Publicado por El Blog de X. Pikaza
Desde hace tiempo voy escribiendo mi libro de los ángeles, Gabriel y Rafael, Uniel, Ariel, Raguel y tantos otros, tomados de la Biblia y de los libros apócrifos. Es un libro de narración y contemplación. No entro en temas discutidos, si son o no personas, que tipo de existencia tienen. Dejo que otros los discutan. A mi me basta con decir que ellos existen en un plano espiritual simbólico y que actúan de forma poderosa y sirven para expresar altos misterios de Dios y de la vida, misterios que, de otra manera, resultarían difíciles de decir. Pues bien, entre todos ellos, por devoción y poder, el más importante es San Miguel, cuya fiesta celebramos mañana, día 29. Por eso quiero evocar su figura, en un pequeño ciclo de tres días: en la literatura apócrifa de Henoc, en el Antiguo Testamento (libro de Daniel) y en el Nuevo Testamento (sobre todo en el Apocalipsis. Hoy comienzo por tanto con el tema clave de la apocalíptica judía y de gran parte del “imaginario” de la apocalíptica cristiana: El pecado de los ángeles malos y la guerra del fin del mundo, dirigida y vencida por Miguel, el guerrero de Dios.
LIBRO DE HENOC, LIBRO DE SATANES Y ÁNGELES.
Miguel es un nombre hebreo, de tipo teóforo (incluye a Dios), en forma interrogativa, Mi-ka-El, es decir ¿Quién-como-El? Como se sabe, “El” es el nombre común semita (hebreo) para Dios. Se encuentran nombres semejantes en otras culturas y religiones del entorno: Man-ka-Shi (Quién-como-Shi, en arameo), Man-nun–shanin-Ninurta (¿Quién-es-comparable-a-Ninurta, en acadio). Ha tenido un papel muy importante en la tradición apocalíptica judía (sobre todo en los libros de Henoc), en el judaísmo místico y en el cristianismo. Para entender bien su figura es conveniente situarle dentro de la gran lucha de los ángeles de Dios contra los satanes, tal como aparece en el libro de Henoc.
Aunque situado fuera de la Biblia, el libro de 1 Henoc ofrece una perspectiva ejemplar y única para entender los motivos básicos no sólo del Antiguo Testamento (Biblia judía), sino también del Nuevo Testamento cristiano. Henoc se sitúa y nos sitúa en el lugar central de la gran crisis antropológica que la Biblia judía ha vinculado con el origen y consecuencias del diluvio. Por otra parte, ese mismo Henoc nos sitúa muy cerca de la figura y mensaje de Jesús, vinculada a la esperanza del Hijo del Hombre. En ese contexto debemos recordar que la vida y movimiento de Jesús sólo se entiende en un trasfondo apocalíptico.
(((1 Hen 6-36 no alude ya a la figura de Noé, pero ha recreado su mensaje partiendo de un Libro de Noé (ahora perdido), que ha influido en varios textos de Jub, Qumran y en el mismo 1 Hen (6, 3-8; 8, 1-3; 9, 7; 10, 1-3; 17-19; 30, 1-2; 54, 7-55, 2; 60; 65, 1-69, 25; 106-107). El Libro de Noe parece haber sido una biografía heroica: describía la caída de los Vigilantes, el nacimiento y vida de Noé, el diluvio con la salvación de Noé, su sacrificio posterior y la división de la tierra entre los liberados. Su esquema era semejante al de Gen 6-9, aunque destacaba el carácter «mítico» (sobrenatural) del pecado de los Vigilantes y de la historia de Noé, como ha mostrado F. GARCÍA, «40 Ms. Aram, y el Libro de Noé», en R. AGUIRRE y F. GARCÍA (eds.), Escritos de Biblia y Oriente, Pontificia, Salamanca 1981, 195-232. 1 Hen 6-36 reproduce muchos elementos del Libro de Noe, pero cambia su sentido, prescindiendo de los hechos «pasados», que se borran o acaban convertidos en simple parábola de aquello que está sucediendo o sucederá muy pronto, pues vivimos en los tiempos centrales del «pecado angélico». Como testigo del juicio y garante de salvación no aparece ya Noé, sino un personaje superior, que conoce los caminos del futuro y que nos puede iluminar en esta nueva y decisiva travesía: Henoc. Desde ese fondo ha interpretado 1 Hen 6-36 el «pecado original», que se identifica con la caída y violación de los Vigilantes (y no con Adán-Eva). No somos espíritus caídos (en la línea de Platón), ni vivientes auto-pervertidos (como supone Gén 1-3). Estrictamente hablando, somos víctimas de un pecado angélico: aquellos mismos que debían habernos educado (espíritus custodios o guardianes) se han servido de nosotros, violándonos con saña e in¬yectando en nuestras venas sangre malvada. Esta violación angélica libera a Dios de culpa y nos libera también a nosotros, pero corre el riesgo de dejarnos a todos, a Dios y a los hombres, en manos de una tragedia angélica, que sólo puede resolverse de manera angélica (que vengan unos ángeles buenos para libe¬rarnos). En contra de eso, el Nuevo Testamento afirma que el salvador es un hombre de la historia: Cristo)).
1. HOMBRES SOMETIDOS. LA INVASIÓN DE LOS VIGILANTES (1 HEN 6-11)
Estos capítulos contienen el mito fundacional, que puede haber sido utilizado por Gen 6, 1-8 y por el Libro de Noé. En ellos no aparece todavía la figura de Henoc. El texto empieza así:
En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: Ea, escojámonos de entre los humanos y engendremos hijos. Semyaza, su jefe, les dijo: – Temo que no queráis que tal acción llegue a ejecutarse... Le respondieron todos:– Jurémonos y comprometámonos bajo anatema... Entonces juraron todos de consuno y se comprometieron a ello bajo anatema. Eran doscientos los que bajaron a Ardis, que es la cima del monte Hermón, al que llamaron así porque en él juraron y se compro¬metieron bajo anatema. Estos eran los nombres de sus jefes: Semyaza, que era su jefe supremo, Urakiva, Rameel, Kokabiel... Tomaron mu¬jeres. Cada uno tomó la suya. Y comenzaron a convivir con ellas (1 Hen 6, 1-7, 1).
