Rusia o América Latina. Es el ángel que aparece en gran parte de los pórticos de las catedrales, con la espada de Dios o la balanza del juicio. Es el ángel victoriosa, signo de Cristo (es el mismo Cristo), signo de aquellos que siguen a Cristo. Por eso, a los cristianos se les dice: ¡tú eres Miguel!

1. El ángel de la guerra de Dios y la mujer celeste (Ap 12, 1-6).

En muchas representaciones medievales del juicio, a los lados del Gran Cristo que viene (→ parusía), aparecen el ángel Miguel y la Mujer del cielo (María), como garantes y testigos de la victoria de Dios. El tema está vinculado al libo del Apocalipsis, que retoma, en línea cristiana, la visión anterior de Daniel:

(a. Primera escena) Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer vestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona e doce estrellas sobre su cabeza. Estaba encinta y gritaba en la angustia y tortura de su parto. Entonces apareció en el cielo otra señal: un enorme Dragón de color rojo con siete cabezas y diez cuernos y una diadema en cada una de sus siete cabezas. Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra….Se trabó entonces en el cielo una batalla:

(a. Segunda ) Miguel y sus ángeles entablaron combate contra el Dragón. Y el Dragón y sus ángeles lucharon encarnizadamente, pero fueron derrotados y los arrojaron del cielo para siempre. Y el gran Dragón, que es la antigua serpiente, que tiene por nombre Diablo y Satanás y anda seduciendo a todo el mundo, fue precipitado a la tierra junto con sus ángeles.

(c. Canción) Y en el cielo se oyó una voz potente que decía: «Ahora se ha realizado la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios y la autoridad de su Cristo! Porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios

Y ellos lo han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, porque no amaron sus vidas hasta la muerte.Por esto, alegraos, oh cielos, y los que habitáis en ellos. ¡Ay de la tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros y tiene grande ira, sabiendo que le queda poco tiempo»(Ap 12, 1-3. 7-12).

a. Mujer y Dragón. Primera escena (Ap 12, 1-3).

En el horizonte del cielo, como surgiendo del templo abierto de Dios, aparece una mujer: la verdad del templo, signo celeste y terrestre de Dios (arca y pueblo de la alianza) es una Mujer, según la imagen repetida en los profetas (Os, Is y Jer). Más allá del espacio israelita (cf. Eva de Gen 2-3) ella evoca el mito de la mujer originaria o diosa. Donde esperábamos el fin (escatología, última trompeta) emerge el principio (protología, madre originaria).

Donde acaban los caminos de violencia del varón empieza la mujer, como si la historia. La otra señal es el dragón rojo, que en el conjunto aparece como enemigo de la humanidad, Serpiente Tannín, monstruo de las aguas, hidra de siete cabezas, que Yahvé derrotó para fundar la historia buena (cf. Is 27, 1; Sal 74, 13; 91, 13; Job 7, 12; 26, 13). Ese dragón es símbolo del enemigo mitológico de Dios en muchos pueblos.

Forman una pareja simbólica primordial, en muchos mitos. Suele hablarse de una mujer buena, perseguida por un Dragón perverso, pero liberada por un héroe que la protege para casarse con ella. Es muy posible que ese mito esté en el fondo de nuestro texto, como indica su fin feliz (al fin se casan mujer y salvador); pero aquí ese salvador es el mismo hijo de la mujer, es el mismo Cristo, que derrotará al Dragón,

b. Dragón y Miguel. Segunda escena Batalla sobre el cielo (Ap 12, 7-12).

