Publicado por Homilía Católica
Comentando la Palabra de Dios
Is. 55, 6-9. No son nuestros méritos los que hacen que la salvación llegue a todos por medio de la Iglesia de Cristo. Es el Señor; es Él quien continúa su obra salvadora, por medio nuestro, a quienes nos ha unido a Él mediante una alianza más fuerte incluso que la alianza matrimonial, pues quienes nos hemos unido a Cristo mediante la fe y el Bautismo podemos decir que el Señor está en nosotros y nosotros en Él.
Por eso hemos de ser santos, como Dios, que nos llamó a unirnos a Él, es Santo. Sabemos que muchas veces nuestros caminos se han desviado de su presencia. Por eso el Señor hoy nos hace un fuerte llamado a volver a Él dejando a un lado nuestros crímenes, nuestras injusticias, nuestros egoísmos, nuestros pecados. Dios nos ama; y a pesar de que muchas veces pensáramos en un Dios justiciero y vengativo, hemos de ser conscientes de que Dios jamás ha dejado de amarnos; y que por amor a nosotros nos envió a su propio Hijo para que, hecho uno de nosotros, en Él tengamos el perdón de los pecados, la oportunidad de llegar a ser hijos de Dios y la vocación a ser, junto con Él, de la gloria que le corresponde como a Hijo Unigénito del Padre.
Por eso no podemos contemplar la misericordia de Dios con la miopía de nuestros pensamientos y criterios, pues la realidad del amor de Dios hacia nosotros nos aventaja mucho más allá de la distancia que hay entre el cielo y la tierra. Por eso aprendamos a dejarnos amar por Dios y a dejarnos conducir por su Espíritu Santo, que Él ha infundido en nosotros, de tal forma que podamos, finalmente, llegar a la posesión de los bienes definitivos que, por pura Gracia, Dios quiere concedernos a todos aquellos a quienes Él ama.
Sal. 145 (144). Alabemos al Señor. Tal vez utilicemos estos y muchos más adjetivos para tratar de nombrar al Innominado, y jamás podremos decir que, finalmente lo hemos atrapado en nuestro cerebro y pensamiento limitados. Dios es eso y mucho más. Él es el Todopoderoso, el Santo, el Amor único y verdadero, y mucho más; pero también es nuestro Padre, cercano a nosotros, sus hijos; es misericordioso y fiel, a pesar de nuestras infidelidades. Él sabe que nuestro corazón se inclina muchas veces más al mal que al bien, y sin embargo jamás se ha alejado de nosotros, pues es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar.
Los que nos gloriamos de tenerlo por Padre hemos de caer en la cuenta de todo aquello bueno que decimos de Él, pues eso mismo se ha de decir de nosotros, ya que la Iglesia de Cristo debe convertirse como en un espejo, a través del cual toda la humanidad, de todos los tiempos y lugares, pueda conocer y experimentar a Dios, ya que el Señor nos ha unido a sí mismo para convertirnos en un signo viviente de su Evangelio en la historia.
Procuremos, pues, que no sólo nuestros labios y palabras, sino toda nuestra vida, se convierta en una continua alabanza del Santo Nombre del Señor.
Fil. 1, 20-24. Para mí la vida es Cristo. Es Cristo que habita en nosotros. Es Cristo, Esposo de la Iglesia. Es Cristo, Cabeza de su Cuerpo, que somos nosotros. Con Él todo; sin Él nada podemos hacer. Mientras permanecemos como peregrinos en esta vida, nos hemos de preocupar de darlo a conocer al mundo entero, no sólo para que llegue a ellos el mensaje de su salvación, sino para que el Señor habite en ellos por el Espíritu.
Ojalá y el Señor nos concediera permanecer mucho tiempo en esta vida, no tanto como encadenados a ella, sino como teniendo la oportunidad de llamar a más y más personas a un encuentro de salvación con el Señor de la Iglesia. Entonces, cuando llegue el momento de partir de este mundo realmente la muerte será para nosotros una ganancia.
El Señor quiere que toda nuestra vida esté al servicio del Evangelio, a veces mediante el anuncio hecho con las palabras que broten después de haber escuchado al Señor como discípulos; a veces mediante el servicio que nos lleve a procurar el bien de nuestro prójimo en todos los aspectos, incluso poniendo en riesgo nuestra vida, con tal de salvarlo. Por eso pidámosle al Señor que nos conceda glorificarlo ya sea con nuestra vida, ya sea con nuestra muerte. Por tanto, permanezcamos unidos a Cristo para que, por medio de su Iglesia, llegue a todos el mensaje de salvación y Cristo continúe haciéndose cercano con todo su poder salvador a toda la humanidad por medio de su nuestro.