Los ángeles de Dios, que debían haber sido maestros y custodios de los hombres (cf. Jub 4, 14), se han vuelto sus adversarios y seductores: desean tener lo que les falta (mujeres e hijos) y juran lograrlo en el Hermón (en hebreo, hrm: juramento, anatema), en un lugar llamado Ardis (posible corrup¬ción de Yared, padre de Henoc: cf. Gen 5, 18-20) . El texto tiene carácter narrativo: no elabora ni justifica los hechos; no dice si las mujeres excitaron a los ángeles, ni pregunta por su sexo, aunque todo el simbolismo supone que son masculinos. Tampoco dice nada sobre la posible reacción de los varones. Pero es evidente que a través del mito de la invasión y violación angélica, el texto ha querido contar una historia humana de violencia sexual y política. Estos «ángeles violadores» son sin duda un signo de los hombres «poderosos» que ejercen y despliegan su dominio en forma de violación sexual y social generalizada.
El mito no tiene que distinguir los dos niveles (el humano y el angélico-demoníaco), pero supone que se encuentran vinculados. Dicho eso, teniendo en cuenta su dimensión social, podemos volver a los temas de fondo, recordando que los ángeles actúan de forma meditada y firme, bajo juramento, ratificando con fuerza lo que hacen. No piden permiso a Dios, ni dialogan con las mujeres; simplemente las violan. Este es el principio de nuestra historia; ciertamente, había previamente seres humanos y todavía siguen existiendo algunos que no nacen de violación (por lo menos los videntes o sabios vinculados a la tradición de Henoc). Pero la humanidad en su con¬junto comienza a estar determinada por este pecado original, que los hombres padecen, no cometen.
En ese fondo, el texto sigue presentando el nacimiento de los gigantes, hijos del cruce humano/angélico, seres que llevan en su carne una señal de desmesura: son híbridos enormes, de tres mil codos cada uno (cf. 1 Hen 7, 2), seres de violencia que destruyen y consumen los bienes del mundo: «Agotaban todo el producto de la tierra, comían a los hombres», igual que a los restantes animales, y bebían su sangre (1 Hen 7, 3-6). La narración ha introducido así vivientes de carácter des¬tructor y ciego, como algunos titanes griegos y los monstruos de los mitos de otros pueblos.
OPRESIÓN Y LAMENTO DE LOS HOMBRES OPRIMIDOS.
Más que en la acción de los titanes (expresión de mezcla mala que ya ha sido destruida) el texto se ha fijado en aquello que los ángeles violadores de mujeres enseñaron (enseñan) a varones y mujeres, apareciendo así como maestros de todas las perversiones.
(1) Conocimientos religiosos falsos: ensalmos, conjuros, encantamientos, astrología... (cf. 1 Hen 7, 1; 8, 2-3) .
(2) Ciencias mágicas: «recoger raíces y plantas» (1 Hen 7, 1) con fines curativos y supersticiosos.
(3) Violencia militar: «Azazel enseñó a los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, los metales y sus técnicas...» (1 Hen 8, 1). El control de los metales aparecía en Gen 4, 17-24 como una conquista peligrosa de los hombres; aquí aparece como enseñanza de los vigilantes que ponen el conocimiento al servicio de la guerra y lo interpretan de manera destructora.
(4) El arte del engaño. Los invasores instruyeron a los hombres a ponerse brazaletes, a embellecerse (pintarse las cejas) y a usar piedras preciosas, convirtiendo la vida en un gesto de atracción y envidia que lleva a la violencia (cf. 1 Hen 8, 1).
El mundo que en Gen 1 Dios había creado bueno (espacio de hermosura y alabanza) se ha venido a convertir en objeto de deseos enfrentados, campo de batalla. Lógicamente, los hombres deberían haber sido destruidos, como consecuencia de un tipo de anti-gracia: la vida hecha engaño y conquista de muerte. Parece que estos hombres, condenados a la violencia angélica, no podrían haber pervivido.
UNA ORACIÓN QUE DIOS ESCUCHA
Pues bien, a partir de aquí, desde el lugar de la no-gracia, se inicia un movimiento de retorno o deseo de gracia, marcado por un triple lamento y petición de ayuda.
(1) La tierra se quejó de los inicuos (1 Hen 7, 6), como en Gen 4, 11-12 donde se afirmaba que ella maldecía a Caín, el asesino. Esta es la primera llamada a la venganza, que brota de una tierra que se encuentra definida por su relación con los hombres. En este contexto se puede afirmar que la justicia se expresa de una forma ecológica.
(2) Los hombres «clamaron en su ruina y llegó su voz al cielo» (1 Hen 8. 4), como se decía en el Éxodo de Egipto: gritaron los hebreos y Dios los escuchó (Ex 2, 23-25). Esclavos y oprimidos son ahora todos los que moran en el mundo; también ellos esperan libertad. La llamada a la gracia brota de la impotencia humana.
(3) Las almas de los muertos «se quejan también» (1 Hen 9, 3). Esta es una petición novedosa, de la que no existen, que sepamos, paralelos claros en el Antiguo Testamento: «Se quejan las almas de los hombres» «Claman las almas de los que han muerto, se quejan ante las mismas puertas del cielo, y su clamor ha ascendido y no puede cesar ante la injusticia que se comete sobre la tierra» (1 Hen 9, 9) .
Esos planos se implican de un modo intenso. Hay un problema cósmico, es decir, de creación: se con¬tamina la tierra que Dios ha creado y ella clama desolada (1 Hen 9, 2). Hay un problema de opresión histórica: los aplastados del mundo elevan su voz pidiendo redención. Hay un problema suprahistórico: las almas de los muertos (especialmente de los asesinados por violencia satánica) se quejan pidiendo justicia. Los redactores del texto se sienten representantes de la tierra (que sufre oprimida por los hombres) y de lo mismos muertos (que siguen vivos a través de su lamento). Todo el libro de 1 Henoc puede entenderse como expresión y expansión de este lamento histórico (asumido de algún modo por Pablo en Rom 8, 18-27).
LA INTERCESIÓN DE LOS ARCÁNGELES.