De pronto, sin aviso previo, volvemos al escenario superior, para descubrir los hechos en otra perspectiva. El lugar permanece, cambian los actores: donde antes se enfrentaban Mujer y Dragón luchan ahora, en guerra formal dos ejércitos de ángeles buenos y perversos. El Dragón ha expulsado a la mujer y puede suponer que ha quedado solo, triunfante sobre el cielo de la altura cósmica (no ante el Trono de Dios, donde subió el Hijo en 12, 5). En el cielo cósmico habita el Dragón, ocupando el lugar intermedio entre Dios y los humanos. Parece seguro pero, de pronto, aparece allí Miguel, Príncipe de Dios y protector del pueblo de la alianza (cf. Dan 10, 13.21), y lucha contra el Dragón, como estaba anunciado: «entonces se levantará Miguel» (Dan 12, 1). Esta escena se entiende en dos perspectivas:

1) Miguel es Dios. Éste es el sentido de la narración, donde se cuenta de forma velada la lucha de Miguel contra los ángeles perversos, con la victoria de Dios. «Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón. Y el dragón y sus ángeles pelearon, pero no prevalecieron, ni fue hallado más el lugar de ellos en el cielo. Y fue arrojado el gran dragón» (Ap 12, 7-9) Miguel es aquí el signo de Dios, su presencia victoriosa. Ésta es la lectura judía, la lectura universal del tema del Dios victorioso. Con el ángel Miguel y Satán como protagonistas. Este Miguel que es la “victoria de Dios” sigue siendo uno de los signos clásicos de la iconografía y de la piedad cristiana, entendida en clave angélica.

2) Miguel es Cristo, los cristianos son Miguel. En otro nivel, la canción que sigue dice que el vencedor es Cristo, Cordero de Dios y con él los cristianos . «Y ellos lo han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, porque no amaron sus vidas hasta la muerte» (Ap 12, 11). Pasamos así el lenguaje angélico al lenguaje cristológico o, quizá mejor, cristiano. El ángel vencedor, el auténtico Miguel, es Cristo, que no ganado la batalla de Dios con una espada, sino con su propio amor (con su sangre), como puso de relieve hace tiempo un libro clave de exégesis bíblica (G. Aulen, Christus Victor, London 1931). El ángel auténtico de Dios es Cristo, su mismo Hijo encarnado, vencedor definitivo sobre el mal y la muerte.

c) Canción. Los vencedores son los cristianos.

Miguel son los cristianos, testigos y seguidores de Cristo. Por otra parte, el mismo texto dice que al Diablo/Satán le han vencido los mismos creyentes, por la sangre del Cordero (el Cristo vencedor Amante) “y por el testimonio de su Palabra, pues no amaron la vida de Dios por encima de la muerte”, es decir, fueron capaces de dar la vida por fidelidad al evangelio y a los demás. Por eso, se sigue combatiendo la “guerra de Miguel”, que es la guerra de aquellos que aman a los demás renunciando a la victoria externa (es decir, a la violencia de las armas), para crear sobre el mundo un orden de amor.
Ésta es la guerra final, no una guerra de galaxias, como alguno podría imaginar, ni tampoco de puros espíritus celestes por encima de la historia. Es la guerra y victoria de Jesús, que da la vida por los hombres y que les capacita también para darse la vida, en amor, por encima de la muerte. Por eso, él ángel Miguel lleva en la manos la Cruz de Jesús (como en las representaciones del Monte Aralar, en Navarra). Miguel aparece así como “crucífero”, portador de Cristo, al ángel de Dios (el vencedor de Dios). Llevando en sus manos a Cristo, Miguel lleva también a los cristianos, es decir, a todos los que viven y aman como Cristo. Ellos son ángeles de Dios, portadores de su vida, unos para los otros, como sabe todo el libro del Apocalipsis.

2. Conclusión, ángel defensor (ángel de la guarda) de la Iglesia

Teniendo esto en cuenta, a modo de conclusión, recordaremos que, a partir de la Edad Media, la Iglesia cristiana de Oriente y Occidente ha tomado a Miguel como protector, en la lucha contra los enemigos interiores y exteriores. Así aparece como defensor de la fe y de la vida de los cristianos en santuarios famosos como el de San Miguel de Aralar (Navarra), el de Mont Saint Michel (Normandia) o el de San Michele sul Gargano (Apulia).

En esa línea se sitúa la oración que el Papa León XIII mandó que rezaran todos los sacerdotes al final de la misa, el año 1996:

«San Miguel arcángel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra las acechanzas del demonio, que Dios manifieste su poder sobre él es nuestra humilde súplica; y tú Príncipe de la milicia celestial, con la fuerza que Dios te ha conferido, arroja al Infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos, que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén».

