Por Gabriel Jaime Pérez, S.J.
1.- “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta 7?”
A esta pregunta de Pedro, Jesús responde que es preciso perdonar hasta setenta veces siete. En la Biblia el 7 es un número simbólico que significa plenitud y perfección. Por eso tal respuesta quiere decir que debemos perdonar siempre, superando la llamada ley del talión (ojo por ojo y diente por diente: Éxodo 21, 23-25, Levítico 24, 18-20 y Deuteronomio 19, 21), que imperaba entonces a pesar de lo que ya dos siglos antes había escrito el autor del libro llamado Eclesiástico (27, 30 - 28,9), del cual está tomada la 1ª lectura: perdona las ofensas a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas; y a pesar también de los versos del Salmo 103 (102): El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas las culpas… No está siempre acusando ni guarda rencor…
La ley del talión (del latín talis: semejante -tal-) consistía en que a cada agresión le correspondiera una pena igual, y en este sentido, cuando fue establecida en Babilonia por el Código de Hammurabi en el siglo18 a.C., había significado un avance moral con respecto a la práctica mas primitiva de la venganza sin límites. Pero Jesús avanza mucho más al oponerse a toda forma de venganza, invitándonos a deponer por completo el rencor que podamos sentir ante las ofensas recibidas.
2.- “Toda aquella deuda te la perdoné. ¿No debías tú también tener compasión?”
Para ampliar su respuesta, Jesús les cuenta a sus discípulos la parábola del funcionario insensible, que guarda una estrecha relación con la llamada “regla de oro” del comportamiento humano enseñada por Él en su Sermón de la Montaña: “Todo cuanto ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” (Mateo 7, 12). Es la formulación en positivo de lo que siglos atrás habían dicho, sin duda inspirados por Dios, los grandes maestros espirituales de la humanidad: “No hagas a los demás lo que a ti te dolería que te hicieran” (Hinduismo, 1500 años a.C.); no hieras a los demás con lo que a ti te hace daño” (Buda, 563-483 a.C.); “no hagas a los demás lo que no quieres que ellos te hagan a ti” (Confucio, 551 - 479 a.C.); “no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan” (A.T. , libro de Tobías 4, 15 -300 a.C.-).
Esta regla de oro, inscrita interiormente en la conciencia de todo ser humano, equivale al mandato bíblico formulado en la frase “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18 / Mateo 22, 39), lo cual implica la exigencia de no devolver mal por mal, que en positivo corresponde a la exigencia de perdonar al prójimo si uno quiere ser perdonado por Dios. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo”, dice el apóstol Pablo en la 2ª lectura (Romanos 14, 7-9); esto quiere decir que debemos superar nuestros egoísmos para orientarnos hacia el cumplimento de la voluntad del Señor, que es voluntad de amor, de misericordia y de perdón para todos.
Pero el motivo de fondo de la exhortación de Jesús a perdonar siempre es el “mandamiento nuevo” que Él mismo daría a sus discípulos la víspera de su muerte en la cruz: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Juan 15, 12). Precisamente Jesús nos muestra su amor -que es la manifestación del amor de Dios Padre- perdonando siempre, y por eso el cumplimiento de este mandato corresponde a su exhortación formulada así en el Evangelio de Mateo: “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48), que equivale a la que encontramos en el Evangelio de Lucas: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36).
3.- La petición de perdón implica la disposición a perdonar
La Eucaristía es el memorial del sacrificio redentor de Cristo, quien, como dijo Él mismo en la última cena, entregaría su vida derramando su sangre por nosotros y por toda la humanidad “para el perdón de los pecados”. Y en la oración que Jesús nos enseñó para dirigirnos al Creador (Mateo 6, 9-13), y que rezamos justo antes de la comunión, es la petición “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” la única que Él comenta inmediatamente después de recitar el Padre Nuestro: “Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes” (Mateo 6, 14).