Ese lamento de los oprimidos despierta o pone en pie a los arcángeles, es decir, a los seres celestes que, siendo fieles a Dios, realizan su justicia sobre el mundo. Aquí (1 Hen 9, 1) aparecen cuatro (Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel), en signo de totalidad (1 Hen 20 cita seis o siete en vez de cuatro, pero el simbolismo es semejante). Ellos escuchan el lamento de los oprimidos y lo elevan ante Dios en forma de plegaria, realizando así una función de intérpretes (conocen lo que pasa) e intercesores ante Dios:
Tú eres Señor de Señores, Dios de dioses. Rey de reyes. Tu trono glorioso permanece por todas las generaciones del universo; tú has creado todo y en ti está el omnímodo poder... Tú has visto lo que ha hecho Azazel al enseñar toda clase de iniquidad por la tierra y difundir los misterios celestes que se realizaban en los cielos; Semyaza, a quien tú has dado poder para regir a los que están junto con él, ha enseñado conjuros. Han ido a las hijas de los hombres, yaciendo con ellas; con esas mujeres han cometido impureza y les han revelado esos pecados. Las mujeres han parido gigantes, por lo que toda la tierra está llena de sangre y crueldad. Ahora, pues, claman las almas de los que han muerto, se quejan ante las mismas puertas del cielo, y su clamor ha ascendido y no puede cesar ante la iniquidad que se comete en la tierra. Tú sabes todo antes de que suceda; tú sabes estas cosas y las permites sin decimos nada: ¿qué debemos hacer con ellos a causa de todo esto? (l Hen 9, 4-9).
LOS GRANDES SATANES. SEMYAZA Y AZAZEL
Los ángeles perversos habían actuado en contra de Dios, de un modo violento. Por el contrario, los ángeles buenos interceden ante Dios, pre¬sentándole el pecado de los vigilantes y la opresión de los hombres por quienes elevan su plegaria. Estos ángeles intercesores son cuatro, como los puntos cardinales, aunque después se pone de relieve la función de dos: Rafael y Miguel. Por su parte, los doscientos ángeles violadores, que antes se hallaban liderados por un espíritu llamado Semyaza (1 Hen 6, 3), aparecen aquí sometidos a dos jefes supremos: Semyaza, ya citado, y Azazel (o Asael). Este último, a quien 1 Hen 8, 1 señalaba expresamente como «el décimo de los jefes» (cf. 1 Hen 6, 7; 8, 1), aparece en la tradición bíblica (Lev 16, 8) como un dios/demonio del desierto que recibe (¿y origina?) los pe¬cados del pueblo. Nuestro texto (1 Hen 9, 4-9) pone en paralelo a Semyaza y Azazel, como difusores de secretos celestiales, violadores de mujeres, culpables de la sangre derramada sobre el mundo.
En un plano histórico-literario, esta dualidad satánica Semyaza/Azazel puede (y quizá debe) explicarse a partir de la convergencia de tradiciones diferentes. Pero ella juega ahora una función estructural, como indica la palabra posterior de Dios a los arcángeles.
(1) Azazel aparece como instigador y origen principal de la perversión: «Se ha corrompido toda la tierra por la enseñanza de las obras de Azazel; adscríbele toda la culpa» (1 Hen 10, 8). Los hombres son inocentes, pero han sido sometidos a una gran des-gracia, cuyo responsable es Azazel, espíritu satánico o perverso. Por eso ha de ser arrojado a la tiniebla, enterrado en el desierto (cf. Lev 16, 8), consumido por el fuego del gran juicio, para que la tierra se vivifique (cure) por la acción de Rafael, medicina de Dios (cf. 1 Hen 10, 4-8).
(2) Semyaza viene a presentarse en un momento posterior como causante de esos mismos males y ha de ser luego juzgado (atado, sepultado, consumido para siempre) a fin de que surja para el mundo un nuevo tipo de justicia ya defi¬nitiva. Su antagonista es Miguel, representante de la lucha y vic¬toria de Dios sobre los males de la historia (1 Hen 10, 11-22).
LOS CUATRO ARCÁNGELES Y LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO
Cuatro son los arcángeles del juicio (cf. 1 Hen 10), aunque luego están centrados en dos: Rafael y Miguel. Dos son también los jefes del ejército satánico: Semyaza y Azazel. Entre arcángeles y espíritus perversos se entabla la gran lucha, en la que los hombres no son protagonistas, sino objeto de des-gracia (para unos) o de gracia (para otros).
Sólo los ángeles buenos de Dios pueden derrotar a los espíritus perversos, en una guerra superior, de «extraterrestres» (cuyos ecos aparecen también en Ap 12, 7-12, aunque aquí, en contra de la tradición de Henoc, resulta esencial el influjo de la «sangre del Cordero»). Si espíritus fueron los causantes de la perversión, espíritus serán los mensajeros y caudillos de la salvación, en una especie de historia judicial cuya verdad se expresa y actualiza, en uno y otro caso, por encima de nosotros. Esclavos fuimos de Azazel/Semyaza y sus secuaces (gigantes, demonios). Destinatarios gozosos seremos de la obra buena de Rafael/Miguel, renovadores del mundo y salvadores de los hombres. Estamos bajo poderes más altos. No se puede hablar de una antropología, pues no existe un logos humano de libertad, ya que los hombres son función de los ángeles buenos o perversos.
. La sentencia ha sido dada. Dios ha recibido el clamor que tierra/hombres/almas han alzado hasta el cielo por los ángeles (1 Hen 9), a quienes ahora envía a cumplir la sentencia dictada, a través de una acción salvadora que se realiza en cuatro momentos, que corresponden a los cuatro arcángeles citados (Uriel y Gabriel inician la obra; Rafael y Miguel la culminan).
(1) Uriel (=Arsyalalyur en el texto etíope) instruye a Noé, para que la hu¬manidad pueda salvarse del diluvio, en la línea de una tradición que conocemos por Gen 6-9 (1 Hen 10,2-3).
(2) Gabriel instiga a los gigantes (híbridos: diablo-humanidad), destructores de los hombres, para que se enfrenten y destruyan hasta el fin unos a otros, en espiral de violencia donde todos acaban por matarse (1 Hen 10, 9-10).
(3) Rafael está encargado de prender, enterrar y juzgar a Azazel (cul¬pable de todo mal), para que la tierra pueda ser vivificada o res¬taurada (1 Hen 10, 4-8).
(4) Miguel debe anunciar y realizar el juicio contra Semyaza y sus seguidores hasta aniquilarlos, de manera que pueda brotar la paz y bendición sobre la tierra (1 Hen 10, 11-22).
Los cuatro momentos y gestos de los ángeles de Dios se encuentran vinculados y expresan el sentido y la crisis actual de la historia. Esos momentos no hablan de algo que sucedió en otro tiempo con Noé (no cuentan una historia pasada), sino que anuncian algo que está por llegar, que es inminente.