Se dice que el Papa tuvo una visión horrible. Se vio rodeado de enemigos. Pero sobre todos ellos emergía Miguel, el ángel defensor (ángel de la guarda) de la Iglesia, a la quiso poner bajo su protección.

De nuevo a Jesús, el ángel verdadero

La liturgia posterior al Vaticano II ha dejado de rezar la oración de León XII, siguiendo aquella otra tradición antigua de la Iglesia que (como hemos visto) identifica a Jesús con el ángel Ángel Miguel. Lo que se atribuía a Miguel, que lucha a favor de los fieles (judíos y cristianos), lo ha realizado Jesús. En esa línea se ha elaborado una cristología angélica, en la que se acaba descubriendo que el ángel verdadero es Jesús, el que ha venido a sostenernos en la lucha, ofreciéndonos su amor. El que lucha contra el Diablo en Aralar o Gargano, en Mont Saint Michel es Jesús, son los cristianos, son los hombres y mujeres que aman, se aman entre si.

2 Apéndice de Judas. Miguel, ángel psicopompo.

Una de las funciones más importantes de Miguel en la tradición cristiana ha sido la de pesar y dirigir las almas, en el camino que lleva a la salvación. Es un ángel poderoso, como pondrá de relieve el judaísmo posterior, cuando le presente como genio de las aguas inferiores y del aire, señor de los reptiles y guía del planeta saturno (cf. Sefer Raziel). Pero su dominio más alto es el que aparece vinculado al juicio de los muertos, como ha puesto de relieve, de manera ocasional, la carta de Judas, en contra del “libertinaje” de algunos falsos cristianos, que se creen dotados de poderes superiores, de manera que “manchan la carne, rechazan toda autoridad y maldicen de las potestades superiores” (Judas 1, 8).

En ese sentido, algunos exegetas le han llamado el “ángel psicopompo”, director y guía de las almas en el camino final de la salvación. Los “falsos cristianos” a los que Judas critica pertenecen, sin duda, a un tipo de gnosis, por la que sus fieles se identifica con el mismo Dios, creyéndose divinos y sintiéndose con autoridad sobre los ministros de la Iglesia y sobre los mismos ángeles del cielo, capaces de imponer su juicio sobre todo lo que existe (por ejemplo, en el campo sexual). Pues bien, como ejemplo como ello pone Judas a Miguel, ministro de Dios para el juicio:

«Pero ni aun el arcángel Miguel, cuando contendía disputando con el diablo sobre el cuerpo de Moisés, se atrevió a pronunciar un juicio de maldición contra él, sino que dijo: El Señor te reprenda» (Judas 1, 9)

Parece que el texto reproduce una escena conocida de un libro apócrifo (Asunción de Moisés), en el que Miguel y Satán disputan sobre el cuerpo de Moisés. Es evidente que Satán quiere la condena de Moisés, es decir, la destrucción de la vida de los fieles y del pueblo de Israel en su conjunto (de la humanidad). Miguel, en cambio, protege a Moisés y los amigos de Dios, impidiendo que Satán los destruya en el momento del juicio. Con la escenografía cristiana medieval podemos suponer que Daniel está con la balanza, pesando el alma de los justos o con la espada, luchando contra Satán, para que no pueda apoderarse de Moisés difunto.

Desde ese fondo podemos precisar ya el sentido del pasaje en la carta de Judas. Hay gnósticos (herejes) que se ríen de todo eso, que se creen ya salvados, que desprecian los signos de Miguel y el Diablo; ellos están por encima de todo eso. Pues bien, en nombre de la tradición cristiana, bien enraizada en la exigencia de moralidad de Israel (en la imaginería apocalíptica del juicio), Judas les amonesta, poniendo como ejemplo a Miguel, fiel a Dios y respetuoso. Ni siquiera Miguel se quiere poner en el lugar de Dios y pronunciar el juicio contra el Diablo, sino que lo deja en manos de Dios (¡El Señor te reprenda!), mientras sigue ayudando a Moisés y a los justos que mueren en la gran batalla escatológica del juicio.

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