Este es el sentido del saludo que nos damos antes de pedirle a Cristo, el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” -es decir, el que carga sobre sí los pecados de toda la humanidad- que tenga piedad de nosotros y nos conceda la paz. Renovemos entonces nuestra disposición a perdonar siempre, para que nuestra oración al Creador y nuestro saludo de paz no sean una farsa, sino que nuestra vida cotidiana sea coherente en la práctica con lo que celebramos y expresamos en la Eucaristía.-
La ley del talión (del latín talis: semejante -tal-) consistía en que a cada agresión le correspondiera una pena igual, y en este sentido, cuando fue establecida en Babilonia por el Código de Hammurabi en el siglo18 a.C., había significado un avance moral con respecto a la práctica mas primitiva de la venganza sin límites. Pero Jesús avanza mucho más al oponerse a toda forma de venganza, invitándonos a deponer por completo el rencor que podamos sentir ante las ofensas recibidas.
2.- “Toda aquella deuda te la perdoné. ¿No debías tú también tener compasión?”
Para ampliar su respuesta, Jesús les cuenta a sus discípulos la parábola del funcionario insensible, que guarda una estrecha relación con la llamada “regla de oro” del comportamiento humano enseñada por Él en su Sermón de la Montaña: “Todo cuanto ustedes desearían de los demás, háganlo con ellos” (Mateo 7, 12). Es la formulación en positivo de lo que siglos atrás habían dicho, sin duda inspirados por Dios, los grandes maestros espirituales de la humanidad: “No hagas a los demás lo que a ti te dolería que te hicieran” (Hinduismo, 1500 años a.C.); no hieras a los demás con lo que a ti te hace daño” (Buda, 563-483 a.C.); “no hagas a los demás lo que no quieres que ellos te hagan a ti” (Confucio, 551 - 479 a.C.); “no hagas a nadie lo que no quieras que te hagan” (A.T. , libro de Tobías 4, 15 -300 a.C.-).
Esta regla de oro, inscrita interiormente en la conciencia de todo ser humano, equivale al mandato bíblico formulado en la frase “ama a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19, 18 / Mateo 22, 39), lo cual implica la exigencia de no devolver mal por mal, que en positivo corresponde a la exigencia de perdonar al prójimo si uno quiere ser perdonado por Dios. “Ninguno de nosotros vive para sí mismo”, dice el apóstol Pablo en la 2ª lectura (Romanos 14, 7-9); esto quiere decir que debemos superar nuestros egoísmos para orientarnos hacia el cumplimento de la voluntad del Señor, que es voluntad de amor, de misericordia y de perdón para todos.
Pero el motivo de fondo de la exhortación de Jesús a perdonar siempre es el “mandamiento nuevo” que Él mismo daría a sus discípulos la víspera de su muerte en la cruz: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado” (Juan 15, 12). Precisamente Jesús nos muestra su amor -que es la manifestación del amor de Dios Padre- perdonando siempre, y por eso el cumplimiento de este mandato corresponde a su exhortación formulada así en el Evangelio de Mateo: “sean perfectos como su Padre celestial es perfecto” (Mateo 5, 48), que equivale a la que encontramos en el Evangelio de Lucas: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lucas 6, 36).
3.- La petición de perdón implica la disposición a perdonar
La Eucaristía es el memorial del sacrificio redentor de Cristo, quien, como dijo Él mismo en la última cena, entregaría su vida derramando su sangre por nosotros y por toda la humanidad “para el perdón de los pecados”. Y en la oración que Jesús nos enseñó para dirigirnos al Creador (Mateo 6, 9-13), y que rezamos justo antes de la comunión, es la petición “perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” la única que Él comenta inmediatamente después de recitar el Padre Nuestro: “Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes” (Mateo 6, 14).
Este es el sentido del saludo que nos damos antes de pedirle a Cristo, el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” -es decir, el que carga sobre sí los pecados de toda la humanidad- que tenga piedad de nosotros y nos conceda la paz. Renovemos entonces nuestra disposición a perdonar siempre, para que nuestra oración al Creador y nuestro saludo de paz no sean una farsa, sino que nuestra vida cotidiana sea coherente en la práctica con lo que celebramos y expresamos en la Eucaristía.-
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