Nosotros mismos somos Noé y por eso Uriel tiene que instruirnos, a fin de que estemos preparados para la gran liberación. Somos Noé y nos hallamos amenazados por los híbridos bestiales, los gigantes de la guerra y de la sangre a quienes Gabriel instiga, para que se combatan y devoren, hasta matarse unos a otros.
Miguel es el luchador de Dios. Él ganará la batalla en contra de lo Satanas. La guerra se decide por encima de nosotros: no tiene sentido pensar que podemos resolverla a través de nuestras fuerzas. Desde ese fondo debemos añadir que el autor de este pasaje (como gran parte de la apocalíptica antigua) es antimilitarista en un nivel mundano: los hombres no resuelven sus problemas por la guerra, pues la guerra engendra siempre nueva en guerra y culmina con la muerte de todos los que quieren alcanzar la paz por ella. El autor es antimilitarista, porque la guerra de la que habla no es humana, sino que se realiza en un plano superior del que los hombres no son responsables.
El conflicto se despliega en dos niveles.
(1) Hay un plano de violencia perversa que se destruye a sí misma: los ángeles malvados y sus servidores se matan entre sí, en guerra despiadada, como dirá también Ap 17, 15-18, al afirmar que las bestias matan a la prostituta.
(2) Hay un plano de violencia salvadora: Dios, actúa a través de los dos arcángeles supremos (Rafael y Miguel) que se oponen y vencen a los archi-diablos perversos (Azazel y Semyaza). Esta es una guerra superior, y solo Dios puede vencerla por sus ángeles.
DIOS INSTRUYE A MIGUEL SU GUERRERO
Esta es la guerra final, como Dios mismo lo dice instruyendo a Miguel:
Elimina a todas las almas lascivas y a todos los hijos de los Vi¬gilantes que han oprimido a los hombres. Elimina toda opresión de la faz de la tierra, desaparezca todo acto de maldad. Surja el vástago de justicia y verdad, trasfórmense sus obras en bendición y planten con júbilo obras de justicia y verdad eternamente... Entonces serán humildes todos los justos, vivirán hasta engendrar mil hijos y cumplirán en paz todos los días de su mocedad y su vejez. En esos días toda la tierra será labrada con justicia, toda ella estará cuajada de árboles y será llena de bendición... Que sean todos los hijos de los hombres justos, y que todos los pueblos me adoren y bendigan, prosternándose ante mí. Sea pura la tierra de toda corrup¬ción y pecado, de toda plaga y dolor... En esos días abriré los tesoros de mis bendiciones que hay en el cielo para hacerlos descender a la tierra, sobre las obras y el esfuerzo de los hijos de los hombres. La paz y la verdad serán compañeros para siempre, en todas las gene¬raciones (1 Hen 10, 15-11, 2).
Este es el juicio de Dios, la culminación de su obra. No ha sido necesaria una guerra humana (no hay mesías militar), ni hacen falta salvadores especiales (como Henoc). Dios mismo destruye a los perversos y recrea a los justos, por medio de los ángeles, especialmente por Miguel, a quien la tradición judía entiende como protector del pueblo israelita (cf. Dan 12, 1); de esa forma actúa como Señor del Árbol del conocimiento del bien y del mal.
(1) Por eso destruye-condena a los espíritus perversos o representantes del mal (Azazel/Semyaza) y con ellos a sus seguidores, no solo a los gigantes (guerreros de violencia), sino también a los hombres portadores de pecado (los lascivos y opresores).
(2) Por eso salva a los hombres buenos, concediéndoles, al fin de una guerra destructora, aquello que Gen 1 y Gen 2-3 habían ofrecido por pura gracia a los hombres del principio: la armonía cósmica, el Edén o paraíso. Eso significa que, en contra de Gen 1-3, la gracia de la vida no se encuentra al principio, como expresión de la bondad originaria de Dios, para que los hombres respondan voluntariamente a ella, sino que vendrá al final, cuando el mismo Dios destruya por sus ángeles buenos a todos los poderes del mal, que de algún modo han brotado del mismo Dios, como indicaba el texto ya citado de Qumrán, cuando suponía que los dos espíritus, los dos tipos de hombres, buenos y perversos, provenían del mismo Dios (1QS 3,13ss) .
En este contexto, falta la gracia antecedente y falta también la libertad, de manera que parece que los hombres son sólo un «juguete» de Dios, que les ha dividido primero en buenos y malos, para juzgarles después de manera consecuente. Así se formula un primer tipo de «dualismo divino» que la gnosis y cábala judía posteriores han desarrollado al afirmar, de alguna forma, que el bien y el mal pertenecen al mismo Dios, de manera que nosotros, los hombres, no somos más que destinatarios y espectadores de una guerra intra-divina: al «destruir» a los malos parece que Dios está destruyendo (expulsando) su misma parte perversa, de tal forma que al fin sólo quede en él su parte buena, conforme a un tema que aquí no está desarrollado, pero que forma parte de las tradiciones de la cábala judía posterior .
En ese «final bueno» de Dios habrá quizá un lugar preferente para Israel, pero el texto no lo ha destacado, pues el «vástago de justicia» de 1 Hen 10, 16 puede referirse al pueblo israelita o la nueva humanidad en su conjunto. Tampoco es clara la alusión al templo, pues el hecho de que todos «se postren ante Dios» no exige que haya un santuario especial israelita (cf. 1 Hen 10, 21). El mundo entero será templo de Dios, como el texto ha destacado, siguiendo el modelo de Gen 1, y de esa forma el mismo cosmos será revelación de Dios (vida y plenitud) para los hombres. Sólo en este fondo, después que han sido destruidos los perversos, puede hablarse de universalismo: desaparece con el diablo el prin¬cipio de la lucha y división entre los hombres; ya no existe lugar para la guerra social o religiosa y así «todos los hombres serán justos, todos los pueblos serán consagrados», es decir, adorarán al único Dios (1 Hen 10, 21). En ese contexto se puede poner de relieve la relación entre la mística y la apocalíptica, como ha hecho G. SCHOLEM, Las grandes tendencias de la mística judía, Siruela, Madrid 2000; Los orígenes de la Cábala I-II, Paidós, Barcelona 2001. Cf. también M. MACH, «From Apocalypticism to Early Jewish Mysticism», en B. MCGINN, H. J. COLLINS y S. STEIN (eds.), The Encyclopaedia of Apocalypticism, New York 1998, II, 204-237. Conforme a la visión de la cábala, tanto en la perspectiva de M. de León (libro del Zoar) como en la de I. de Luria, la liberación de la humanidad está vinculada a la «purificación de Dios» que supera su dualismo originario (con mezcla de elementos positivos y negativos) para mostrarse al final como limpio y totalmente bueno; eso significaría que formamos parte de un proceso de purificación intra-divina, que el judaísmo rabínico y el cristianismo no han aceptado.
