HALLOWEEN EN LATINOAMÉRICA
Publicado por Valores Religiosos
Sin las connotaciones mágicas y místicas que tienen para los sajones, la fiesta pagana que nació con el Año Nuevo Celta, recibe fuertes críticas de líderes religiosos que la vinculan con la brujería y las sectas satánicas.
En Latinoamérica, Halloween tiene connotaciones diferentes a las que adquiere en el norte anglosajón: el 31 de octubre es Noche de Brujas, es decir, una fiesta de adultos, llena de magia y misticismo, en la que se bebe champagne, se arrojan runas, se lee el I Ching, se tira el Tarot y se saluda efusivamente a fantasmas, calaveras, gatos negros y mujeres montadas en escobas.
La única excepción la constituyen los colegios de habla inglesa, donde la orden del día es calar calabazas, disfrazar a los chicos y vaciar los quioscos.
Sin duda, su origen -la noche de Samhain o año nuevo celta- tiene más ligazón con la fórmula latina; lo de la calabaza iluminada es un aditamento tardío, surgido de la leyenda irlandesa "Jack-o-lantern", sobre el alma en pena de un pobre tipo, al que nadie quería, y al que una vez muerto Dios y el Diablo le prohibieron la entrada al Cielo y al Infierno.
Por eso, Jack trajinaba con una linterna (un repollo hueco con un carbón ardiente) buscando una hendija para colarse en alguno de esos reinos. Cuando en 1840 la inmigración irlandesa trasladó Halloween a los Estados Unidos, la calabaza reemplazó al repollo por una pragmática razón: era más fácil de ahuecar.
Pero en la Argentina hubo un tropiezo fundamental para implementar esta costumbre: las calabazas no son redondas y los zapallos se usan para el puchero. Ergo, hubo que fabricarlas con cartulina y vela, práctica que genera incendios y reedita el mítico terror a morir en la hoguera, al estilo Juana de Arco.
Hace tres mil años, los celtas, que por entonces ocupaban Francia, no habían visto nunca una calabaza, lo que no les impedía celebrar su año nuevo la noche del 31 de diciembre.
Prendían grandes fogatas y servían ofrendas, colgaban muérdago en las puertas para ahuyentar a los espíritus malignos y se pintaban la cara para provocarles temor, lo que más tarde derivó en disfraces.
Los celtas creían que en Samhain se abría la ventana que separaba a los muertos de los vivos, y que aquellos despertaban y se aparecían en los hogares a demandar un lugar.
Increíblemente, esta leyenda derrapó en la consabida adaptación hollywoodense del "trick or treat", con que los chicos norteamericanos amenazan a sus vecinos cada 31 de octubre: o les dan golosinas, o les ensucian los ventanales con tiza y jabón.
Pero antes que los norteamericanos, los romanos -que corrieron a los celtas de la Europa continental y los arriconaron en Irlanda- ya habían "contagiado" el Samhain con su Fiesta de Pomona, la diosa de los frutos, a la que veneraban entre octubre y noviembre, en agradecimiento por la buena vendimia.
Luego, con la consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, la Iglesia católica buscó adaptar ambas fiestas a su calendario y darles un sentido diferente.
Puesto que a esa altura ya no le alcanzaban los días para consagrarlos a cada uno de sus santos y mártires, se decidió instituir el 1 de noviembre como Día de Todos los Santos, para que en el abultamiento no se olvidara a ninguno.
En Gran Bretaña esto se llamó "All Hallow Day" (día de todos los santos); en consecuencia, la noche anterior, es decir, el 31 de octubre, pasó a denominarse "All Hallow Even" (víspera de todos los santos), lo que a fuerza de contracciones se convirtió primero en "All Hallow E'en" y luego en "Halloween".
En los Estados Unidos, esta fiesta comenzó a celebrarse a mediados del siglo XIX entre comunidades de inmigrantes irlandeses y recién se popularizó a partir de 1921, cuando se celebró en Minnesota el primer desfile de Halloween; hoy constituye una de las fechas más importantes del calendario festivo norteamericano.
Alrededor de los 80, películas y series de televisión popularizaron Halloween a nivel mundial -como pasó con el jean, el pancho, la hamburguesa, la Coca Cola y las botas texanas- pero cada región lo adaptó a sus singularidades.
En general, en Latinoamérica, y en particular, en la Argentina, no se lo vive como un edulcorado "dulce o treta" sino como una verdadera Noche de Brujas, algo que los estadounidenses se esfuerzan en disimular tras las grandes calabazas iluminadas a vela, para evitar, quizás, que la bombita de luz de la historia les estalle en la cara y muestre su rubor de vergüenza.
Sucede que lo de "noche de brujas" proviene de Salem, Nueva Inglaterra, estado de Massachusetts, donde en 1692 los puritanos procesaron y ahorcaron a decenas de mujeres acusándolas de herejes. "Muere, bruja, muere", fue el grito de Salem.
