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miércoles, 17 de septiembre de 2008

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO: Sermón de San Agustín

Los obreros de la undécima hora (Mt 20, 1-16).

1. En el santo Evangelio habéis oído una parábola que se adecua a los tiempos actuales a propósito de los obreros de la viña. Es ahora el tiempo de la vendimia corporal; hay, sin embargo, otra vendimia espiritual en la que Dios goza ante el fruto de su viña. Nosotros adoramos (colimus) a Dios, y Dios nos cultiva (colit) a nosotros. Pero si adoramos a Dios, no es para hacerle mejor; lo hacemos con la adoración, no con el arado. El, en cambio, nos cultiva como un agricultor a su campo. Al cultivarnos nos hace mejores, porque también el agricultor con el cultivo hace mejor a su campo. Y él busca en nosotros el fruto para que le adoremos. Su campo de cultivo somos nosotros, pues no cesa de extirpar con su palabra la mala semilla de nuestros corazones; de abrir nuestro corazón con su palabra como si fuera un arado; de plantar las semillas de los preceptos y de esperar el fruto de la piedad. Si aceptamos en nuestro corazón este cultivo de forma que le adoramos rectamente, no somos ingratos para con nuestro agricultor, sino que le devolvemos el fruto de sus delicias. Y este nuestro fruto no le enriquece a él, sino que nos hace a nosotros más dichosos.

2. Escuchad, pues, que, como dije, Dios nos cultiva a nosotros. No es necesario demostrares que nosotros adorarnos a Dios. Todo hombre tiene en la boca que los hombres adoran a Dios. En cambio, que Dios cultiva a los hombres es algo que casi asusta a quien lo oye, puesto que no es habitual decir que Dios cultiva a los hombres, sino que los hombres adoran a Dios. Debemos, pues, demostrares que también Dios cultiva a los hombres, no sea que se piense que hemos dicho una palabra poco afortunada y alguno internamente discuta conmigo y, desconociendo lo que he dicho, me reprenda. Lo que me he propuesto demostrares a vosotros es esto: que también Dios nos cultiva; pero ya dije: como al campo, para hacernos mejores. Dice el Señor en el Evangelio: Yo soy la vid y vosotros los..Sarmientos, y mi Padre el agricultor. ¿Qué hace el agricultor? Os lo pregunto a vosotros que sois hombres del campo. ¿Qué hace el agricultor? Pienso que cultiva el campo. Por tanto, si Dios Padre es agricultor, tiene un campo que cultivar del que espera el fruto.

3. Más aún, plantó una viña, como dice el mismo Señor Jesucristo, y la arrendé a unos labradores que habían de darle el fruto a su debido tiempo. Les envió a sus siervos para que exigiesen la cosecha de la viña. Ellos, en cambio, los llenaron de afrentas; a otros hasta les dieron muerte y se negaron a entregar el fruto. Envió a otros que sufrieron cosas parecidas. Y se dijo aquel padre de familia, el cultor de su campo y plantador y arrendador de su viña: Enviaré a mi hijo único; quizá a él le respeten. Y envió, dijo, a su hijo también. Aquéllos se dijeron unos a otros: Este es el heredero; venid, dénosle muerte y será nuestra la heredad. Y le dieron muerte y lo arrojaron fuera de la viña. Cuando llegue el señor de la viña, ¿qué hará con aquellos malos colonos? La respuesta: Perderá a los malos de mala manera y arrendará su viña a otros agricultores que le devuelvan el fruto a su tiempo. Se plantó la viña, es decir, la ley dada en los corazones de los judíos. Fueron enviados los profetas a buscar el fruto, o sea, su rectitud de vida. Estos profetas recibieron afrentas y hasta la muerte. Fue enviado también Cristo, el hijo único del padre de familia; y no sólo dieron muerte al heredero, sino que también, por ello, perdieron la heredad. Su perversa decisión les produjo el efecto contrario. Para poseerla, le dieron muerte, y por haberle dado muerte la perdieron.