(De. X. Pikaza, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2006)
LIBRO DE HENOC, LIBRO DE SATANES Y ÁNGELES.
Miguel es un nombre hebreo, de tipo teóforo (incluye a Dios), en forma interrogativa, Mi-ka-El, es decir ¿Quién-como-El? Como se sabe, “El” es el nombre común semita (hebreo) para Dios. Se encuentran nombres semejantes en otras culturas y religiones del entorno: Man-ka-Shi (Quién-como-Shi, en arameo), Man-nun–shanin-Ninurta (¿Quién-es-comparable-a-Ninurta, en acadio). Ha tenido un papel muy importante en la tradición apocalíptica judía (sobre todo en los libros de Henoc), en el judaísmo místico y en el cristianismo. Para entender bien su figura es conveniente situarle dentro de la gran lucha de los ángeles de Dios contra los satanes, tal como aparece en el libro de Henoc.
Aunque situado fuera de la Biblia, el libro de 1 Henoc ofrece una perspectiva ejemplar y única para entender los motivos básicos no sólo del Antiguo Testamento (Biblia judía), sino también del Nuevo Testamento cristiano. Henoc se sitúa y nos sitúa en el lugar central de la gran crisis antropológica que la Biblia judía ha vinculado con el origen y consecuencias del diluvio. Por otra parte, ese mismo Henoc nos sitúa muy cerca de la figura y mensaje de Jesús, vinculada a la esperanza del Hijo del Hombre. En ese contexto debemos recordar que la vida y movimiento de Jesús sólo se entiende en un trasfondo apocalíptico.
(((1 Hen 6-36 no alude ya a la figura de Noé, pero ha recreado su mensaje partiendo de un Libro de Noé (ahora perdido), que ha influido en varios textos de Jub, Qumran y en el mismo 1 Hen (6, 3-8; 8, 1-3; 9, 7; 10, 1-3; 17-19; 30, 1-2; 54, 7-55, 2; 60; 65, 1-69, 25; 106-107). El Libro de Noe parece haber sido una biografía heroica: describía la caída de los Vigilantes, el nacimiento y vida de Noé, el diluvio con la salvación de Noé, su sacrificio posterior y la división de la tierra entre los liberados. Su esquema era semejante al de Gen 6-9, aunque destacaba el carácter «mítico» (sobrenatural) del pecado de los Vigilantes y de la historia de Noé, como ha mostrado F. GARCÍA, «40 Ms. Aram, y el Libro de Noé», en R. AGUIRRE y F. GARCÍA (eds.), Escritos de Biblia y Oriente, Pontificia, Salamanca 1981, 195-232. 1 Hen 6-36 reproduce muchos elementos del Libro de Noe, pero cambia su sentido, prescindiendo de los hechos «pasados», que se borran o acaban convertidos en simple parábola de aquello que está sucediendo o sucederá muy pronto, pues vivimos en los tiempos centrales del «pecado angélico». Como testigo del juicio y garante de salvación no aparece ya Noé, sino un personaje superior, que conoce los caminos del futuro y que nos puede iluminar en esta nueva y decisiva travesía: Henoc. Desde ese fondo ha interpretado 1 Hen 6-36 el «pecado original», que se identifica con la caída y violación de los Vigilantes (y no con Adán-Eva). No somos espíritus caídos (en la línea de Platón), ni vivientes auto-pervertidos (como supone Gén 1-3). Estrictamente hablando, somos víctimas de un pecado angélico: aquellos mismos que debían habernos educado (espíritus custodios o guardianes) se han servido de nosotros, violándonos con saña e in¬yectando en nuestras venas sangre malvada. Esta violación angélica libera a Dios de culpa y nos libera también a nosotros, pero corre el riesgo de dejarnos a todos, a Dios y a los hombres, en manos de una tragedia angélica, que sólo puede resolverse de manera angélica (que vengan unos ángeles buenos para libe¬rarnos). En contra de eso, el Nuevo Testamento afirma que el salvador es un hombre de la historia: Cristo)).
1. HOMBRES SOMETIDOS. LA INVASIÓN DE LOS VIGILANTES (1 HEN 6-11)
Estos capítulos contienen el mito fundacional, que puede haber sido utilizado por Gen 6, 1-8 y por el Libro de Noé. En ellos no aparece todavía la figura de Henoc. El texto empieza así:
En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron: Ea, escojámonos de entre los humanos y engendremos hijos. Semyaza, su jefe, les dijo: – Temo que no queráis que tal acción llegue a ejecutarse... Le respondieron todos:– Jurémonos y comprometámonos bajo anatema... Entonces juraron todos de consuno y se comprometieron a ello bajo anatema. Eran doscientos los que bajaron a Ardis, que es la cima del monte Hermón, al que llamaron así porque en él juraron y se compro¬metieron bajo anatema. Estos eran los nombres de sus jefes: Semyaza, que era su jefe supremo, Urakiva, Rameel, Kokabiel... Tomaron mu¬jeres. Cada uno tomó la suya. Y comenzaron a convivir con ellas (1 Hen 6, 1-7, 1).
Los ángeles de Dios, que debían haber sido maestros y custodios de los hombres (cf. Jub 4, 14), se han vuelto sus adversarios y seductores: desean tener lo que les falta (mujeres e hijos) y juran lograrlo en el Hermón (en hebreo, hrm: juramento, anatema), en un lugar llamado Ardis (posible corrup¬ción de Yared, padre de Henoc: cf. Gen 5, 18-20) . El texto tiene carácter narrativo: no elabora ni justifica los hechos; no dice si las mujeres excitaron a los ángeles, ni pregunta por su sexo, aunque todo el simbolismo supone que son masculinos. Tampoco dice nada sobre la posible reacción de los varones. Pero es evidente que a través del mito de la invasión y violación angélica, el texto ha querido contar una historia humana de violencia sexual y política. Estos «ángeles violadores» son sin duda un signo de los hombres «poderosos» que ejercen y despliegan su dominio en forma de violación sexual y social generalizada.
