Publicado por Moceop
El Padre Obispo emérito Joaquín Piña se suma a los voces reformistas de la Iglesia Católica Habla del celibato, los curas casados y la "moral sexual" Habla de las relaciones eclesiales con el poder civil: “siempre me molestó esto de codearnos con las autoridades y de ir a pedirles favores, porque los favores se pagan Y yo prefiero tener libertad para predicar la verdad y denunciar las injusticias cuando haga falta”.
Yo prefiero tener libertad Con la libertad de espíritu y la sabiduría que dan los años, resulta interesante que grandes hombres de Iglesia, como fue el Redentorista B. Häring, hayan dicho cosas que a muchos les sorprendieron y cuestionaron. Lo mismo que el libro que acaba de publicar el Cardenal Martini (81), Arzobispo emérito de Milán, la Diócesis más grande del mundo. Aunque hasta ahora salió solo la edición alemana, pero el diario La Nación nos ha adelantado alguna de sus afirmaciones, que sin duda provocarán polémica. Empezando por el título con que lo presenta: “Severas críticas del Cardenal Martini a posturas de la Iglesia”. Con un subtítulo que aclara: “La Iglesia debe tener el coraje de reformarse”. No debería sonarnos tan mal como a los contrarreformistas esta palabra “Reforma”. Por algo Martini, un cardenal polémico, no retacea sus elogios al Padre de la Reforma, Martín Lutero. Porque, en muchas cosas tenía su buena parte de razón. Y como decía con humor un amigo mío, algún día todavía lo vamos a ver en los altares. Martini es un biblista, y también, ¿cómo no?, un pastoralista, que por algo ha estado tantos años al frente de una Diócesis tan importante como Milán. Por eso sus planteos tienen el trasfondo de largas meditaciones sobre la Palabra de Dios. Y no me extraña que, desde allí, cuestione algunos temas de moral sexual tal como se vienen planteando desde la Encíclica “Humanae Vitae” (1968), sobre la que afirma que habría que darle “una nueva mirada”. Por ejemplo, como ya lo dijo hace años, sobre el tema de los preservativos, a los que califica como un “mal menor”, que en algunos casos habría que aceptar.
Lo mismo con respecto al celibato sacerdotal. Frente a la escasez de sacerdotes en casi todo el mundo, considera que confiarle a un párroco más parroquias, o importar curas del Exterior, “no son soluciones”. “A la Iglesia se le debe ocurrir alguna idea”, como sería la posibilidad de Ordenar a hombres casados de reconocida Fe, como ya se hacía en la Iglesia primitiva y es la práctica común en Oriente. Porque el celibato debe ser una verdadera vocación, (como es el caso de la Vida Religiosa), y quizás, dice, no todos los que aspiran al sacerdocio tienen carisma para esto.
No son las únicas cuestiones. Personalmente, no sólo estoy de acuerdo con estos cuestionamientos, sino que habría que añadir otros más. Por ejemplo, a mí me ha preocupado mucho el problema de las relaciones de la Iglesia con el Poder Civil. Como si se tratase de dos poderes. Algo tan distinto a lo que pensó Jesús para su Iglesia. Siempre me molestó esto de codearnos con las autoridades y de ir a pedirles favores, porque los favores se pagan... Y yo prefiero tener libertad para predicar la verdad y denunciar las injusticias cuando haga falta. ¡Qué mal que le hizo a la Iglesia el bueno de Constantino y sus sucesores, (el Imperio), cuando se convirtió de perseguidor en protector de la Iglesia. Con razón se ha dicho que “es mejor una Iglesia perseguida que una Iglesia protegida”. Y en nuestros países, ¡qué pesada y perjudicial ha sido la herencia del famoso “Patronato Real”, que recibimos de nuestros Reyes Católicos. Sería Santa la Reina Isabel, pero sus sucesores no lo fueron tanto. Y nuestros gobernantes republicanos por algo tuvieron tanto interés en heredar aquellos privilegios. Aunque atenuada esta cuestión del Patronato, en este momento tenemos varios asuntos pendientes. No se pueden crear en la Argentina algunas diócesis que serían importantes para la buena atención pastoral de la gente, porque el Gobierno retacea dar el “plácet” *. Sin hablar de otros casos escabrosos, como el nombramiento del Embajador ante el Vaticano y el del Obispado Castrense. (En realidad, ¿tendría que existir un “obispado castrense”?) Toda injerencia del Poder Político en los asuntos de la Iglesia siempre ha resultado funesta. Un caso concreto y bien triste han sido ciertas presiones en el caso del nombramiento de los Obispos. Casos que, por desgracia, no se puede decir que pertenezcan sólo al pasado. Yo me cansé de decir que estos contubernios, -que eufemísticamente llamo “matrimonios” y/ o “concubinatos” entre la Iglesia y el Poder Civil-, siempre terminan mal. Demasiada experiencia de ello tiene la Iglesia.
Por esto me parece tan importante la independencia de la Iglesia de todos los poderes de este mundo, sean ellos políticos o económicos. ¡Cuánta mayor autoridad tiene una Iglesia pobre! Y cuánto gana en testimonio. Porque la Iglesia no es una empresa, que se mide por los números y la eficiencia. Los cálculos de la Divina Gracia van por otro camino. Como el misterio pascual de Jesús, que mediante su muerte (humanamente un fracaso), venció al mundo. Conquistó la vida.