Se decía que, ganadas por el demonio, tales mujeres volaban por las noches, vestidas de negro y montadas en escobas, imagen que, vaya paradoja, constituye hoy el logo turístico de aquel pueblo y su único atractivo.
En Latinoamérica, Halloween tiene connotaciones diferentes a las que adquiere en el norte anglosajón: el 31 de octubre es Noche de Brujas, es decir, una fiesta de adultos, llena de magia y misticismo, en la que se bebe champagne, se arrojan runas, se lee el I Ching, se tira el Tarot y se saluda efusivamente a fantasmas, calaveras, gatos negros y mujeres montadas en escobas.
La única excepción la constituyen los colegios de habla inglesa, donde la orden del día es calar calabazas, disfrazar a los chicos y vaciar los quioscos.
Sin duda, su origen -la noche de Samhain o año nuevo celta- tiene más ligazón con la fórmula latina; lo de la calabaza iluminada es un aditamento tardío, surgido de la leyenda irlandesa "Jack-o-lantern", sobre el alma en pena de un pobre tipo, al que nadie quería, y al que una vez muerto Dios y el Diablo le prohibieron la entrada al Cielo y al Infierno.
Por eso, Jack trajinaba con una linterna (un repollo hueco con un carbón ardiente) buscando una hendija para colarse en alguno de esos reinos. Cuando en 1840 la inmigración irlandesa trasladó Halloween a los Estados Unidos, la calabaza reemplazó al repollo por una pragmática razón: era más fácil de ahuecar.
Pero en la Argentina hubo un tropiezo fundamental para implementar esta costumbre: las calabazas no son redondas y los zapallos se usan para el puchero. Ergo, hubo que fabricarlas con cartulina y vela, práctica que genera incendios y reedita el mítico terror a morir en la hoguera, al estilo Juana de Arco.
Hace tres mil años, los celtas, que por entonces ocupaban Francia, no habían visto nunca una calabaza, lo que no les impedía celebrar su año nuevo la noche del 31 de diciembre.
Prendían grandes fogatas y servían ofrendas, colgaban muérdago en las puertas para ahuyentar a los espíritus malignos y se pintaban la cara para provocarles temor, lo que más tarde derivó en disfraces.
Los celtas creían que en Samhain se abría la ventana que separaba a los muertos de los vivos, y que aquellos despertaban y se aparecían en los hogares a demandar un lugar.
Increíblemente, esta leyenda derrapó en la consabida adaptación hollywoodense del "trick or treat", con que los chicos norteamericanos amenazan a sus vecinos cada 31 de octubre: o les dan golosinas, o les ensucian los ventanales con tiza y jabón.
Pero antes que los norteamericanos, los romanos -que corrieron a los celtas de la Europa continental y los arriconaron en Irlanda- ya habían "contagiado" el Samhain con su Fiesta de Pomona, la diosa de los frutos, a la que veneraban entre octubre y noviembre, en agradecimiento por la buena vendimia.
Luego, con la consolidación del cristianismo como religión oficial del Imperio Romano, la Iglesia católica buscó adaptar ambas fiestas a su calendario y darles un sentido diferente.
Puesto que a esa altura ya no le alcanzaban los días para consagrarlos a cada uno de sus santos y mártires, se decidió instituir el 1 de noviembre como Día de Todos los Santos, para que en el abultamiento no se olvidara a ninguno.
En Gran Bretaña esto se llamó "All Hallow Day" (día de todos los santos); en consecuencia, la noche anterior, es decir, el 31 de octubre, pasó a denominarse "All Hallow Even" (víspera de todos los santos), lo que a fuerza de contracciones se convirtió primero en "All Hallow E'en" y luego en "Halloween".
En los Estados Unidos, esta fiesta comenzó a celebrarse a mediados del siglo XIX entre comunidades de inmigrantes irlandeses y recién se popularizó a partir de 1921, cuando se celebró en Minnesota el primer desfile de Halloween; hoy constituye una de las fechas más importantes del calendario festivo norteamericano.
Alrededor de los 80, películas y series de televisión popularizaron Halloween a nivel mundial -como pasó con el jean, el pancho, la hamburguesa, la Coca Cola y las botas texanas- pero cada región lo adaptó a sus singularidades.
En general, en Latinoamérica, y en particular, en la Argentina, no se lo vive como un edulcorado "dulce o treta" sino como una verdadera Noche de Brujas, algo que los estadounidenses se esfuerzan en disimular tras las grandes calabazas iluminadas a vela, para evitar, quizás, que la bombita de luz de la historia les estalle en la cara y muestre su rubor de vergüenza.
Sucede que lo de "noche de brujas" proviene de Salem, Nueva Inglaterra, estado de Massachusetts, donde en 1692 los puritanos procesaron y ahorcaron a decenas de mujeres acusándolas de herejes. "Muere, bruja, muere", fue el grito de Salem.
Se decía que, ganadas por el demonio, tales mujeres volaban por las noches, vestidas de negro y montadas en escobas, imagen que, vaya paradoja, constituye hoy el logo turístico de aquel pueblo y su único atractivo.
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