El mito no tiene que distinguir los dos niveles (el humano y el angélico-demoníaco), pero supone que se encuentran vinculados. Dicho eso, teniendo en cuenta su dimensión social, podemos volver a los temas de fondo, recordando que los ángeles actúan de forma meditada y firme, bajo juramento, ratificando con fuerza lo que hacen. No piden permiso a Dios, ni dialogan con las mujeres; simplemente las violan. Este es el principio de nuestra historia; ciertamente, había previamente seres humanos y todavía siguen existiendo algunos que no nacen de violación (por lo menos los videntes o sabios vinculados a la tradición de Henoc). Pero la humanidad en su con¬junto comienza a estar determinada por este pecado original, que los hombres padecen, no cometen.
En ese fondo, el texto sigue presentando el nacimiento de los gigantes, hijos del cruce humano/angélico, seres que llevan en su carne una señal de desmesura: son híbridos enormes, de tres mil codos cada uno (cf. 1 Hen 7, 2), seres de violencia que destruyen y consumen los bienes del mundo: «Agotaban todo el producto de la tierra, comían a los hombres», igual que a los restantes animales, y bebían su sangre (1 Hen 7, 3-6). La narración ha introducido así vivientes de carácter des¬tructor y ciego, como algunos titanes griegos y los monstruos de los mitos de otros pueblos.
OPRESIÓN Y LAMENTO DE LOS HOMBRES OPRIMIDOS.
Más que en la acción de los titanes (expresión de mezcla mala que ya ha sido destruida) el texto se ha fijado en aquello que los ángeles violadores de mujeres enseñaron (enseñan) a varones y mujeres, apareciendo así como maestros de todas las perversiones.
(1) Conocimientos religiosos falsos: ensalmos, conjuros, encantamientos, astrología... (cf. 1 Hen 7, 1; 8, 2-3) .
(2) Ciencias mágicas: «recoger raíces y plantas» (1 Hen 7, 1) con fines curativos y supersticiosos.
(3) Violencia militar: «Azazel enseñó a los hombres a fabricar espadas, cuchillos, escudos, petos, los metales y sus técnicas...» (1 Hen 8, 1). El control de los metales aparecía en Gen 4, 17-24 como una conquista peligrosa de los hombres; aquí aparece como enseñanza de los vigilantes que ponen el conocimiento al servicio de la guerra y lo interpretan de manera destructora.
(4) El arte del engaño. Los invasores instruyeron a los hombres a ponerse brazaletes, a embellecerse (pintarse las cejas) y a usar piedras preciosas, convirtiendo la vida en un gesto de atracción y envidia que lleva a la violencia (cf. 1 Hen 8, 1).
El mundo que en Gen 1 Dios había creado bueno (espacio de hermosura y alabanza) se ha venido a convertir en objeto de deseos enfrentados, campo de batalla. Lógicamente, los hombres deberían haber sido destruidos, como consecuencia de un tipo de anti-gracia: la vida hecha engaño y conquista de muerte. Parece que estos hombres, condenados a la violencia angélica, no podrían haber pervivido.
UNA ORACIÓN QUE DIOS ESCUCHA
Pues bien, a partir de aquí, desde el lugar de la no-gracia, se inicia un movimiento de retorno o deseo de gracia, marcado por un triple lamento y petición de ayuda.
(1) La tierra se quejó de los inicuos (1 Hen 7, 6), como en Gen 4, 11-12 donde se afirmaba que ella maldecía a Caín, el asesino. Esta es la primera llamada a la venganza, que brota de una tierra que se encuentra definida por su relación con los hombres. En este contexto se puede afirmar que la justicia se expresa de una forma ecológica.
(2) Los hombres «clamaron en su ruina y llegó su voz al cielo» (1 Hen 8. 4), como se decía en el Éxodo de Egipto: gritaron los hebreos y Dios los escuchó (Ex 2, 23-25). Esclavos y oprimidos son ahora todos los que moran en el mundo; también ellos esperan libertad. La llamada a la gracia brota de la impotencia humana.
(3) Las almas de los muertos «se quejan también» (1 Hen 9, 3). Esta es una petición novedosa, de la que no existen, que sepamos, paralelos claros en el Antiguo Testamento: «Se quejan las almas de los hombres» «Claman las almas de los que han muerto, se quejan ante las mismas puertas del cielo, y su clamor ha ascendido y no puede cesar ante la injusticia que se comete sobre la tierra» (1 Hen 9, 9) .
Esos planos se implican de un modo intenso. Hay un problema cósmico, es decir, de creación: se con¬tamina la tierra que Dios ha creado y ella clama desolada (1 Hen 9, 2). Hay un problema de opresión histórica: los aplastados del mundo elevan su voz pidiendo redención. Hay un problema suprahistórico: las almas de los muertos (especialmente de los asesinados por violencia satánica) se quejan pidiendo justicia. Los redactores del texto se sienten representantes de la tierra (que sufre oprimida por los hombres) y de lo mismos muertos (que siguen vivos a través de su lamento). Todo el libro de 1 Henoc puede entenderse como expresión y expansión de este lamento histórico (asumido de algún modo por Pablo en Rom 8, 18-27).
LA INTERCESIÓN DE LOS ARCÁNGELES.
Ese lamento de los oprimidos despierta o pone en pie a los arcángeles, es decir, a los seres celestes que, siendo fieles a Dios, realizan su justicia sobre el mundo. Aquí (1 Hen 9, 1) aparecen cuatro (Miguel, Uriel, Rafael y Gabriel), en signo de totalidad (1 Hen 20 cita seis o siete en vez de cuatro, pero el simbolismo es semejante). Ellos escuchan el lamento de los oprimidos y lo elevan ante Dios en forma de plegaria, realizando así una función de intérpretes (conocen lo que pasa) e intercesores ante Dios:
Tú eres Señor de Señores, Dios de dioses. Rey de reyes. Tu trono glorioso permanece por todas las generaciones del universo; tú has creado todo y en ti está el omnímodo poder... Tú has visto lo que ha hecho Azazel al enseñar toda clase de iniquidad por la tierra y difundir los misterios celestes que se realizaban en los cielos; Semyaza, a quien tú has dado poder para regir a los que están junto con él, ha enseñado conjuros. Han ido a las hijas de los hombres, yaciendo con ellas; con esas mujeres han cometido impureza y les han revelado esos pecados. Las mujeres han parido gigantes, por lo que toda la tierra está llena de sangre y crueldad. Ahora, pues, claman las almas de los que han muerto, se quejan ante las mismas puertas del cielo, y su clamor ha ascendido y no puede cesar ante la iniquidad que se comete en la tierra. Tú sabes todo antes de que suceda; tú sabes estas cosas y las permites sin decimos nada: ¿qué debemos hacer con ellos a causa de todo esto? (l Hen 9, 4-9).