Yo prefiero tener libertad Con la libertad de espíritu y la sabiduría que dan los años, resulta interesante que grandes hombres de Iglesia, como fue el Redentorista B. Häring, hayan dicho cosas que a muchos les sorprendieron y cuestionaron. Lo mismo que el libro que acaba de publicar el Cardenal Martini (81), Arzobispo emérito de Milán, la Diócesis más grande del mundo. Aunque hasta ahora salió solo la edición alemana, pero el diario La Nación nos ha adelantado alguna de sus afirmaciones, que sin duda provocarán polémica. Empezando por el título con que lo presenta: “Severas críticas del Cardenal Martini a posturas de la Iglesia”. Con un subtítulo que aclara: “La Iglesia debe tener el coraje de reformarse”. No debería sonarnos tan mal como a los contrarreformistas esta palabra “Reforma”. Por algo Martini, un cardenal polémico, no retacea sus elogios al Padre de la Reforma, Martín Lutero. Porque, en muchas cosas tenía su buena parte de razón. Y como decía con humor un amigo mío, algún día todavía lo vamos a ver en los altares. Martini es un biblista, y también, ¿cómo no?, un pastoralista, que por algo ha estado tantos años al frente de una Diócesis tan importante como Milán. Por eso sus planteos tienen el trasfondo de largas meditaciones sobre la Palabra de Dios. Y no me extraña que, desde allí, cuestione algunos temas de moral sexual tal como se vienen planteando desde la Encíclica “Humanae Vitae” (1968), sobre la que afirma que habría que darle “una nueva mirada”. Por ejemplo, como ya lo dijo hace años, sobre el tema de los preservativos, a los que califica como un “mal menor”, que en algunos casos habría que aceptar.
Lo mismo con respecto al celibato sacerdotal. Frente a la escasez de sacerdotes en casi todo el mundo, considera que confiarle a un párroco más parroquias, o importar curas del Exterior, “no son soluciones”. “A la Iglesia se le debe ocurrir alguna idea”, como sería la posibilidad de Ordenar a hombres casados de reconocida Fe, como ya se hacía en la Iglesia primitiva y es la práctica común en Oriente. Porque el celibato debe ser una verdadera vocación, (como es el caso de la Vida Religiosa), y quizás, dice, no todos los que aspiran al sacerdocio tienen carisma para esto.
No son las únicas cuestiones. Personalmente, no sólo estoy de acuerdo con estos cuestionamientos, sino que habría que añadir otros más. Por ejemplo, a mí me ha preocupado mucho el problema de las relaciones de la Iglesia con el Poder Civil. Como si se tratase de dos poderes. Algo tan distinto a lo que pensó Jesús para su Iglesia. Siempre me molestó esto de codearnos con las autoridades y de ir a pedirles favores, porque los favores se pagan... Y yo prefiero tener libertad para predicar la verdad y denunciar las injusticias cuando haga falta. ¡Qué mal que le hizo a la Iglesia el bueno de Constantino y sus sucesores, (el Imperio), cuando se convirtió de perseguidor en protector de la Iglesia. Con razón se ha dicho que “es mejor una Iglesia perseguida que una Iglesia protegida”. Y en nuestros países, ¡qué pesada y perjudicial ha sido la herencia del famoso “Patronato Real”, que recibimos de nuestros Reyes Católicos. Sería Santa la Reina Isabel, pero sus sucesores no lo fueron tanto. Y nuestros gobernantes republicanos por algo tuvieron tanto interés en heredar aquellos privilegios. Aunque atenuada esta cuestión del Patronato, en este momento tenemos varios asuntos pendientes. No se pueden crear en la Argentina algunas diócesis que serían importantes para la buena atención pastoral de la gente, porque el Gobierno retacea dar el “plácet” *. Sin hablar de otros casos escabrosos, como el nombramiento del Embajador ante el Vaticano y el del Obispado Castrense. (En realidad, ¿tendría que existir un “obispado castrense”?) Toda injerencia del Poder Político en los asuntos de la Iglesia siempre ha resultado funesta. Un caso concreto y bien triste han sido ciertas presiones en el caso del nombramiento de los Obispos. Casos que, por desgracia, no se puede decir que pertenezcan sólo al pasado. Yo me cansé de decir que estos contubernios, -que eufemísticamente llamo “matrimonios” y/ o “concubinatos” entre la Iglesia y el Poder Civil-, siempre terminan mal. Demasiada experiencia de ello tiene la Iglesia.
Por esto me parece tan importante la independencia de la Iglesia de todos los poderes de este mundo, sean ellos políticos o económicos. ¡Cuánta mayor autoridad tiene una Iglesia pobre! Y cuánto gana en testimonio. Porque la Iglesia no es una empresa, que se mide por los números y la eficiencia. Los cálculos de la Divina Gracia van por otro camino. Como el misterio pascual de Jesús, que mediante su muerte (humanamente un fracaso), venció al mundo. Conquistó la vida.
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