La vida es Cristo
Fil 1,20.24-27
Seguimos de la mano de san Pablo. Dejada la carta a los Romanos, la liturgia nos presentará durante varios domingos textos de la carta a los Filipenses.
«Para mí la vida es Cristo». Hermosa confidencia de san Pablo, que saca a la luz el secreto de su existencia. Su vida es Cristo, de tal manera que sin Él la vida ya no es vida, y más parece muerte que vida. ¿Puedo decir yo lo mismo? ¿Puedo decir de verdad que mi vida es Cristo, de la misma manera que se dice de una persona que su vida son sus negocios o que su vida es el deporte? ¿Realmente mi vida es Cristo?; ¿encuentro en Él mi fuerza, mi alegría, mi descanso...? ¿Soy incapaz de vivir sin Él? ¿O, por el contrario, Él ocupa sólo una partecita de mi vida? ¿Me acuerdo de Él con frecuencia? ¿Todos mis pensamientos, palabras y obras brotan de Él? ¿Los que me conocen barruntan que mi vida es Cristo?
«Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor». Así han encarado todos los santos la muerte, deseándola. No porque deseasen morir, sino porque deseaban estar con Cristo, para lo cual es necesario pasar por la muerte. Para el verdadero creyente la muerte no es algo temido, sino algo deseado, porque «es una ganancia el morir». Aunque no sepamos con detalle cómo será la vida eterna, sí tenemos una certeza: «Estaremos siempre con el Señor» (1 Tes 4,17), con aquel que ya ahora es nuestra vida y lo será plenamente por toda la eternidad.
«Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte». Otro precioso rasgo del alma del apóstol. Aquí se ve que su deseo de morir no es una evasión egoísta ni una huída de este mundo. Está dispuesto a quedarse todo el tiempo que haga falta si el Señor quiere servirse de él para bien de los fieles. Completamente olvidado de sí mismo, Pablo sólo desea una cosa: que Cristo sea glorificado. Ardiendo de amor a Cristo y a los cristianos, le da igual luchar y sufrir que ir a descansar y a gozar de Cristo; sólo desea servir al Señor y a los hermanos.
Otra lógica
Mt 20,1-16
Lo primero que subraya el evangelio de hoy es que Dios rompe nuestros esquemas. Con cuánta frecuencia queremos meter a Dios en nuestra lógica, pero la «lógica» de Dios es distinta. Como dice Isaías: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos». Hace falta mucha humildad para intentar sintonizar con Dios en lugar de pretender que Dios sintonice con nuestra mente tan estrecha. El Reino de Dios trastoca muchos valores de los hombres: los que los hombres consideran primeros serán últimos y los que los hombres consideran últimos serán primeros. Sin duda, en el cielo nos llevaremos muchas sorpresas.
Además, Jesús nos enseña la gratuidad: Dios nos lo ha dado todo gratuitamente. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Pretendemos –como los jornaleros de la parábola– negociar con Dios, con una mentalidad de justicia que no es la del Reino, sino la de este mundo. El que ha sido llamado antes ha de sentirse dichoso por ello y el que ha trabajado más debe dar más gracias, porque el trabajar por Dios y su Reino es ya una gracia inmensa: es Dios mismo el que nos concede poder trabajar.
Nos avisa el evangelio que no hemos de mirar lo que trabajan los demás o lo que reciben, sino trabajar con todo entusiasmo lo que se nos confía en la viña. No trabajamos para nosotros, sino para el Señor y para su Reino. La paga será la gloria, una felicidad inmensa y eterna, totalmente desproporcionada y sobreabundante.
Fil 1,20.24-27
Seguimos de la mano de san Pablo. Dejada la carta a los Romanos, la liturgia nos presentará durante varios domingos textos de la carta a los Filipenses.
«Para mí la vida es Cristo». Hermosa confidencia de san Pablo, que saca a la luz el secreto de su existencia. Su vida es Cristo, de tal manera que sin Él la vida ya no es vida, y más parece muerte que vida. ¿Puedo decir yo lo mismo? ¿Puedo decir de verdad que mi vida es Cristo, de la misma manera que se dice de una persona que su vida son sus negocios o que su vida es el deporte? ¿Realmente mi vida es Cristo?; ¿encuentro en Él mi fuerza, mi alegría, mi descanso...? ¿Soy incapaz de vivir sin Él? ¿O, por el contrario, Él ocupa sólo una partecita de mi vida? ¿Me acuerdo de Él con frecuencia? ¿Todos mis pensamientos, palabras y obras brotan de Él? ¿Los que me conocen barruntan que mi vida es Cristo?
«Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor». Así han encarado todos los santos la muerte, deseándola. No porque deseasen morir, sino porque deseaban estar con Cristo, para lo cual es necesario pasar por la muerte. Para el verdadero creyente la muerte no es algo temido, sino algo deseado, porque «es una ganancia el morir». Aunque no sepamos con detalle cómo será la vida eterna, sí tenemos una certeza: «Estaremos siempre con el Señor» (1 Tes 4,17), con aquel que ya ahora es nuestra vida y lo será plenamente por toda la eternidad.
«Cristo será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte». Otro precioso rasgo del alma del apóstol. Aquí se ve que su deseo de morir no es una evasión egoísta ni una huída de este mundo. Está dispuesto a quedarse todo el tiempo que haga falta si el Señor quiere servirse de él para bien de los fieles. Completamente olvidado de sí mismo, Pablo sólo desea una cosa: que Cristo sea glorificado. Ardiendo de amor a Cristo y a los cristianos, le da igual luchar y sufrir que ir a descansar y a gozar de Cristo; sólo desea servir al Señor y a los hermanos.
Otra lógica
Mt 20,1-16
Lo primero que subraya el evangelio de hoy es que Dios rompe nuestros esquemas. Con cuánta frecuencia queremos meter a Dios en nuestra lógica, pero la «lógica» de Dios es distinta. Como dice Isaías: «Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos». Hace falta mucha humildad para intentar sintonizar con Dios en lugar de pretender que Dios sintonice con nuestra mente tan estrecha. El Reino de Dios trastoca muchos valores de los hombres: los que los hombres consideran primeros serán últimos y los que los hombres consideran últimos serán primeros. Sin duda, en el cielo nos llevaremos muchas sorpresas.
Además, Jesús nos enseña la gratuidad: Dios nos lo ha dado todo gratuitamente. ¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Pretendemos –como los jornaleros de la parábola– negociar con Dios, con una mentalidad de justicia que no es la del Reino, sino la de este mundo. El que ha sido llamado antes ha de sentirse dichoso por ello y el que ha trabajado más debe dar más gracias, porque el trabajar por Dios y su Reino es ya una gracia inmensa: es Dios mismo el que nos concede poder trabajar.
Nos avisa el evangelio que no hemos de mirar lo que trabajan los demás o lo que reciben, sino trabajar con todo entusiasmo lo que se nos confía en la viña. No trabajamos para nosotros, sino para el Señor y para su Reino. La paga será la gloria, una felicidad inmensa y eterna, totalmente desproporcionada y sobreabundante.
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