LOS GRANDES SATANES. SEMYAZA Y AZAZEL
Los ángeles perversos habían actuado en contra de Dios, de un modo violento. Por el contrario, los ángeles buenos interceden ante Dios, pre¬sentándole el pecado de los vigilantes y la opresión de los hombres por quienes elevan su plegaria. Estos ángeles intercesores son cuatro, como los puntos cardinales, aunque después se pone de relieve la función de dos: Rafael y Miguel. Por su parte, los doscientos ángeles violadores, que antes se hallaban liderados por un espíritu llamado Semyaza (1 Hen 6, 3), aparecen aquí sometidos a dos jefes supremos: Semyaza, ya citado, y Azazel (o Asael). Este último, a quien 1 Hen 8, 1 señalaba expresamente como «el décimo de los jefes» (cf. 1 Hen 6, 7; 8, 1), aparece en la tradición bíblica (Lev 16, 8) como un dios/demonio del desierto que recibe (¿y origina?) los pe¬cados del pueblo. Nuestro texto (1 Hen 9, 4-9) pone en paralelo a Semyaza y Azazel, como difusores de secretos celestiales, violadores de mujeres, culpables de la sangre derramada sobre el mundo.
En un plano histórico-literario, esta dualidad satánica Semyaza/Azazel puede (y quizá debe) explicarse a partir de la convergencia de tradiciones diferentes. Pero ella juega ahora una función estructural, como indica la palabra posterior de Dios a los arcángeles.
(1) Azazel aparece como instigador y origen principal de la perversión: «Se ha corrompido toda la tierra por la enseñanza de las obras de Azazel; adscríbele toda la culpa» (1 Hen 10, 8). Los hombres son inocentes, pero han sido sometidos a una gran des-gracia, cuyo responsable es Azazel, espíritu satánico o perverso. Por eso ha de ser arrojado a la tiniebla, enterrado en el desierto (cf. Lev 16, 8), consumido por el fuego del gran juicio, para que la tierra se vivifique (cure) por la acción de Rafael, medicina de Dios (cf. 1 Hen 10, 4-8).
(2) Semyaza viene a presentarse en un momento posterior como causante de esos mismos males y ha de ser luego juzgado (atado, sepultado, consumido para siempre) a fin de que surja para el mundo un nuevo tipo de justicia ya defi¬nitiva. Su antagonista es Miguel, representante de la lucha y vic¬toria de Dios sobre los males de la historia (1 Hen 10, 11-22).
LOS CUATRO ARCÁNGELES Y LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO
Cuatro son los arcángeles del juicio (cf. 1 Hen 10), aunque luego están centrados en dos: Rafael y Miguel. Dos son también los jefes del ejército satánico: Semyaza y Azazel. Entre arcángeles y espíritus perversos se entabla la gran lucha, en la que los hombres no son protagonistas, sino objeto de des-gracia (para unos) o de gracia (para otros).
Sólo los ángeles buenos de Dios pueden derrotar a los espíritus perversos, en una guerra superior, de «extraterrestres» (cuyos ecos aparecen también en Ap 12, 7-12, aunque aquí, en contra de la tradición de Henoc, resulta esencial el influjo de la «sangre del Cordero»). Si espíritus fueron los causantes de la perversión, espíritus serán los mensajeros y caudillos de la salvación, en una especie de historia judicial cuya verdad se expresa y actualiza, en uno y otro caso, por encima de nosotros. Esclavos fuimos de Azazel/Semyaza y sus secuaces (gigantes, demonios). Destinatarios gozosos seremos de la obra buena de Rafael/Miguel, renovadores del mundo y salvadores de los hombres. Estamos bajo poderes más altos. No se puede hablar de una antropología, pues no existe un logos humano de libertad, ya que los hombres son función de los ángeles buenos o perversos.
. La sentencia ha sido dada. Dios ha recibido el clamor que tierra/hombres/almas han alzado hasta el cielo por los ángeles (1 Hen 9), a quienes ahora envía a cumplir la sentencia dictada, a través de una acción salvadora que se realiza en cuatro momentos, que corresponden a los cuatro arcángeles citados (Uriel y Gabriel inician la obra; Rafael y Miguel la culminan).
(1) Uriel (=Arsyalalyur en el texto etíope) instruye a Noé, para que la hu¬manidad pueda salvarse del diluvio, en la línea de una tradición que conocemos por Gen 6-9 (1 Hen 10,2-3).
(2) Gabriel instiga a los gigantes (híbridos: diablo-humanidad), destructores de los hombres, para que se enfrenten y destruyan hasta el fin unos a otros, en espiral de violencia donde todos acaban por matarse (1 Hen 10, 9-10).
(3) Rafael está encargado de prender, enterrar y juzgar a Azazel (cul¬pable de todo mal), para que la tierra pueda ser vivificada o res¬taurada (1 Hen 10, 4-8).
(4) Miguel debe anunciar y realizar el juicio contra Semyaza y sus seguidores hasta aniquilarlos, de manera que pueda brotar la paz y bendición sobre la tierra (1 Hen 10, 11-22).
Los cuatro momentos y gestos de los ángeles de Dios se encuentran vinculados y expresan el sentido y la crisis actual de la historia. Esos momentos no hablan de algo que sucedió en otro tiempo con Noé (no cuentan una historia pasada), sino que anuncian algo que está por llegar, que es inminente.
Nosotros mismos somos Noé y por eso Uriel tiene que instruirnos, a fin de que estemos preparados para la gran liberación. Somos Noé y nos hallamos amenazados por los híbridos bestiales, los gigantes de la guerra y de la sangre a quienes Gabriel instiga, para que se combatan y devoren, hasta matarse unos a otros.