Mt. 20, 1-16. Grande es el amor de Dios. Él no actúa conforme a nuestros intereses mezquinos. Para Él todos valemos el precio pagado con la Sangre del Cordero Inmaculado. Los que jamás se alejaron de la presencia del Señor y le han vivido en una fidelidad indefectible, (¿habrá alguno fuera de Cristo y María?), debe saber acoger a los demás en el seno de la Comunidad de fe, con la misma alegría del Padre Bueno y Misericordioso, que se alegra porque su hijo, que estaba perdido ha sido encontrado, que estaba muerto y ha vuelto a la vida.
Nadie tiene derecho a ponerse celoso porque Dios es bueno con todos. Puestos en manos de Dios seamos fieles a Él. Teniendo en nosotros el amor de Dios, amemos a nuestro prójimo como Dios nos ha amado a nosotros.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
El Señor convoca a todos a la participación del Banquete Pascual de su amor. Él se alegra por nosotros. Para Él no hay distinción de personas, pues nosotros vemos lo exterior, y tal vez eso hace que no respetemos, sino que despreciemos a los demás.
Pero el Señor ve nuestros corazones; sabe que somos pecadores, y al amarnos, quiere perdonarnos, pues no quiere la muerte de pecador, sino que se convierta, se salve y viva para siempre. Habiendo entregado su vida por nuestra salvación hoy nos sienta a su Mesa, nos instruye con su Palabra salvadora, y con fortalece con el Pan de Vida eterna, para que vayamos y demos testimonio de su amor y de lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros.
Sea Él bendito ahora y siempre.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
El Señor quiere que a su Iglesia no le interesen las cosas de los demás, sino ellos mismos, su salvación. El Señor nos envió a Evangelizar y a salvar todo lo que se había perdido. Jesucristo es el Centro de la Acción de la Iglesia. Hacerlo cercano a los demás como Salvador debe ser lo que impulse constantemente nuestra vida.
Por eso no podemos, a Nombre de Cristo, acercarnos a los demás, no tanto para proclamarles el Evangelio, sino para aparentar que les hablamos del Señor y oramos con ellos y por ellos, pero con la mirada puesta en sus bienes para arrebatárselos, haciéndoles creer de una y mil formas, que así ayudan a la Iglesia, o a los grupos o Institutos a los que pertenecemos y en los que vivimos aprovechándonos de la buena fe de los demás para nuestros turbios intereses, o para generara flojeras entre nosotros.
El Señor nos pide caminar como testigos de su amor y de su Evangelio, libres de todas estas tentaciones y esclavitudes.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de saber convertirnos en un signo verdadero, claro y creíble, de su amor en el mundo. Amén.
Por eso hemos de ser santos, como Dios, que nos llamó a unirnos a Él, es Santo. Sabemos que muchas veces nuestros caminos se han desviado de su presencia. Por eso el Señor hoy nos hace un fuerte llamado a volver a Él dejando a un lado nuestros crímenes, nuestras injusticias, nuestros egoísmos, nuestros pecados. Dios nos ama; y a pesar de que muchas veces pensáramos en un Dios justiciero y vengativo, hemos de ser conscientes de que Dios jamás ha dejado de amarnos; y que por amor a nosotros nos envió a su propio Hijo para que, hecho uno de nosotros, en Él tengamos el perdón de los pecados, la oportunidad de llegar a ser hijos de Dios y la vocación a ser, junto con Él, de la gloria que le corresponde como a Hijo Unigénito del Padre.
Por eso no podemos contemplar la misericordia de Dios con la miopía de nuestros pensamientos y criterios, pues la realidad del amor de Dios hacia nosotros nos aventaja mucho más allá de la distancia que hay entre el cielo y la tierra. Por eso aprendamos a dejarnos amar por Dios y a dejarnos conducir por su Espíritu Santo, que Él ha infundido en nosotros, de tal forma que podamos, finalmente, llegar a la posesión de los bienes definitivos que, por pura Gracia, Dios quiere concedernos a todos aquellos a quienes Él ama.
Sal. 145 (144). Alabemos al Señor. Tal vez utilicemos estos y muchos más adjetivos para tratar de nombrar al Innominado, y jamás podremos decir que, finalmente lo hemos atrapado en nuestro cerebro y pensamiento limitados. Dios es eso y mucho más. Él es el Todopoderoso, el Santo, el Amor único y verdadero, y mucho más; pero también es nuestro Padre, cercano a nosotros, sus hijos; es misericordioso y fiel, a pesar de nuestras infidelidades. Él sabe que nuestro corazón se inclina muchas veces más al mal que al bien, y sin embargo jamás se ha alejado de nosotros, pues es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar.