4. También escuchasteis ahora una comparación tomada del Evangelio: El reino de los cielos es semejante a un padre de familia que salió para llevar obreros a su viña. Salió de mañana y llevó a los que encontró, y convino con ellos en darles un denario por salario. Salió también a la hora tercia, encontró a otros y los condujo al trabajo en la viña. Y lo mismo hizo a la hora sexta y nona. Salió también a la hora undécima; casi al final de la jornada, y encontró a algunos que estaban de pie inactivos, y les dijo: ¿Qué hacéis ahí de pie? ¿Por qué no estáis trabajando en la viña? Respondieron: «Porque nadie nos ha llevado». «Venid también vosotros, les dijo, y os daré lo que sea justo». Le plugo darles un denario. ¿Cómo se iban a atrever a esperar un denario estos que no trabajarían más de una hora? Ya se alegraban con el simple hecho de recibir algo. Fueron conducidos también éstos para el espacio de una hora. Concluida la jornada mandó que se pagase a cada uno el salario, empezando por los últimos hasta los primeros. Por tanto, comenzó a pagar a aquellos que habían venido a la hora undécima y mandó que se les diese un denario. Los que habían venido a primera hora, viendo que habían recibido un denario, lo mismo que había pactado con ellos, esperaron que recibirían algo más; cuando les llegó el turno, recibieron también un denario. Murmuraron contra el padre de familia, diciendo: «He aquí que a nosotros que soportamos el fuego y el calor del día, nos equiparaste e igualaste con aquellos que sólo trabajaron en la viña una hora». Y el padre de familia, respondiendo con toda justicia a uno de ellos, dice: «Compañero, no te he hecho agravio alguno, es decir, no te he defraudado; te pagué según lo pactado. No te defraudé en nada, porque te di lo convenido. Lo de éste no es paga, sino un regalo. ¿No puedo yo hacer lo que quiero con lo que es mío? ¿Acaso tu ojo es envidioso de que yo sea bueno? Si hubiese quitado algo a alguien, con razón se me reprendería en cuanto defraudador e injusto; si a alguno no devolviese lo que le debía, se me reprendería con razón,: como a defraudador y negador de lo debido a otros; pero si pago lo debido y a quien quiero le hago incluso un regalo, ni me puede reprender aquel a quien debía, ni debe alegrarse más aquel a quien hice el regalo». No había nada que responder; todos fueron equiparados y los últimos pasaron a ser los primeros y los primeros los últimos; igualándolos a todos, no invirtiendo el orden. ¿Qué significa que los últimos fueron los primeros y los primeros los últimos? Que lo mismo recibieron los primeros que los últimos.

5. ¿Qué significa el haber comenzado a pagar por los últimos? ¿No leemos que todos han de recibir la recompensa al mismo tiempo? En otro lugar del Evangelio leemos que ha de decir a los que ponga a su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid el reino preparado para vosotros desde el inicio del mundo. Si, pues, todos han de recibirla contemporáneamente, ¿cómo vemos aquí que los que trabajaron desde la undécima hora fueron los primeros en recibir y los de la hora primera los últimos? Si logro decirlo en forma que vosotros lo entendáis, gracias sean dadas a Dios. Es a él a quien debéis agradecerlo, a él, que os da por medio nuestro; pues lo que damos no es nuestro. Si, por ejemplo, con referencia a dos personas, preguntas quién recibió primero, si la que recibió después de una hora o la que lo hizo después de doce, todo hombre responderá que recibió antes la primera de las dos. Del mismo modo, aunque todos hayan recibido a la misma hora, no obstante, puesto que unos recibieron después de una hora y otros después de doce, se dice que recibieron antes los que recibieron tras un breve espacio de tiempo. Los primeros justos como Abel, como Noé, llamados en cierto modo a la hora de prima, recibirán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. Otros justos posteriores a ellos, como Abrahán, Isaac, Jacob y sus contemporáneos, llamados como a la hora tercia, recibirán la felicidad de la resurrección al mismo tiempo que nosotros. Otros justos, Moisés y Aarón y los que con ellos fueron llamados como a la hora sexta, recibirán la felicidad de la resurrección con nosotros. Después de éstos, los santos profetas, llamados como a la hora nona, recibirán la misma felicidad con nosotros. Al final del mundo, todos los cristianos, como llamados a la hora undécima, han de recibir la felicidad de aquella resurrección con ellos. Todos la han de recibir al mismo tiempo, pero ved después de cuánto tiempo la reciben aquellos primeros. Si, pues, aquellos primeros la recibieron después de mucho tiempo y nosotros después de poco, aunque la recibamos contemporáneamente, parece que nosotros la recibimos los primeros, parque nuestra recompensa no se hará esperar.

6. En aquella recompensa seremos, pues, todos iguales: los últimos como los primeros y los primeros como los últimos, porque aquel denario es la vida eterna y en la vida eterna todos serán iguales. Aunque unos brillarán más, otros menos, según la diversidad de los méritos, por lo que respecta a la vida eterna será igual para todos. No será para uno más largo y para otro más corto lo que en ambos casos será sempiterno; lo que no tiene fin, no lo tendrá ni para ti ni para mi. De un modo estará allí la castidad conyugal y de modo distinto la integridad virginal; de un modo el fruto del bien obrar y de otro la corona del martirio. Una cosa de un modo, otra de otro; sin embargo, por lo que respecta a la vida eterna, ninguno vivirá más que el otro. Vivirán igualmente sin fin, aunque cada uno viva en su propia claridad. Y aquel denario es la vida eterna. No murmure, pues, el que lo recibió después de mucho tiempo contra el otro que lo recibió tras poco. A uno se le da como recompensa, a otro se le regala; pero a uno y a otro la misma cosa.

SERMON 87
(San Agustín, Obras Completas, X, Sermones, 2ª Edición, BAC, Madrid, 1965, Pág. 517- 523)

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