Miguel es el luchador de Dios. Él ganará la batalla en contra de lo Satanas. La guerra se decide por encima de nosotros: no tiene sentido pensar que podemos resolverla a través de nuestras fuerzas. Desde ese fondo debemos añadir que el autor de este pasaje (como gran parte de la apocalíptica antigua) es antimilitarista en un nivel mundano: los hombres no resuelven sus problemas por la guerra, pues la guerra engendra siempre nueva en guerra y culmina con la muerte de todos los que quieren alcanzar la paz por ella. El autor es antimilitarista, porque la guerra de la que habla no es humana, sino que se realiza en un plano superior del que los hombres no son responsables.
El conflicto se despliega en dos niveles.
(1) Hay un plano de violencia perversa que se destruye a sí misma: los ángeles malvados y sus servidores se matan entre sí, en guerra despiadada, como dirá también Ap 17, 15-18, al afirmar que las bestias matan a la prostituta.
(2) Hay un plano de violencia salvadora: Dios, actúa a través de los dos arcángeles supremos (Rafael y Miguel) que se oponen y vencen a los archi-diablos perversos (Azazel y Semyaza). Esta es una guerra superior, y solo Dios puede vencerla por sus ángeles.
DIOS INSTRUYE A MIGUEL SU GUERRERO
Esta es la guerra final, como Dios mismo lo dice instruyendo a Miguel:
Elimina a todas las almas lascivas y a todos los hijos de los Vi¬gilantes que han oprimido a los hombres. Elimina toda opresión de la faz de la tierra, desaparezca todo acto de maldad. Surja el vástago de justicia y verdad, trasfórmense sus obras en bendición y planten con júbilo obras de justicia y verdad eternamente... Entonces serán humildes todos los justos, vivirán hasta engendrar mil hijos y cumplirán en paz todos los días de su mocedad y su vejez. En esos días toda la tierra será labrada con justicia, toda ella estará cuajada de árboles y será llena de bendición... Que sean todos los hijos de los hombres justos, y que todos los pueblos me adoren y bendigan, prosternándose ante mí. Sea pura la tierra de toda corrup¬ción y pecado, de toda plaga y dolor... En esos días abriré los tesoros de mis bendiciones que hay en el cielo para hacerlos descender a la tierra, sobre las obras y el esfuerzo de los hijos de los hombres. La paz y la verdad serán compañeros para siempre, en todas las gene¬raciones (1 Hen 10, 15-11, 2).
Este es el juicio de Dios, la culminación de su obra. No ha sido necesaria una guerra humana (no hay mesías militar), ni hacen falta salvadores especiales (como Henoc). Dios mismo destruye a los perversos y recrea a los justos, por medio de los ángeles, especialmente por Miguel, a quien la tradición judía entiende como protector del pueblo israelita (cf. Dan 12, 1); de esa forma actúa como Señor del Árbol del conocimiento del bien y del mal.
(1) Por eso destruye-condena a los espíritus perversos o representantes del mal (Azazel/Semyaza) y con ellos a sus seguidores, no solo a los gigantes (guerreros de violencia), sino también a los hombres portadores de pecado (los lascivos y opresores).
(2) Por eso salva a los hombres buenos, concediéndoles, al fin de una guerra destructora, aquello que Gen 1 y Gen 2-3 habían ofrecido por pura gracia a los hombres del principio: la armonía cósmica, el Edén o paraíso. Eso significa que, en contra de Gen 1-3, la gracia de la vida no se encuentra al principio, como expresión de la bondad originaria de Dios, para que los hombres respondan voluntariamente a ella, sino que vendrá al final, cuando el mismo Dios destruya por sus ángeles buenos a todos los poderes del mal, que de algún modo han brotado del mismo Dios, como indicaba el texto ya citado de Qumrán, cuando suponía que los dos espíritus, los dos tipos de hombres, buenos y perversos, provenían del mismo Dios (1QS 3,13ss) .
En este contexto, falta la gracia antecedente y falta también la libertad, de manera que parece que los hombres son sólo un «juguete» de Dios, que les ha dividido primero en buenos y malos, para juzgarles después de manera consecuente. Así se formula un primer tipo de «dualismo divino» que la gnosis y cábala judía posteriores han desarrollado al afirmar, de alguna forma, que el bien y el mal pertenecen al mismo Dios, de manera que nosotros, los hombres, no somos más que destinatarios y espectadores de una guerra intra-divina: al «destruir» a los malos parece que Dios está destruyendo (expulsando) su misma parte perversa, de tal forma que al fin sólo quede en él su parte buena, conforme a un tema que aquí no está desarrollado, pero que forma parte de las tradiciones de la cábala judía posterior .
En ese «final bueno» de Dios habrá quizá un lugar preferente para Israel, pero el texto no lo ha destacado, pues el «vástago de justicia» de 1 Hen 10, 16 puede referirse al pueblo israelita o la nueva humanidad en su conjunto. Tampoco es clara la alusión al templo, pues el hecho de que todos «se postren ante Dios» no exige que haya un santuario especial israelita (cf. 1 Hen 10, 21). El mundo entero será templo de Dios, como el texto ha destacado, siguiendo el modelo de Gen 1, y de esa forma el mismo cosmos será revelación de Dios (vida y plenitud) para los hombres. Sólo en este fondo, después que han sido destruidos los perversos, puede hablarse de universalismo: desaparece con el diablo el prin¬cipio de la lucha y división entre los hombres; ya no existe lugar para la guerra social o religiosa y así «todos los hombres serán justos, todos los pueblos serán consagrados», es decir, adorarán al único Dios (1 Hen 10, 21). En ese contexto se puede poner de relieve la relación entre la mística y la apocalíptica, como ha hecho G. SCHOLEM, Las grandes tendencias de la mística judía, Siruela, Madrid 2000; Los orígenes de la Cábala I-II, Paidós, Barcelona 2001. Cf. también M. MACH, «From Apocalypticism to Early Jewish Mysticism», en B. MCGINN, H. J. COLLINS y S. STEIN (eds.), The Encyclopaedia of Apocalypticism, New York 1998, II, 204-237. Conforme a la visión de la cábala, tanto en la perspectiva de M. de León (libro del Zoar) como en la de I. de Luria, la liberación de la humanidad está vinculada a la «purificación de Dios» que supera su dualismo originario (con mezcla de elementos positivos y negativos) para mostrarse al final como limpio y totalmente bueno; eso significaría que formamos parte de un proceso de purificación intra-divina, que el judaísmo rabínico y el cristianismo no han aceptado.
(De. X. Pikaza, Antropología bíblica, Sígueme, Salamanca 2006)
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