Los que nos gloriamos de tenerlo por Padre hemos de caer en la cuenta de todo aquello bueno que decimos de Él, pues eso mismo se ha de decir de nosotros, ya que la Iglesia de Cristo debe convertirse como en un espejo, a través del cual toda la humanidad, de todos los tiempos y lugares, pueda conocer y experimentar a Dios, ya que el Señor nos ha unido a sí mismo para convertirnos en un signo viviente de su Evangelio en la historia.
Procuremos, pues, que no sólo nuestros labios y palabras, sino toda nuestra vida, se convierta en una continua alabanza del Santo Nombre del Señor.
Fil. 1, 20-24. Para mí la vida es Cristo. Es Cristo que habita en nosotros. Es Cristo, Esposo de la Iglesia. Es Cristo, Cabeza de su Cuerpo, que somos nosotros. Con Él todo; sin Él nada podemos hacer. Mientras permanecemos como peregrinos en esta vida, nos hemos de preocupar de darlo a conocer al mundo entero, no sólo para que llegue a ellos el mensaje de su salvación, sino para que el Señor habite en ellos por el Espíritu.
Ojalá y el Señor nos concediera permanecer mucho tiempo en esta vida, no tanto como encadenados a ella, sino como teniendo la oportunidad de llamar a más y más personas a un encuentro de salvación con el Señor de la Iglesia. Entonces, cuando llegue el momento de partir de este mundo realmente la muerte será para nosotros una ganancia.
El Señor quiere que toda nuestra vida esté al servicio del Evangelio, a veces mediante el anuncio hecho con las palabras que broten después de haber escuchado al Señor como discípulos; a veces mediante el servicio que nos lleve a procurar el bien de nuestro prójimo en todos los aspectos, incluso poniendo en riesgo nuestra vida, con tal de salvarlo. Por eso pidámosle al Señor que nos conceda glorificarlo ya sea con nuestra vida, ya sea con nuestra muerte. Por tanto, permanezcamos unidos a Cristo para que, por medio de su Iglesia, llegue a todos el mensaje de salvación y Cristo continúe haciéndose cercano con todo su poder salvador a toda la humanidad por medio de su nuestro.
Mt. 20, 1-16. Grande es el amor de Dios. Él no actúa conforme a nuestros intereses mezquinos. Para Él todos valemos el precio pagado con la Sangre del Cordero Inmaculado. Los que jamás se alejaron de la presencia del Señor y le han vivido en una fidelidad indefectible, (¿habrá alguno fuera de Cristo y María?), debe saber acoger a los demás en el seno de la Comunidad de fe, con la misma alegría del Padre Bueno y Misericordioso, que se alegra porque su hijo, que estaba perdido ha sido encontrado, que estaba muerto y ha vuelto a la vida.
Nadie tiene derecho a ponerse celoso porque Dios es bueno con todos. Puestos en manos de Dios seamos fieles a Él. Teniendo en nosotros el amor de Dios, amemos a nuestro prójimo como Dios nos ha amado a nosotros.
La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.
El Señor convoca a todos a la participación del Banquete Pascual de su amor. Él se alegra por nosotros. Para Él no hay distinción de personas, pues nosotros vemos lo exterior, y tal vez eso hace que no respetemos, sino que despreciemos a los demás.
Pero el Señor ve nuestros corazones; sabe que somos pecadores, y al amarnos, quiere perdonarnos, pues no quiere la muerte de pecador, sino que se convierta, se salve y viva para siempre. Habiendo entregado su vida por nuestra salvación hoy nos sienta a su Mesa, nos instruye con su Palabra salvadora, y con fortalece con el Pan de Vida eterna, para que vayamos y demos testimonio de su amor y de lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros.
Sea Él bendito ahora y siempre.
La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.
El Señor quiere que a su Iglesia no le interesen las cosas de los demás, sino ellos mismos, su salvación. El Señor nos envió a Evangelizar y a salvar todo lo que se había perdido. Jesucristo es el Centro de la Acción de la Iglesia. Hacerlo cercano a los demás como Salvador debe ser lo que impulse constantemente nuestra vida.
Por eso no podemos, a Nombre de Cristo, acercarnos a los demás, no tanto para proclamarles el Evangelio, sino para aparentar que les hablamos del Señor y oramos con ellos y por ellos, pero con la mirada puesta en sus bienes para arrebatárselos, haciéndoles creer de una y mil formas, que así ayudan a la Iglesia, o a los grupos o Institutos a los que pertenecemos y en los que vivimos aprovechándonos de la buena fe de los demás para nuestros turbios intereses, o para generara flojeras entre nosotros.
El Señor nos pide caminar como testigos de su amor y de su Evangelio, libres de todas estas tentaciones y esclavitudes.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de saber convertirnos en un signo verdadero, claro y creíble, de su amor en el mundo. Amén.
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